Los partidos independentistas obtuvieron el más del 50% de los votos en las elecciones del pasado domingo. Y lo hicieron en el peor de los escenarios: el independentismo se ha erosionado a sí mismo con presidents que se han ocultado durante la campaña, con tensiones internas por un liderazgo futuro, con mesianismos que, aunque no dejen de sorprenderme, funcionan de cojones, y con visitas que van a Catalunya a ver si blanquean lo suyo con el dolor de otros. Con todo esto y, por supuesto, toda la caverna mediática que sigue ahí, vestida o no de progre, el independentismo supera el 50%. Enhorabuena.
La derecha que se devora a sí misma
En el extremo opuesto al independentismo catalán se sitúan la derecha y la extrema derecha españolas, cada vez más fundidas entre sí. El éxito de Vox, cimentado sobre los batacazos de PP y Ciudadanos, tiene que servirnos de alerta: siguen ahí, con menos vergüenza de mostrar lo que son, elección tras elección. El PP los cuidó, Ciudadanos los inflamó y Vox les ayudó a sacudirse y quitarse la careta: son los que añoran otros tiempos y más mano dura, y sus hijos y sus nietos, que se han convencido de que son las víctimas aunque toda la vida han sido los privilegiados. Y los de la izquierda, por cierto, los agitan.
¿El facha se emborracha?
El de Vox es un resultado más simbólico (enterrando a PP y Ciudadanos) que de volumen (sus once diputados no sirven para mucho y aunque sean cuarta fuerza la tercera les triplica), pero que es innegablemente bueno para la extrema derecha. Y eso que actuó como tal a solo unas horas de votar: Macarena Olona se rendía ante Galindo tras su muerte (“Mi General. Hoy, más que nunca, Intxaurrondo en nuestro corazón”) y Jorge Buxadé “arengaba a unas multitudes apiñadas sin distancia de seguridad, borracho como una cuba, y se lo tuvieron que llevar dándole una colleja” (Emilio Martínez, en Twitter).
Quien celebra no descalabrarse
Hay muchas elecciones dentro de unas elecciones: algunos pugnan por ganar, son los que se llevan los focos, otros, por estar en el Parlamento, algunos por no perderlo todo, hay quien lucha por conservar un puesto de trabajo y también están los que hacen un trabajo ingente, simplemente, por mantenerse. Es normal que Pablo Iglesias celebre que Podemos se haya quedado con sus ocho parlamentarios y no cabe autocrítica ante la campaña, pero sí ante el objetivo: su partido se desinfla y no protagonizar una debacle es un objetivo extraño para quien nació para asaltar los cielos y dar lecciones.
Votar es importante para la ciudadanía
Cuando el pasado julio votamos en la CAV ya oímos discursos como este de Alberto García-Salido: “Esta imagen indigna y apena a la vez. Resume qué es lo importante para una gran mayoría de políticos y traduce el modo en el que han decidido abordar el virus y sus consecuencias. Que no se nos olvide”. El tuit ha tenido casi 2.000 retuits y esa sensación de haber triunfado tiene que ser la leche. Pero más lo es no olvidar lo básico: votar es importante para la ciudadanía, no para los políticos (que también son ciudadanos). Esta idea suena aburrida y no da retuits, pero es en la que descansa nuestro sistema.