Diario del covid-19 (3)

Ya no queda casi nada por cancelar, suspender o aplazar, que de entre todos, es el verbo más esperanzador. Es el clavo ardiendo al que aferrarse o quizá el punto indefinido en el horizonte en que debemos fijar la vista para seguir caminando. No dudo, no quiero hacerlo, que muchos de la infinidad de actos que han caído podrán ser realidad en cuanto escampe. ¿Cuándo recuperaremos esa rutina de la que renegábamos? Seguramente un día. Miren que deploro la grandilocuencia, pero estoy por proclamarles que es una obligación cívica no ceder a la tentación del desaliento. Y si no están para pensar en los congéneres, les diré también que es la forma egoísta de que cada cual consiga salvar su culo.

En el tránsito hacia la luz al final del túnel nos ayudará la firme convicción de que vamos a ser capaces de superar esta situación excepcional. Pero no será suficiente. También deberemos afrontar una torrentera de lo que para otras generaciones serían inconvenientes y para la nuestra (pongamos a los nacidos del 65 en adelante) nos resultan brutales sacrificios. No derrochemos en sufrimiento. Si ahora hacemos un drama de no poder darnos un homenaje en una sidrería o de perder un fin de semana en no sé qué hotel con encanto, qué haremos si nos encontramos con males que prefiero ni escribir, aunque muy probablemente rondan en más de una cabeza. No olviden que no todo el mundo tiene un sueldo asegurado.

Termino con una imagen soñada. ¿Qué tal las y los responsables de todos los partidos políticos que se presentan a las elecciones del 5 de abril anunciando que han tomado por unanimidad una determinación sobre el retraso de los comicios.

Diario del covid-19 (2)

Acabamos de pasar de pantalla. Pandemia, dice la OMS, como el locutor del bingo que canta línea, solo que esta vez nosotros rezamos para que la combinación no sea la nuestra. La cosa es que ahí le andamos en los territorios del sur de Euskal Herria. La dichosa curva empieza a calcar la de Italia de hace una semana, y al margen de las cifras, empezamos a poner nombres y apellidos a los contagiados. Abandonan la condición de números anónimos para convertirse en ese compañero de tal medio, aquella amiga que trabaja en la tercera de Basurto, la suegra del vecino o el camarero del bar de la esquina. Cómo evitar preguntarse en cada caso si habremos estado cerca de sus fluidos recientemente.

Sin ánimo de resultar alarmista, la cuestión es que la estadística va jugando en nuestra contra. Como en el poema de Blas de Otero, el cabrito del bicho vendrá por ti, vendrá por mi, vendrá por todos. La buena noticia, el clavo ardiendo al que agarrarnos, es que todavía en una más que apreciable mayoría de los casos, saldremos vivos, coleando y, ojalá, con alguna que otra lección aprendida. Por ejemplo, que tan señoritos del primer mundo que nos creemos, hay seres microscópicos que de un rato para otro ponen patas arriba nuestra falsa sensación de estar al mando.

Somos, oh, sí, vulnerables como individuos y como colectivo, pero también, si de verdad nos lo proponemos, atesoramos las opciones de salir con bien de este envite. Debemos empezar conjurándonos contra el infantilismo, el cainismo y la naturaleza del escorpión que anida en nuestro seno. No sé ustedes, pero yo quiero que en el futuro se diga que estuvimos a la altura.

Diario del Covid-19 (1)

Empiezo estas anotaciones a vuela pluma con la intención de dejar constancia para el futuro de los días excepcionales que nos ha tocado vivir. Termine como termine esta pesadilla, que ojalá sea bien, merecerá la pena no perder la memoria de los datos, los sentimientos, las sensaciones, la respiración contenida, las escasas certidumbres y las toneladas de dudas entre las que tratamos de llevar una existencia normal.

Qué nostalgia de aquellos tiempos, apenas anteayer, en que nos hacíamos lenguas del pin parental, el episodio nocturno de Ábalos en Barajas o el fulminante Alonsicidio. Aunque ya por entonces el bicho hacía estragos en China y se presentaba en sociedad en otros lugares de globo, poco sospechábamos —o quizá no queríamos hacerlo— que lo tendríamos no en la puerta de casa, sino dentro, muy dentro: en el instante de teclear estas líneas, 197 contagios en la demarcación autonómica y 22 en la foral, sumando seis muertos.

Más allá de las cifras, todavía infinitamente menores que las de la gripe común, las medidas que no hubiéramos sido capaces de soñar. Clases suspendidas en Gasteiz y Labastida, las fuerzas del orden tratando de garantizar el confinamiento de algunos infectados especialmente hostiles, partidos de fútbol a puerta cerrada, eventos cancelados en cascada, toma casi al asalto de supermercados, o unas autoridades sudando la gota gorda para evitar el reventón social. Y cómo no, con brotes de otro virus paralelo e igualmente letal, el del politiqueo chichipocero a cargo de estadistas de regional que dicen saber lo que hay que hacer porque no es a ellos a quienes les toca tomar las decisiones.

¡Y lo que nos queda!

Renuevo mis votos para que un día podamos recordar con una sonrisa lo que estamos viviendo. Algo me dice, sin embargo, que nos queda muy lejos esa fecha. Incluso sin dejarse llevar por los trompeteros del apocalipsis que abundan en las cadenas donde el miedo engorda los índices de audiencia, parece claro que está ocurriendo algo que no debemos tomar a la ligera.

Si es preocupante, grave o letal, el tiempo lo irá diciendo. Por el momento, incluso aunque se acabe haciendo torcer el brazo a la amenaza, es evidente que en los últimos días se han producido acontecimientos inusuales que en mayor o menor medida han provocado alteraciones en nuestra vida cotidiana. Fijándonos solo en nuestro entorno, se ha decretado el cierre preventivo de centros educativos, se han clausurado plantas enteras de hospitales, se han dispuesto cuarentenas en residencias de ancianos, hay decenas de profesionales sanitarios en aislamiento, se han cancelado numerosos eventos y en más de una empresa —incluso de mi gremio— se trabaja desde casa. Y todo apunta a que solo estamos en el principio. Me temo que pronto veremos limitaciones de concentraciones populares de todo tipo, desde las reivindicativas a las festivas pasando por las deportivas. Creo que a nadie le extrañaría que la final copera que tanto nos hace suspirar tuviera que jugarse a puerta cerrada o, directamente, fuera suspendida.

Así las cosas, y como el minúsculo átomo de la ciudadanía que soy, deseo suerte y, sobre todo, acierto a las autoridades sanitarias. A quienes están enfrente y sienten la tentación de pescar en el río revuelto les ruego que lo dejen para mejor ocasión.

Un gobierno a la greña

Entre drama y drama, sigue uno casi con jolgorio la comedieta bufa de la bronca nada sorda que se traen los dos socios del gobierno español. Como a la fuerza ahorcan y la alternativa es la que es, no parece ni de lejos que el intercambio de bofetadas vaya a producir que el pacto estalle a corto plazo, pero da toda la impresión de que el espectáculo continuará en bucle, provocando momentos de hilaridad entreverada de sofoco.

Se me dirá que estas fricciones son absolutamente normales en un ejecutivo de dos o más colores y, efectivamente, cabe citar ejemplos muy cercanos —los gabinetes de la demarcación autonómica y la foral— donde vuelan las cargas de profundidad y hay morros para desayunar con frecuencia. Pero no recuerdo yo que en estos casos se haya llegado a los niveles de falta de respeto, inquina indisimulada y deslealtad abierta que vemos en la gresca entre PSOE y Unidas Podemos. No es ni medio normal que un vicepresidente acuse de machista frustrado a un compañero de banco azul, como ha hecho Iglesias con el ministro de Justicia, Juan Carlos Campo. Y menos, que el insultador profesional Echenique haya acudido a ayudar a su jefe en la paliza dialéctica con un regüeldo todavía mayor.

Pero de lo suyo gastan. Leo que el vituperado Campo, después de haber filtrado la colección de membrilleces de la ministra Montero en la Ley de Libertad Sexual, ha bajado la testuz y se apunta a un pelillos a la mar por el bien de la causa. Sin duda, Redondovich, el capataz del patrón Sánchez le ha recordado las normas de la casa de la sidra resumidas en el viejo pero vigente axioma de Guerra: el que se mueve no sale en la foto.

Coronalistos

Deseo fervientemente que algún día podamos reírnos de esto. Me consta que algunos lo están haciendo ya, no sé si por inconsciencia, como antídoto del miedo o, sin más, porque oye, qué le vas a hacer, si de esta palmamos, que nos vayamos al otro barrio bien despiporrados. Servidor, que seguramente será un sieso, no le encuentra la gracia a la mayoría de los chistes negros que circulan. Ojalá a nadie se le congele la carcajada cuando compruebe en su entorno inmediato que lo que estamos viviendo no es ninguna broma.

Claro que los graciosos que hacen chanzas de octogenarios muertos —ayer mismo, con el primer fallecimiento en Euskadi, hubo jijí-jajás, se lo juro— resultan mas soportables que los requeteenterados que saben de buena tinta que todo se está haciendo mal. Los coronalistos son una epidemia paralela al coronavirus. Se queda uno asombrado de sus conocimientos enciclopédicos sobre transmisiones víricas, enfermedades contagiosas, protocolos, tratamientos y medidas de contención infalibles.

Y lo más pistonudo es que los integrantes de esta banda de sabiondos pontificadores no han pisado una facultad de Medicina en su vida y, en el mejor de los casos, sus conocimientos científicos se reducen a haber jugado con el Quimicefa. Pero ahí los tienen, oigan, igual proclamando que esto se pasa con zumo de naranja y paracetamol que cacareando que las autoridades sanitarias no tienen ni pajolera idea. O, por ir al asunto central de estas líneas, acusando a los profesionales sanitarios de Araba de haber propiciado la difusión del Covid-19 en el territorio, amén de su propia cuarentena. Lo llaman periodismo y no lo es.

Nada es imposible

Leo que Andoni Ortuzar no teme una alianza de EH Bildu, Elkarrekin Podemos y el PSE para desalojar al PNV de Ajuria Enea después del 5 de abril. Seguro que dispone de mejor información que un servidor, pero si el presidente del EBB tiene una memoria tan cabrita como la mía, recordará lo que ocurrió en 2009. Se lo refresco, en cualquier caso.

En los días previos a aquellos comicios que se iban a celebrar con la izquierda abertzale fuera de combate por ilegalización, se daba por hecho el advenimiento de un gobierno bipartito (tripartito, contando a la EA de entonces) con los socialistas vascos que en aquellas fechas lideraba Patxi López. La cosa se suponía tan masticada, que corrían por doquier los repartos de responsabilidades con precisión milimétrica. No solo estaban asignadas las carteras del gobierno, sino las principales entidades públicas. En EITB, que era donde yo trabajaba en aquella época, por ejemplo, corrió —sin que nadie la desmintiera— la especie de que el nuevo director general sería determinado socialista alavés. “Espero que te lleves bien con él”, me decían una y otra vez los conocedores del chauchau.

La solemne promesa de López de no pactar en ningún caso con el PP fue tomada por más de un ingenuo como la confirmación de que los rumores iban bien encaminados. Pero llegó el momento de contar los votos en esa inolvidable noche del 1 de marzo y ocurrió que los 25 escaños del PSE y los 13 de los populares de Antonio Basagoiti sumaban mayoría absoluta. Supongo que no es necesario que les cuente el resto porque lo tendrán grabado a fuego. En política y en la vida las cosas no pasan… hasta que pasan.