Si el telón de fondo no fuera una enorme tragedia, resultaría hasta graciosa la suerte de votación de Eurovisión en que se convirtió el proceso para el salto o no de fase de la dichosa desescalada. Especialmente, teniendo en cuenta que los criterios sanitarios, los intereses económicos y las argucias politiqueras que entraron en juego tuvieron como contrapunto real la actitud de buena parte de la ciudadanía que desde hace una semana vive cuatro traineras por delante de la fase más avanzada. Les remito a mi columna anterior, que incluso se ha quedado en aguachirle a la vista del brutal incremento del desparrame de unos cuantos de nuestros semejantes.
Por lo demás, es imposible no reseñar entre el asombro y el cabreo que a los censados en la demarcación autonómica nos ha tocado una versión capada de la fase 1. Vamos, que nos han dejado en la 0,7, siendo muy generosos. Porque sí, de cine lo de las terrazas, las iglesias y los comercios, pero, a diferencia de lo que pasa en el resto del Estado, permanecemos enclaustrados en nuestro municipio, sin posibilidad de reencontrarnos con los seres queridos a los que no vemos desde hace dos meses. Seré muy obtuso, pero el mensaje no concuerda con los que nuestras propias autoridades habían lanzado sobre la necesidad de recuperar algo parecido a la normalidad.