Con las primeras luces del día de hoy, el cielo ha comenzado a mostrar sus iras, tronando con fuerza y exhibiendo fulgurantes relámpagos en el amanecer. Quizá en honor y gloria de San Miguel, el arcángel de la guerra y protección, del que hoy —8 de mayo— celebramos su día.
Fuera de leyendas, poco esfuerzo tenemos
que hacer para imaginarnos con qué pavor vivirían nuestros antepasados situaciones
similares que, aún hoy en día sabiendo su porqué, sigue estremeciéndonos.
De ahí que, desde el principio de los tiempos, se hayan experimentado mil y una artimañas para protegerse ante tal muestra de destrucción de la naturaleza. Muchas y muy variadas.
ELORRIA. Nos llama la atención que sea el espino blanco (crataegus monogyna, «elorri zuria» en euskera) el árbol sobre el que reposaban las esperanzas populares, suponiéndosele una infalibilidad protectora frente a los mortíferos rayos. Quizá por sobreentenderse que era de espino la corona de Cristo, aunque en realidad subyacen bajo todo ello creencias más antiguas, de poderes sobrenaturales atribuidos a árboles de hoja perenne, a simple vista, inmortales.
Sea como fuere, bien sabían los carboneros, pastores, arrieros o quien se viese sorprendido por una tormenta en un páramo, lo más efectivo era cobijarse bajo un espino. Porque, como si de un enclave sacro se tratase, allí jamás podría sacudir el rayo. Aún hoy en día nos insistirán que eso es así, argumentando su experiencia de años de observación. Justo lo contrario a resguardarse bajo un castaño o, mucho peor, bajo un haya pues son los árboles preferidos por las centelladas.
Pero lo bueno del espino es que, por suerte para aquella pobre gente, creían que era tan versátil que podía convertir en portátil su poder mágico: se llevaba a donde se necesitase. La perfección.
No es de extrañar por tanto que, como recuerdan aún muchos de nuestros mayores, se pusiesen cruces de madera de espino en heredades, barreras o en las puertas de las viviendas, para hacer inalcanzable al mal aquella porción de mundo humanizada.
Más arriesgado era quien osaba a caminar en plena tormenta, completamente convencido de que era indestructible frente al rayo por el simple hecho de llevar una flor de espino introducida en el ropaje del pecho. O por encerrar en la palma de su mano un ramillete de hojas cuando más atronaba el firmamento. O… por haber sido precavidos al insertar una espina de espino dentro de la mata de pelo o en el interior de la txapela. Si es que podíamos haber empezado por ahí. ¿O alguien duda de que la txapela vasca tenga superpoderes?
Post scriptum: nada más meterse el sol, justo después de publicar estas notas al atardecer, volvió a hacer presencia la tormenta, con un despliegue de aterradores rayos que hicieron retumbar los cimientos de la tierra y el corazón del más sereno de los seres. Así parecía cerrar el círculo el día, pavoneándose ante los humanos, acabando como empezó.
Hay situaciones en las que parece que la magia existe. No puede ser una simple coincidencia el hecho de que cada tema ande con su loco. Porque a mí… a mí siempre me encuentran esos temas y sucesos.
Dentro de la maraña de costumbres tradicionales que se practicaban en el hogar vasco, hay una superstición relacionada a algo tan humilde y cotidiano como es el barrer la cocina. Y llama la atención por ser capaz de atribuirle una función simbólica protectora.
Barrer la cocina, sí, pero no en cualquier momento sino justo antes de acostarse: es ahí cuando la magia del acto adquiría su máximo poder.
Desdichadamente, no creo que exista nadie hoy en día que conozca o practique esa costumbre protectora. Pero sí es común entre la gente mayor —sin ir más lejos mis padre y madre— el recuerdo del acto diario de barrer la cocina como última labor antes de acostarse, quizá como vestigio de aquel curioso ritual.
Es R. Mª Azkue (1864-1951) quien una vez más nos aporta en Euskalerriaren Yakintza sus referencias, que juegan con la ventaja de haber sido escuchadas hace prácticamente un siglo. Pero, incluso así, ya para aquel entonces le contestaban en Arratia que «Nuestros antepasados nos enseñaron a barrer la cocina al ir a la cama. No sé para qué era». No se sabía el porqué.
Más suerte tuvo en su Lekeitio natal en donde le aseguraban los más mayores que «A la noche, al acostarse, si se deja bien barrida la cocina, bailan después en ella los ángeles; en caso contrario, las brujas».
No sabemos qué extrañas creencias —o simples miedos— subyacen bajo esas referencias. O si se debe, sin más, para algo tan pragmático como el evitar la presencia de los roedores. Pero gracias al dicho investigador sabemos que pronto se recurrió a la religiosidad para enmascarar aquellas más supersticiones populares: «La noche del sábado, la Madre Virgen suele venir a la cocina a dar un vistazo» recogió en Barkoxe (Zuberoa).
Pero, a su vez, nuestra intrincada geografía ha posibilitado otras variantes de esas creencias, incluso discordantes entre sí. Por eso hay quien afirma que no puede barrerse la cocina al anochecer, pues eliminaríamos también la buena suerte que, invisible, impregna el hogar. O, de barrerse, dejar apilado lo recogido, sin tirarlo, hasta la mañana siguiente. Pero quedémonos con la primera de las versiones, la de barrer.
Porque cierto es que la escoba se usaba como símbolo de la purificación ya desde la Romanización, bien como tal, —scopa, escoba— bien con ramilletes de ramas de diversas plantas o arbustos, utilizadas para la limpieza ritual doméstica. Por ejemplo, en caso de un funeral. También en el ámbito público, como parte de la pureza ceremonial (La escoba y el barrido ritual en la religión romana, de Santiago Montero Herrero, 2017).
En realidad no sabemos si tiene que ver con aquello tan lejano o no. Así es que, una vez más, nos asomamos al vacío del tiempo, al del desconocimiento de lo que fuimos. Por eso reflotamos hasta aquí la vieja costumbre, para insuflarle vida de nuevo, con la esperanza que que alguien algún día consiga aportar un rayo de luz.
Estoy en el pueblo de Ituren, en Navarra porque hoy y mañana viven sus curiosos carnavales, con unos llamativos personajes denominados JOALDUNAK. Recorren las calles haciendo sonar sus grandes cencerros, llamados aquí «joare«. Y de proviene su nombre.
Pero, los foráneos, como símbolo de lo más genuino de nuestra cultura, lo hemos copiado y exportado a otros rincones, haciendo una imitación de su fiesta. Y en muchas ocasiones, muchísimas, denominándola con el equívoco nombre «zanpantzar«, algo que lógicamente incomoda a los genuinos, a los habitantes de estos pueblos navarros de Ituren y Zubieta.
Zanpantzar es el carnaval en sí y, más concretamente, también un muñeco de paja que simboliza esta fiesta y que se quema o se tira al río como cierre del carnaval, sirviendo también como ritual de purificación. En origen su nombre es Saint Pansart, ‘San Panzudo’, una especie de «Sancho Panza», en referencia a los excesos de la gula, propios de estas fiestas. En cualquier caso, nada que ver con nuestros impolutos personajes que, con sus sonoros «joare«, hacen retumbar estas verdes montañas. Lo explico con citas concretas y más detalle en la versión de euskera, a continuación.
Nafarroako Ituren herrian nago, bertako entzute handiko ihauteetan. Eta burura etorri zait, hemengoak oso kezkatzen dituen kontu bat: kanpoko askok nahasten ditugula joaldunak eta zanpantzarrak. Are txarrago, euren ohitura han-hemen kopiatu dugunez, okerra hedatzen ari da, arreta handiena jantzi eta antzekoetan jarri dugulako baina ez izenean. Hasiko gara beraz…
JOALDUNAK. Ituren eta Zubietako ihauteetan parte hartzen duten pertsonaia ezagunak joaldunak dira eta ez zanpantzarrak. Joare hitzetik sortutako izena da: joare + duena. Joare, ‘arrana’, ‘zintzarria’, ‘eskila’, ‘bulunba’, ‘dunba’, ‘pulunpa’ hitzen sinonimoa… da. Hau da, joalduna da ‘joarea daramana’.
ZANPANTZARRAK. Zanpantzarra ez da inolaz ere joalduna. Zanpantzar, jatorriz, ‘ihautea’ da. Honela zioen Juan Bautista Agirrek 1803. urtean: «Deitzen diogu honela urte berritik austerrerainoko denborari eta beste leku batzuetan deritza iñoteriak, iuateriak, aratusteak, zanpantzarrak».
Eta batez ere, hirugarren eta azken egunari, astearteari esaten zaio horrela: « Zanpanzart iñaute eguerdian…» (J. V. Etxagarai, 1773-1855) edo «algunos concretan esta palabra a significar el tercer día de Carnaval» (R. Mª Azkue, 1905)
MASKARA. Bestalde, inauterietako maskara bera ere izan liteke, batez ere… «neska itxura hartzekoa» denean!: «Zanpantzarra: masque déguisé en habits malpropes, en guenilles, généralment en vêtements de femme: ihauteria huntan baginuen zanphantzar zikhin asko» (Maurice Harriet, 1814-1904).
PANPINA. Azkenik, baita erabilera handikoa ere, ihaute batzuetako ikonoa den lastozko panpina da «Zanpantzar: Fantoche que representa al carnaval y se quema o se arroja al agua el día de Ceniza para indicar que el carnaval ha terminado» (R. Mª Azkue, 1905).
SAINT PANSART. Izatez, pertsonaia hori San Pantzar da, Saint Pansart, «San Panzudo» esango bagenu bezala edo «Sancho Panza» modukoa, ihauteetako gehiegikeriak eta aseezinak islatzen dituelako.
Gero, inauteri horietan joareak jotzea edo ez, beste kontu bat da…
Beraz, pertsonaiak izendatzeko orduan, ez ditzagun imitatzaileok jatorrizkoak mindu: joaldunak dira eta ez zanpantzarrak. Egin dezagun ahalegina.
Gora Ituren, gora Zubieta eta gora euren ihautea. Eta, Azkuek Gipuzkoako Beterrian jaso zuen moduan… «…bihar dela Zanpantzart, egin dezagun arte, tripan larruak zart…»
Con el nombre de txarriboda denominamos en nuestro entorno —y en amplias zonas del país— a la matanza del cerdo. Evidentemente, está compuesto del término txarri ‘cerdo doméstico’ más boda que, aparte de la unión matrimonial significa, también en castellano, ‘gozo, alegría, fiesta’. Y éste es el significado que nos interesa para nuestro caso. Porque, como bien lo sabe la gente que lo ha vivido, la matanza del cerdo tiene conferidos unos rituales y liturgias especiales que no se dan con el sacrificio de otros animales domésticos: pollos, conejos, vacas, ovejas… El cerdo es diferente.
No olvidemos que al cerdo se le confieren en muchas ocasiones cualidades casi humanas. Sin ir más lejos, recogí en su día en Laudio o en Okondo creencias de que los cerdos se ponían de pie sobre sus patas traseras, desafiantes, poniendo patente la presencia de una bruja por la casa. No es exclusivo de nuestra zona y sí conocido en otros pueblos de Vasconia.
Y es ahí, casualmente, entre Laudio —pertenece a este municipio— y Okondo, en donde se encuentra el enclave y caserío de Okeluri. Allí he vivido este fin de semana una txarriboda, invitado por una gran familia, tanto en lo numeroso de sus miembros y en su categoría humana y nobleza, los Barbara-Urkijo. Con la matanza de dos de sus cerdos, además de pasar unos extraordinarios momentos, he rememorados vivencias que gocé hasta los años de juventud en casa, trescientos metros más abajo del bello Okeluri.
El cerdo. El cerdo ha sido un animal con un tratamiento especial dentro del caserío, siendo el más mimado en el establo —aquí llamamos txarrikorta o cortín a la pocilga—, el que gozaba de las sobras de comida —hondakines— de los humanos y el que, como todo baserritarra sabe porque algún médico se lo ha contado, el animal más parecido en su anatomía y órganos al ser humano. El cerdo es lo que se come, como ofrenda al bosque, en los kanporamartxo (basaratatuste) del domingo anterior a carnaval.
Quizá por todo ello, la muerte del cerdo se conciba como un sacrificio. Porque el cerdo no solo se mata sino que se sacrifica, verbo éste que curiosamente proviene del latín con un significado de sacrum facere ‘hacerlo sagrado’. Esa es la connotación de lo que es una txarriboda, lo que supone, lo que provoca un reagrupamiento familiar de tal importancia que podría comparase al de la Navidad.
También el euskera usa para su sacrificio el verbo hil, reservado tan solo a los humanos y a las abejas —de carácter cuasi-divino en nuestra cultura— y a los animales que han de entregar su vida por los humanos, en especial el cerdo. Porque es de tal fuerza dicho verbo, de tan gran contenido semántico, que ni siquiera debe citarse «en vano» con otro tipo de animales, usando en aquellos casos eufemismos como tragatu, akabatu… pero jamás hil.
Sabemos también de otros pueblos que, cuando el animal estaba
colgado y abierto en canal, se introducían dentro de él a los bebés, para que
les confiriese salud y buena suerte, por considerar que el cerdo tenía un
carácter sobrenatural que se lo iba a transmitir.
Por otra parte, no hay más que consultar en la Biblia para comprobar que el cristianismo —junto a las religiones judaica y musulmana— repudian el cerdo por ser un animal «notoriamente especial». Sin embargo, en las culturas nórdicas y europeas del «mundo bárbaro» y que se daba por incivilizado, el cerdo era un animal totémico, casi sagrado, admirado y usado por ello en los sacrificios como símbolo de aquellas creencias. Y debieron ser de tal arraigo que el cristianismo hubo de ceder y adaptarse a aquel animal que tanta reputación gozaba. Se llega a convertir incluso, en el animal compartido por toda la comunidad, como sucede con el cerdo amparado bajo la imagen de San Antón.
La matanza. La liturgia de la matanza comienza siempre temprano, justo al amanecer. Dicen que por ganar tiempo y por aprovechar el fresco aunque opino que es porque la tensión que reina en el ambiente impide dormir más.
Antaño se miraba que fuese en luna creciente porque, se creía, aumentaba así el tamaño de la carne al guisarla. Aunque… en otros pueblos recogemos que hay que hacerlo en menguante para que no se malogren los productos de la matanza. Hoy en día, sin tener en cuenta ninguna fase lunar, suele hacerse directamente en fin de semana, para conciliarlo con los horarios laborables de los participantes. Por eso tampoco se recuerda casi que antiguamente se escusaba a los pequeños de ir a la escuela en el día de matanza. Porque era un día especial…
Todo comienza sacando al animal de la txarrikorta. Entonces se acerca a él con tiento y suavemente el matarife, en nuestro caso el mismo propietario de los cerdos. En el momento oportuno se le mete un gancho afilado en forma de S por la papada, de tal forma que lo deje atrapado por la mandíbula. La otra curva del gancho se pasará de inmediato por el muslo de matarife para tensionarlo en todo momento, para impedir que escape el animal a la vez que deja libres las manos para poder coger enseguida el cuchillo. A su vez, tal y como se ha acordado de antemano, otros hombres —es labor masculina— sujetan cada uno una pata, subiéndolo sobre una mesa de poca altura, especial para la matanza. Con las patas hacia arriba y bien sujeto, el matarife secciona con un corte certero la aorta del animal porque, de no hacerlo bien, no se desangraría como corresponde y la carne no quedaría tan blanca y de tanta calidad.
Todo ello trascurre en un ambiente tenso, vertiginoso, en el que los estridentes chillidos y pataleos desesperados del desdichado animal conmocionan el ambiente. El resto de los animales, como las personas que lo observan, se sumergen en un tenso silencio que nadie se atreve a romper.
Justo en el momento de clavarse el cuchillo, la mujer —se considera labor femenina— que está en cuclillas frente al animal se santiguaba antiguamente, buscando la intercesión divina para que todo fuese bien. Hoy no, claro está.
Debe estar lista y atenta para girar en una sola dirección lo recogido del chorro de sangre que brota del cuello del animal, que la salpica y pringa, porque de otra forma se coagularía. Hasta hace bien poco —lo he vivido personalmente— ninguna mujer que estuviese con la menstruación podía hacer esa labor ni siquiera tener contacto con la carne porque, como si de una maldición se tratase, se echaría todo a perder.
Muerto ya el cerdo, se saca de la cuadra para ser pesado. Existe cierta expectación, pues deja en evidencia quién ha tenido más atino y conocimiento a la hora de hacer el cálculo del peso. No olvidemos que, en ferias como la de San Blas de Laudio en la que se rifa un cerdo, se hace apuestas sobre el peso del animal.
Entonces llega el momento del refrigerio, que pone fin a esta primera parte de la matanza, la más peligrosa y tensa. Se ofrecen algunas galletas y algún vino quinado reconstituyente, usado antes en la revitalización de enfermos y convalecientes. Se ofrece al matarife —el personaje principal de la matanza— y los hombres que han sujetado al animal. Recuerdo yo, en mi caso, cómo teníamos permiso para beberlo, algo que en otro momento sería impensable, por la edad.
A continuación, el cerdo ha de ser quemado. Antes lo hacíamos con helechos que se guardaban previamente. Pero ahora suele hacerse con una candileja de gas unida a una bombona, por ser más cómodo y limpio.
Una vez chamuscado y ayudados con el oportuno chorro de agua, se raspa con la hoja de un dallo —especie de guadaña aunque más corta— y luego se cepilla hasta dejarlo limpio. El raspado lo hacíamos nosotros con cuchillos o con trozos de teja. No sería de extrañar que el uso de la teja encerrase además algún simbolismo especial, como elemento identificador del hogar.
Con la ayuda del gancho con el que comenzó el sacrificio, se
arrancan los cascos de las pezuñas y se abre en canal el animal para extraer
las vísceras. Inmediatamente después es colgado por medio de unas poleas y,
cabeza abajo y abierto, se deja para que refresque la carne.
En la matanza que he vivido en Okeluri, tienen elaborados unos ganchos de tal forma que el cerdo queda bien abierto. Recuerdo cómo nosotros sujetábamos con unos palos las dos mitades del cerdo que, de por sí, tienden a cerrarse.
Es éste el momento del almuerzo, mientras la carne se refresca. Una buena comida en nuestro caso y que precede al despiece del animal. Las mujeres solían ir en este intervalo a un regato o fuente cercanos para limpiar en sus heladas aguas los intestinos del animal que a la tarde se rellenan y baskotxan —cuecen— para convertirse en morcillas. Hoy en día, por comodidad y por evitar aquella dura labor, los intestinos se compran limpios.
Todo lo demás del proceso de la matanza consiste en el despiece y manipulación
de las piezas de carne, muchas llevadas a cabo al día siguiente.
En nuestro caso, el trabajo se ha multiplicado ya que se han
sacrificado dos cerdos. Curiosamente, ello era antiguamente una muestra de poderío
y opulencia del caserío, para hacer saber al resto de vecinos que allí no se
pasaba hambre. Matar dos cerdos en el mismo día era algo ansiado, un reto, para
muchos de nuestros antiguos baserritarras.
La liturgia de la matanza. Al margen del proceso descrito, la txarriboda o matanza encierra otras muchas más sensaciones, únicas y especiales, que son difíciles de recoger y transmitir por escrito. Como hemos adelantado, la matanza del cerdo suponía y supone una gran fiesta para la familia que lo celebra. También para los vecinos que eran convocados para echar una mano. Vecinos a los que, inexcusablemente y al margen de que hubiesen participado o no, había que llevar una morcilla de regalo al final de la tarde como me ha tocado hacer tantas veces.
Era un acontecimiento que, al amanecer de cada sábado o domingo,
descubríamos que se celebraba aquí o allí por los agudos gritos de los cerdos que
se estaban sacrificando. Y, nuestros o del vecino o de alguien lejano, se
recibían como algo gozoso, fuente de alegría, sabiendo que allí había llegado
la alegría.
Por eso, a pesar de que sigue impresionándome el momento del sacrificio en sí, de que me hielen el corazón los alaridos tan cercanos a lo humano de ese desdichado animal, he gozado estos días con gran intensidad la fiesta de la txarriboda, la «boda del cerdo» vivida ayer y hoy en Okeluri. Más aún rodeado de una gente tan entrañable y bondadosa como los que allí habitan, gente que no sé a ciencia cierta por qué, significan tanto para mí. Algo mágico ha pasado con el sacrificio, porque me han hecho inmensamente feliz… Eskerrik asko, familia.
Piezas de tocino curándose en el camarote del caserío
Los chorizos permanecerán colgados en torno a dos semanas (puede ser menos o más en función de la humedad, temperatura, etc.). Para ayudar al secado, se suele encender un fuego con leña que aporta además a los chorizos el sabor característicos
Entrañable estampa de Feli y Estíbaliz mientras atienden los chorizos. Madre e hija, uña y carne, en plena sintonía para garantizar la transmisión intergeneracional de todos los conocimientos propios del caserío
Cerdos abiertos en canal junto al único personaje ajeno a la familia. Gracias por acogerme en vuestra fiesta y hogar con tanto cariño y cercanía
Eliza bera izan zen karnabal hitzerako carne levare ‘haragia kendu’ etimologia Erdi Aroan proposatu zuena, egoki zitzaiolako justifikatzeko inauterien osteko Garizuma penitentzia-epea. Azalpen berekoa dateke Aratuste hitza, ‘haragi uzte’ esanahiarekin, Garizuma aurreko hiru egunak izendatzeko.
Urdaia da kanporamartxo jaian jan ohi dena. Ontzia, talo-aska bat da, Gorbeiako txaboletan oso elementu preziatua
Halarik ere, geroz eta gehiago dira bestelako ikuspegia duten antropologo eta ikertzaileak. Esate baterako, hainbat herritan ospatzen den aratuste-epea nekez murriztu liteke Elizak agindutako hiru egun zehatz horietara eta bai urte berriaren hasierara, naturaren iratzartzera. Euskal Herriko ahozko tradizioan ondo gorde izan da egutegi malguagoaren ustea: «En pasando San Antón, Carnestolendas son» esaera ezaguna da Nafarroan. San Anton, dakigunez, urtarrilaren 17an da. Euskarazko antzeko erreferentziak ere, baditugu: «Deitzen diogu onela urte berritik austerrerañoko denborari, eta beste leku batzuetan deritza: iñoteriak, iauteriak, aratuzteak, zanpanzartak» (Juan Bautista Agirre, 1803). Bestalde, gure geografiako herri-aratuste tradizionalen datei baino ez zaie begiratu behar. Harago oraindik, sasoi horren barruan kokatu beharko genituzke negu-udaberri bitarteko egun erritual guztiak: San Anton, Kandelaria, San Blas, Santa Agata, Inauteriak…
KARNA JAINKOSA. Karnabal hitzerako bestelako azalpenak proposatzen dituzten antropologoen artean, bada beste aukera etimologiko bat, geroz eta pisu gehiago hartzen ari dena: karnabal hitza Carna jainkosa zeltaren izenean errotzen dena eta, atzerago joanda, eguzkiaren semea zen Karna jainko indoeuroparrarekin. Carna zen naturaren iratzartzeari loturiko jainkosa eta bere ezaugarriak… babak eta urdaia ziren.
Herri zeltikoen kulturan, basoak erlijio eta sinesmenei lotuak zeuden
Urdaia da, hain zuzen ere, gure kanporamartxo neguko ospakizun zaharrean, basoan jaten dena. Neuk behintzat, ez dut uste kasualitate hutsa denik. Bestelako izenak ere baditu ospakizun berezi honek: sasikoipetsu, sasimartxo, kanporamartxo edo, beste barik, txitxi-burruntzi, okela-zatiak prestatzeko moduagatik. Hala ere, niretzat ospakizun horren izen adierazgarriena “Basaratustea” da, “basoan egiten den aratustea [inauteria]’.
Euskal Herriko Atlas Etnografikoan ondo dago jasoa eta irudikatua gure herri-usadio hau: «…el domingo anterior al del Carnaval tiene lugar una salida al monte en la que participan niños, jóvenes e incluso adultos formando grupos. Una vez escogido el lugar se enciende una fogata. […] Cuando el fuego ha producido brasa suficiente, se asan al calor de ella trozos de chorizo o de tocino. Para ello se introducen estos trozos en largas varillas, generalmente de avellano, a las que se ha afilado la punta a modo de un asador, burruntzi». Gogora ekarri behar da basaratustea ospatzen den datetan, basoan, biziberrituta agertzen den zuhaizka bakarra hurritza dela, loratzen den lehena delako. Berriro ere, ez dut uste kasualitatea denik.
Urdaia erretzen basaratuste jai batean, hurritza-makila batzuetan
Aratusteak, bestalde eta beste aditu askoren iritziz, lotura dute erromatarren Saturnal jai solstizialekin. Eta ezetz asmatu zein animalia sakrifikatzen zen haietan, Saturno jainkoaren mesedean? Ba… txerria. Beste behin, gure jaiko txerria.
TXERRI SAKRIFIKATUA. Txerria zelako –zaldia eta zezenarekin batera– Europa zaharrean, animalia sakratua, totemikoa. Horregatik agertzen da hainbestetan era sinbolikoan penintsulako esparru zeltikoan. Eta Bibliak gaitzesten bazuen ere –juduen pentsaerari jarraiki– ezin izan zuen ordeztu europarrok hari genion miresmena. Zergatik, bada, hain zeregin esanguratsua zen baserrietako txerri-hiltzea, gure inguruan txarribodaizen handinahikoa ere hartzera iritsi zen? Zergatik txerria, pertsonak bezala “hil” egiten dira? Zergatik txerriari eta ez beste animaliei hiltzearen garrantzia eta ospakizuna?
Txerria eta basurdea (eta galdu genuen bien arteko urdea), heriotzari, ezezagunari eta iluntasunari lotutako izakiak ziren erromanizatu gabeko Europako herrietan, animalia arruntak izatetik haragokoak.
Urdearen «sakrifizioa». Oloron (Biarno) hiriko katedralean, XII. mendean egina
Ez da kasualitatea, Demeter nekazariaren jainkosa erromatarra (gure Kandelario egunaren aitzindaria), basurdeez inguratuta islatzea ikonografietan. Edo Negua bera ikonografietan islatzen denean. Edo Erromanizaioaren aurreko Mikeldi bezalako idoloak txerri gisara interpretatu izana. Emankortasuna, berpiztea…
Txerriak sakrifikatzen ei ziren behinolako kultura haietan, basoari eta naturari eskaintzan, mesedea itzul ziezaguten. Eta ez dezagun “sakrifikatu” berba “hiltze” esanahi soilarekin ulertu, sakrifikatu askoz gehiago delako: sakrifikatu “sacrum facere” delako, ‘sakratu bihurtu’. Horixe da gure basaratuste jaki koipetsuaren esanahia.
ETXERAMARTXOA. Gorbeia inguruko haranetan, bestalde, Kanporamartxoa basoan eginda, ondoko igandean Etxeramartxoa ospatzen zen –gaur egun ia galdurik dago– etxean jate-liturgia bera errepikatuta. Hau da, erritualaren bitartez lortutako “zorte ona” oihanetik etxera eramaten zen, esparru basatitik domestikora, bestelako izakien unibertsotik gu gizakionera. Eta etxeramartxoak ematen zion hasiera hiru eguneko Aratusteari.
MARTXOA. “Martxo” hitz hori zer den ez dakigu zehazki. Batzuek “aratuste” esanahi zuzena duela diote, intuizioan oinarrituta. Azkuek (1905), interpretazioetan arriskurik hartu gabe, ‘Domingo anterior a Carnaval’ zela jaso zuen Arrankudiaga eta Orozko inguruetan. Nik, aitzitik, lasai asko proposatuko nuke Enkarterrin, Kantabrian eta Burgosko iparraldeko hainbat herri txikitan mantendu den Las Marzas udaberri hasierako jaiarekin, bere izenarekin: gure Santa Agata bezperako koruen eta joaldunen inauterien arteko nahasketa da. Bat letorke, horrela balitz, basaratuste, “aratuste” osagarriagatik, zerbait baldin badira “marza” horiek, herri inauteriak dira.
Basaratusteak dira, azken finean, basoari egindako eskaintzak
Nolanahi, edozein azalpen emanda, susmoa dut gure basaratustea, kanporamartxoa, sasikoipetsua, sasimartxoa… oso kontu sakona dela. Jai egun batean umeekin urdai edo txorizo zati bat jatea baino askoz haragokoa. Ezingo dugu sekula ere egiaztatu, “zibilizatu gabekoen ohitura basati” horiek ez zirelako inoiz idatzian jartzen. Bai ordea ahozko transmisioan. Baina hori ere lapurtu zigun modernitateak, basoarekiko errespetu eta mirespena bezala. Geroztik, txerriak hil egiten ditugu eta ez, merezi bezala, “sakrifikatu”…
Acabo de regresar de bendecir unas velas porque hoy, 2 de febrero, es su día: Día de Candelas o Candelaria. Y no unas velas cualquiera sino unas expresamente compradas para la ocasión en la cerería Donezar de Iruñea, el último establecimiento artesanal que se dedica a aquella labor gremial que conoció mayores glorias que hoy. Porque en días especiales como hoy todo capricho parece poco.
Las velas bendecidas en esta fecha tan señalada adquirían un poder mágico, sobrenatural y se usaban –junto al agua bendita– como desesperado último auxilio frente a aquellas situaciones que superaban lo humanamente alcanzable y que, por ello, necesitaban de la intercesión divina.
Velas artesanas de Donezar, en plena actuación milagrosa contra la tormenta de viento y granizo que hemos vivido en el mismo día de ser bendecidas
Encender una vela que se había bendecido un 2 de febrero era la mejor de las soluciones para hacer que una tormenta se aplacase, para que no descargasen su temible fuerza los rayos, para retornar al cauce habitual un desbordado río o aminorar la fuerza del mar que amenazaba a los marineros, para ayudar a los moribundos agonizantes a poner fin a su existencia corporal, para orientar a las almas de nuestros difuntos a la hora de regresar a casa en fechas como Todos los Santos o Navidad u otras que andaban penando, errantes en cruces y rincones, por no haber cumplido una promesa en vida o cualesquiera otra razón. Igual que para ahuyentar brujas y otros seres maléficos cuando crujía el caserío, temblaban las tejas o se mostraba especialmente inquieto el ganado. Porque las velas y la cera en sí estaban consideradas como el más apropiado vínculo material para enlazar lo humano con lo divino, lo terrenal con lo celestial.
Bendición de las velas en la parroquia de San Pedro de Lamuza, Laudio, con José Mª García
RITOS PREVIOS. Pero en el fondo, como siempre suele suceder con nuestros ritos y creencias, bajo esta fiesta cristiana –que por otra parte conmemora la presentación de Jesús en el templo tras cumplir los 40 preceptivos días de purificación tras el parto– subyacen otros símbolos de creencias más arcaicas, ancestrales si se quiere, previas a la cristianización y que nos transportan a lo más intenso, puro y esencial de nuestra cultura y existencia. Vamos a repasarlas aunque sea someramente.
Realmente las velas que algunos madrugadores hemos bendecido hoy representan la victoria de la luz frente a las tinieblas, de lo humano frente a lo no humano y mitológico, de la primavera frente al invierno, del bien frente al mal o, por simplificarlo, de la vida frente a la muerte.
No es casualidad que el 2 de febrero coincida en una concatenación de días rebosantes de rituales con los que buscamos una vida mejor o la misma la supervivencia: Candelaria, San Blas, Santa Águeda, carnavales rurales, basaratuste (ofrendas al bosque)… Sin duda estamos en el epicentro del calendario de nuestra simbología tradicional, en ese punto de inflexión en el que hay que dar paso a la vida frente al mal y la oscuridad, la fiesta que marca el centro el invierno.
También subyacen bajo esta fecha los cultos previos que se rendía en diferentes épocas de la historia de la Humanidad, a las divinidades Demeter griega y su posterior Ceres romana, con sus precedentes y más lejanas Isis egipcia o Astarté fenicia. Todas ellas, concatenadas en la historia, celebran el despertar de la naturaleza tras el letargo invernal por medio de esas diosas, siempre femeninas, que son guía de la agricultura, alimento de la tierra joven y fértil y artífices de que se repita con éxito cada cada año ese ciclo vivificador entre la muerte y la vida.
Nuestros antepasados, sin duda, lo percibirían como la reaparición del mal, no solo por los daños que como alimaña les causaba, sino porque surgía de las cavernas, de las entrañas de la tierra, de la oscuridad en donde reina el mal y los seres mitológicos no humanos. Hay por ello quien apunta que quizá muchos de nuestros gentiles o basajaun avistados en los bosques serían en realidad osos, interpretados por aquellos atemorizados personajes que les tocó vivir tan duras condiciones.
Tampoco es casualidad que la misma doctrina cristiana ubicase el infierno, el diablo… en un idealizado interior de la tierra, readecuando para su beneficio las antiguas creencias previas. El mal, por ello, reaparecía estos días desde los avernos de nuestro mundo.
Apresamiento del oso en carnaval rural de Ituren, carnaval 2019
CARNAVALES. De ahí que las representaciones populares de los carnavales rurales, los de verdad, culminen en muchas ocasiones con el apresamiento y muerte del oso, tras una purificación del entorno con el sagrado sonido de los grandes cencerros: Vijanera, joaldunak de Ituren y Zubieta, Markina… Simbolizan así la victoria del bien sobre el mal, de lo humano y divino sobre lo diabólico… de la vida sobre la muerte. Así es que disfrutad de esta fecha que nos transporta mucho más allá de la bendición de unas simples velas: es el fin del invierno y a partir de estas fechas renace una vez más la naturaleza que nos mece en nuestra existencia. No es pequeño motivo para una celebración…
El personaje de Olentzero que tan incuestionable nos parece hoy, poco o nada tiene de tradicional entre nosotros y sí mucho de una necesidad ideológica de un momento concreto, siendo luego bien espoleado por el comercio, siempre ansioso de mover las cajas registradoras. Y no está mal del todo y de hecho me encanta para celebrarlo. Pero no soporto que ello conlleve una matarrasa de todo lo anterior, de lo propio y genuino. Tanto que lleguemos a olvidar quiénes somos y de dónde venimos. Así es que vamos a revolver un poco, como un modo de lucha revolucionaria y antisistema contra el olvido generalizado.
Olentzero en Bilbo, todo un espectáculo. Pero espectáculo dicho en todos los sentidos: pobres criaturas, pobre país…
EL SOL Y EL FUEGO. Nuestra celebración navideña se debe —como a estas alturas todos sabemos— no a la rememoración del nacimiento de Jesucristo sino a unos antiquísimos ritos previos consistentes en la adoración al sol, costumbres que el cristianismo enmascarará posteriormente con esa efeméride natalicia inventada ad hoc para adueñarse de ellos.
En estas fechas tan entrañables celebramos el inicio del invierno en nuestros calendarios actuales o, quizá mejor, tal como se percibe en los países del norte de Europa, el día central del invierno, ya que es ahora cuando menos fuerza tiene el sol y comienza a resurgir.
También sabemos que aquellos ancestrales ritos de adoración al sol se materializan entre nosotros por medio del fuego, una especie de delegación simbólica de aquel astro en la Tierra. Un fuego que en las fechas señaladas del ciclo solar adquiere siempre un carácter mágico, purificador, benefactor y protector para sus súbditos los humanos. Es el sol el que da y quita la vida a esa naturaleza de la que nos sustentamos.
La especulación sobre la posible antigüedad de esa veneración al fuego solar es algo que estremece. Pero prueba de ello es que, de un modo u otro, se lleva a cabo en prácticamente todas las culturas del mundo. Es decir, es algo en apariencia inherente a nuestra existencia como seres humanos.
EL TRONCO PRODIGIOSO. Con los nombres de eguberri, gabon, gabonzuzi,gabon-subil, gabon-mukur, olentzero-enbor, onontzoro-mokor, subilaro-egur, suklaro-egur, sukubela, porrondoko... recogió J. M. Barandiaran en toda la geografía vasca la costumbre de traer desde el bosque hasta el hogar un gran tronco cuyo destino era el ser «sacrificado» en el fuego, quizá ofrendado al sol para atraer su protección y prosperidad en el futuro más cercano. Debía de arder durante esa noche solsticial —Nochebuena— y así poder convertirse en algo mágico, dotado de poderes sobrenaturales.
«El tronco que en Trespuentes ardía por Nochebuena en el hogar lo traía hasta la cocina una pareja de bueyes y allí estaba en el fogón durante todo el año». Imagen de leñadores vascos
«El tronco que en Trespuentes ardía por Nochebuena en el hogar lo traía hasta la cocina una pareja de bueyes y allí estaba en el fogón durante todo el año. En Larraun, como en la mayoría de los pueblos, ardía en el hogar sólo durante Nochebuena; en Llodio y en Salvatierra hasta la última noche del año...» contaba el sacerdote de Ataun en unas densas notas que, por su interés, reproducimos completas al final de este post.
De la gente entrevistada en Laudio —mi pueblo de nacimiento—, nadie lo recuerda hoy [con posterioridad conseguí un precioso testimonio: El tronco navideño de Goirizabal]. Aunque sí las vagas referencias de algunas personas mayores de los cercanos Luiaondo (Aiara), Okondo o Saratxo (Amurrio). Su ceniza bendecía los campos y ayudaba a mantener la buena salud del ganado.
OLENTZERO. Curiosamente ese madero mágico de Nochebuena recibe el nombre de Olentzero en algunos rincones de nuestra geografía, en referencia a la bondad de los augurios de esa noche, al instante estrictamente navideño, nada que ver con el personaje que hoy conocemos. Sí tenemos referencias, claro está, de un complejo personaje mitológico que simboliza estas fechas solsticiales o al menos actualmente comparte su nombre. En cualquier caso, nada tiene que ver con un carbonero, el mito moderno actual. Por no extendernos, dejamos para otra ocasión la profundización en la metamorfosis histórica de ese personaje.
Concuerda con el hecho de que no se hable de ningún carbonero ni personaje ni nada similar en la primera referencia de esa palabra, como es sabido, a manos de Lope Martínez de Isasti (Lezo, 1565-1626). Su explicación no deja lugar a dudas: «A la noche de Navidad [llamamos] onenzaro, ‘la sazón [la época] de los buenos’». Tampoco en las siguientes citas documentadas, limitadas a describir con ese término el período de tiempo de esas fechas mágicas. Lo aclara a las mil maravillas un dicho popular mucho más tardío recogido por R. Mª Azkue (Euskalerriaren Yakintza) de un Almanaque bilbaíno de 1897: «Onezaroz leihoan, Pazkoetan sua» [‘Por Navidades en la ventana, en Pascua junto al fuego’]. Es decir, que ha de hacer invierno cuando toca porque, si se altera el orden natural, nos golpeará su crudeza en primavera, cuando más perjudicial es para las cosechas. Algo similar al «Cuando marzo mayea, mayo marcea» con el que mi madre sentencia el firmamento cada vez que mira por la ventana. Una y otra vez. Año tras año. Con la pasión de quien cree estar desvelando algo hasta entonces desconocido.
Nunca encontramos en los registros mínimamente clásicos de nuestra lengua carbonero alguno bajo en nombre de Olentzero. Sospecho por ello que lo inventaríamos a fines del XIX o, quizá incluso, a principios del XX.
En cualquier caso, no es difícil de hacer una extrapolación para sugerir que podrían identificarse perfectamente la extracción de un llamativo tronco del bosque y la labor de los carboneros en las más apartadas montañas, la idealización moderna del concepto de Olentzero.
Olentzero con Mari Domingi en Mungialde, bien cargados de regalos para los peques
TIÓ DE NADAL, TIZON DE NABIDAT. La misma concepción de ese tronco navideño que conlleva la prosperidad y la bondad lo tenemos en el Tió de Nadal, –también llamado tronc(a), soca, xoca, cachafuòc o soc de Nadal…– de las culturas circumpirenaicas de Cataluña, Andorra, Occitania y Aragón, un tronco al que se cuida y “alimenta” en casa hasta que en Nochebuena se le hace “defecar” todos los alimentos, regalos, etc. poniendo un fin simbólico al hambre y las penurias.
Tió Nadal, el tronco mágico navideño pirenaico, que cuenta con especial relevancia en Cataluña
Una referencia con un mayor valor etnográfico si cabe podemos observarla en una plegaria ritual recogida en Escalona (Huesca) y en donde, en el momento de prenderle fuego, el más viejo o dueño de la casa solicita al madero navideño todo tipo de favores con los que, prácticamente, se hace una definición de lo que se considera felicidad:
«Tizon de Nabidat tu yes o tronco d’a casa por ixo yo bendizco con bin esta troncada en nombre de Dios y o nino que baxa ta la tierra ta que ta ista casa traigas a felizidat más plena. O primer trallo ta tu, porque tu tot lo nabegas. O segundo por nusatros que nos des salut a espuertas. O terzero ta que niebe y se críen as cosechas. O cuarto ta que as arreses no se disgrazien ni mueran. Y o quinto ta que a Paz nos espante toda guerra».
Fiesta rural de los Tonis en Taradell (Barcelona), con un claro carácter de ritual de invierno. Transporte del gran tronco en las tres tombs (paseo compuesto de tres vueltas por el pueblo). Año de 2016.
Felicitación navideña con alegoría al transporte del Yule Log, el tronco de Navidad. 1870 aprox.
YULE LOG EUROPEO. Nuestras ancestrales costumbres han sido compartidas por los países del norte de Europa, con el nombre de Yule log–hoy reducido en muchas ocasiones a una tarta con forma de madero–, el Christklotz…unos grandes troncos, símbolos por excelencia de la Navidad, y que se acarreaban hasta el hogar para que éste quedase bendecido con su simple presencia. Es exactamente lo mismo que tan arraigado aparece en nuestras costumbres locales vascas.
Antiquísima cultura europea común basada en una religión de adoración del bosque… Una vez más, otro camino diferente nos conduce hasta la misma piedra angular.
ÁRBOL DE NAVIDAD. Curiosamente, en estos días que ahora nos toca vivir, muchos de nuestros hogares, calles y plazas se encuentran decoradas con el árbol de Navidad. Es una costumbre moderna entre nosotros pero que a su vez, con su importación, cerramos el círculo del culto al árbol que nuestros antepasados practicaron: recogemos de fuera lo que perdimos aquí.
En efecto, la moda del árbol adornado en nuestros hogares la importamos en su día de Francia y ésta, a su vez, a mediados del XIX, de los países germánicos. En su lugar de origen –Alemania y Escandinavia– con él se adoraba al dios Frey, el responsable del sol, la prosperidad y la lluvia: mitología en su estado más esencial.
De ahí que se adorne con regalos, comida, felicidad… colgando de sus ramas como reclamo y preludio de esa prosperidad que con él auguramos. Hablamos sin duda de lo mismo, de aquel árbol que con gran esfuerzo arrastraban desde el bosque hasta nuestros hogares para que portase la abundancia, fecundidad y felicidad a la comunidad que allí vivía. Idéntico fin y origen que esa expresión de «próspero año nuevo» que una y otra vez repetimos casi sin ser conscientes de ella.
Cortando el árbol de Navidad en el bosque. Franz Krüger. 1857
Ahora hemos de conformarnos con un personaje de diseño idealizado para las fiestas solsticiales y que por su complejidad ya trataremos en otra ocasión. Nada que ver ni siquiera con aquel último gentil, el único que no se inmoló al ver nacer a Jesucristo y que —cuenta la leyenda— descendió al valle a dar la noticia de que empezaba una nueva era.
Un afinado Olentzero el actual, recién casado con una esposa impuesta por conveniencia, último grito en modernidad. Una modernidad que de nuevo queda desfasada porque, dicen, Olentzero y Mari Domingi refuerzan el modelo heterosexual como única opción de emparejamiento, condenando al ostracismo a las demás opciones amorosas o familiares. En fin…
Tampoco hoy en día puede citarse que le gusta beber vino con fruición. Ni puede mostrar su pipa porque incitaría a fumar a los más pequeños. Un personaje, para más deshonra y ofensa, al que hemos añadido un saco repleto de regalos a la espalda que nunca hasta entonces había llevado. Unas dádivas que los niños reciben tras haber escrito una carta con sus infantiles deseos y que puntualmente recoge un emisario de nuestro orondo Olentzero. Y si se le puede poner un zapato para que identifique a cada uno de la familia, perfecto. Eso sí, como es carbonero, entrega carbón a quien se ha portado mal. ¿Nos suena de algún otro lugar, verdad?
En resumen, lo único cierto de esta historia es que hemos creado un San Nicolás o Santa Claus “a la vasca”, diseñado a medida hace unas pocas décadas: ya tenemos el Euskal Papa Noël, el sustituto perfecto para los Reyes Magos. Cuando no lo hacemos posar junto a una mula y un buey…
LOS REGALOS. Por cierto, personaje éste de Santa Claus que comenzó a hacer regalos de juguetes,etc. a los más pequeños en torno a 1820, auspiciado por el comercio. O la réplica comercial de aquél, nuestros Reyes Magos cuyos «regalos de siempre» comenzaron en 1850… Dicho de otro modo: ayer. Y de ahí nuestra también «ancestral tradición» de los regalos de Olentzero que nunca hasta estas últimas décadas lo había hecho.
Imagen de hoy mismo, con el fuego que convierte en hogar la casa que me vio nacer
LA INFELICIDAD DEL OLVIDO. Y no es que esté en contra de la actualización, readecuación de nuestras costumbres, porque en el fondo siempre han sido cambiantes en el tiempo y porque, bienvenidos sean los cambios si ellos ayudan a su perduración. Pero a su vez, mientras alentamos esos nuevos mitos y leyendas, dejamos escapar sin siquiera ningún guiño de añoranza aquello que durante siglos fue nuestra esencia, el alma de nuestra cultura. Ni una sola referencia en ninguna publicación ni una breve explicación sobre nuestro tronco navideño en la más remota escuela infantil. Nada de nada.
No parece posible que sea cierto lo que estoy contando ¿verdad? Con lo celosos que somos los vascos para nuestras tradiciones…
Así es que os deseo mucha felicidad a todos/as y un “próspero” año nuevo. Comprad lotería para ver si os toca, que yo me quedo conforme pegado al tronco de árbol que arderá, más mágico y atávico que nunca, en el fuego de Nochebuena. Porque bien es sabido que es el fuego el que da nombre al hogar. Eso ya es suerte de por sí, un auténtico premio. Eguberri on.
Viejo tronco junto a la Ventilla de Okondogoiena (Okondo) paulatinamente fundiéndose con la tierra de la que surgió
ANEXO: TEXTO DE J. M. BARANDIARAN SOBRE EL TRONCO DE NAVIDAD (1956)
«El tronco que en Trespuentes ardía por Nochebuena en el hogar lo traía hasta la cocina una pareja de bueyes y allí estaba en el fogón durante todo el año. En Larraun, como en la mayoría de los pueblos, ardía en el hogar sólo durante Nochebuena; en Llodio y en Salvatierra hasta la última noche del año. En Esquiroz y en Elcano ponen al fuego tres troncos: el primero para Dios, el segundo para Nuestra Señora, el tercero para la familia. En Eraso y en Araquil ponen, además, un madero para cada uno de los miembros de la familia y otro para el pordiosero. En Olaeta encienden en el hogar un tronco de haya durante la última noche del año y queman a su lado todo lo que queda del tronco del año anterior. Por haber estado al fuego durante la Nochebuena o en el último día del año, Gabonzuzi tiene virtud especial. Con su fuego preparan la cena de Nochebuena en Oyarzun.
En Abadiano y en Anzuola hacen lo mismo; además, después de la cena, la familia se agrupa en su derredor para calentarse. En Elduayen procuran hacerle arder a gran fuego, a fin de evitar, según se lo dicen a los niños, que descienda de la chimenea el personaje Olentzaro, armado con una hoz, a quitar la vida a cuantos viven en la casa.
En Esquiroz colocan el tronco o Gabonzuzi consagrado a Dios en el umbral de la puerta principal de la casa el primer día del año, o el día de San Antón, y hacen pasar por encima a todos los animales domésticos. Creen que así los animales no morirán por accidente durante el año. La misma costumbre existía también en Oyarzun y en Araquil. En Salvatierra creen que Gabonzuzi tiene la virtud de alejar las tempestades y lo ponen al fuego cada vez que se acerca una tormenta.
En las casas donde hay toro semental practican lo siguiente: colocan al fuego en el hogar dos palos durante la cena de Nochebuena; ambos se queman algo por un extremo; hienden luego el más largo de los dos por el extremo quemado y colocan el segundo atravesado en la hendedura del primero de modo que ambos formen una cruz; ésta es llevada al establo donde se halla el toro y clavada o colgada de un muro o poste. Con esto creen que el toro no tendrá durante el año el mal conocido con el nombre maminpartidu.
En Aezcoa recogen el carbón y la ceniza producidos por la combustión de Gabonzuzi. Cuando una vaca tiene endurecida la ubre, ponen al fuego tales residuos y aplican su sahumerio a la ubre enferma. En Amorebieta dicen que el nochebueno o Gabonzuzi evita que la comadreja perjudique a quienes viven en la casa o a sus animales. No dejan que se apague el fuego del hogar durante la Nochebuena para evitar que alguno de la familia muera durante el año.
En Bedia conservan el tronco o sus carbones, pues piensan que asi continúa bendecida la casa. La ceniza producida al quemarse ese tronco en el hogar es conservada hasta el día de San Esteban en Ibárruri. Ese día la llevan a las piezas de cultivo y es esparcida en forma de cruz en la tierra. Así piensan que los animales dañinos morirán.
Según creencia de Liguinaga el nochebueno influye en que sean hembras los corderos que nazcan en el rebaño. Cuando muere una persona le ponen al lado Gabonzuzi en Eraso. En Olaeta ese tronco, que allí arde en la última noche del año, es retirado después de la cena y colocado en el establo a fin de preservar de enfermedades a los animales allí recogidos».
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