Les voy a contar una historia de un amigo, experto en el manejo de las redes sociales (en Euskadi, nos conocemos casi todos). Es un tipo listo, o eso parece cuando hablas con él, sobre todo de estas cosas. Su vida personal se sostiene milagrosamente, pero todos los que nos dedicamos a la comunicación en Internet dejamos ese flanco un poco descuidado. Somos irremediablemente frikis. Con todo, el mayor defecto de mi amigo es, seguramente, que no es un buen vendedor: hace muchas cosas, no las hace mal, pero siempre da la sensación de que alguien se ha comido su queso.
Pegado a su Mac, mi amigo se dedica a la comunicación política en Internet, en Madrid. Hace unos meses, en la anterior campaña, la de la repetición de las generales, cometió un error. Estaba cansado, con la sensación de haberse pasado seis meses trabajando sin parar. Mi amigo, como casi todos los que se dedican a la comunicación política, ha fracasado: no ha conseguido trasladar a la ciudadanía el valor de su trabajo, ni el de los diputados honrados (por supuesto que los hay sinvergüenzas, todos lo sabemos). Como cronista de la actualidad política, me incluyo en este “repaso”: no hemos sabido trasladar el mito del líder, no hemos sabido hacer visible ese halo, no hemos sabido vestir a los reyes que, aun con un montón de trajes encima, hoy se sienten desnudos.
Mi amigo lleva trabajando en comunicación política on-line antes de que existiera “la nueva política”. De hecho, durante una fase muy breve, la nueva política eran ellos, los de Twitter y los de Facebook, los de Linkedin y Last FM (¡menudo dinosaurio es mi amigo!). Luego llegaron Pablo Iglesias y “la casta”, y todo cambió. Sobre todo en Madrid. Y a la segunda, después de aguantar el tirón en las apoteósicas europeas y las fulgurantes municipales y autonómicas, para Podemos, se equivocó. Su error fue básico: hizo una tontería por culpa de un tonto y, claro, el tonto le ganó a tonto. Si les cuento la tontería descubrirán quién es mi amigo, porque su error fue trending topic. Y ya saben que un periodista nunca revela sus fuentes ni deja pasar una bandeja de croquetas gratis.
Pero mi amigo aprendió una lección (y hasta aquí quería conducirles yo): no sobrevalorar al rival. Cuando me dijo esto, en el bar del Congreso, tomando dos gintónics que nos costaron medio céntimo de euro, los dos, le interrumpí: “Será ‘no subestimar’, ¿no, viejo amigo?”. “No, Iker –me respondió–, lo que he aprendido es que no hay que sobrevalorarles”. Mi amigo se dio cuenta durante aquella difícil mañana, mientras no dejaban de aparecer nuevas notificaciones con replies con vejaciones hacia él y retuits a esas vejaciones, que un amateur puede dar una lección a un profesional excepcionalmente, pero no en todo momento y en todas las materias. Que “especialmente los de Podemos, Iker –continuó–, a los de Ciudadanos se les ve venir desde la derecha y con el brazo derecho en alto –mi amigo es rojo, muy rojo–, se comportan en Internet como no quisiera que se comportara ninguno de los míos”. Según él, la comunicación de los canales oficiales es bastante tradicional y sorprendentemente pobre (la cuenta verificada de Podemos Euskadi le da la razón), y son los ‘soldados’ –él usó esa palabra– las que meten el ruido y actúan acatando órdenes masivas en momentos concretos, logrando trending topics e intentando amedrentar a políticos y trabajadores, “pero no piensan, Iker, ¡joder, no piensan! ¿Te das cuenta de lo que te estoy diciendo?”. Y ahí, según mi amigo, está su mayor debilidad: “Piensan tan poco que no se dan cuenta de que esa carencia acabará con ellos. Y lo hará, Iker, lo hará. Podemos se diluirá como un azucarillo. Y yo seguiré aquí”.
Sé que a mi amigo no va a gustarle esta columna.