Formamos parte de una generación que se entera de que ha empezado a llover porque ve las gotas sobre la pantalla de su móvil. Somos de una generación que va cabizbaja por la calle, mirando lo que pasa en Twitter y no lo que pasa en su misma acera. Somos de una generación que se está volviendo tan tonta que, efectivamente, parece que necesitamos que un influencer nos diga que son mejores unas lentejas que unos doritos tex-mex. Y hasta hacemos noticias de la perogrullada.
No digas pobreza, di “colaborativo”
A esa generación de la que les acabo de hablar y de la que formo parte le cuelan todas las mierdas. Es nuestro pecado y nuestra condena. Por ejemplo, la situación está tan difícil que los más mayores han empezado en EE.UU. a mudarse a casas con espacios comunes compartidos (los de aquí ayer llenaban las calles), pero en vez de miseria lo llaman “viviendas colaborativas”, y en varias webs o agregadores algunos creen estar ante una novedosa mejora social.
En definitiva, la generación de “las maquinas”
Me aventuro a decir que hasta era necesario un texto como el que hemos encontrado en Xataka sobre las “salas de máquinas” en las que los que no ligábamos pasábamos las tardes de los fines de semana, intentando no ser unos inútiles en todas. Somos los mismos que años después seguimos jugando con consolas en casa o en el móvil, los mismos que se engancha a los pequeños premios de las redes sociales (un like, un RT, un corazón en Instagran), los del “insert coin” y el “game over”.
Mejor miremos a quien nos señala el camino
Stephen Hawking era una personalidad controvertida: algunas historias que cuentan sobre él no le presentan como el más simpático de los seres humanos, pero su aportación a la humanidad, sin embargo, es extraordinaria. No hablo de sus hallazgos, sino del modo en que el personaje que forjó fue un estupenda herramienta para la divulgación científica, para que tuviéramos curiosidad por los agujeros negros, para que viéramos que un científico y un enfermo pueden tener sentido del humor y reconocimiento.
Los húngaros de Rumanía siguen reclamando su autonomía
Hace unos años tuve la suerte de visitar dos veces Transilvania para conocer mejor a la comunidad húngara que vive en Rumanía y que, aún hoy, sigue reclamando la autonomía que les quitó Ceaușescu y no les devolvió la democracia. El pasado fin de semana los szekler celebraron su día de reconocimiento y a lo largo de estos días hemos recibido el goteo de informaciones, no todas buenas, como los ataques a los carteles bilingües en los que aparece tachado lo escrito en húngaro.