Me temo que vamos en la otra dirección

Juan Ignacio Pérez publica en su Cuaderno de Cultura Científica una breve nota sobre las horas que dedicamos al sueño. Pero su título, “Ocho horas para trabajar, ocho para descansar y ocho para lo que nos parezca”, a mí me resultó más sugerente porque llevo tiempo pensando que vamos en el sentido contrario: el confinamiento y el teletrabajo han intensificado la terrorífica inercia la de vivir para trabajar. Cada día más nos dirigimos hacia un horario y calendario líquidos, en el que trabajaremos cuando sea necesario, sin concreciones laborales ni descansos completos. Y dirán que será para que conciliemos. ¡Ja!

El mundo que estamos construyendo

Antes de la pandemia ya nos íbamos por el desagüe: esta nueva economía no la entiendo. No porque se base en intangibles, sino porque se basa en promesas en vez de en realidades: empresas que adquieren valor por lo que puedan facturar en un futuro sin que sean rentables hoy. Por no hablar del bitcoin o el business de los influencers que, realmente, no tienen casi nada profesional que ofrecer (salvo algunas excepciones). Pero hay más: el negocio de las falsas reseñas en webs de ventas de productos como Amazon que se pagan a “5 libras por una opinión, 15 libras por una review”, según ADSL Zone.

Hablemos de influencers

Desde que las y los influencers han tenido que dar el paso de la imagen fija al movimiento por culpa de TikTok, o al contenido relevante, como en Twitch, el fenómeno parece que se desinfla. Sobre este tipo de prescriptores digitales, Julen Bergantiños tuiteaba: “Cuánta bodega hay regalando vino a gilipollas. No sé quién es más tonto en la operación, la bodega o el tonto que bebe vino y no sabe contarlo”. Y podemos hablar de vino como de ropa, móviles, videoconsolas, comida o lo que se nos ocurra: la selección casi siempre es lamentable. Y peor cuanto más potente es la marca que hace los regalos.

Y de los líderes

Además de para la vicepresidencia, mantener la tensión interna en el gobierno de coalición, las entrevistas para su canal en YouTube, la campaña catalana, tres hijos y una compañera, la casa con jardín, Pablo Iglesias tiene tiempo para seguir con sus purgar territoriales en Podemos, partido que también dirige: “El cese de Naiara Davó -ordenado por la cúpula nacional- se ha expandido a cargos o asesores que se consideraban afines. (…) Ha decidido prescindir de tres de los cinco cargos eventuales técnicos que formaban parte del grupo parlamentario, con la indemnización mínima (…) 20 días por año trabajado” (Vozpópuli).

Se vende sede. Razón: PP

La de Génova 13 es la más conocida, pero no es la única sede que tiene el PP en venta: “La sede de los populares en San Sebastián, en la calle Illumbe, junto al estadio de la Real. No contesta nadie, no hay nadie, está desierta. La sede de Donosti lleva en venta desde hace más de un año. La de Bilbao, en Gran Vía, en un quinto piso, desde hace tres” (NIUS). No son las únicas: en Catalunya, la Comunidad Valenciana o Baleares el PP ha colgado carteles de “se vende” en sus sedes. El asunto no tiene ni pizca de gracia, de hecho, es un tema muy serio: un partido se exhibe también gestionando su propio patrimonio.