En una reciente cumbre de la CEOE, José Domingo de Ampuero, presidente de Viscofán (una empresa que fabrica envolturas para productos cárnicos y, al parecer, es una de las líderes mundiales en este sector), aseguraba según El Mundo que “las vacaciones debe tomarlas el que pueda y cuando pueda. La cosa no está para bromas”. También se oponía a la renta básica. No discuto su capacidad para los negocios pero tengo dudas sobre su sensibilidad hacia los trabajadores. ¿Considerará vagos a los que quieran coger vacaciones? ¿Blandos a los que enferman? ¿Incapaces a los que se quedan a cuidar a sus hijos enfermos?
Pero, ¿de qué van?
Ni lo vivido durante el confinamiento ni la crisis económica que vendrá no pueden servir como excusa para que se afiance esto que dan por hecho dos de cada tres empresas en España: que sus trabajadores estén disponibles fuera de la jornada laboral. Las situaciones excepcionales cualquiera las reconoce, pero estamos entrando en una “nueva normalidad” laboral peligrosa con jornadas de teletrabajo extenuantes e injustificables. Y ahora, ¿qué? ¿Cómo recuperamos nuestro espacio, nuestra vida? ¿Decidimos enfrentarnos o la cosa está mal y va a estar peor y seguimos tragando? Yo tengo claro que hay que cambiar este ritmo infernal.
Una verdad dolorosa
El escritor Juan Tallón, por supuesto, expresa lo que quiero decir mejor y con menos palabras de lo que yo soy capaz: “El gran cadáver de esta época son los horarios. Ya no existen. Cualquier cosa se puede hacer a la hora que sea. Es terrible”. En efecto. Los móviles de alta gama, los ordenadores portátiles, Internet en casa y, sobre todo, las malas costumbres que se han extendido callada y perniciosamente durante la cuarentena, han matado los horarios. ¿Quién no ha recibido (y sigue recibiendo, ese es el problema) llamadas a las 14:30, correos a las 18:00 o peticiones a las 21:00 para mañana?
Tenemos lo nuestro
Esos mismos móviles con los que recibimos peticiones de trabajo en horarios que son para la familia (o nuestro propio descanso u ocio), son los que no queremos que sean usados por los gobiernos para controlarnos (bueno, a mí me da igual), y son los mismos que usamos para jugar con aplicaciones como Faceapp, esa que antes nos convertía en viejos y ahora, en personas del otro sexo. Una aplicación rusa que desde el primer momento ha generado dudas por la cantidad de cesiones que hace el usuario. No queremos que nos localicen por una pandemia pero sí cedemos nuestros datos por una simulación.
Usad las mascarillas
Queda poco de la excepcionalidad. No tenemos que estar en casa, no tenemos horarios para salir, no tenemos que hacer colas en el supermercado, hay harina… Solo nos quedan los ERTE y las mascarillas como reminiscencias del pasado reciente, porque la distancia social va camino de convertirse en un extraño mito contemporáneo. Pero si bien todos estamos deseando dejar atrás esas medias jornadas y medios sueldos, no podemos abandonar las mascarillas, que “ganan fuerza como el medio más efectivo contra el coronavirus en un clima científico cada vez más enrarecido” (Xataka). Y cada vez son más bonitas.