En El Blog Salmón están publicando una serie de posts que no dejan en buen lugar las políticas económicas que proponen o implementan los partidos españoles. Frente a un déficit agigantado y un sistema de la Seguridad Social que nadie quiere reformar pero sigue siendo un sumidero de dinero, en esta bitácora destacan la capacidad de maniobra de otras entidades “locales”. “El verdadero problema reside en la Administración Central. Tras las elecciones, el Parlamento deberá dar respuesta, en especial, al problema de un Sistema de la Seguridad Social que ya no da más de sí y requiere urgentemente una reforma”, concluyen.
Y creen que la solución es la bandera
Personalmente, entiendo el nacionalismo como la ideología que centra tu atención en sacar en adelante tu nación y que genera un escenario que resulta atractivo para que cada vez más gente quiera sumarse al proyecto. No entiendo el nacionalismo como la excusa para justificar cualquier malversación, por error o por avaricia, y para envolverte en la bandera cuando vayan mal dadas. Casado, de momento, no ha dicho nada sobre qué hacer con una Seguridad Social que se hunde y nos hunde (tampoco Sánchez, por cierto), pero sí ha anunciado una ley que considerará delito participar en una pitada cuando suene el himno español.
El regreso a la casa común
En un PP más aznarista que con Aznar, personajes como Esperanza Aguirre podrían sentirse especialmente cómodos, sobre todo después de la época de pragmatismo y galleguismo de Rajoy. Pero hay algo que les incomoda cuando todo podía ser una balsa ideológica: la presencia de Vox, que les hace sentir, como a la propia Aguirre, que no están todos, que faltan los que están presos de su propia nostalgia hacia antiguos regímenes que otros partidos aplacan mejor. Ese es el PP de hoy, teledirigido por Aznar pero sin el alcance suficiente para llegar al Este, a ese lado derecho, al que han regresado algunos, como a las cavernas.
Me espían
Mi móvil me escucha y graba, sabe dónde voy y hace capturas de pantalla cuando navego, pero no tengo ni idea de dónde manda esos archivos que dan tanta información sobre mí. Mi ordenador personal también me espía y se lo cuenta a alguien. No sé a quién. Incluso mi furgoneta envía los datos que manda a mi aplicación a la de otra gente que no conozco. Así que, como entenderán, no quiero un cacharro de esos a los que das órdenes cuando estás en casa para que activen la domótica. En realidad, no sé si todo lo que acabo de escribirles es cierto, pero yo me comporto como si lo fuera.
¡Oh, sorpresa!
Me hago viejo o, como dicen esos que se hacen viejos pero quieren aparentar que no, me hago “putoviejo”. Echo de menos el cine que cuenta historias, echo de menos conocer a los grupos de música que están de moda, echo de menos los teléfonos que solo servían para hablar y echo de menos las gasolineras (y sus precios). También echo de menos los CD, las portadas, los libretos y hasta la mala leche de ver cómo algunos grupos y productoras no los cuidaban. Ahora tengo otro motivo para extrañar los soportes físicos: la música en streaming ya contamina más con el gasto energético que genera que el plástico de los CD.