Víctor Domínguez se hace llamar Wall Street Wolverine y vive en Andorra por las apariencias: no creo que gane lo suficiente para que le compense la incomodidad a cambio de la rebaja de impuestos. Tiene un canal en YouTube, un micro y fotos con Espinosa de los Monteros. Y dice muchos tacos. Pero lo que no dice es la verdad: su modelo de negocio no es invertir en bitcoins, sino que otros lo hagan, como el modelo de negocio de algunos “influencers” es conseguir apuestas deportivas. Todos ellos se dirigen a gente muy joven o con muy pocos conocimientos y son, sin duda, tipos peligrosos a los que hay que parar en seco.
Otro tipo de modelo
Tampoco entiendo el modelo de negocio de Ibai Llanos, que consiste en retransmitir su vida. Me gustaba el anterior: Llanos había inventado una profesión muy rentable, la de narrador de videojuegos, en la que era el mejor en castellano. Pero lo que siempre me ha gustado de él es su manera de tomarse la vida en sociedad: en uno de sus últimos vídeos en Instagram habla precisamente de la “plaga” de influencers que invitan a gente muy joven a invertir en criptomonedas. Ahora, su valor ha bajado y todos han perdido los ahorros. ¿A dónde ha ido ese dinero? ¿Dónde están los expertos que tienen que explicarlo?
Pero, ¿qué ha pasado?
Elon Musk anuncia que Tesla va a permitir invertir en bitcoins y la moneda se dispara. Solo unas semanas después y con su valor en máximos, Musk anuncia que se lo ha pensado mejor y que vende sus bitcoins… Y el valor cae. Él se enriquece rápidamente y no le importa lo que pase al resto de inversores que le han seguido y han añadido ese valor. Tampoco el gobierno chino ha mostrado preocupación alguna cuando ha anunciado su bloqueo al Bitcoin. ¿Cómo una moneda sin sede ni banco que la respalde para no depender de los mercados se ve afectada de esa manera por un solo empresario y un solo país?
Somos así
Internet tiene mucho que ver en que nos hayamos convertido en una sociedad compuesta por seres egoístas y con una capacidad asombrosa por deshumanizar a quien me interese atacar. Lo queremos todo y lo queremos ya, y cuando dejamos de quererlo (como Elon Musk con sus bitcoins) que otros se apañen con lo que dejamos atrás: solo hace unos meses el interés por el teletrabajo en entornos rurales había disparado las reclamaciones por mejores instalaciones, Internet o mejores servicios públicos. Ahora, todos están regresando a las grandes ciudades y “el pueblo” vuelve a ser para verano o las visitas.
Pues me da envidia
Esteban González Pons ha anunciado que “empieza mi viaje de vuelta a la vida real”, y para hacerlo abandona sus redes sociales (Instagram y Twitter). Lo explica en su artículo habitual en Las Provincias: se va porque le da la gana y porque “aún” puede hacerlo, antes de convertirse “en un adicto”. Simplemente, no hará nada cuando no tenga nada que hacer, como él mismo explica. Y me da envidia: sé que, como a González Pons, esta pandemia me ha convertido en un observador compulsivo de redes, y fantaseo con abandonarlas, pero gracias a Internet genero facturas y con esas pago otras. Como muchos.