Hace cinco años se popularizó El Trap de Las Meninas, en el que el verso “tenemos que inventarnos dramas” tuvo un especial éxito precisamente porque es sangrantemente cierto: el del pasaporte COVID es el último drama que algunos han necesitado inventarse para pasar de su responsabilidad. Antes de ser objetivo en su propia emisora del odio de los negacionistas, Txema Gutiérrez tuiteaba con tino: “Pues ya he hecho uso del dichoso Pasaporte Covid para poder cenar en un restaurante, y qué quieres que te diga, no me sentí en la Varsovia ocupada por los nazis ni nada de eso. Todo muy bien, muy correcto y muy razonable”.
Un bonito autorretrato
Entre mis pocos logros en Twitter exhibo el de haber sido bloqueado por la ultraderechista Cristina Seguí mucho antes de que Vox fuera lo que es hoy. Pero no por ello he dejado de ver sus peripecias, ya que los pantallazos en los que se autorretrata abundan. Uno de los últimos es el comentario negativo que puso en Google a un restaurante que no le dejó entrar, precisamente, porque no podía mostrar su Pasaporte Covid. Sin haber consumido, Seguí habló de la mala calidad de la comida y el servicio, a lo que la gerencia del restaurante, evidente, contestó haciendo viral el selfie que la de Vox se ha hecho.
Pero, ¿qué crees que no saben ya de ti?
Puedo entender que alguien no quiera vacunarse porque es una muestra más de nuestro fracaso como sociedad y como gremio: hemos dejado que cualquiera desinforme mejor de lo que nosotras y nosotros informamos. Pero no entiendo que alguien ponga la excusa de que con el Pasaporte Covid nos tienen controlados: “Aceptas cookies, tienes activada la ubicación del móvil, puntúas los sitios en Google, publicas tu vida en Instagram, Facebook y Twitter, pero no quieres mostrar el Pasaporte Covid en un bar, porque José Luis el camarero utilizará la información para dársela a un traficante de órganos kurdo”, tuiteaba Guapito de Cara.
Pero ese QR no te salva
Puedes estar vacunado, tener tu Pasaporte Covid descargado en el móvil, mostrarlo al entrar a un restaurante, quitarte la mascarilla para cenar con otra familia y contagiarte. “Que las vacunas no te vuelven inmortal es algo que nunca pensé que habría que explicar”, tuiteaba con resignación la Concejala de Festejos (una cuenta muy popular, con más de 60.000 seguidoras y seguidores). Por supuesto, tampoco te vuelve impenetrable el QR que llevamos en el móvil o el bolso. Nada lo hace, ni siquiera la extrema precaución. Pero todas las medidas, todas, se han mostrado útiles pese a la queja constante de los que van de listos.
Sí, así somos
Borja Barba lo ha tuiteado mucho mejor de lo que yo podría escribirlo, así que me limito a copiar y pegar: “Hay que empezar a asimilar ya que hay un muy elevado porcentaje de mayores de 40 añitos con una mentalidad extremadamente infantil. Para evitar sorpresas”. Y la mentalidad infantil no tiene nada que ver con comprarte una consola, seguir leyendo cómics o jugando la pachanga con los mismos amigos de siempre. Por supuesto que no. Ser infantil es no asumir la parte de responsabilidad que te toca y echar la culpa a “los políticos” como veinte años antes se la echabas a “los viejos”.