Los ultrarricos son el cáncer de nuestra civilización. Un cáncer con metástasis. Ahí donde hay un ultrarrico hay un problema, hay un ente que devora todo lo que tiene alrededor, que desgasta, desequilibra y fagocita. Es nuestro deber como sociedad acabar con los ultrarricos. Y tenemos que ponernos a ello. Es infame que estemos hablando de una transacción de 44.000 millones por una herramienta con un modelo de negocio que no acaba de levantar el vuelo y que tiene a quienes financiaron la falta de rentabilidad como locos para cazar su millonada. Personajes como Elon Musk son tóxicos. Ojalá Twitter sea una ruina.
Otro ejemplo
Quien defiende al Kremlin y justifica la invasión rusa sobre Ucrania está haciendo un favor a los oligarcas que están podridos de millones. Pero no lo hacen mejor los estados que han engordado sus fortunas y que ahora buscan los abrazos de emires o sultanes, sátrapas como Putin, en última instancia. Uno de ellos, antes de esta urgencia occidental, ya tenía “más de 600 Rolls-Royce, 574 Mercedes-Benz, 452 Ferrari, 382 Bentley, 209 BMW, 179 Jaguar y un largo etcétera. No estamos hablando de una feria internacional de coches, sino de parte de la colección de una sola persona: el Sultán de Brunei” (Magnet).
Cosas de ricos
A los ricos hay que desgastarlos. Es nuestro deber. Si Musk se gasta 44.000 millones en Twitter nuestra obligación es hacer que la herramienta pierda valor. Si Tamara Falcó es el icono de la familia tradicional y el rechazo a las parejas del mismo sexo (homofobia de libro), nuestro deber es cambiar de canal cuando salga en televisión para que en El Hormiguero no le paguen miles de euros por cada aparición. Si podemos freírles a impuestos tenemos que exigir a quien escribe las leyes que lo haga, y si no lo hacen, echar a quien decide mantener un “20 años de ‘dumping’ fiscal de Madrid a costa de los servicios públicos”, como denuncian en El Diario.
La desafección es el caballo de Troya
La impunidad con la que los ultrarricos han campado a sus anchas por Rusia, Brunei, EE.UU. y Europa tiene que acabar. Y para que termine tenemos que implicarnos todos en elegir a representantes que no tengan piedad con los poseedores de las grandes fortunas, y en no consumir lo que les siga generando beneficios. La desafección, la indolencia, es el caballo de Troya que tenemos dentro de nosotros mismos y que beneficia a esos millonarios sin escrúpulos (he escrito en masculino casi todo el tiempo porque son más hombres que mujeres) y a políticos y políticas de extrema derecha con los que estarán muy tranquilos.
¡De buena nos libramos!
Los ultrarricos son el enemigo, pero quienes quieren enriquecerse sin rubor y a la vista de todos tampoco merecen un ápice de nuestra comprensión. Por eso resulta inconcebible que la justicia dé la razón a Rubiales, que ha recurrido “a los tribunales para que el contrato de la Eurocopa siga siendo secreto” (El Independiente). La Federación no quiere dar ninguna explicación sobre la explotación de La Cartuja (un estadio construido y reformado con dinero público) para su beneficio y el de la UEFA. ¡De buena nos libramos gracias a la rigidez del Gobierno Vasco con los protocolos anticovid que impidieron la celebración de la Eurocopa en San Mamés!