¿Difamar?

¿Señalar al fascista, al comisario político y al lobo de piel de cordero es “difamar”? ¿Cuándo hemos normalizado esto? ¿Por qué? ¿No debería de ser una obligación llamar a las cosas por su nombre? ¿No estamos fomentando un pensamiento único y negacionista del fascismo? ¿No hemos visto durante años a los ultras llamar “fascista” a todo el mundo para escabullir su propio totalitarismo? ¿No dábamos por bueno el anonimato para denunciar abusos? ¿No hemos aprendido nada, absolutamente nada, de las respuestas a estas preguntas? Sí, me refiero a los tuits de Guillermo Quindós, decapitado por sus excesos anónimos.

¿Por qué lo ha hecho?

He buscado en Google información sobre Guillermo Quindós y he encontrado una entrevista que Txema Gutiérrez le hizo durante el confinamiento: “El bien común debe estar por encima del bien particular”, decía el catedrático. ¿Cómo alguien con esos principios, su responsabilidad en la gestión y su currículum académico se arriesga con una cuenta anónima? Porque está harto, como lo estamos muchos, de ver a los fascistas (he escrito “fascistas”, sí) pasearse como si no tuvieran que avergonzarse, porque está harto, como lo estamos muchos, de esas y esos lobos con piel de cordero que intentan colocarnos, insistentemente, en redes sociales.

¿Dónde vamos?

Me meto en el territorio de mi compañero Javi Vizcaíno obligado por este tuit ineludible de Marcelino Madrigal: “No se están tomando en serio los avisos de hacia donde va toda esta riada de odio, bulos y desinformación en la red. Y será una catástrofe más. Al tiempo”. En el caso vasco, el bulo es que el fascista no lo es. Empiezo por los principios: un candidato que no es capaz de llamar “terrorismo” a lo que hizo ETA en cualquier otro país habría dimitido al día siguiente. En Euskadi sigue pretendiendo ser lehendakari. El pensamiento único, hoy, aquí, dicta que no podemos señalar al fascista y, como siempre, seguirlo es un error.

¿Nos sorprende?

Los jóvenes estadounidenses han votado a Trump. En España hay una tendencia que empuja a los jóvenes a votar a Vox. En Euskadi no nos escapamos del populismo de base fascista: es la misma mierda pero con otro verde. Y el target es el mismo. O llamamos a las cosas por su nombre y empezamos a hablar, por fin, de fascistas (que acompañan a modo de comisarios) y colaboracionistas (que blanquean a sueldo), o nos comen los lobos como ha hecho Trump, como hace a cachitos Abascal, y como harán en Euskadi quien secuestró, quien justificó el tiro en la nuca y quien no dice que lo anterior fue terrorismo.

¿No lo preferimos?

Nada peor que un tipo equivocado que escribe mal. Por eso escojo muy bien a las y los columnistas de otra la trinchera y, aunque no estoy de acuerdo con todo lo que escribe, Juan Manuel de Prada lo hace estupendamente. Es un autor con las bases muy sólidas que no busca quedar bien, sino usar su coherencia para despertar la de los demás. ¿Se excedió con su ira hacia Sánchez tras la DANA? No lo descarto. ¿Es un negacionista? Creo que su idea de que no debemos aceptar que socialicen la culpa es muy interesante. Pero sobre todo opino que necesitamos más opiniones valientes como la suya, especialmente, entre las y los abertzales.

Tenemos que inventarnos dramas

Hace cinco años se popularizó El Trap de Las Meninas, en el que el verso “tenemos que inventarnos dramas” tuvo un especial éxito precisamente porque es sangrantemente cierto: el del pasaporte COVID es el último drama que algunos han necesitado inventarse para pasar de su responsabilidad. Antes de ser objetivo en su propia emisora del odio de los negacionistas, Txema Gutiérrez tuiteaba con tino: “Pues ya he hecho uso del dichoso Pasaporte Covid para poder cenar en un restaurante, y qué quieres que te diga, no me sentí en la Varsovia ocupada por los nazis ni nada de eso. Todo muy bien, muy correcto y muy razonable”.

Un bonito autorretrato

Entre mis pocos logros en Twitter exhibo el de haber sido bloqueado por la ultraderechista Cristina Seguí mucho antes de que Vox fuera lo que es hoy. Pero no por ello he dejado de ver sus peripecias, ya que los pantallazos en los que se autorretrata abundan. Uno de los últimos es el comentario negativo que puso en Google a un restaurante que no le dejó entrar, precisamente, porque no podía mostrar su Pasaporte Covid. Sin haber consumido, Seguí habló de la mala calidad de la comida y el servicio, a lo que la gerencia del restaurante, evidente, contestó haciendo viral el selfie que la de Vox se ha hecho.

Pero, ¿qué crees que no saben ya de ti?

Puedo entender que alguien no quiera vacunarse porque es una muestra más de nuestro fracaso como sociedad y como gremio: hemos dejado que cualquiera desinforme mejor de lo que nosotras y nosotros informamos. Pero no entiendo que alguien ponga la excusa de que con el Pasaporte Covid nos tienen controlados: “Aceptas cookies, tienes activada la ubicación del móvil, puntúas los sitios en Google, publicas tu vida en Instagram, Facebook y Twitter, pero no quieres mostrar el Pasaporte Covid en un bar, porque José Luis el camarero utilizará la información para dársela a un traficante de órganos kurdo”, tuiteaba Guapito de Cara.

Pero ese QR no te salva

Puedes estar vacunado, tener tu Pasaporte Covid descargado en el móvil, mostrarlo al entrar a un restaurante, quitarte la mascarilla para cenar con otra familia y contagiarte. “Que las vacunas no te vuelven inmortal es algo que nunca pensé que habría que explicar”, tuiteaba con resignación la Concejala de Festejos (una cuenta muy popular, con más de 60.000 seguidoras y seguidores). Por supuesto, tampoco te vuelve impenetrable el QR que llevamos en el móvil o el bolso. Nada lo hace, ni siquiera la extrema precaución. Pero todas las medidas, todas, se han mostrado útiles pese a la queja constante de los que van de listos.

Sí, así somos

Borja Barba lo ha tuiteado mucho mejor de lo que yo podría escribirlo, así que me limito a copiar y pegar: “Hay que empezar a asimilar ya que hay un muy elevado porcentaje de mayores de 40 añitos con una mentalidad extremadamente infantil. Para evitar sorpresas”. Y la mentalidad infantil no tiene nada que ver con comprarte una consola, seguir leyendo cómics o jugando la pachanga con los mismos amigos de siempre. Por supuesto que no. Ser infantil es no asumir la parte de responsabilidad que te toca y echar la culpa a “los políticos” como veinte años antes se la echabas a “los viejos”.