El tronco navideño de Goirizabal

Uno de los actos navideños más significativos de nuestra cultura vasca consistía en quemar un gran tronco en el fuego del hogar. Era un madero que se consumía durante días y adquiría a partir de ese acto cualidades sobrenaturales, mágicas. Ya escribimos sobre él hace un tiempo. Pincha encima si deseas leerlo: Olentzero es un madero.

Pero es una tradición ya desaparecida e incluso su lejano recuerdo, inexistente o muy limitado. Por ello quiero centrarme en Laudio, el pueblo que me vio nacer, y dar unas referencias de aquel rito. Para mí es un hallazgo extraordinario, ya que he andado muchos años persiguiéndolo.

TAMBIÉN EN LAUDIO. En su día me había llamado la atención que el sacerdote antropólogo José Miguel Barandiaran (1889-1991) publicase que ese ritual del gran tronco navideño también era conocido en Laudio, pues en la actualidad es algo totalmente desconocido. Decía en 1956 que «El tronco que en Trespuentes ardía por Nochebuena en el hogar lo traía hasta la cocina una pareja de bueyes y allí estaba en el fogón durante todo el año. En […] Llodio [ardía] hasta la última noche del año»

Pero, como decimos, aquella curiosidad era totalmente desconocida en el Laudio industrial que yo conocía. Sabía que su dato partía de una información mucho más anterior ya que en 1922 publicó en su anuario de Eusko Folklore. Decía que «Se halla muy extendida en al país vasco la costumbre de quemar por Nochebuena en el hogar un tronco que recibe diversos nombres, según los pueblos. Lo mencionan los informes—que tengo a la vista—de Santa Lucía de Llodio […] En Santa Lucía de Llodio dicen que ha de durar hasta la noche vieja». Siendo una información recogida in extremis hace un siglo, de mano de la escasa gente que aún se recordaba aquella costumbre y encima muy mayores en aquel momento, parecía misión imposible conseguir más información local.

Espoleado por aquellos únicos indicios, en 2005, hace ya quince años, fui a entrevistar a poca gente mayor de aquel entorno de «Santa Lucía de Llodio» que citaba Barandiaran, para acotar la fuente de información ya que ni mi padre ni mi madre —buenos informantes en estos temas etnográficos— nada sabían de ello. Ya «en Santa Lucía» el primero en ser preguntado fue Mateo Eskuza (1944), otro excelente informante en estos temas, y nada supo contarme de aquel mágico madero de Navidad. Era lo más cercano a Santa Lucía disponible, así es que probé con los enclaves cercanos.

Pero los resultados fueron igual de frustrantes. Primero lo intenté con Mª Teresa Sojo Sojo (1921-2013) y Jesus Zubiaur Urkijo (1921-2007) del alto de Garate —límite de Laudio y Okondo— así como con Jose Egia (1930-2018) y su esposa Carmen González (1933) de la cercana aldea de Dubiriz. No conseguí nada en concreto del asunto que nos ocupa. Pero dado que a varios de ellos se los llevó el inexorable trascurrir del tiempo, me ha parecido bonito recordarles con estas letras y las fotografías tomadas aquellas frías tardes de grabación.

Jesús Zubiaur Urkijo (1921-2007) y Mª Teresa Sojo Sojo (1921-2013), en su caserío del alto de Garate, el día de la entrevista, el 13 de enero de 2005. In memoriam.
Jose Egia (1930-2018, goian bego) y su esposa Carmen González (1933) en la aldea de Dubiriz, el día de la entrevista, el 1 de febrero de 2005.

EL TRONCO Y GOIRIZABAL. A pesar de estar convencido de que aquella información recogida por Barandiaran era cierta, lo dejé por imposible creyendo que su recuerdo se había perdido para siempre.

Pero hay ocasiones en las que obran los milagros. Así, tras publicar aquel artículo Olentzero es un madero más arriba citado, se puso en contacto conmigo una vieja amiga —que no es lo mismo que «amiga vieja», pues somos de la misma edad— Lourdes Barbara Barbara, porque le había sorprendido que, aquello que ella había escuchado en casa y le parecía tan extraño, tenía por fin una razón de ser. Así es que, ella y su madre Juanita Barbara Arrazuria (1932), han traído la luz a ese apartado tan oscuro de nuestras costumbres.

Lourdes Barbara, acompañada de su madre Juanita Barbara, en el frente de su caserío Goirizabal

Ellas relatan lo que contaba su padre y marido, Enrique Barbara Perea (1918-2004) y a lo que no habían dado excesiva importancia. Tampoco el bueno de Enrique había practicado aquella costumbre del tronco pero sí lo sabía de mano de su padre Emeterio Barbara Marañón (1883-1946).

El vago recuerdo consiste en que en la mañana del día de Navidad, se traía un tronco muy grande del bosque. Intuyen Lourdes y su madre que era un tronco seleccionado y cortado —para conseguir un mínimo secado— de antemano.

Lo arrastraban con una pareja de bueyes y unas cadenas y, lo que mejor recuerdan, para introducirlo hasta el fuego del hogar, los bueyes se disponían para empujar hacia atrás. Dicen que atado el tronco en el «sogueo» de la yunta, es decir, en el yugo, entre los cuellos de los animales, en el lugar en donde se introducía la pértiga del carro. Pero también hablamos que quizá allí se trabase una larga pértica hasta la parte delantera del tronco o que el tronco descansase sobre un «carro mako» (dos ruedas con un eje usado para transporte de grandes troncos).

Sea como fuere, yendo hacia atrás, era como más podía acercarse el descomunal madero al fuego.

Recuerdan también, de modo muy vago, que allí ardía durante toda la Navidad, consumiéndose lentamente.

Enrique Barbara (1918-2004) con una yunta de bueyes en una imagen del archivo familiar. Era él quien recordaba los relatos del tronco de Navidad que le contaba su padre Emeterio (1883-1946), el último que lo había practicado.

¿POR QUÉ DEJARON DE HACERLO? La razón parece ser bien simple. Toda aquella maniobra era posible cuando la cocina de Goirizabal estaba en la planta baja —aún se reconoce la antigua ubicación en el extremo suroeste del caserío— y no en la primera planta, como está en la actualidad, porque era ya inviable el acercar el grandioso madero.

El caserío Goirizabal era un establecimiento (parada) oficial de toros sementales. Juanita Barbara nos muestra a sus 88 años la argolla a la que se ataban las vacas a cubrir… en aquella puerta que, en su día, vio pasar el tronco de Navidad empujado hacia atrás por bueyes

Sin duda esa es la razón de que haya desaparecido aquella costumbre que era tan apreciada entre los vascos. En origen, y tratándolo con todas las generalizaciones y licencias del mundo, los caseríos más antiguos (XVI) tenían la cocina en la cuadra, separada de los animales e incluso con unas pequeñas ventanillas a través de las cuales vigilaban de vez en cuando al ganado vacuno.

La cocina, como sucede en Goirizabal, estaba próxima a la entrada, en el ángulo delantero del edificio. Durante aquellos siglos XVI y XVII, el fuego se encendía sobre una losa colocada en el centro de la estancia, tan solo elevada unos centímetros del suelo. Es probablemente cuando más difusión tuvo el ritual de nuestro madero, que se dispondría cruzado sobre aquella losa, algo que iría desapareciendo a medida que el caserío vasco evolucionó. Y es que, a lo largo del XVIII y el XIX, se generalizaron las chimeneas de fuego bajo con campana adosada al muro, con unos hogares bastante más elevados del suelo y ya, a menudo, reubicadas en las plantas superiores del edificio. Es el «fuego bajo» tan rústico y típico a nuestros ojos pero que en realidad fue una modernización en aquellas épocas. Sería entonces cuando, por la imposibilidad de colocar allí el gran tronco, se iría paulatinamente perdiendo la costumbre. Y tan solo se mantendría en aquellos caseríos que disponían aún de aquellas cocinas en la planta baja, aquellas que eran el verdadero corazón y pulmón de la cultura vasca.

Antigua foto perteneciente al archivo familiar en la que se ve en Goirizabal,
un toro semental mostrado por el joven Enrique Barbara (1918-2004, esposo y padre de Juanita y Lourdes) que fue quien transmitió el recuerdo del rito del tronco navideño que había practicado su padre, Emeterio Barbara (1883-1946), en el centro de la imagen. A la derecha, Miguel Urquijo Maruri, alcalde de Laudio y hermano del compositor Ruperto Urquijo.

MUTACIÓN DE LA TRADICIÓN. Quizá, al ser imposible continuar con aquella tradición por la nueva ubicación de los fuegos, se mutase la forma de actuar con aquel. Lo comento porque de nuevo Barandiaran recoge en Laudio (notas manuscritas, sin publicar, de 1935) una desconcertante costumbre que por aquel entonces la da como muy generalizada pero de la que nada se recuerda en la actualidad: «Día 24 de diciembre, Noche Buena. Este día acostumbran gran cantidad de caseros hacer astillas de un palo gordo y grueso y luego meterlo al horno donde hacen los panes y, hecha esta operación, luego que está bien seco, lo guardan hasta el día de San Juan, quemándolo en la fogata del día». Información recogida de «Daniel de Isusi» (1935).

MUKURRA. Para finalizar me gustaría aportar un dato más. Al ser aquel tronco tan emblemático y celebrado tenía nombre propio, diferente según las comarcas. Una referencia que nos resulta cercana es la recogida en unas tímidas y primerizas encuestas etnográficas llevadas a cabo por Eusko Ikaskuntza-Sociedad de Estudios Vascos y publicadas en su boletín anuario Eusko Folklore de 1922. Se cita nuestro madero en las referencias de Bedia (Bizkaia) como Gabon-mukur: «La noche de Gabón se coloca en el fuego un tronco de roble (gabonmukuŕa). […] El gabon-mukuŕ tiene la virtud de bendecir toda la casa».

Intuyo, aunque nunca podremos demostrarlo, que así se denominaba nuestro tronco navideño en Laudio. Y así lo creo porque, a pesar de haber desaparecido hace mucho el euskera tradicional en este municipio, se usan aún diversas palabras vascas insertadas en el castellano local. Una de ellas es mukurre, recogida a mi padre y que usa para denominar los troncos mayores que se colocan en el fuego bajo y que hacen se soporte para otros menores y ramas varias: «…esos maderos se denominan por igual «mukurre» o «mokotza» si bien se tiene el concepto de que el «mukurre» es algo mayor que la «mokotza». También se conocen ambos como «arrimaderos»» (Laudioko berbak / Palabras de Llodio, 2020).

CUANDO TE TOCA EL GORDO. Nada más que añadir salvo que para mí el mayor y mejor regalo navideño va a ser haber conseguido salvar este rito, aunque sea tan in extremis, de la hoguera del olvido eterno. Son cosas que no sirven para nada pero que a mí me emocionan y llenan de gozo, porque algo zarandean en mis entrañas. Quizá sea por el retorno a lo pretérito, por el contacto entrañable con todos nuestros antepasados y con la tierra que pisamos sin saber escucharla. Por eso yo no juego a la lotería. Porque para mí el premio gordo va a ser este año el poder cenar pensando en el gabon-mukur, aquel que va a dar sentido y calidez al hogar. Eguberri on guztioi.

Eskerrik asko, a Juanita y en especial a Lourdes, por esas deliciosas tardes que me habéis regalado en vuestra cocina y que no tienen precio. Bihotz-bihotzez.

Un ritual olvidado en Santa Lucía

No quisiera finalizar el día de hoy, 13 de diciembre, Santa Lucía, sin rescatar un rito totalmente olvidado. Se practicaba en Laudio en donde contamos con una ermita de Santa Lucía, de gran renombre, y en la que en épocas pasadas se llevaban a cabo diversas supercherías para mejorar o conservar la vista, siempre al margen pero paralelamente al dogma cristiano.

Santa Lucía en Ermualde, Laudio

AGUA. Una de ellas, la más conocida y que he visto practicar hoy mismo, consistía en lavarse los ojos con el agua que brota de la fuente de la ermita, ya que el manantial transcurre bajo el altar.

ACEITE. Otra costumbre milagrosa, bien documentada pero ya olvidada, consistía en frotarse los ojos con el aceite de la lamparilla que iluminaba el altar. Hoy no se practica porque la iluminación es eléctrica y ya no hay iluminación con aceite.


LOS OJOS DEL ALTAR. Pero existe un tercer ritual que ya nadie conoce en Laudio y que, al parecer, sí se guardaba su recuerdo fuera del municipio. No olvidemos que este lugar fue centro de grandes peregrinaciones y afamadas romerías. La recogió no sabemos dónde ni de quién Gurutzi Arregi (1936-2020), la gran estudiosa de las ermitas vizcaínas en cuya órbita ha de contextualizarse la de Santa Lucía de Laudio. Lo publicó, sin mayor detalle, en su trabajo Prácticas de Medicina popular en ermitas y santuarios (1985) dentro del libro-homenaje de Eusko Ikaskuntza a Aingeru Irigarai.

Ojos del altar

Ese ritual tan extraño hoy en día consistía en que «En el frontis del altar de Santa Lucía hay un relieve que representa dos ojos humanos. Los que sufren de la vista o también en prevención de alguna enfermedad de ojos, besan primero los ojos del relieve y después los tocan con los suyos propios«. El efecto milagroso debía ser de gran renombre, ya que «A la ermita de Santa Lucía de Llodio acuden los que sufren de la vista» tal y como nos recuerda la añorada autora.

Repitiendo el ancestral ritual que hoy nadie recuerda

¿DÓNDE ESTÁN ESOS OJOS? El elemento en cuestión es una especie de ojos en el centro del altar y que hoy pasan totalmente desapercibidos. Pero sin duda esa fue la intención del tallista Félix de la Peña cuando, en pleno barroco (1758) , cuando más se multiplicaban las supercherías, elaboró el frontal del altar que muestra esos ojos en su centro, sin duda en alegoría a la protección de la vista a través del culto a la santa.

El hecho de ubicarlos a baja altura obliga a quien practique el rito a arrodillarse y a mostrarse humilde frente al altar.

Una flecha indica el lugar del retablo en donde se encuentran los ojos

¿POR QUÉ LA VISTA? A pesar de que el martirio de Santa Lucía se describe como un degollamiento en la hagiografía más canónica, es cierto que en la Edad Media surgieron diversas leyendas que adornaron su muerte con otros suplicios, especialmente relacionados con la vista, sus ojos y con el alargamiento del día —mejor si decimos de las tardes, ya que las mañanas siguen acortando— pues su nombre está relacionado con la «luz».

Se decía que los que la ejecutaron se habían enamorado perdidamente de sus bellísimos ojos y que ella, para que no le hicieran renegar del cristianismo, se los arrancó y los entregó a sus enemigos para que la dejasen en paz. Otras versiones hablan de que fueron sus captores los que se los arrancaron en una de las muchas torturas sufridas antes de que le rebanasen el cuello por no renunciar ni al cristianismo ni a su virginidad.

Una pintura del retablo representa el momento en que Santa Lucía se arrancó los ojos para entregárselos a sus enemigos

Sea como fuere, esa nueva interpretación arraigó fuertemente en el pueblo, convirtiéndose en la patrona de la vista y sus enfermedades, así como el de las tejedoras, costureras, bordadoras… ya que se exigía mucha capacidad visual para desarrollar su labor, normalmente limitada a las muchachas jóvenes.

Sea como fuere hoy he tenido el placer de mirar frente a frente a esos ojos del altar de Santa Lucía, después de muchas décadas sin que nadie lo hiciera. Por mi parte no ha faltado un ápice de amor. Que me corresponda protegiéndome la vista… eso ya es cosa de ella.


Laudioko Baga-Biga-Higa

Bada gure herri-tradizioan barren-barrenetik sustraitutako abesti bat. Baga, biga, higa da eta soinu eta hitzen kateatze bat da, itxuraz kaotikoa, baina benetan esanahi bat duena, geroago ikusiko dugun bezala.

Horregatik, ez da harritzekoa sorginkeriari edo antzekoei buruzko filmetan (La pelota vasca, esaterako) soinu-banda gisa erabili izana. Baina, zalantzarik gabe, Mikel Laboa handiari zor diogu gure artean hain goratua egotea, berak erreskatatu zuelako duela mende erdi eta maisulan bihurtu zuen esanahirik gabeko beste soinu-elementu batzuk gehituta. Klikatu ondoko estekan entzuteko: BAGA-BIGA-HIGA. Beste barik, sublimea…

LETRAREN EGITURA. Izatez, zenbakien aurreneko letra biak erabiltzen dira eta, letra bi horiek erabiliz, beste hitz batzuk eraikitzen dira. Horrela, BAt > BAga, BI > BIga, HIru > HIga, LAu > LAga, BOst > BOga, SEi > SEga

Abestiaren hainbat aldaera dago han-hemen baina oro har hau da estandartzat hartzen dena, bloke bitan banatua:

Baga, biga, higa, laga, boga, sega, zai, zoi, bele, harma, tiro, pun!

Xirristi-mirristi, gerrena plat, olio-zopa, Kikili-salda, Urrup edan edo klik… Ikimilikiliklik…

LAUDIOKO ALDAERA. Baina idazki honen ekarpen nagusia izango da aditzera ematea Laudion ere jaso zela herri-abesti honen bertsio bat, propioa. Behinik behin, lehen blokekoa, zenbakiei erreferentzia egiten diena. Azkuek jaso zuen duela ehun bat urte, herri horretan euskara oraindik ohiko hizkuntza zenean nagusien artean, galdu aurretik.

Hauxe da onomatopeiaz osaturiko Laudioko abesti misteriotsua:

Baga, biga, hiruga, lauga, bosa, sea, zapa, zoka, berakatza, trompa.

Bistan denez, bederatzigarren zenbakira arte heltzen zen, «tronpa!» batekin amaitzeko. Lekeitioko apaizak, honela itzuli zuen gainera «Uno, dos… bochorno, palillo, ajo, ¡trompa!»

Hala ere, beti izango da zaila horren interpretazio fidagarri bat egitea, misterioa bere baitan daramalako herri-kantu misteriotsu sakon horrek. Dagoen-dagoenean utziko dugu beraz, bere dohainak biluztu barik. Tartean, begiak itxi eta goza Laboaren maisulanarekin.


Olartegotxi vs Olartekoetxea

Vino con su apellido Olartekoetxea como carta de presentación. Y apareció por Luiaondo (Ayala) con el fin de profundizar en las investigaciones de sus raíces familiares. Como denotaba su nombre, Enric, era catalán y se encontraba alojado estos días en Gorliz para pasar las vacaciones de verano. Acompañado de sus amigas y amigo, les birló una tarde de playa para acercarse a donde intuía que procedía su apellido. Recalaron en el único bar abierto y, siguiendo las indicaciones que los parroquianos les dieron, pronto les pusieron en contacto conmigo. Así es que nos juntamos, pasamos las tarde juntos y es ahí cuando empezó a actuar la magia.

ARGENTINA. Resulta que el padre de Enric había venido desde Argentina para afincarse en Barcelona. Porque sus Olartekoetxea — su tatarabuelo Daniel junto a sus hermanos y madre— emigraron a América en torno a 1903. Eran obreros cualificados en trenes y locomotoras, probablemente tras haber adquirido la destreza necesaria en el ferrocarril Bilbao-Castejón (1863) que pasaba por Laudio y Luiaondo.

La sorpresa saltó cuando les comenté que yo también era «portador asintomático» del apellido Olartekoetxea y pronto dimos con aquel ascendente que nos unía en parentesco. Recuerdo además cómo mi abuelo materno (1909-2000) siempre nos comentaba cada vez que veía en la tele al gran futbolista argentino Julio Olarticoechea —curiosamente apodado «Vasco» a pesar de haber nacido en Saladillo, Buenos Aires— que sería «de los nuestros» porque unos familiares habían emigrado a Argentina.

Emocionados con el encuentro, sin pensarlo mucho, nos dispusimos a andar por el monte para acceder al barrio de Olartegotxi (Olarte, Laudio) que da pie a toda la historia. Y ahí aclaramos algo sobre las variantes del apellido que traían de cabeza al pobre Enric. Porque nuestro Olartekoetxea es un apellido inventado, relativamente nuevo

OLARTEGOITIA. Olartegoitia es la versión original de todo lo que nos movía ayer. Desde el punto de vista etimológico, Olartegoitia no es sino «Olarte de arriba» o «parte alta de Olarte»: Olarte + goiti + a. Coincide con la realidad ya que es un pequeño grupo de caseríos encaramados en las laderas de la montaña, medio kilómetro más arriba que el conjunto principal de Olarte.

Como ejemplo similar, tenemos el cercano barrio de Gardea con un grupo de casas más elevada y que se conocía como Gardeagoitia.

Olartegoitia —como el cercano Gardeagoitia— están bien documentados como apellidos —se usa para ello el nombre de la casa— desde los primeros registros del XVI.

En Olartegotxi, posando junto a (de izquierda a derecha) Anaïs, Enric, Anna, Andreu y su hijo Nil. Agachadas, Ana y Berta. Solo la magia puede hacer que gente tan encantadora pueda formar parte de un mismo grupo. Foto de Iñaki Etxebarria, «el hijo de Boni» quien hizo de embajador de esa buena gente y de enlace conmigo.

OLARTEGOTXIA. Pero también desde las fechas más antiguas de nuestros registros sacramentales, contamos con la variante Olartegotxia. O, con la pérdida de su artículo final, Olartegotxi. Y eso es lo que enreda todo.

Tanto nuestro Olartegotxi, Gardeagotxi, Urrutxi... (en Laudio), Otaolaurrutxi, Untzabetxi (en Okondo), Esparrutxi, Etxabetxi, Mugaburugotxi, Pizparrutxi, Robinagotxi, Urrutxi, Zabalbetxi, Zarrabetxi, Barrutxi, Betxi... (en Aiara), Belandiaurrutxi (en Urduña), Goirigotxi (Orozko) son topónimos que nos dejan más que patente la evolución comarcal y generalizada de todos esos nombres de lugar que surgen de unos goiti (‘de arriba’), beheti (‘de abajo’) o urruti (‘alejado’) originales. Pero es un fenómeno lingüístico que se da exclusivamente aquí, en el entorno de la comarca de Aiaraldea, en ningún lugar más.

Por ello, en esta zona, solo encontraremos la forma Olartegotxi(a) ya desde el mismo XVI.

La forma originaria Olartegoiti(a) permanecerá hasta mucho más tarde sin mutaciones pero siempre en otros entornos alejados a los que, por diversas circunstancias, el apellido migró (Laguardia, Bilbao, Arrigorriaga…). Siempre, como decimos, en lugares lejanos del entorno de Aiaraldea en donde irremediablemente se habría metamorfoseado para dar un Olartegotxi(a).

Río Nervión a la izquierda (oeste) del mapa y Olarte y Olartegotxi en el otro extremo, buscando amaneceres ladera arriba del macizo de Arrola

OLARTEGOTXEA Y OLARTEKOETXEA. Tanto es así, que a quien no era de la zona le debía parecer extraña esa forma Olartegotxi(a) tan sui generis, hasta el punto de no identificarla con su significado verdadero. Y será por ello por lo que algún registrador decide en un momento dado interpretar «a su manera» aquel topónimo-apellido. Y opta por corregirlo para «refinarlo», cayendo en un error de interpretación que hoy tanto Enric como yo paseamos por la vida.

Así, comienza a fines del XVII a circular por el mundo la variante Olartegoetxea —en vez de la Olartegotxia correcta— y, de su mano y teniéndolo como algo lógico, Olartekoetxea. También ahora, el fenómeno sucede en entornos alejados del epicentro geográfico del apellido, en el Alto Nervión, en donde no se habría dado la confusión. Y poco a poco se va imponiendo la versión artificiosa, incluso sobre la forma autóctona Olartegotxi(a) al tenerse la primera como la más correcta. Tanto, que lo sustituye por completo y hace desaparecer a este último como apellido. De ahí que en la actualidad no encontremos gente con el apellido Olartegotxi(a) — o su variante Olartegutxi(a)— tan comunes en tiempos anteriores no tan lejanos.

No tengo que ir demasiado lejos para comprobarlo. Por ejemplo, siendo mi tatarabuelo Valentin Antonio Olartegotxia (nacido en 1830), a su hija —mi bisabuela— la inscriben como Olartekotxea (1872) y ya a mi abuelo como Olartekoetxea (1909), interpretando equivocadamente que tras aquel Olartegotxi no se ocultaba un «Olarte de arriba» sino una «casa de Olarte».

Enric posa lleno de gozo frente a las ruinas del caserío que le dio el apellido: muestra en sus manos la imagen antigua del mismo y que se muestra más abajo

EL CASERÍO OLARTEGOTXI. Sin embargo, la denominación del caserío que da lugar al apellido se mantiene como Olartegotxi y no el Olartekoetxea foráneo. Dicho sea de paso, por si aún hubiera alguna duda, sería prácticamente imposible la creación de un topónimo a base del nombre del barrio (Olarte) y un «—ko etxea» (la casa de) posterior: no es ni natural y diría que es inexistente en el euskera, por tanto improbable para nuestro caso. El apellido Olartekoetxea es, por tanto, una reconstrucción cultista. Así las cosas, por mucho que nos esmeremos, jamás encontraremos ni en el pasado ni en el presente una casa llamada Olartekoetxea en toda Euskal Herria, algo sin lo cual difícilmente podría sustentarse la existencia del apellido.

Caserío Olartegotxi con mis tíos Pablo (n. 1943) y Loli (n. 1945) y la bisabuela Bernabea (n. 1878). Fotografía en torno a 1950.

Fuera ya de lo lingüístico, el conjunto del altivo barrio de Olartegotxi se compone de un caserío de gran porte, no muy antiguo (XIX), una cabaña usada como almacén y como vivienda ocasional para alojar temporeros del monte, etc. (lo que se conocen como etxetxu o casillas) y las ruinas del caserío más antiguo del enclave, el que toma su nombre del lugar y lo transfiere al apellido, una edificación de la que se dijo que «dadas sus características exteriores y de construcción, Olarte Gochi (sic) puede ser considerada como una de las viviendas rurales más peculiares de la comarca, dando lugar a uno de los tipos más interesantes de ella» (Estudio geográfico del Valle de Llodio. Mª Josefa Ochoa, 1965).

RAÍCES. Ya decía al principio que la magia estaba actuando a sus anchas en este caso que nos ocupa. Y ha querido que el caserío que Enric Olartekoetxea buscaba es en donde nació y creció mi madre, con la curiosidad de vivir unos Olartekoetxea en el caserío Olartegotxi(a), sabiendo como sabemos que en realidad se trata de lo mismo.

En la imagen, mi madre, hermana y yo mismo en brazos de mi padre, llegando al caserío Olartegotxi. Detrás, mis tíos y primos.

En mi más tierna infancia íbamos a pasar allí algunas semanas en verano. Lo que no recuerdo apenas es cómo me tenía en brazos y jugaba conmigo Segundo Lili Urquijo (1880-1968), del cercano caserío de Zenagorta. Segundo fue el último vascohablante monolingüe del municipio de Laudio ya que, cuando comenzó su escolarización no sabía castellano, algo que en su momento llamó la atención. Él, a lomos de su idioma, nos transmitió bellas historias de akelarres, cuevas de brujas y otras herejías que conocimos gracias a su hijo Txomin (1930-2019) del que ya hablamos en otra ocasión (Txomin Lili: la última leyenda).

Eskerrik asko, moltes gràcies, por esta tarde tan preñada de magia. Benvinguts, ondo etorri Olartegotxira…

CONCLUSIONES-RESUMEN:

– El topónimo que da pie al apellido surge bajo la forma Olartegoitia (adecuado a la grafía actual). Es un enclave sobre el barrio rural de Olarte, en un punto más elevado que éste. Municipio de Laudio, colindante con el de Aiara (Álava).

– Precisamente ese es su significado: «Olarte de arriba» o «parte de arriba de Olarte».

– Desde épocas muy tempranas (XVI) se da una evolución fonética subdialectal en la comarca de Aiaraldea que convierte la totalidad de los goiti (‘de arriba’), beiti (‘de abajo’) y urruti (‘apartado, alejado’) en gotxi, betxi y urrutxi. Es una evolución exclusiva de ese entorno geográfico y contundente, pues no deja lugar a las excepciones. Por eso, Olartegoitia pasa a ser Olartegotxia en esa comarca.

– Al no reconocer fuera de Aiaraldea el significado real de ese Olartegotxia se interpreta que es Olartegotxea < Olartegoetxea < Olartekoetxea (pensando por error que era Olarte + ko + etxe + a = ‘la casa de Olarte’) y se comienza a corregir por vía culta, por parte de las personas que hacen registros administrativos.

– Así, paulatinamente, se van corrigiendo todos los Olartegotxia para ir convirtiéndolos en un novedoso Olartekoetxea. Se produce de un modo más sistemático cuanto más alejados del entorno de Aiaraldea se encuentren. Pero, al final, acaban por modificarse todos, también los locales.

– Hoy en día, el caserío Olartegotxi es el único que mantiene (con la pérdida de su determinante [artículo «—a«] posterior del euskera) el nombre correcto. Porque como apellido se ha extinguido, convertidos todos por error de interpretación a Olartekoetxea.

– Los apellidos vascos proceden de pueblos o topónimos, normalmente del nombre de la casa. Pero ni el topónimo ni el caserío Olartekoetxea han existido jamás. Sí, Olartegotxi(a) como es evidente.

– No hay posibilidad de que exista otro Olartegotxia (la forma gotxi en vez de goiti es exclusiva de Aiaraldea) por lo que todos los Olartekoetxea y antiguos Olartegotxia proceden sin duda alguna de ese enclave olvidado de Laudio.




Biguri, Urquijo y Ugarriza

Quiso Antonia que fuesen mis manos las encargadas de recoger y custodiar esa entrañable obra de arte que durante décadas habían admirado en casa. Mª Antonia Martínez Aldaiturriaga —hoy con 87 añazos aunque sin perder ni un ápice de su vitalidad— había localizado mi teléfono y me llamó para concertar una «cita a ciegas», el pasado día 16. Antonia, al margen de otras muchas virtudes, lleva sobre sus espaldas la historia de haber puesto en marcha y dinamizado diversos grupos culturales de mujeres cuando, hace casi medio siglo, aquello parecía una herejía que atentaba contra los pilares de la familia. Cuando la igualdad era una quimera, ella luchaba con uñas y dientes por conseguirla y por devolver a las mujeres esa autoestima que el oscuro régimen político-militar les había arrebatado… Pero ya hablaremos de ello en otra ocasión…

BIGURI. Me había citado porque, consciente de su edad y del cúmulo de objetos que posee, quería hacerme entrega de un cuadro que su marido, Antonio Biguri Rubina (1929-2010), había encargado años atrás a un pintor de Orozko, un objeto que había tenido en gran estima mientras vivió. Al igual que Mª Antonia, también Biguri había sido alguien de armas tomar en eso de la organización festiva, cultural o deportiva… todo lo que fuese popular. Destacó especialmente en el ámbito del ciclismo, al que se entregó en cuerpo y alma. Pero también en ese campo tradicional y popular, lo que le llevó a encargar el dibujo.

URQUIJO. El cuadro, que puede verse en las imágenes adjuntas, es un retrato del músico laudioarra Ruperto Urquijo Maruri (1875-1970) usando la técnica del puntillismo. Además del memorable personaje, completa la escena un fondo en el que se aprecian la bucólica aldea de Urigoiti (Orozko), con los icónicos farallones de Itzina y la cumbre de Gorbeiagana al fondo, coronada por la cruz que tanta fama le ha dado.

Ruperto Urquijo Maruri en la obra de Simón Ugarriza, con la aldea de Urigoiti detrás, las peñas arrecifales de Itzina y Gorbeiagana, culminada por su cruz

Sin duda, ello se debe a que Ruperto compuso hace un siglo el zortziko Lusiano y Clara que, tras unos retoques por otras manos ajenas, pasaría a convertirse en la archiconocida canción de En el monte Gorbea. Una romántica historia en la que relata la desdichada relación entre un pastor que debía pasar el verano en Gorbeia, cuidando rebaños de ovejas, y dejando abajo a la arratiana Clara, de la que se había enamorado perdidamente. Habla también de la cruz cumbrera que, por aquel entonces, era algo relativamente novedoso en el lugar.

Ruperto Urquijo, aquel muchacho que aprendió música imitando con una flauta las calandrias mientras cuidaba su rebaño de ovejas en las faldas de Ganekogorta…

Autorretrato que me hice sujetando el cuadro para enviárselo a modo de gratitud a Mª Antonia Martínez, el mismo día de la entrega.

UGARRIZA. La obra pictórica se la había encargado Biguri a un tal Simón Ugarriza Zorrozua (1939-1993) orozkoarra que tenía ya cierto reconocimiento por ese estilo de retratos y, además, por obras realizadas con curiosas piedras de rebuscadas formas que encontraba por su Gorbeia del alma: las fuentes de la plaza de Ibarra (Orozko) o de Pagomakurra (Gorbeia, Zeanuri) son suyas.

Casualmente, al igual que sucedía con Ruperto, también él aprendió a dibujar y perfeccionó su técnica de un modo autodidacta, sacando provecho a aquellos tiempos muertos mientras vigilaba su rebaño de ovejas en el monte.

Quiso la fatalidad que, en un día en que transportaba esas piedras tan llamativas de sus construcciones, sufriese un accidente en torno al puerto de Bikotx-gane y perdiese allí la vida, cuando contaba con 54 años. Fue un día como hoy, 28 de junio, pero de hace 27 años. Yo mismo recuerdo la conmoción social que aquella desgracia supuso.

Por eso he querido esperar hasta el día de hoy para publicar estas líneas. Para dar las gracias a ese trío que con tanta generosidad tanto aportó al pueblo: Biguri, Urquijo y Ugarriza que hoy, seguro, nos miran desde arriba orgullosos de que aquel cuadro que les une entre sí y que refuerza nuestra historia popular, esa íntima y alejada de los grandes acontecimientos.

El cuadro en cuestión está en el Ayuntamiento de Laudio, para que pueda verlo y honrarlo quien lo desee. Porque estas cosas no se pueden encerrar en una casa: es mejor hacerlas de todos, para que quien quiera las goce o disponga.

Por si fuera poco, existe otra versión similar del mismo dibujo que Ugarriza hizo algún tiempo después para la sociedad Los Arlotes y que da la bienvenida a quien se adentra en su entrañable local. Fue asimismo la imagen usada en la carátula del disco que en honor a Ruperto Urquijo se grabó entre varios grupos en 1992.

Disco grabado en 1992 en cuya portada figura el retrato de Ruperto Urquijo que realizó Simón Ugarriza

Un recuerdo para todos ellos: para en infatigable Biguri y para aquellos dos artistas que vieron nacer su arte mientras pastoreaban. Y , cómo no, mis más sinceros agradecimientos a Mª Antonia por su generoso acto: es un honor y un auténtico placer.

Los árboles que sanaban niños en el día de San Juan

Tenía que ser exactamente en la medianoche de la víspera de San Juan, reconfortados en la espera con la calidez desprendida de los rescoldos de la aún humeante fogata. Justo en el preciso momento en que comenzaba el día de todo el año en que con más altanería lucía el sol: el 24 de junio, festividad de San Juan. Es ahí cuando se da un curioso ritual conocido también fuera de nuestras fronteras, que fusiona el culto al sol con el de los árboles, para atribuirles en su conjunción un poder sanador más cercano a la magia que a la religión, por mucho que lo quisieran disfrazar con el culto a San Juan Bautista. Sin duda, un recurso desesperado frente a la impotencia que generaba la falta de salud y la alta mortandad infantil.

Curiosamente documentamos uno de esos casos en el pueblo de Laudio de hace un siglo, aquel que fue y no es, pues en la actualidad es un ritual absolutamente desconocido.

Ya nos avisa R. Mª Azkue de esta extraña costumbre que se daba en el país de los vascos: «Para curar un niño herniado, la víspera de San Juan a media noche suelen levantarle hasta la copa de un roble dos Juanes en algunos lugares; en otros, tres Juanes; en alguna parte, Juan y Pedro. Y mientras suenan las doce campanadas del reloj, suelen mover al niño de mano en mano entre exclamaciones de tori (toma) y har ezak (recíbelo), har ezak (recíbelo) y tori (toma)».

No recoge sin embargo, la variante —también practicada en otras zonas de Vasconia— de abrir el árbol y pasar la criatura por la hendidura para que sanasen ambos a la par, transmitiendo el potencial vital y regenerador del árbol al chiquillo/a.

Grabado que representa el ritual de pasar un bebé por el árbol sanador en la noche del día de San Juan en Castilla

Y ese es casualmente el curioso —incluso extravagante— testimonio que un tal Isusi envía al investigador José Miguel Barandiaran desde Laudio en 1935. Relata el informante lo que en su día le contó su convecino Jorge Ibarrondo Galíndez, un afamado carretero y acérrimo carlista laudioarra nacido en el caserío Zabalaberrio en 1856 (bisabuelo de la actual directora del instituto Laudio).

La nota textual dice:

«Día 24 de junio. San Juan. 1º Si este día se quiere curar a un niño de la hernia, dicen que no hay más que abrir con un hacha el tronco de un laurel y que tres Juanes pasen al niño por la abertura mientras el reloj da las doce. Para que el resultado sea favorable, se requiere que el laurel que ha sido abierto no se seque.

El vecino de Laudio, Jorge de Ibarrondo, me relató un cuento referente a lo dicho, ocurrido cerca de su caserío.

Dice que Juan Ibarra, Juan Zubiaur y Juan Larrazabal (este último en duda) tomaron a un niño loco (por lo visto, el remedio también sirve contra la locura) y verificaron la operación con un laurel de Julián Zubiaur, vecino del relator y de los otros tres Juanes.

El laurel aún existe y cuenta que también el niño se puso bien.

Las palabras que dijeron al hacer la operación son: «tómalo Juan el 1º, dámelo Juan el 2º y tómalo Juan el 3º (no sé si dirían en vascuence porque es muy fácil que a mí, como sé poco vascuence, me lo dijese en castellano)»».

Restrospectiva (1965) de Zabalaberrio en Laudio. En sus cercanías se hizo, seguramente por última vez, el ritual del árbol sanador. Lo relató Jorge Ibarrondo Galíndez, de dicho caserío.

Podríamos extendernos mucho más para añadir que el laurel es desde la época clásica venerado como árbol divino, especialmente relacionado con el culto al sol y al fuego. No en vano era el usado para renovar los fuegos de la casa, el suberri, porque frotando dos de sus maderas entre sí pronto aparecía el fuego. Era también elemento adivinatorio porque «si cuando se quemaba ardía con ruido, creían que denotaba felicidad […] Pero si se encendía callada, era triste agüero» según nos contaba Garcilaso de la Vega. En resumen, este árbol —entre los clásicos atribuido a Apolo— era mágico y sobrenatural como ninguno ya que «Tenían los antiguos que el laurel era contra los demonios y que encendido les daba fuerzas para adivinar. Declaraban con el laurel santidad y cordura, que son cosas que habemos de pedir de veras a Dios» (Ana Mª Alarcón, 1980).

Al laurel se le han atribuido cualidades mágicas y sobrenaturales desde la antiguedad. Es el símbolo del sol y del fuego y con él se prendía el fuego renovado del hogar

Podríamos extenderno mucho más, sí… Pero quizá sea mejor no hacerlo y centrarnos en gozar con la intensidad que se merece este día mágico del sol. Porque es especial y único como ninguno. Feliz jornada de San Juan.

125 años de la tercera ermita de San Juan

Casualmente en este año en que no hay celebración alguna, cumple 125 años la ermita de San Juan, en Larrazabal (Laudio): 1895-2020. Y, hablando con propiedad, debiéramos decir que los cumple «la tercera ermita» pues es así. Por ello vamos a hurgar un poco en su historia.

Pero antes de avanzar, me gustaría recordar la denominación de «ermita de San Juan Astobizaco» (en euskera sería San Joan Astobitzako) que usaban los más mayores del lugar, en referencia sin duda al entorno de la primera ermita.

Imagen de la ermita en 1986, con varios caseríos al fondo

LA PRIMERA ERMITA. Nada sabemos de su origen pero todo parece indicar que en origen se trataba de un templo medieval. Lo sospechamos por la advocación elegida, por las referencias a imágenes de santos que en un momento dado se hacen desaparecer por anticuadas, por el saber de la existencia de una comunidad aldeana en el lugar: es Pedro de Goiriçabalen (un caserío del lugar) el representante máximo municipal, el que solicita a los Reyes Católicos la integración de Laudio en Álava en 1492.

También la memoria popular nos recuerda que estaba ubicada donde se encuentra el chalet del antiguo propietario del almacén de gas cercano, próximo al antiguo caserío de Astobitza, cuya referencia quedaría en la antigua denominación de la ermita, «San Juan Astobizaco» (San Joan Astobitzako).

La primera constancia documental que disponemos de ella es mucho más tardía, de 1704, aunque es probable que entre el supuesto origen en la Edad Media y esa fecha se fuese renovando el edificio. La primera noticia se la debemos a la realización de unas importantes reparaciones de cantería en el edificio, por su mal estado. A pesar de ello, no debieron ser muy efectivas ya que un par de décadas después, en 1723, se dice que la ermita se encuentra «ruynosa y maltratada».

La ermita se componía del templo religioso y de «…una casa, con unas pocas heredades y castaños… » (1791). Al igual que sucedía en otras ermitas, la casa se alquilaba al ermitaño o mayordomo de la misma y siendo éste el encargado de coordinar las reparaciones, controlar las cuentas, etc. Además se le arrendaban seis ovejas pertenecientes a la ermita –hasta la mitad del XVIII fueron doce pero la mitad murieron a consecuencia de un duro invierno y no fueron repuestas–, costumbre que duró hasta el último cuarto de dicho siglo.

El pastor Vicente Urquijo (qepd) en 1986. La primera ermita conocida constaba de el templo en sí, una casa, unas heredades y castaños así como una docena de ovejas por las que que ermitaño había de pagar una renta en Todos los Santos.

Los pagos de las rentas por el disfrute de la casa con sus posesiones y ovejas se abonaban el día de Todos los Santos, yendo el dinero a parar a una bolsa en la que se guardaban los capitales. El pequeño saco se custodiaba, junto a los de las otras ermitas, en «el arca de tres llaves» que estaba en la sacristía de la parroquia principal del municipio: la de San Pedro de Lamuza. Una llave la tenía el alcalde, otra el sacerdote y otra el beneficiado —un grado eclesiástico inferior al sacerdote— más antiguo y debía abrirse el arcón en presencia de los tres, para evitar los muchos robos y excesos en los gastos que se habían dado antes de la existencia de esa caja de caudales.

Anualmente se celebraban en dicha ermita las fiestas de San Juan Bautista y San Lorenzo y se componía de tres altares, siendo el tercero de ellos para una imagen de Santa Isabel. No sería de extrañar que se tratasen de imágenes medievales.

LA SEGUNDA ERMITA. Siendo tan ruinoso su estado, deciden los feligreses del lugar construir una ermita de nueva planta, ya que iba a costar menos que reparar la antigua y, probablemente, porque necesitarían ampliar su capacidad ya que se han producido grandes crecimientos demográficos.

La segunda ermita se ubicaba en el actual almacén de gas, próxima a la primera y desde donde acarreaban algunos materiales re aprovechados. La gente mayor del lugar aún recuerda la ubicación de ambos templos por la gran cantidad de teja que aparecía en ambos enclaves cuando lo sembraban con trigo.

En su construcción se reutilizan los materiales «…llevados a dicha ermita para la obra nueva (…) por haberse demolido…». Claro está, cuentan además con «…la licencia de demoler la ermita vieja y hacer nueva» (ambas citas de 1765). A excepción de los gastos por los permisos, los trabajos profesionales y las doce jornadas de acarreo de una pareja de bueyes, el resto del derribo se da por pagado con un «…pellejo de vino que bebieron las más de cincuenta personas que sin jornal asistieron el trece de junio a demoler dicha ermita».

Por fin, tras varios años de obras, se bendice el nuevo templo en 1787. Todo indica, sin embargo, que en dicho período intermedio conviven los dos edificios, el supuestamente demolido y la nueva construcción. Así parece desprenderse de citas que, hablando de la ermita existente como de un templo con funcionamiento normal, hacen referencia a «…la nueva obra que se ha comenzado» (1766) o trata de «…de la otra comenzada» (1767). Es más, faltándole aún dos décadas para ser finalizada se celebran sin embargo, cada año y puntualmente, las festividades de San Juan y San Lorenzo. Por ello podría pensarse que la documentada demolición de la primera no fuese total.

Pero estamos ya inmersos en la segunda mitad del siglo XVIII, una época de auténtico azote para muchas de nuestras ermitas. Es por ello por lo que gran parte de las actualmente desaparecidas lo hacen en este período.

La razón es que la Iglesia ha tomado la firme decisión de gestionar todo su patrimonio de una manera más eficaz y moderna. Pretende reducir el número de pequeños templos que no le resultan demasiado rentables o que no disponen unas condiciones mínimas como para poder ser considerados como casas dignas de Dios. Apuesta ya por la concentración en templos principales y no por la atomización de la labor pastoral.

Quizá por ello, inmersos en un cierto ambiente de desilusión, la ermita deja de renovar el pequeño rebaño de ovejas que arrienda anualmente como fuente de ingresos. Así lo refleja el apunte de 1776 que dice que «…seis ovejas que tenía la otra ermita, pero por haber perecido no se cargan en adelante». También se ve obligada a sacar a remate –subasta– por primera vez, varias entresacas y esquilmos de los árboles que posee (1786).

Parece sin embargo que gracias a las aportaciones de los feligreses y a este tipo de ingresos adicionales se consigue superar un período tan devastador para nuestros templos rurales. Logra incluso remozarse –como hemos apuntado una de las nuevas exigencias era presentar los templos con un mínimo de decencia y dignidad– y pagar en 1787 una considerable cantidad de dinero por hacer un nuevo retablo, instalar una lámpara, etc.

Es aquí cuando parecen ser destruidas las imágenes antiguas de la ermita –con probabilidad medievales– de San Juan, Santa Isabel y San Lorenzo, quizá siguiendo las recomendaciones que los visitadores enviados por los obispados hacían por estas fechas: trocear y enterrar aquellas tallas que, por su aspecto antiguo, eran consideradas como «figuras indecentes». Desgraciadamente para nuestro patrimonio, ésos fueron los drásticos gustos de la época.

Imagen de San Juan, titular de la ermita. En realidad, era una talla rechazada en la parroquia principal del valle, que estaba renovando su retablo. La consideraron demasiado rebuscada por lo que se reaprovechó en la ermita de San Juan. Así desaparecieron las antiguas imágenes de San Juan, Santa Isabel y Santiago, dejando de celebrarse la fiesta de este último a partir de entonces.

Ya en el nuevo retablo, tan solo reponen la imagen del titular, San Juan Bautista. Y por no contar ya con un elemento identificador, desaparece el hasta entonces tradicional culto a San Lorenzo, no constando el gasto de sus misas en las cuentas de aquí en adelante.

LA IMAGEN DE SAN JUAN. La imagen de San Juan que hoy se venera es en realidad una talla que se rechaza en el templo parroquial principal del valle que, en torno a 1787 se encuentra sustituyendo su retablo. Se ordena repetir y, la de inferior categoría la compra por 220 reales un sacerdote de Larrazabal, Fernando de Orue, para ponerla en la ermita de San Juan Astobitzako. Es el motivo, como hemos dicho, de que desaparezcan las imágenes originales, de mayor interés en la actualidad pero poco apreciadas en su momento por su estética desfasada.

LA ERMITA ACTUAL. Pasan cien años sin que se anoten cuentas de la ermita por lo que suponemos que fue castigada por las sucesivas guerras. También desaparecen para siempre las referencias a la casa anexa.

Plano para la edificación de la nueva y última ermita, elaborado por su promotor Gerónimo Ibárrola.

Entonces aparecerá en escena un interesante personaje, Gerónimo Ibárrola que comienza el nuevo libro de cuentas presentándose como «…primer Teniente de Alcalde del Ayuntamiento de Llodio, y propietario de la Cuadrilla de Larrázabal… » para seguir exponiendo «que en la mencionada cuadrilla existe una ermita dedicada a San Juan Bautista, a cuyo santo desde tiempo muy remoto tributan devoción especial los vecinos de la Cuadrilla. Su estado ruinoso y el mal punto donde estaba colocada debían producir muy en breve la desaparición de la ermita». Un espacio de tiempo tan largo y rasgado además por tres grandes guerras debió suponer un abandono casi total de la ermita y, al parecer, sus consecuencias eran patentes.

Por otro lado y valiéndonos ya de la transmisión oral, la mayoría de los informantes recuerda que la antigua ermita se encontraba en un terreno especialmente arcilloso e inestable. Se comenta que, al parecer, hubo un corrimiento de tierras que derribó parte de la ya maltrecha ermita.

Ante esta situación, el beato Gerónimo Ibarrola –que posteriormente llegará a ser Alcalde de Laudio– remueve la conciencia de los vecinos y se revela ante la inevitable desaparición del templete. Según describe él mismo en la misiva que dirige en 1894 al Obispado, para evitar la desaparición definitiva de la ermita, acordaron entre los vecinos «…abrir una suscripción (…) de la que han reunido fondos para construirla de nueva planta aprovechando los materiales de la antigua» (1894).

Según nos recuerdan sus familiares Gerónimo [en realidad debiera ser Jerónimo pero respetamos la grafía que él usaba] era una persona culta, extremadamente recta y aún más devota. Su soltería hizo que se volcase de una manera más obsesiva de lo normal con sus dos grandes pasiones: la política y la religión.

Elaboró incluso un plano-boceto de cómo debían ser la planta y fachada de la nueva obra. Supo, además, ilusionar e implicar en el proyecto a la práctica totalidad de los vecinos. Así, aquellos que no trabajaron directamente en la obra, aportaron árboles con los que conseguir el maderamen necesario para la edificación. También cuentan con pasión los hermanos Juan José y Antonio Arregi cómo oyeron contar a sus mayores que las losas de piedra para el nuevo pórtico las bajaron con bueyes desde la cumbre el monte Pagolar, con un esfuerzo titánico pero necesario, ya que sólo allí existían piedras alargadas, grandes y lisas.

Hasta el año 1969 la campa de la ermita estaba en pendiente como puede apreciarse en esta retrospectiva. La imagen está tomada desde el carrejo para juego de bolos que completaba el lugar

Tomaron parte en los trabajos como voluntarios tanto vecinos de Larrazabal como de Markuartu. Aún no existía como tal el barrio más populoso actual, el de Landaluze, también muy ligado a la ermita y su fiesta.

Desde 1970 una cofradía se congrega en torno a una comida en el pórtico de la ermita cada domingo posterior al día de San Juan

LA LEYENDA. La elección de la ubicación para la tercera y actual ermita se debió, según comenta su familia, a contar con un suelo más estable que el anterior y por encontrarse más próxima al antiguo cruce de caminos que se dividían para acceder a las caserías más importantes del barrio. Casualmente, el cruce estaba presidido por un gran roble, de nombre Guzurraretx ‘el roble de las mentiras’ y en cuya memoria se plantó en 2019 un retoño del Árbol de Gernika.

Pero aquel cambio de ubicación incomodaría a más de un beato, feligrés u opositor político de Gerónimo. Por ello, por justificar el cambio, crearon e hicieron correr una leyenda que justificaba la actuación y evitaba suspicacias.

Así, cuenta la leyenda local que la imagen del santo aparecía cada mañana en el lugar de la ubicación actual. Durante el día lo retornaban a su casa –la ermita vieja– pero a la noche volvía a desplazarse hasta el lugar actual. Se interpretó que aquel misterio era un deseo de San Juan y ello fue razón suficiente como para no poner en tela de juicio que la nueva ermita debía edificarse donde está hoy.

A finales de los 90 la ermita fue sometida a una desastrosa rehabilitación que modificó sus fachadas y, entre otras, perdió para siempre l retablos del siglo XVIII

SAN JUAN TIENE NOVIA. Sea como fuere, la cuestión es que hace 125 años, en 1895, se bendice el nuevo templo y parece así darse por cumplido el sueño de Gerónimo. Probablemente ya estaba convencido de ser meritorio de las glorias del cielo. Falleció en 1911. Pero quizá en sus últimas horas de vida sacase las fuerzas suficientes como para convencer a su hermano Fernando —lo eran tan sólo por parte de padre— de la necesidad de colocar a Santa Eulalia de Goienuri (otro barrio de Laudio) en el hueco que quedaba vacío en el nuevo retablo; así podría explicarse la extravagancia cometida por aquel forzudo Fernando al robar la imagen en una noche de luna llena cuando contaba con… ¡¡casi sesenta años!! Se dice que aquella rocambolesca acción se llevó a cabo en torno a 1920. Desde entonces, durante todo este siglo, se dice que San Juan tiene pareja. Así lo recogió el compositor local Ruperto Urkijo Maruri (1875-1970), en una de sus canciones populares: «Bárbaros larrasabaleros [en referencia al barrio de Larrazabal en donde se encuentra San Juan Astobitzako] / que habéis querido casar / Santaloriaga [denominación popular local de Santa Eulalia] gloriosa / con el patriarca San Juan».

Si es que precisamente amor es lo que nunca ha faltado en ese dichoso lugar… que se lo pregunten a San Juan y Santa Eulalia…