Por qué tenemos un San Antonio en Laudio

Era un enclave tan desamparado que lo denominaron Ermu en euskera y Yermo en castellano. Es decir, ‘deshabitado’. Porque aquellas altas laderas que se descuelgan del monte Kamaraka han sido desde siempre un lugar idóneo para la soledad.

Choca por ello que allí se encuentre tan impactante conjunto monumental, compuesto por un santuario de origen medieval dedicado a Santa María y unas posteriores ermitas de Santa Lucía —que es como popularmente se conoce el lugar— y otra conocida como «de San Antonio» aunque su advocación principal sea la de Santa Apolonia. Es de esta tercera edificación y las motivaciones de su existencia de las que queremos hablar. Tanto desde la información fehaciente como, a falta de más datos, desde la mera especulación.

San Antonio, cuya romería del 13 de junio esperaban con ansia los laudioarras , era la que sentían como la más local e íntima, frente a la de Santa Lucía conocida como «la romería de los vizcaínos», muy enjuiciada en la moralidad local, y el comportamiento de aquella avalancha especialmente de romeros bilbaínos.

Ermita humilladero de San Antonio (Santa Apolonia), junto a un cruce de caminos, a los que daba servicio espiritual

HUMILLADERO Y NO ERMITA. En realidad el templete de Santa Apolonia / San Antonio no es una ermita sino un híbrido entre ermita limosnera y humilladero, denominadas santutxu en euskera, por su función secundaria. Son edificaciones religiosas, muy características del barroco vasco —siglos XVII-XVIII— y, simplificándolo, su función es la de dar un servicio espiritual de «24 horas / 365 días» al transeúnte, sin necesidad de estar atendida por nadie. Por ello están abiertas, para permitir el ocasional rezo devocional, pero a su vez protegidas por característicos enrejados o balaustradas. Solían ubicarse en las entradas a las poblaciones importantes o, como es nuestro caso, previos al acceso a un gran santuario.

Allí el romero y peregrino se humillaba —de ahí su nombre humilladero— y pedía perdón por sus pecados, para entrar en el mayor grado de pureza posible al santuario mayor o principal. Ayudaba asimismo en la limpieza del alma el depositar alguna limosna, otra de las características de estos edificios.

En la práctica, el contar con humilladeros en los caminos o calzadas que accedían a los santuarios, daban a estos últimos mayor distinción, relevancia y categoría. Y también ingresos económicos, no lo olvidemos: el insert coin de toda la vida…

Por eso, todo santuario que tuviese alguna pretensión, debía contar con un humilladero. En el caso del de Laudio, se elige el cruce de caminos que, provenientes de Bilbao o de Laudio, acceden al templo principal de Santa María, 300 metros más adelante.

Humilladero de San Antonio del Yermo (Laudio), con sus llamativos muros de cuidada sillería. En la parte inferior del arranque del muro, junto al suelo, se muestra la supuesta pisada mariana en un rebaje en la pared.

LA MOLESTA CREENCIA DE LA PISADA. El barroco fue, como sabemos, un período en el que el exceso en la recarga de adornos presidía todos los ámbitos de la vida. También el de las creencias populares, rebuscadas en sus puestas en escena.

Así, existía en un lugar del Santuario de Santa María una peña con una oquedad en la que el vulgo pretendía ver una pisada de la mismísima Virgen María. Y, como en otros muchos lugares de nuestro país sucede (J. M. Barandiaran 1924 y A. Erkoreka, 1995), en torno a ella se desarrollaron unos rituales y creencias que, paulatinamente, se alejaban de las atribuciones milagrosas del entorno basadas en la fe, para caer en la simple superstición.

Estaba aquella marca en la roca protegida por una reja que quizá daba más realce a aquel elemento que, desde los estamentos religiosos, no merecía aprobación. En cualquier caso, desviaba tanto la atención de los fieles, más pendientes de los milagros obrados por aquella piedra que de los de la Virgen, que el clero se vio desbordado. Por ello, en una visita obispal de 1723, con cierto enojo frente a lo que sus ojos presencian, se ordena tajantemente —adecuadas las citas documentales a la grafía actual— «que se cierre a cal y canto la reja de la pisada» por irreverente y ofensiva frente al credo cristiano. Relata cómo se le ha informado de que «hay abuso de venerar la pisada que llaman de Nuestra Señora, que se halla en una esquina de ella junto al suelo, por la parte de fuera, en que está puesta una rejita y a donde los hombres y mujeres suelen llevar agua en la boca y la echan allí, creyendo vana y supersticiosamente conseguir el remedio de sus enfermedades».

Por ello, «deseando su Ilustrísima desterrar tan intolerable error, mande se quite la dicha reja por el cura de dicha iglesia y se cierre el dicho sitio con piedra y cal y, así hecho, ninguna persona lo quite ni lleve agua so pena de excomunión».

Roca con la supuesta huella de la Virgen que se desplazó desde el santuario de Santa María al exterior de la ermita-humilladero, por considerarse indigna y ofensiva a la fe

Pero aquella orden jerárquica generaría más de una duda incluso en el clero local que no vería con tan malos ojos aquellas supercherías que, se quisiera o no, acercaban fieles y riquezas al templo. Así es que, hecha la ley, hecha la trampa. Y se decide extraer aquella peña con la oquedad que se interpreta con una huella mariana, y alejarla del templo principal para incrustarla en unas condiciones similares, en el nuevo templo de San Antonio que se habría de edificar como humilladero. Así, el nuevo edificio vería reforzada su acogida popular —no perdamos de vista los codiciados ingresos de las limosnas— y el santuario principal alejaría la indigna superstición pagana, a la vez que los fieles no se verían defraudados en sus arraigadas creencias populares.

LOS OTROS RITUALES DEL TEMPLO. Desde entonces y hasta nuestros recuerdos de infancia —no creo que haya nadie que lo practique en la actualidad— era costumbre llevar tres veces la boca llena de agua para depositarla en la huella de la Virgen en el humilladero de San Antonio. Con ello se prevenía el dolor de dientes, colmillos y muelas durante todo el año. El agua se tomaba en la fuente que mana del muro de la ermita de Santa Lucía o de una fuentecilla, más cercana, en la parte inferior de la carretera actual.

Bloque desgastado por el roce en el exterior del templo. Quizá por ser el primer elemento «santificado» que encontraban los romeros que subían desde Laudio

Del mismo modo, por impregnarse del halo de santidad que emanaba el lugar y con la intención de que la buena suerte les acompañase durante el año siguiente, muchos romeros tocaban con su mano uno de los bloques angulares de la edificación, en donde es apreciable su desgaste. Me gustaría pensar que sería un ritual practicado por los fieles provenientes de Laudio que, tras ascender las duras pendientes, accedían al primer punto físico del conjunto monumental, en donde depositaban sus creencias y esperanzas. Este rito de frotar la primera piedra no es practicado en la actualidad y su recuerdo se limita a los vecinos más mayores del lugar.

También la huella de la Virgen ha sido usada para introducir en ella el pie descalzo. Así se pedía novio o novia, sin duda una réplica de las atribuciones milagrosas de los dos San Antonios de Urkiola y que flanquean en el santutxu o humilladero a la titular, Santa Apolonia.

Así, el templo con diferencia más humilde de la «trilogía» monumental del lugar es el que se convierte en el principal referente milagrero, en donde la población vuelca su necesidad innata de dar rienda suelta a las rebuscadas supersticiones populares que le parecen más efectivas, tangibles y cercanas que la fe cristiana propiamente dicha.

El templecillo se construyó por tanto en el XVIII, con seguridad aprovechando la bondad económica del momento y las obras de ampliaciones y renovaciones en el santuario principal, y de reparación de su torre-campanario. Su construcción está realizada en sillería de gran calidad, algo que llama la atención, por no ser habitual como técnica constructiva en este tipo de templos que se consideran secundarios. También las tallas de Santa Apolonia y de San Antonio Abad y San Antonio de Padua son del momento, del XVIII, quizá coetáneas del encargo la elaboración de nuevos retablos para el santuario.

El arraigo del culto al templete debió ser grande, ya que incluso se crea una pujante cofradía en su honor que, junto a la que honra a San Roque en el fondo del valle hacen las delicias de los fieles. Incluso el vino que ha de suministrar el ayuntamiento cuenta con exenciones fiscales en el día de su honrosa romería, a la que acudían obligadamente las autoridades. De ese modo, tanto el alma como el cuerpo encontraban la gloria allí arriba cada 13 de junio.

Una posible ubicación para la pisada mariana original, en la base del pórtico, de diferente y menos cuidadosa etapa constructiva en un lugar en el que se observan diversas oquedad similares en la roca madre. Aunque no deja de ser una mera especulación personal, sin nada que lo sustente al margen de la intuición, sí sabemos que justo cuando se manda arrancar y deportar la pisada (1723), el cantero de Llanteno Juan de Aguirre realizó, entre otras obras, un estribo nuevo en la iglesia principal del santuario.

¿POR QUÉ SANTA APOLONIA Y LOS SANTOS ANTONIOS? Es fácil relacionar el rito del agua con el dolor de muelas, de la que es patrona y protectora Santa Apolonia, si bien el documento de 1723 se habla de un «remedio de sus enfermedades» en general y no con esa concreción. Pero es más que probable que, entre tantas enfermedades, también sanase las de los dolores de muelas. Y esa fue la chispa que debió iluminar a quien pensaba en crear un humilladero allí, la jugada maestra que solucionaba varios problemas a la vez. Ahora, sin soporte documental alguno, vayamos al campo de la hipótesis, al de la mera especulación.

En las épocas en que se edifica nuestro humilladero, San Antonio de Urkiola era el santuario por excelencia, el más venerado y el que sin duda más eco y renombre gozaba en nuestro orbe. Casualmente, en la antigua calzada —hoy perdida en el bosque— comercial entre Álava y Bizkaia, entre Castilla y el mar que venía desde Otxandio, encontramos un relativamente desconocido templo previo a acceder al gran santuario, unos centenares de metros antes, para dar auxilio espiritual a los peregrinos que accedían por aquella transitada ruta.

Sabemos gracias a una inscripción que aquella ermita está edificada en 1515, seguramente para solapar con cristiandad unos rituales paganos de culto al agua milagrosa que allí, desde las entrañas de la ermita, brota. Era la Señora de los Remedios a donde acudía la gente a sanar sus dolencias, como reza su rótulo interior, y especialmente las de las muelas. Para ello, se introducía agua en la boca y se daba tres o «varias» vueltas a la ermita, arrojándola en su interior, invocando a Santa Apolonia, que preside el humilladero como titular posterior. Era un templo secundario que, como decimos, formaba parte del conjunto del santuario de Urkiola y que permitía a los romeros acceder a él con un mayor grado de limpieza espiritual, gracias a este templecillo.

Peregrinos en Santa Apolonia de Urkiola, probablemente camino al santuario principal, en torno a 1900. Allí, aparte de orar, se practicaban rituales con el agua milagrosa que brotaba en la ermita

LA JUGADA PERFECTA. La similitud con los rituales del santuario del Yermo y que el clero quería erradicar, verían en este caso de Urkiola la inspiración para la solución perfecta: crear un templo secundario apartado del templo principal, junto al camino y abierto a modo de humilladero y desplazar allí el ritual del agua milagrosa, replicando el caso de Urkiola, a través de Santa Apolonia, mártir a la que según la hagiografía cristiana se arrancaron dientes y muelas en las torturas de su martirio. Su simple alusión despejaría cualquier duda en Laudio.

Ermita de Sta Apolonia en Urkiola con su inscripción de Ntra. Sra. de los Remedios 1515. A partir de ahí caminaban descalzos como penitencia algunos peregrinos que iban al santuario. No sería de extrañar que algo similar se hubiera practicado en el templo homónimo de Laudio

Asimismo, se añadirían al templo del Yermo los dos santos Antonios —Abad y de Padua— venerados con gran devoción en Urkiola, para dejarnos a las claras de dónde procedía aquella Santa Apolonia, nueva vecina de Laudio. Además, con el gran renombre y fama de aquellos santos vizcaínos, la acogida popular estaba asegurada y el éxito en lo espiritual y económico —limosnas y donaciones— garantizado. Es decir, para solventar el problema de la superstición del agua milagrosa del Yermo, se implanta una «sucursal» del santuario de Urkiola en Laudio.

Por si era poco, para dar más verosimilitud a aquella propuesta, se hace creer por medio de una leyenda creada ex novo que aquella oquedad en la roca que tanto desasosiego había generado a las autoridades eclesiásticas correspondían a la pisada de San Antonio de Padua que, camino a Urkiola, había pasado por el lugar: «la tradicion asegura que san Antonio de Pádua visitó aquella montaña y puso su pié en aquella piedra» (Antonio Trueba, 1867). Quedaba así unido este humilladero (y huella) con Urkiola en la mentalidad popular. Hoy en día nadie recuerda haber escuchado la atribución de la marca en la piedra al periplo de San Antonio hacia Urkiola. Por ello podríamos pensar que la leyenda se crearía intencionadamente por vía culta (¿el mismo clero?) para desvincular del santuario la superstición en torno a la curiosa piedra.

Como cabía esperar, la reputación tan grande con la que contaba el santuario de San Antonio en todo el orbe occidental vasco haría que, casi inmediatamente, se conociese el templete como «ermita de San Antonio» y no de la Santa Apolonia titular. También, al igual que en Urkiola, se replicaría el «error» de que el santuario advocado en realidad a dos San Antonios se conociese como un único «San Antonio», que su romería se celebrase el 13 de junio y que en supuesta la pisada de la Virgen se pidiese pareja casadera durante generaciones: una moda importada, sin duda.

Todos… excepto nuestra sacrosanta cuadrilla de amigos que, cuando acudíamos allí, introducíamos el pie para rogar a los santos para que no nos diesen novia, que nos protegiesen de ellas y sus naturales tentaciones, para que ninguna lianta rompiese aquel mágico vínculo entre amigos. A la vista de los resultados, no hizo efecto alguno y todos y cada uno de nosotros nos enamoramos de ellas en infinidad de ocasiones. Incluso fue en aquel mágico lugar en donde intimé por primera vez con el primero de aquellos amores: no se me ocurrió un lugar más altivo y romántico para abrazarme a ella y mirar juntos a la luna… ¡Qué regalo! Benditos sean san Antonio y la ineficacia de la huella mariana en la roca.

San Antonio Abad, Santa Apolonia (que hasta hace poco mostraba un diente real en su mano) y San Antonio Abad en el humilladero de Laudio. Se encuentran protegidos con sendas hornacinas de vidrio laminado antivandálico desde que sufrieron un irracional ataque.


San Antonio Abad (Laudio), con su característico cerdo

Santa Apolonia (Laudio), la titular del templecillo




San Antonio de Padua (Laudio)


La clasificación de ese tipo de templos de ruta como ermitas limosneras se debe a la función recaudatoria con la que también son planteadas


Ermita de los Remedios o Santa Apolonia en Urkiola

Interior de Santa Apolonia de Urkiola dejando patente su función sanadora: «Geisoen osasuna » (gaixoen osasuna) ‘la salud de los enfermos’


Santa Apolonia de Urkiola presidiendo el altar sin retablo de la humilde ermita


Indicador del camino entre el santuario de Urkiola y la desconocida ermita de Santa Apolonia, en la antigua calzada que llevaba a Otxandio, hoy invadida por el bosque.

Fuente de agua milagrosa que brota bajo la ermita de Santa Apolonia en Urkiola




Los de Atxuri en la romería del Yermo

Desde que tenemos noticias documentales de su existencia en la Edad Media, era Santa María del Yermo un templo de gran renombre y proyección, ligado a grandes linajes algo que convierte a nuestro templo en sobresaliente. Pronto se le atribuyen cualidades milagrosas y ello supone que la gente codicie enterrarse allí, que se firmen numerosas donaciones testamentarias para el santuario y que comience a peregrinar gente hasta allí, buscando la solución divina a sus cuitas humanas. Y pronto se convierte en renombrada la fiesta su romería.

PERO EN ESTA OCASIÓN queremos hacer especial mención al punto álgido de sus romerías, en las décadas a caballo entre el XIX y el XX ya que se lo debemos a una cuadrilla de entusiastas jóvenes que se reunían en la taberna de Paloca (Atxuri) y que se encargaron de llevar a miles y miles y miles de bilbaínos hasta la romería de Laudio, un pueblo que se vio abrumado por el gentío que, desde la ciudad, acudía a aquel delicioso paraje de montaña.


La sociedad vasca de fines del XIX vivía sumida en una gran crisis emocional, de pérdida de valores, tras habérsele arrebatado definitivamente sus fueros (1876). Eran tiempos de revisión romántica del pasado y de la idealización de las añoradas esencia e identidad vascas que veían como, día a día, se desvanecían.

Por ello, al margen de pasear y dejarse ver, a la nueva sociedad bilbaína le encantaba usar ese recién aparecido tiempo libre para reencontrarse con la esencia rural que se desvanecía, gozándola de un modo quizá artificioso o recreado. Así se ponen de moda, por ejemplo, las casas txakoli —una especie de merenderos a donde se iba a pasar el día festivo— u otros lugares en los que pudiese disfrutarse del tipismo vasco, aquello que ya se intuía desaparecer.

Llegada de romeros bilbaínos a la romería de Santa Lucía. Obra de 1925 reinterpretada para un calendario de 1952 del empresario Arcadio Corcuera.

De ese modo, surgen en el Bocho cuadrillas de jóvenes con gran iniciativa, como lo fueron el Kurding Club —por las «curdas» que cogían— o, especialmente relevante para nuestro caso, el grupo de la taberna de Paloca, en Atxuri, sobrenombre con el que se conocía a Anastasio Bergara Etxabe (1838-1920) un comerciante de vino y que también lo vendía al por menor, de chiquiteo.

Desde aquel punto de encuentro comenzó una cuadrilla de clientes asiduos a organizar en sucesivos años expediciones de bilbaínos a la romería del Yermo, en donde se encontrarían con lo más auténtico del paisanaje rural, algo que durante muchos años se convirtió en un clásico. Recuerdo de aquella intensa relación entre poblaciones, también se comenzó a apodar Paloca a la taberna que los Urquijo tenían en la plaza de Laudio, gestionado años después por Miguel Urquijo Maruri, el hermano del compositor Ruperto y también alcalde. Por cierto, la joven camarera del local era Maricrus, tan presente en los cánticos populares de Ruperto.

Ayudaría el hecho de que el bar de Paloca era en lo político un conocido foro del pensamiento liberal, coincidente con la del Marqués de Urquijo, lo que facilitaría la sintonía en el devenir de nuestra historia.

Aquella gran avenida de bilbaínos, se vio además facilitada por otra aportación de los tiempos modernos, el ferrocarril, que había cambiado nuestro mundo desde que 1863 nos uniese con Bilbao. Se fletaban trenes especiales para transportar a los miles de bilbaínos que acudían al reclamo de la fiesta. También, como es bien recordado en el pueblo, prostitutas que arribaban para dar rienda suelta al negocio del fornicio. De ahí que en los ambientes locales de Laudio, de carácter mayoritariamente conservador —carlista— y rural, observasen con mucho recelo aquellas modernidades que atentaban contra la decencia, por lo que disfrutaban más y de un modo más natural y propio el día de San Antonio, dejando los desmanes de la de Santa Lucía para los foráneos. Por eso entre nuestros laudioarras mayores aún se conoce la fiesta de Santa Lucía como «la romería de los vizcaínos«. Pero no adelantemos acontecimientos…

Sea como fuere, las noticias de prensa de aquella época reflejan a la perfección el ambiente que se vivía por aquel entonces. Y cómo aquellos jóvenes entusiastas del Paloca organizaban con detalle el evento. Hasta se ocupaban de señalizar el camino por donde «…subiendo van los romeros, por Bentabarri [Larraskitu] ya se les ve pasar…» que cantase Ruperto Urquijo. Dice lo siguiente el Noticiero bilbaíno de 8 de mayo de 1886:

«Se preparan para el día 14 solemnes funciones y fiestas en el santuario de Santa Lucía de Yermo, donde además de las misas de costumbre, habrá romería con tamboril y ciegos, esperándose que este año acudirá aún más gente que en los anteriores, puesto que se han arreglado los caminos y senderos, particularmente el que desde Bilbao se dirige a dicho santuario por San Roque y Pagasarri, poniéndose jalones con señales para que nadie se extravíe».

Cada año se intenta mejorar la edición anterior y, gracias a aquella aportación foránea, la fiesta de Santa Lucía va ganando en grandiosidad y suntuosidad. Se dan entrañables escenas en las que se funden dos mundos antagónicos, el de lo moderno y lo tradicional, el de lo urbano frente a lo rural. Nos sobrecogen solamente con imaginarlas:

«Anteayer asistieron a la romería de Santa Lucía de Llodio diecisiete individuos de buen humor todos vecinos de Atxuri y que suelen reunirse en la taberna de Paloca. Los expedicionarios hicieron el viaje en un coche particular que iba adornado con banderas. Entre los romeros figuraban uno vestido de municipal y otro de heraldo. En el trayecto entre Bilbao y Llodio fueron disparando cohetes. Al llegar a Llodio todos los romeros se colocaron en correcta formación, el heraldo que llevaba una corneta se puso a la cabeza y entraron en el pueblo ejecutando una marcha vascongada al estilo antiguo. Todos los aldeanos al paso de la comitiva se descubrían. Llegaron los expedicionarios al punto en donde se celebraba la romería y allí el Ayuntamiento en Comisión salió a recibirles. El alcalde les manifestó que por su antecesor sabía que eran gentes de buen humor y que les daba permiso para que se divirtiesen todo cuanto quisieran. Poco antes de empezar la fiesta fueron retratados con el Ayuntamiento, la Guardia Civil y un asno que conducía un enorme pellejo de vino. Después fueron retratados haciendo el aurresku. Terminada la comida se presentó el Ayuntamiento en la casa en donde se hallaban los expedicionarios para darles las gracias por la visita. Los romeros una vez terminada la romería regresaron a esta Villa a donde llegaron a las 10 de la noche prometiendo volver el año próximo y sumamente reconocidos por el comportamiento del Ayuntamiento de aquella localidad» (Noticiero bilbaíno, 16 de mayo de 1894).

RRomeros llegando a Santa Lucía, una de las últimas obras de José Arrue (pinchar en el enlace)

El asunto fue a más y al año posterior acudió de manos de aquellos entusiastas nada menos que el Orfeón Bilbaíno, que se sumó a la banda de música local y los tamborileros locales.

El año siguiente, 1896, aquella «delegación del bilbainismo» quizá alcanzó su punto álgido al organizar con una comisión de nada menos que veintitrés miembros del Paloca, diversos actos, preparados con varios meses de antelación para que nada pudiese fallar. Ellos mismos buscaban la financiación de aquello que «regalaban» a la fiesta de Laudio. Nos lo cuenta así el Noticiero bilbaíno de 29 de enero de 1896:

«La romería de Santa Lucía que en Llodio se verificará este año promete verse más concurrida que en años anteriores. Veintitrés individuos de esta villa, algunos de ellos muy conocidos por su jovialidad, han dispuesto reunir fondos para celebrar con la debida pompa el día de la festividad citada. Al efecto uno de los expedicionarios ha redactado un reglamento cuya magnífica portada e introducción demuestran las envidiables cualidades caligráficas de su autor. Para fines del próximo mes harán también dichos romeros un cartel a varias tintas que ha de resultar sorprendente si ha de juzgarse por el Reglamento que hemos visto. Este cartel que ha de anunciar los festejos que celebren se expondrá en el establecimiento que en Achuri tiene el concejal señor Vergara», en referencia a Anastasio Bergara, Paloca.

De nuevo acudió para cantar la misa el Orfeón Bilbaíno y hubo diversos actos institucionales de hermanamiento, con intercambio de discursos, agradecimientos y regalos, muy al estilo de la época. El presente más reseñable de ellos es el bello cuadro de Marcelino Gómez que entregaron al alcalde del momento, Luis Plaza, y que desde entonces se exhibe con orgulloso en el salón de plenos de la casa consistorial de Laudio.

Cuadro regalado por la «Sociedad Expedicionaria» de los muchachos del Paloca, exhibido en el salón de plenos municipal

De ahí en adelante, la romería fue en aumento de visitantes, con refuerzo del servicio de ferrocarriles, aunque ya con menos relevancia de aquel grupo del Paloca. Probablemente tuvo que ver un acontecimiento político ya que el tal Paloca, un relevante personaje también el lo político, en una votación crucial en diciembre de 1898, traicionó a su grupo en Bilbao y votó a favor de sus adversarios, los carlistas. Aquel transfuguismo fue algo muy denostado por todo su entorno y vilipendiado por la prensa liberal. Un detalle que, desde luego, no iban a dejar pasar por alto el marqués Estanislao Urquijo ni toda su cohorte política local.

En cualquier caso, nuestra romería continuó exitosa hasta la Guerra Civil, sin el impulso de los del Paloca pero viva por su inercia y, dicen, es a partir de los trágicos acontecimientos bélicos cuando todo comenzó a declinar.

También se cree que aquellos promotores bilbaínos hicieron buena amistad con un chaval de Laudio. Y que por eso, alguna década después y en varias ocasiones, bajaron a Bilbao unos laudioarras montados en unas carrozas tiradas por bueyes. Era el músico Ruperto Urquijo (1875-1970), que pretendía devolver el favor con el mismo ánimo de alegrar el espíritu trabajando la convivencia en buena armonía. Si es que el mundo es un pañuelo. A partir de ahí, todo es sabido. Todo salvo el siempre incierto futuro, que tan solo depende de nosotros.

NOTAS: Cuba. No gozó el compositor Ruperto Urquijo de los años más esplendorosos de los expedicionarios del Paloca pues se encontraba en la guerra de Cuba, de donde regresó enfermo en marzo de 1897. Era aquella contienda bélica la preocupación social del momento, lo que pesaba sobre el ambiente. También con gris reflejo en las fiestas del Yermo, tal y como lo recogen las noticias del momento: « Hoy ha tenido lugar la consabida peregrinación a Santa Lucía del Yermo con un tiempo delicioso para implorar por la intersección de tan milagrosa santa la terminación de la guerra de Cuba y librar de las demás calamidades que afligen por el presente a nuestra querida y valerosa patria. Han asistido los 29 pueblos que componen el Arciprestazgo de Ayala que han dado un contingente de 2200 personas y unidos a este número los que han asistido de los demás pueblos circundantes en el Santuario pasaban de 3500. […] Arraigó con entusiasmo y voz potente sobre el objeto de la peregrinación dando valor a muchas desconsoladas y afligidas familias cuyos valerosos hijos, abandonado el hogar paterno, han ido a guerrear con heroísmo por la integridad de la patria. Hubo momentos en que hizo llorar a la gente y sobre todo a muchísimas madres que no dejan de suspirar por sus hijos […]. A expensas del Excmo. Marqués de Urquijo se obsequio a los peregrinos con ración abundante de carne y pescado con su correspondiente pan y vino» (Noticiero bilbaíno, 16 de septiembre de 1896).

Recuerdos de Santa Lucía. Junto a aquellas masas humanas que acudían desde la capital de Bizkaia llegaba también la modernidad a nuestro pueblo y, por ello, todas las costumbres y estética «de antes» parecían desvanecerse.

A eso canta Ruperto Urquijo (1875–1970) en su centenaria canción «Recuerdos de Santa Lucía«. Quedaos especialmente con el mensaje de su letra, cargado de añoranzas con el pasado:

«Ya no se ven las aldeanas bailando junto a la ermita. Ya no se ven las aldeanas, ya son aldeanas artistas. Ya no se ven guapas mozas con sus vistosos pañuelos, delantal, trenzas hermosas a poca altura del suelo. Ya no bailan las aldeanas guapas, con el sello que las distinguía. No tienen las alegres paseras el sello de aquellas porque se perdió. Ya no tienen las alegres pascuas la belleza pura y natural que le daban las aldeanas guapas en día tan bello… bello sin igual»

PODÉIS VERLO Y ESCUCHARLO AQUÍ:
https://www.youtube.com/watch?v=p4I-twxPR7k

Segunda obra regalada. Además del cuadro que se exhibe aún en el salón de plenos de Llodio, se hizo entrega de otra obra de arte de la que nada más hemos sabido. La había elaborado con gran esmero Benito Ordeñana, profesor en la Escuela de Artes y Oficios de Bilbao. La describen así las noticias de la época: «El trabajo es un verdadero capricho […] lleva dibujada en el fondo una diligencia con los tamborileros vestidos de casaca roja y tricornio en el testero, dentro los alegres expedicionarios [los muchachos del Paloca de Atxuri] y a la zaga un lacayo de sombrero de copa y levita» (Noticiero bilbaíno, 25 de mayo de 1896).

Fecha de la fiesta. Siempre se celebraba el lunes de Pentecostés que, como su nombre en griego indica, son cincuenta días tras la resurrección de Cristo. Una fiesta cristiana que, una vez más, tiene su origen en los ciclos de la agricultura. Sea como fuere, dicho de un modo más pragmático y sin connotaciones ideológicas, la fecha elegida era el lunes situado cincuenta días después del primer domingo tras la primera luna llena de la primavera. ¡Qué cosas! Pero, desde 2013 y a petición de los vecinos del lugar que organizaban la fiesta, se celebra el último lunes de mayo.

La taberna de Paloca. Se trata de un edificio construido en 1848 en el que Anastasio Bergara, alias Paloca, ocupaba tanto la planta baja, donde se halla la taberna-almacén, como el primer piso, de vivienda. Fue uno de los bares modestos en lujos pero emblemático en el chiquiteo bilbaíno. Con el tiempo fue decayendo, convirtiéndose en un bar muy vulgar, en el que en sus últimos años, la clientela solo acudía por las chicas de sexo fácil que allí ofrecían sus encantos y/o miserias. Sabemos que a primeros de 1968 ya estaba definitivamente cerrado, más de un siglo después de su apertura. Quien nos diría que aquel antro iba a ser tan relevante para la historia de Laudio.

Ver para creer: ¡que santa Lucía nos conserve la vista!

Imagen del año pasado, con aquello del «Al mal tiempo, buen vino». Este año nos quedamos sin la legendaria romería consecuencia de la pandemia.

La bruja de Lezeaga: entre el mito y la realidad

Lezeaga —Lesiaga en dicción popular actual— es un conocido paraje del municipio de Laudio. Pero Lezeaga es también conocido entre nosotros por ser, según la tradición local, el territorio dominado por una legendaria bruja. Esa bruja es, asimismo, el personaje icónico de los carnavales actuales.

Pero en todo ello hay tal mezcla de conceptos, tal revoltijo de verdades y de falsedades, que se hacen necesarias unas líneas para ordenar un poco los datos.

PERSONAJE DE CARNAVAL. Si buscamos en Internet informaciones sobre la bruja de Lezeaga, encontraremos infinidad de referencias que hablan de una tradición ancestral del carnaval, cuyo origen se pierde en los tiempos y según la cual el pueblo de Laudio ajusticia ese personaje, descargando las iras sobre él y quemándolo como rito de purificación pagano. Basta con visitar la sacrosanta Wikipedia para encontrar referencias de este calado: «El Carnaval de Llodio tiene caracteres de carnaval urbano, aunque ha conservado alguna tradición del pasado rural de la localidad. Es el caso del personaje de la Bruja de Leziaga (sic), que recuerda la leyenda de la mujer que habitaba en la cueva de Letziaga (sic), se mesaba los cabellos con peines de oro y atraía con sus hermosas canciones a los pastores llodianos que se acercaban a la cueva».

Es algo rotundamente falso pero que, una vez en la red, se copia y difunde como se inflama un reguero de pólvora. Sin embargo, curiosamente no encontraremos en ella ni una sola reseña a su realidad histórica. Y, a falta de otras referencias, también se está transmitiendo erróneamente en nuestros centros de enseñanza. Así es que, como hemos adelantado, vamos a esbozar unas líneas que pongan un poco de orden en ello, aunque quizá ya el daño sea irreparable.

Contrariamente a esas referencias de la Wikipedia y la infinidad de páginas de carnavales rurales, tradiciones vascas, etc. no tenía nada que ver el dichoso personaje con el carnaval, ni es ninguna «tradición del pasado rural de la localidad» ni existe ninguna referencia a que atrajese «con sus hermosas canciones a los pastores llodianos que se acercaban a la cueva«. Es un invento moderno quizá para describirlo de un modo más idealizado. Pero nada de ello es realidad.

El origen. Al final del franquismo, bullían mil proyectos en la sociedad y los jóvenes que en ello participábamos, intentábamos recuperar todo aquello que sentíamos como muy nuestro y que, por su connotación de vasco, había prohibido el franquismo décadas atrás. También los Carnavales, inicialmente vetados en plena contienda, en 1937 y ratificada su prohibición en forma de ley en 1940, hace ahora 60 años. Eran tiempos en los que tocaba reconstruir lo arruinado por el dictador y su genocidio cultural.

Cuando muchos de nosotros, ilusionados, intentábamos recuperar «nuestra identidad» hicimos varias reuniones para ver cómo plantear los nuevos carnavales. Yo contaba con 16 años y nos reuníamos en el instituto, donde estudiaba. Por mi juventud, participé en alguna de las reuniones si bien el peso lo llevaban los que eran algo más mayores. Se acordó que había que hacer un carnaval como en los pueblos más referenciales y recrear un personaje icónico al que ajusticiar como acto de purificación del mal acumulado y así dar paso a una nueva época de prosperidad y felicidad. Se trataba de copiar o imitar lo mejor que se conocía en Euskal Herria.

Esa figura del mal se encarnaba ya de modo tradicional en los carnavales populares de Laudio y todo el Alto Nervión con la figura de un gallo que se paseaba en una cesta por todas las casas mientras los jóvenes pedían para hacer una merienda. Al final era ajusticiado y muerto. Pero por aquel entonces la costumbre local nos parecía muy desvalida, pusilánime, y necesitábamos algo más potente y emblemático: lo de fuera siempre era mejor que lo nuestro.

J. C. Navarro. En aquellas reuniones, como representante municipal y secretario —la implicación municipal en este tipo de iniciativas era muy grande, con el novedoso gobierno de Herri Batasuna, liderado por el alcalde Pablo Gorostiaga— actuaba el funcionario Juan Carlos Navarro Ullés que, a su vez, era y es un reputado historiador local. Entre tanta divagación desnortada, él mismo, que tenía voz pero no voto, sugirió que por lo que escuchaba y por lo que parecía que se buscaba, tan solo existía un ser de leyenda con el mínimo renombre para poder adecuarse y convertirse en personaje identitario. Y, tras las oportunas explicaciones, convenció a todos, más que nada porque no se vislumbraba otra opción posible. Es más, la comisión le encargó a él mismo que se hiciese cargo de la elaboración física del personaje. Algo de calidad porque iba a salir año tras año y había que quedar a la altura que las circunstancias merecían.

Era el año 1981 y para el año siguiente, 1982, ya salió por primera vez la bruja de Lezeaga como personaje carnavalesco de Laudio. Por cierto, unos carnavales que, siguiendo la tradición, tenían su día fuerte en el martes y no en el sábado previo actual. Como hemos adelantado, fue el mismo J. C. Navarro el responsable de encargar una máscara que, en el instante previo a ser quemada, se sustituía rápidamente por una más basta y sin calidad. La figura la realizó un artesano apodado Txekun que formaba parte del grupo de teatro de calle Akelarre, de Bilbao, con sede y taller en el muelle de Marzana, tal y como en su día me refirió el mismo Navarro.

Imagen de la primera bruja de Lezeaga que desfiló los años 1982 y 1983. Foto cedida por Patxo Santamaría

Pero en 1984 algún gamberro quemó la máscara original y hubo que construir otra, con menos pretensiones por si sucedía lo mismo y tirando de jóvenes artesanos locales: Fontso Isasi, Javi Ramírez y César Fombellida. A partir de ahí, todo es rodar en el tiempo hasta este año que nuestro personaje ha desfilado en 2020 por trigésimo novena (39ª) vez.

Imagen de la figura actual del personaje de carnaval, la Bruja de Lezeaga

EL MITO. Son bastantes las referencias populares de brujas —en euskera sorgin— en Laudio pero es cierto que existe una cuyo renombre alcanza a todo el pueblo: el de la bruja de Lezeaga.

En teoría, según creencias aún bien conocidas entre los de más edad, habitaba en la parte baja del barranco de Iñarrondo —pegante a Lezeaga— y por allí hacía sus fechorías, aunque se la recuerda siempre como un personaje no maligno. E, insistimos, nada de «engatusar a los pastores» como en tantas referencias de Internet encontramos.

Las únicas y exiguas referencias que disponemos hablan de una bruja que hace el papel similar al de las lamias, a tenor de lo escuchado en cierta ocasión por J. C. Navarro (el que dio la idea del personaje para nuestro carnaval) a Eugenio Perea quien, acompañando de niño a su padre, se estremecía al pensar que debía pasar junto a las rocas del barranco de Iñarrondo donde, según se decía, solía peinarse la conocida bruja. Aunque él nunca la llegó a ver, aseguraba haber presenciado púas de peine y cabellos en el lugar.

Santuario de Santa María del Yermo enclavado en plena montaña, lugar de antiguas leyendas populares

También al hacer el Marqués de Urquijo las obras para la primera conducción de aguas potables al municipio en 1879, las muchas de averías y fugas iniciales fueron atribuidas en los ámbitos populares a la bruja de Lezeaga, que al parecer no estaba muy conforme con que perturbasen su territorio y tomaba la venganza a su manera, rompiendo y desajustando las tuberías. No sería de extrañar que fueran actos de sabotaje, pues la toma de esas «aguas de todos» para uso del nuevo palacio del marqués, fue muy contestada popularmente. No conocemos más testimonios que aporten novedades: tan solo reseñas que no hacen más que dar más difusión y amplificar la leyenda.

Que conozcamos, la primera referencia documental de nuestras brujas la da Becerro de Bengoa en su libro Descripciones de Álava (1880) en donde, al describir las canteras de los montes que rodean el municipio de Laudio, dice: «…y las de Leshéaga (sitio de las cuevas) con sus tradiciones sobre las brujas». No conocemos nada anterior. Pero nos habla de brujas y no de una concreta como hoy nos es incuestionable.

REVISIÓN HISTÓRICA. Es llamativo que alguien tan versado en el tema como lo fue José Miguel de Barandiaran, al estudiar e intercambiar muchas informaciones sobre ese lugar a principios de XX, nos hablase de que, sobre el santuario en la zona superior de Lezeaga, «es tradición en Santa María del Yermo que antiguamente aparecían lamias peinando sus cabellos«. Lamias pero nada de «la bruja».

Al igual que cuando nos habló de una muchacha que, por encantamiento de las brujas que habitaban en la cavidad de Sorginzulo en Lezeaga, se convirtió en una de ellas por conseguir un puente. Recogió el sacerdote de Ataun en sus notas manuscritas que «a la cueva donde se metieron, la teme la gente, pues dicen que suele presentarse en ella la chica convertida en bruja» tal y como lo publicamos en su día: La maldición de Lezeaga. Sin embargo no llegó a publicar en sus trabajos esta leyenda que le habían referido. Era consciente de que era una fábula clonada en infinidad de lugares y debió detectar que era algo de novedosa creación.

Y es que, en la actualidad, se está dando una visión revisionista a lo que conocemos como mitología vasca. Y sabemos que infinidad, muchísimas de esas leyendas, fueron creadas a fines del XIX como fábulas propias del ambiente de romanticismo de la época. Hay que hilar fino por tanto para discernir entre lo tradicional y popular y lo modrrno y cultista.

Yo, a la vista de los datos, creo que nuestra Bruja de Lezeaga, la que hoy nos parece tan irrefutable, es un personaje recreado en aquellas épocas por vía culta y no popular, para añadir una atmósfera misteriosa al entorno. Lo mismo y de la misma época que esa otra creencia tan extendida que atribuye la edificación del santuario del Yermo a los templarios.

No sería de extrañar que esas leyendas, y en especial la de «la bruja de Lezeaga», presentada como un personaje único, surgiesen del entorno del palacio del primer marqués de Urquijo apoyándose en la verdadera tradición popular de la presencia de lamias en el entorno. En una época en la que era habitual hacerlo. Quizá hasta con el fin práctico de disipar o desviar la atención popular sobre aquellas «sobrenaturales rupturas de tuberías» —probablemente sabotajes— en su conducción de aguas.

O de mano de aquellas afamadas romerías que muchachos de Bilbao organizaban en ese entorno en las décadas a caballo entre el XIX y el XX, quizá para añadir más encanto a aquellos urbanitas que acudían sedientos de cultura rural.

Que alguien tan versado en mitología y leyendas vascas como José Miguel Barandiaran no recoja nada de nuestro personaje concreto e incluso desprecie lo más próximo a ello es una prueba, a mi entender, irrefutable. Nada menos que en fechas tan tardías como 1935.

Eso sí, en todas nuestras encuestas etnográficas los mayores nos han hablado de la archiconocida «bruja de Lezeaga«. Pero todos esos informantes son hijos ya de muy avanzado el siglo veinte, varias décadas después del nacimiento del mito. Al parecer, todo es cuestión de tiempos. Que la bruja de Lezeaga me perdone. Y el mismo pueblo de Laudio, porque soy consciente de que no va a gustar: el mito siempre es más cómodo que la realidad.

Barrer antes de acostarse

Dentro de la maraña de costumbres tradicionales que se practicaban en el hogar vasco, hay una superstición relacionada a algo tan humilde y cotidiano como es el barrer la cocina. Y llama la atención por ser capaz de atribuirle una función simbólica protectora.

Barrer la cocina, sí, pero no en cualquier momento sino justo antes de acostarse: es ahí cuando la magia del acto adquiría su máximo poder.

Precioso retrato de una familia vasca, obra de Eulalia Abaitua (1853-1943)

Desdichadamente, no creo que exista nadie hoy en día que conozca o practique esa costumbre protectora. Pero sí es común entre la gente mayor —sin ir más lejos mis padre y madre— el recuerdo del acto diario de barrer la cocina como última labor antes de acostarse, quizá como vestigio de aquel curioso ritual.

Es R. Mª Azkue (1864-1951) quien una vez más nos aporta en Euskalerriaren Yakintza sus referencias, que juegan con la ventaja de haber sido escuchadas hace prácticamente un siglo. Pero, incluso así, ya para aquel entonces le contestaban en Arratia que «Nuestros antepasados nos enseñaron a barrer la cocina al ir a la cama. No sé para qué era». No se sabía el porqué.

Más suerte tuvo en su Lekeitio natal en donde le aseguraban los más mayores que «A la noche, al acostarse, si se deja bien barrida la cocina, bailan después en ella los ángeles; en caso contrario, las brujas».

Joven barriendo de Francisco de Goya (1746-1828)

No sabemos qué extrañas creencias —o simples miedos— subyacen bajo esas referencias. O si se debe, sin más, para algo tan pragmático como el evitar la presencia de los roedores. Pero gracias al dicho investigador sabemos que pronto se recurrió a la religiosidad para enmascarar aquellas más supersticiones populares: «La noche del sábado, la Madre Virgen suele venir a la cocina a dar un vistazo» recogió en Barkoxe (Zuberoa).

Pero, a su vez, nuestra intrincada geografía ha posibilitado otras variantes de esas creencias, incluso discordantes entre sí. Por eso hay quien afirma que no puede barrerse la cocina al anochecer, pues eliminaríamos también la buena suerte que, invisible, impregna el hogar. O, de barrerse, dejar apilado lo recogido, sin tirarlo, hasta la mañana siguiente. Pero quedémonos con la primera de las versiones, la de barrer.

Porque cierto es que la escoba se usaba como símbolo de la purificación ya desde la Romanización, bien como tal, —scopa, escoba— bien con ramilletes de ramas de diversas plantas o arbustos, utilizadas para la limpieza ritual doméstica. Por ejemplo, en caso de un funeral. También en el ámbito público, como parte de la pureza ceremonial (La escoba y el barrido ritual en la religión romana, de Santiago Montero Herrero, 2017).

Interior de una cocina de caserío

En realidad no sabemos si tiene que ver con aquello tan lejano o no. Así es que, una vez más, nos asomamos al vacío del tiempo, al del desconocimiento de lo que fuimos. Por eso reflotamos hasta aquí la vieja costumbre, para insuflarle vida de nuevo, con la esperanza que que alguien algún día consiga aportar un rayo de luz.



El «pan jaiko»

Con el nombre de pan Jaiko se denominaba un pan especial que, con fines más allá que el simple alimento, se consumía en Laudio en día de hoy —Domingo de Resurrección en el credo católico— y mañana. Es poca, poquísima, la gente que lo recuerda y por ello queremos hablar de él, en especial por dar testimonio de esa denominación inédita jaikoy que sin duda hace referencia al carácter ‘festivo’ del mismo, a partir de jai ‘fiesta’.

En lo morfológico, era un pan más plano que lo habitual y con forma de triángulo, características que lo hacían inconfundible.

Mi padre (1934) y madre (1941) lo recuerdan de su infancia como un pan especial, muy apreciado que, de vez en cuando y sin fechas concretas, se cocía aprovechando la hornada de pan semanal. Otra tía mía —Carmen Olabarria (1938), del caserío Kastañitza— recuerda afortunadamente con más detalle cómo su madre Felisa Arza (1915-2001), les preparaba aquel pan para estos días concretos, domingo y lunes pascuales, adornándolo con un huevo en su centro. En lo personal, me ha resultado imposible recabar más información, a pesar de haberlo intentado con bastante gente.

Felisa Arza (1915-2001) preparaba el característico pan de tres puntas con un huevo para sus hijos. Era el pan jaiko, propio de las fiestas pascuales

Sabemos por informaciones de otros municipios que se trata de la Pazkopila —’torta pascual’— y que se ha conocido con otras denominaciones populares como ranzopil (San Román de San Millán), arrazobi (Agurain), arraultzopil (Ganboa), mokotza (Gorozika, Zornotza, Arratia), mokorrotea, paskopille (Bermeo y Busturia), Cornite (Santurtzi), besotakoi (Zerain), kaapaxue (Elosua-Bergara), karapaixo (Arrasate, Eskoriatza), garapaio, karrapio, Samarko opila (Oiartzun, en referencia a San Marcos, 25 de abril, día en que se repartía), morrokua (Dohozti), adar-opil (Bera)… según recoge el Atlas Etnográfico de Vasconia en todos los territorios de Euskal Herria, a través de infinidad de encuestas sistemáticamente realizadas hace varias décadas.

PADRINOS Y MADRINAS. Nombres como el de besotakoi de más arriba — de besoetako ‘padrino’ o ‘madrina’— nos advierten de otra característica, olvidada ya en Laudio, y que consiste en la costumbre de que ese pan lo regalen padrinos y madrinas — en especial las madrinas— a sus ahijados. Simboliza probablemente el hecho de que, suceda lo que suceda en la vida, se garantiza la continuidad familiar porque, como sabemos, los padrinos son los sustitutos legítimos en caso de fallecimiento de los padres.

Esta costumbre no es en absoluto exclusiva de Euskal Herria sino que es de carácter general: «pola Pascua os padriños regálanlles ós afillados ovos, roscas ou bolos de pan» (Carlos Sixirei, 1982)

Pan jaiko elaborado para la ocasión por la panadera artesanal Aida Fuentres Iza, a semejanza de las mokotza de Arratia. El de Laudio era —según los escasos testimonios disponibles— más plano y con un solo huevo central o ninguno y sin chorizo. Aunque con seguridad no existían cánones rígidos y la variedad sería amplia

TRES PUNTAS. No descartaría en absoluto que esas tres puntas que caracterizan a la mayoría de los panes pascuales citados representen la Trinidad, el sanctasanctórum irresoluble de la multiplicidad de la divinidad cristiana. Tampoco que nuestro pan esté directamente ligado a la liturgia cristiana: no olvidemos las oblatas u obladas, ofrenda que se lleva a la iglesia y se da por los difuntos, que regularmente es un pan o rosca.

Tres es asimismo el número mágico en la cultura vasca, la cantidad concreta de vueltas que no se pueden dar a una iglesia, cementerio o casa si no queremos caer en una maldición eterna. Como tres eran las vueltas que debían dar a un árbol aquellas personas que deseaban convertirse en brujas.

De todas formas, también existen estos panes con forma alargada, redonda, de rosco, etc: se trata de lo mismo.

SÍMBOLO EQUINOCCIAL. El pan es el alimento con más variedad de carga simbólica y ritual entre todos los que existen. Pero, además, en esta ocasión incluimos el huevo, famoso «huevo de Pascua» en infinidad de culturas, y que representa el nacimiento o, mejor dicho, el renacimiento, la inmortalidad o la eternidad.

Todo ello se corresponde con las primigenias fiestas de culto al equinocio que acabamos de superar, cuando la luz, una vez más, ha triunfado sobre la oscuridad y nos promete prosperidad y abundancia, bien simbolizado por el huevo.

Aquellas fiestas paganas son adoptadas para sí por la Iglesia, difuminando el sentido original, y adaptándolo a sus necesidades. Pero están íntimamente ligadas. De ahí que nuestro Domingo de Resurrección —hoy— sea el primer domingo posterior a la primera luna llena de la primavera, es decir, tras el equinoccio que da paso a la primavera.

ABERRI EGUNA. La Pascua en sí es una fiesta de origen judío y rememora en su origen el rescate y liberación que Yahveh hizo del pueblo judío que estaba en manos de los egipcios. Idea que, dicho sea de paso, sirvió como modelo a Sabino Arana para declarar este domingo como fecha del renacimiento de la patria vasca o Aberri Eguna.

Tanto el huevo como el pan jaiko simbolizan el renacer de la luz y la vida. Es ese el sentido que Sabino Arana, basado en los textos bíblicos, quiso dar (aunque nunca lo confesase expresamente) en su ideario al Aberri Eguna, día de la patria vasca, celebrado en el Domingo de Resurrección .

También aquella Pascua judía rememoraba el cuarto día de la creación del mundo y que según el Génesis, separó luces y tinieblas y organizó día y noche, luna y sol o, entre otras, las estaciones del año, dando prioridad a la luz que había de gobernar el universo.

Imagen de la celebración de la pascua judía que, además del cordero sacrificado (ritual de fertilidad), incluyen el huevo y un pan fino. Imagen: Shutterstock (tomado de la red).

Con el mismo sentido del resurgimiento de la oscuridad y muerte hacia la luz y vida eterna, plantea el cristianismo posteriormente la resurección de Cristo el día de hoy.

JAIKO. El nombre laudioarra de jaiko ‘de fiesta’ hace sin duda referencia a un aspecto olvidado hoy: la salida de un período largo de penitencia —la Cuaresma, al igual que la fiesta de salida del Ramadán musulmán — que se celebraba con el repique de campanas que han permanecido silenciadas durante la Semana Santa y, sobre todo, con el consumo de carne, normalmente cordero —o cabrito—, acompañado del vino y la alegría que se habían prohibido hasta entonces.

Tal era el gozo de este día que, en otros lugares lejanos (Arzúa-Coruña, Lugo…) documentamos cómo las mozas rompían en la calle los cacharros más viejos o deteriorados y hasta lanzaban huchas de barro por encima de la imagen de la Virgen que era sacada en procesión (Cacheda Vigide, 1989). No sería extraño que en Euskal Herria se hubiesen dado muestras de júbilo similares.

Era la liberación de las ataduras, de las penurias y renacía la vida. Sin duda, en el ámbito popular vivida como una fiesta de los placeres humanos, mucho más allá de la idealización de la resurrección de Cristo.

También somos conscientes de que, con estas líneas, rescatamos de las tinieblas del olvido el testimonio y la denominación jaiko, resucitándolos para darle una nueva vida, otra oportunidad, también ahora pensando en la prosperidad primaveral y en la eternidad de nuestra cultura tradicional.

Orígenes del Dolumin Barikua de Laudio

El poderosísimo primer marqués de Urquijo (Estanislao Urquijo Landaluce, 1816-1889) ocultó en la medida de lo posible que sus orígenes estaban en una humilde familia baserritarra de Murga, Ayala. Era una realidad que deslucía el título nobiliario que, con él, había instaurado en 1871 el rey Amadeo I.

ORÍGENES HUMILDES. Un nuevo rico, pero no un noble de raza,  algo que jamás pasaría por alto la aristocracia de rancio abolengo con la que se relacionaba. Dedicó Estanislao toda su vida a cometer grandes empresas políticas y empresariales, con gran éxito, tanto que amasó una ingente fortuna económica, algo inconcebible hasta el momento. Pero… no dejaba de ser hijo de unos vulgares campesinos.

PARTIDA BAUTISMAL. Misteriosamente, su partida bautismal está arrancada del libro de registros de la parroquia de Murga, un suceso que siempre se ha relacionado con la voluntad de ocultar su raigambre humilde y campesina. Un gesto para desvincularse con un pasado que, en cierto modo, le resultaba deshonroso.

Tampoco se puede obviarse el modus operandi con el que consiguió muchas de sus innumerables propiedades y caseríos, ejerciendo de prestamista y aprovechándose de la situación de miseria de algunas familias baserritarras, dejándolas en muchos casos arruinadas y desahuciadas.

Sin embargo, no podía evitar aquella irrefrenable pasión por el cultivo de la tierra, llenando de plantas, árboles y vides sus propiedades. Porque le brotaba desde los genes ya que, desde muchas generaciones atrás, no era sino un simple agricultor.

CONCIENCIA. Ese conflicto entre el ser y el no ser le debió atormentar hasta el último de sus días, sabiendo que había repudiado algo tan noble y digno como el ser agricultor. Conocería aquella frase del clásico Cicerón (106-43 a. C.) que decía que «La agricultura es la profesión propia del sabio, la más adecuada al sencillo y la ocupación más digna para todo hombre libre». Y le remordería en su fuero más íntimo.

Siendo como era Estanislao una persona de fervorosas convicciones religiosas, a medida que avanzaba su vida, se vería cada vez más incomodado por esas dudas que martillearían su conciencia. Y con ellas dejó este mundo el 30 de abril de 1889.

TESTAMENTO. Toda aquella lucha interna parece reflejarse en su testamento, bien enfocado desde las primeras disposiciones no a la salvación de su ingente fortuna, que poco valía en el más allá, sino al rescate de su alma, a la redención de sus pecados. Por ello, nos habla desde un principio de encomendar su alma a Dios, de mostrar humilde y sin boatos su cuerpo en el funeral, de encargar nada menos que 20.000 misas rezadas por la salvación de su alma, así como inconmensurables donaciones a entidades religiosas y de beneficencia. Y, entre todos esos mandatos píos, nos llama la atención el encargo testamentario de ayudar, promocionar y premiar económicamente a agricultores y ganaderos de la comarca. Un reencuentro quizá entre las dos caras de una misma realidad: lo que había intentado ocultar frente a arrogante aristocracia pero que no podía esconder ante Dios. Daría así una solución post mortem a aquellos remordimientos que tanto le pesaban.

Retrato de Estanislao Urquijo Landaluce, el hijo de campesinos que llegó a ser noble, el primer Marqués de Urquijo (La Ilustración Española y Americana, 1882)

1890. Así, al año siguiente de su deceso y en cumplimiento del mandato de primer marqués, se acordó en sesión de 7 de mayo de 1890 de la Junta de Caridad del Valle [de Laudio] instaurar unos premios en diversas categorías para estimular el sector agropecuario comarcal como nunca se había hecho. Es el germen de lo que luego sería la renombrada Feria de Viernes de Dolores o Dolumin Barikua.

Quizá por su fecha de fallecimiento un 30 de abril, próxima al Viernes de Dolores — viernes previo a la Semana Santa — de aquel año y por reforzar aquella fuerte devoción cristiana, se instauró esa fecha como día de los premios. Participaban baserritarras de la comarca pero también tomaban parte en las compraventas gente de Gasteiz, Cantabria, etc. ya que la feria alcanzó gran renombre.

Hay que decir que, por las circunstancias puntuales de cada momento y dado que era una iniciativa en cierto modo privada, no se llevó a cabo todos los años. Lo mismo que nos sucede en esta ocasión, el viernes 3, con motivo de la pandemia de coronavirus.

Placa acreditativa del primer premio de 1909 expuesta en la fachada del caserío Errekakoa en el camino de Katuxa-Ibarra en Gardea. Fabricada en hierro colado, cuyo negocio controlaba el marqués. Es este caso, se trata del segundo marqués, Juan Manuel Urquijo Urrutia, sobrino del primero.

PREMIOS. Las primera edición constó, a modo de prueba, de 17 categorías consistentes en labranza, árboles frutales, toros del país, vacas del país, toros de raza suiza, vacas de raza suiza, yuntas de bueyes, terneras hasta un año, novillas, parejas de novillos de 2 a 3 años, yeguas, mulas, potros, berracos de raza extranjera, cerda con crías, cebones y, para finalizar, «recría de cebones en mayor número».

Con el paso del tiempo, la feria fue evolucionando y adquiriendo gran arraigo y éxito, tanto entre la población baserritarra que acudía al evento con sus mejores galas y productos, como en la más urbana, que gozaba de aquel encuentro con el añorado mundo rural.

Retrospectiva de la feria de Viernes de Dolores con un toro semental premiado

MUNICIPAL. Por ello, al decaer la influencia local del marquesado, fue el mismo ayuntamiento de Laudio quien se hizo cargo de la feria a partir de 1950, algo que ha llegado hasta nuestros días. Una fiesta grande, de ambiente, de las de animar el alma.

CARNE Y BULA. Aunque no tengamos pruebas documentales de ello, siempre se aseguró que el marqués había conseguido una bula especial, expedida por el mismo Papa y que permitía comer carne en esa fiesta en Laudio, a pesar de ser un viernes de Cuaresma, de rigurosa vigilia. Se aprovechaban bien de ello los que habían de cumplir con el rito de la «robla» que ponía fin a la compraventa del ganado.

DENOMINACIÓN. Para finalizar, me gustaría hacer una referencia a su nombre de Dolumin Barikua, algo que nos parece tan «de siempre» pero que en realidad no lo es. El nombre oficial de la feria fue el de Viernes de Dolores desde sus orígenes. Una referencia religiosa que, en el euskera de nuestro entorno, ha sido conocida como Doloreetako Barikua. Pero, en el renacimiento tras la dictadura franquista, se buscaba un nombre más pomposo y culto, tan brillante como el mismo evento, así es que desde el ayuntamiento se adoptó como equivalente en euskera el nombre de Dolumin Barikua en 1984, haciendo así un acertado guiño al euskera occidental popular. Desde entonces, todo es paz y gloria. Seguro que también en el alma de Estanislao.

NOTAS

A pesar de que «se hiciese desaparecer» la partida bautismal de Estanislao Urquijo Landaluce, sí entregó una copia certificada de la misma para poder formar parte del Senado, así como otra documentación diversa (pinchad sobre los enlaces).

Algunas de las informaciones dadas ya las publicó el investigador local Juan Carlos Navarro Ullés en el programa de la feria de 1990, con motivo del centenario del evento.

La propuesta de la denominación en euskera se debe a Joan Mari Iriondo Goti, uno de los grandes impulsores de la recuperación del euskera en aquellas épocas. Eskerrik asko bioi, bihotz-bihotzez.

Santa Ines, bart egin dot amets

Hasta hace un siglo todavía era habitual escuchar conversaciones en el euskera local de Laudio. Es entonces, cuando el sacerdote, etnógrafo y lingüista R. Mª Azkue recogió una expresión con la que se calmaba a la gente, especialmente a los niños, tras haber sufrido una pesadilla.

Decía así: Andra Santa Ines, bart egin dot ame(t)s: ona bada, berorren partez; txarra bada, bat bere ez. (‘Señora Santa Inés, anoche he tenido un sueño: si es bueno, gracias a su merced, si es malo, nada de nada’).

Era la fórmula popular que usaban nuestros laudioarras para depurar aquel cuerpo incomodado mientras dormía, el remedio para calmar a los asustados paisanos que habían pasado el mal trago de una pesadilla. En otras poblaciones frases casi idénticas se repetían tres veces al acostarse, a modo de protección contra los malos sueños.

Azkue da esta jaculatoria más arriba citada como propia de Laudio pero no deja de ser una de las muchas variantes que, añadiendo unas palabras o fragmentos del texto protector, circulaban por toda Euskal Herria. Daños colaterales de la transmisión oral…

LAS PESADILLAS. Los sueños y especialmente los malos, las pesadillas, eran interpretadas por aquel entonces como una intromisión de entes malignos en nuestras conciencias, una especie de ocupación corpórea, siempre aprovechando la falta de atención al dormir y el ambiente nocturno, el hábitat por excelencia de los entes diabólicos y malhechores.

SANTA INÉS. Se da por hecho que el recurso específico a Santa Inés, se debe sin más a lo adecuado de su nombre para rimar con amets ‘sueño’, ya que en otras tantas versiones frases similares se recitaban en alusión a San Andrés. O incluso a la Virgen de Codés en la zona navarra. Pero es Santa Inés la que se impone sobre todas las demás en ese uso popular contra las pesadillas.

Asimismo, lo cierto es que la figura de Santa Inés fue muy venerada en el País Vasco de otras épocas.

INÉS RUIZ DE OTALORA. Lo que es menos conocido es que esa santa es un personaje histórico real, propio de Euskal Herria: se trata de Inés Ruiz de Otalora, una piadosa arrasatearra, de clase social alta, fallecida en Valladolid en 1607 con unos 40 años de edad como han demostrado los estudios realizados por Aranzadi bajo la dirección del conocido antropólogo forense Pako Etxeberria.

Inés Ruiz de Otalora era viuda de Rodrigo de Ocáriz, también mondragonés y grefier —una especie de secretario— de la Casa Real de Felipe II en Valladolid.

Los hijos que habían tenido Inés y Rodrigo fallecieron siendo niños, por lo que no tuvieron herederos.

Sabemos además que el cuerpo de Inés recibió sepultura en el convento de San Francisco de Valladolid pero, sabiendo que su última voluntad había sido la de descansar eternamente en su villa natal de Mondragón, se exhumó el cadáver para proceder a su complejo traslado hasta la villa guipuzcoana. Desde entonces, allí reposa junto a su esposo, en la capilla que la adinerada familia construyó en el interior de la iglesia parroquial de San Juan. La conocen allí como Amandre Santa Ines.

Pero ¿de dónde su santidad? Fue al desenterrarla para el transporte, cuando observaron que su cuerpo se mantenía incorrupto, momificado, algo que se interpretó como milagroso. Pronto el rumor se extendió como la pólvora y su leyenda de santidad fue creciendo, más cuanto más alejados en el espacio y el tiempo.

Imagen del cuerpo momificado de Inés Ruiz de Otalora, Santa Inés, foto del Diario Vasco de 09 11 2018, con motivo de unas visitas guiadas. El cuerpo, no visitable, se encuentra en una capilla familiar situada en el lado de la epístola de la parroquia de San Juan de Arrasate (Gipuzkoa)

CUERPO INCORRUPTO. En la mentalidad de aquella época, un cuerpo incorrupto se interpretaba como un designio celestial que, por la razón que fuese, había decidido que aquel cuerpo debía permanecer y eternizarse en la Tierra a pesar de estar su alma en el Cielo de los justos. Porque aquel resto humano había sido elegido para repartir bondad entre los humanos, para hacer de interlocutor entre la tierra y el cielo, para ser el transmisor directo del mensaje del dios cristiano.

Son las reliquias de los santos, aquellos elementos especialmente codiciados a partir de la Edad Media porque hacían «portátil» la intercesión milagrosa de Dios allí donde lo necesitásemos. Y, no lo olvidemos, porque generaban grandes riquezas a las iglesias que las custodiaban.

En el caso de Inés, suponemos que el haberse tratado de un personaje distinguido, acaudalado y especialmente bien relaccionado con la Iglesia —también en lo económico—, habría tenido mucho que ver con la leyenda de su supuesta santidad.

CORONAVIRUS. En cualquier caso, y aunque no crea en esas historias he de reconocer que, en estos días, me gustaría vivir en el Laudio de un siglo atrás para poder interpelar a Santa Inés y que nos sacase ella de esta dura pesadilla que nos ha tocado vivir. Andra Santa Ines, bart egin dot ame(t)s…

NOTAS: son casi ilimitadas las variantes de la frase para tratar las pesadillas de un modo sobrenatural a través de nuestra geografía. Probablemente la mejor recopilación sea la de «Sueños y pesadillas en el devocionario popular vasco» del sacerdote José Mª Satrústegi y publicada en Cuadernos de Etnología y Etnografía de Navarra, nº 47 (1969). También es bastante completa la recopilación de Resurrección María Azkue en Euskalerriaren Yakintza, tomo I, en el apartado dedicado al mundo de los sueños, capítulo sexto de la obra.