En su intervención final Francisco Correa me resulta tan poco creíble y recomendable como siempre, pero lo que dice sí me preocupa: en su defensa alega que es inocente pero que se presta a colaborar con la fiscalía porque aún hay fango en el pozo. También desliza que trabajar para partidos políticos es un error que se puede pagar caro y que la relación con este tipo de entidades siempre es capciosa. En resumen y en plata: pone el ventilador de mierda a tope.
No todo vale en campaña
No sé si a Inés Arrimadas alguien le quiere echar fuera de Catalunya, pero sí sé, por un lado, que Ciudadanos está jugando a un juego muy peligroso relacionando xenofobia con ideas políticas legítimas (un juego al que pueden perder por lo visto en algunas manifestaciones a las que se suman con entusiasmo), y por el otro que nacionalistas como Núria de Gispert muestran bastantes pocas luces poniéndoselo tan fácil a quienes están siempre dispuestos a hablar de “supremacismo”.
¡Qué peligro!
Lo primero, una piedra contra mi tejado: me fío bastante poco de la interpretación “periodística” de sentencias que invitan a concluir que retuitear un mensaje delictivo también es un delito. Lo segundo, me fío también poco de que algunos jueces hayan entendido el funcionamiento de Twitter (aunque no creo que les haga falta ante algunas evidencias). Lo tercero, la puerta que hemos abierto es peligrosa: compartir una idea sin aclarar si estás a favor o en contra, ¿es delito?
Todo en manos de unos pocos
En realidad no se trata del total de productos alimentarios que se pueden encontrar en el supermercado, sino de las fruslerías, las golosinas, esos productos que son de consumo rápido, casi impulsivo, y que por su gran cantidad de azúcar hasta generan sensación de necesidad. Lo sorprendente es que, pese a la enorme variedad, casi todos ellos pertenecen solo a nueve empresas en todo el mundo: Coca-Cola, Pepsi, Nestlé, Danone, Kelloggs’, Cadbury o Mars, las más conocidas.
¡Qué gran verdad!
Copio y pego el tuit de Pepe Colubi porque expresa mejor que yo lo que sentí cuando leí las famosas “Crónicas Marcianas” de Ray Bardbury: “Me siento tonto, inútil y muy pequeño. Todo estaba ahí, hace tanto…”. El escritor madrileño se siente minorizado por una realidad que le supera como me superó a mí: la ficción que inventa de Bradbury, su manera de contarlo y la capacidad que tiene para ir cambiando de registros mientras hila su historia. ¡Gracias, Colubi, por recordármelo!