Me equivoqué

Esta columna ayer se publicó caducada: insistía a la hora a la que la envié en que Màxim Huerta no tenía que dimitir, y el ministro entregó su cartera por la tarde. Estaba claro que me equivoqué: el escritor ha decidido poner bien alto el listón de la honorabilidad y ejemplaridad de un político. Se pasó de listo (full-equip: en vez hacerse autónomo, creó una sociedad para desgravar hasta la casa de la playa), y después cumplió obligado con Hacienda y la Justicia, pero una ética cada vez más estética le ha obligado a decir “adiós” antes de empezar. Si usted quiere ser ministro, sea antes santo.

Todos por el mismo rasero

Acertaba quien hacía en Twitter este análisis: a un ministro de Cultura que no conoce casi nadie (José Guirao) le cuestionamos menos que a uno que reconozcamos. No es cierto que queramos que cualquiera pueda ser ministro porque preferimos a políticos de carrera a los que el gran público conoce lo justo. Lo de Huerta no era ético, venga, lo acepto. Acepten mis dudas: ¿es más ético lo de algunos partidos que tienen entre sus representantes, cargos y candidatos a expresos por pertenencia o colaboración con banda armada? ¿Vale con cumplir o no hay que cometer?

Morro para exportar

El asunto de Màxim Huerta también ha sido útil para detectar a los políticos que tienen morro para exportar, empezando por los que siempre lo han exhibido: Pablo Iglesias arrimaba el ascua a su sardina en Twitter y apelaba al poder transformador de “la gente” que, como saben, es como Podemos dice “los que nos votan, el resto son pesebreros”. No solo Iglesias: Monedero aseguraba también en Twitter que él, que hizo la misma trampa, estaba redmido porque había entendido el engaño. Y Echenique, el del fraude a la Seguridad Social, se anotaba también el tanto de la dimisión desde su cargo interno.

Resumo

No voy a dar más vueltas a este asunto, básicamente, porque ya ven a la luz de los hechos que estoy bastante equivocado. Así que les lanzo ya mi epílogo: “Lo que le ha pasado a Màxim Huerta ha invalidado para el cargo de ministro al 99% de la gente que sale en televisión (o, mejor dicho, que salía a principios de los 2000)”, tuiteaba José Antonio Pérez, que conoce bien el medio. No solo tiene razón: parece que estamos encantados invalidando minsitrables, y exigimos un nivel de “santidad” que solo va a llevarnos a más frustración y al Trump de turno. Somos una banda de cagapoquitos.

¡Ya ha empezado el Mundial!

De todos los mensajes que estamos viendo porque ha empezado, por fin, el Mundial de fútbol, me quedo con los que apelan a vivirlo en casa. Paso de campañas de publicidad para verlo en los bares o de ostentosos viajes a Rusia mostrados en Instagram. Será que soy aficionado de un equipo “de cantera” (o eso nos cuentan mientras fichan para incentivar la competitividad), pero me emociona ver los carteles pintados con rotuladores, los repasos a cuatro manos de las guías que publicamos los periódicos, las ganas de fútbol y del evento como fenómeno, y de la afición por el juego compartida en familia.