El shock que sufrimos cuando supimos que un chico había sido perseguido y marcado solo porque le gustan las personas de su mismo sexo solo ha sido superado por cómo nos impactó el miércoles por la tarde saber que aquello era falso. Apenas hubo sitio para el alivio: la violencia contra el colectivo LGTBI es tan real que por supuesto dimos verosimilitud a aquella historia negrísima. Y su final inesperado solo va a servir, como recordaba Alberto Elías en Twitter, para “dar combustible a la ultraderecha y poner en duda cualquier agresión homófoba, racista, o machista que se produzca en la próxima década”.
Sin caso pero con autorretrato
La denuncia era falsa pero Ortega Smith deslizó en La1 que los agresores eran inmigrantes. ¿Qué indicios manejaba? ¿O es que no manejaba ninguno y decidió lanzar ese argumento arbitrariamente? ¿Por qué lo hizo, a quién refuerza, qué gana, quién pierde? Me hago todas estas preguntas sin esperar realmente una respuesta. Igual que Ortega Smith, en mi cabeza se construye un relato pero, a diferencia de él, yo lo hago con cierta responsabilidad. Responsabilidad que él omite (intencionadamente o por desconocimiento) como diputado electo que es y persona a la que entrevistan en programas sobre actualidad política.
Violencia irracional
Si nos creímos la falsa historia de los encapuchados que cazaban a un gay y le escribían “maricón” en el culo es porque convivimos con ramalazos de violencia irracional e injustificable: el chico que está en coma en Cruces por una paliza en Amorebieta, la agresión homófoba de Basauri son ejemplos reales, recientes y muy cercanos. Un poco más lejos, “amanece quemado en Madrid el mural homenaje a Robert Capa, fotoperiodista de la Guerra Civil” (Nius). ¿Quién puede querer acabar con esas fotos? ¿Por qué? ¿A qué partido votará el pirómano? ¿Qué historia será capaz de inventar Ortega Smith?
A grandes males, caros remedios
La relación especial con Corinna Larsen (antes conocida como zu Sayn-Wittgenstein) va a salirle cara a Juan Carlos I, que se ha visto obligado a contratar “un caro bufete” londinense para defenderse de las acusaciones de su amiga: “Acusa tanto a él como los servicios secretos españoles de ‘vigilancia ilegal’ en el Reino Unido y de hostigarla desde 2012 mediante amenazas, difamación y espionaje encubierto” (El Periódico). Ojo a la denuncia, porque implica a funcionarios de alto nivel a los que pagamos todos y que usa en su beneficio, sea este el que sea, el jefe del Estado en el ejercicio de su cargo en aquel año.
El ridículo
Una vez más, los medios españoles han tenido que hacer circunloquios, requiebros y un poco el ridículo para no llamar Kosovo a Kosovo mientras la selección de Luis Enrique Martínez se enfrentaba a la de un país que para España no existe (pero sí existe su selección, así que ojo a la grieta que se abre para la oficialidad de Euskadi). En el otro lado, hasta que el equipo de Unai Simón certificó su victoria, no se lo pasaron mal troleando en Twitter a la cuenta de “la Roja”: si ésta tuiteaba que aterrizaban en Pristina (para evitar el nombre del país), la cuenta kosovar respondía llamando “Murcia” a España.