Puigdemont, detenido

Soy pesimista: la detención del president Puigdemont en Italia, en el mejor de los casos, se quedará en aviso y como evidencia de que en cualquier momento y en cualquier aeropuerto puede repetirse la historia hasta que sea la definitiva, se active una extradición por intereses políticos internacionales que se cruzan, y quien fue elegido por la mayoría del Parlament acabe siendo procesado y encarcelado como otros miembros de su gobierno y su partido, por sus ideas políticas (porque actos delictivos no cometieron ninguno, a todas luces). Si algo ha demostrado España en la historia es un espíritu vengativo.

Y “el independentismo estalla”

La reacción en Catalunya solo puede ser una: enfado, cabreo, indignación y una movilización que en ningún caso puede regalar argumentos al unionismo. Porque Puigdemont no es un político, no es un verso suelto, no es una persona con una idea: el president es el representante de una mayoría que votó sabiendo que estaba apostando por un proceso independentista, y sus políticos, tanto los del PdeCat como los de ERC, respondieron a un mandato ciudadano. Por eso es normal que, como exponen en El Nacional, “estalle” el independentismo. Esto va de muchos, no solo de unos pocos.

La noticia que no lo es

Los chapados a la antigua pensamos que las noticias tienen que responder a hechos novedosos, y es evidente que este titular de El Independiente no puede resultar sorprendente: “Otegi y Ortuzar trasladan a Puigdemont su ‘apoyo y solidaridad’”. ¿Qué esperaban en España? La noticia hubiera sido que los representantes de las principales opciones políticas independentistas en Euskadi se hubieran mostrado indiferentes ante el enésimo atropello a Catalunya en la figura de uno de sus representantes (nada menos que el president). Pero la solidaridad de Ortuzar y Otegi no solo es lógica, también es necesaria.

Y Casado, en su papel

El que también ha hecho su papel es Pablo Casado. En realidad, los representantes españoles no han sorprendido: si bien el del PP ha sido el más claro en su posición junto a la extrema derecha, Sánchez ha sido más ambiguo y desde Podemos han ofrecido su ensaladilla habitual. España no sorprende, insisto, y su carácter vengativo, expresado con la justicia o la política, es uno de los atributos de su marca. Del mismo modo, tampoco me sorprende pero no puedo evitar que me apene el modo en el que esos políticos infantilizan a la sociedad con discursos que fomentan el enfrentamiento en vez del entendimiento.

¿Y ERC?

No me gusta Carles Puigdemont y muchas de sus decisiones me parecen abiertamente criticables. A estas alturas, no tengo ninguna necesidad de justificar nada a nadie y sé reconocer una venganza, un ensañamiento, y la irresponsabilidad de quien fomenta el odio. Tampoco puedo evitar hacerme preguntas: ¿cómo afectará este ataque a la mesa de diálogo recién estrenada entre ERC y el gobierno español? No me chupo el dedo y puedo colegir que la desactivación de Junts y Puigdemont viene bien a todas las partes que se sentaron a esa mesa. Lo sucedido ayer, por lo tanto, influirá de alguna manera. Sea la que sea.