El problema. Nuestro problema

Si es cierto lo que dice Intermon Oxfam, que “el 1% más rico acumula el 63% de la riqueza producida en el mundo desde 2020”, y no tengo por qué pensar que sea falso, o que su dato esté lejos del real, es evidente que, como sociedad, tenemos un problema. Sé que suena muy duro pero estoy convencido de que las y los milmillonarios son el cáncer de nuestra civilización, y como tal hay que tratarlos. No podemos dejar que el problema se quede, ni se extienda, porque va a acabar con nosotras y nosotros. Y tenemos herramientas de sobra para perseguir y redistribuir su dinero, igual que las y los ultrarricos las tienen para acumularlo.

Sí, es golpismo

Isabel Díaz Ayuso siempre ha copiado sus discursos. Durante una larga época copiaba los de Trump. Ahora copia los del golpismo guerracivilista: “Sánchez gobierna una España contra otra”, asegura, según El Periódico de España. E incluso “advierte de que estamos en ‘la antesala’ de la ‘deriva totalitaria de la Segunda República’”. Esas frases son una salvajada y, por tal, deberían de ser delito, directamente. Generar un clima prebélico, el mismo que acabó con un golpe de estado de la extrema derecha, cuando pactas con la extrema derecha y aspiras a seguir haciéndolo es una irresponsabilidad que no puede quedar impune.

La moderación de Oyarzabal

La moderación en el PP se basa, únicamente, en hablar de la moderación en el PP. Lo de presentar a Borja Sémper como moderado forma parte de la puesta en escena, pero él también sabe a lo que ha vuelto a política: a convivir con la extrema derecha. Pero quienes siguen, sobre todo quienes lo hacen desde épocas pretéritas y han conocido a Aznar, Rajoy, Casado, y ahora se suman a la cruzada de Núñez Feijóo, ejercen la moderación de la misma manera que siempre: a martillazos. Aitor Esteban ha tenido en Twitter un rifi-rafe con Iñaki Oyarzabal que, en su “línea habitual”, ha tuiteado “fake news” con “falta de rigor”.

¡Vaya jarrón chino!

Para ser “nueva política”, Podemos ya tiene un par de jarrones chinos de lo más llamativos: Pablo Iglesias es el que más espacio y atención ocupa, pero Manuela Carmena intenta no quedarse atrás. Nunca me gustó la exalcaldesa de Madrid, que intentó imponerse a todas y todos, y en todo momento. Ahora, se dedica a quedar bien, básicamente, y para mi sorpresa medios a izquierda y derecha le compran el discurso (a conveniencia, claro). Esta semana ha conseguido atención con esto: “Duro varapalo de Carmena a Igualdad por la Ley del solo sí es sí: ‘Se hizo con poca inteligencia’” (El Plural).

Algo no han hecho bien

Pese a las dudas que me genera Manuela Carmena, es evidente que la ley conocida como “solo sí es sí” no está bien hecha: “Al menos 195 condenados por delitos sexuales se han beneficiado ya en sus penas por la ley” (Nius). Al error inicial se le suma una defensa numantina incomprensible (no voy a hablar ya de la ligereza de los argumentos de la Secretaria de Estado, Ángela Rodríguez Pam), la negativa a modificar lo que se ha convertido en un agujero legal y los parches que proponen, de dudosa legalidad, como las pulseras a excarcelados por las revisiones que permite la ley. Los errores se corrigen. Es así de fácil.

Son «elementos» distintos

No me cansaré de decirlo: no es posible comparar a un trabajador asalariado con un trabajador autónomo. Aunque ambas sean personas trabajadoras e incluso aunque ambas estén haciendo labores similares: económica y fiscalmente son elementos incomparables. Así que, sí, estoy de acuerdo con Lorenzo Amor, el presidente de la federación española de autónomos, que no entiende que el gobierno más progresista de la historia quiere que coticemos como persona y empresa a la vez. ¿A cambio de qué? ¿Vacaciones pagadas? ¿Indemnizaciones? ¿Sueldo fijo incluso aunque haya impagos?

¡Qué salvajada!

Si para algo pago impuestos como autónomo que soy es para que quien gobierne impida estas barbaridades: en España “solo durante el primer año de la pandemia los 23 principales millonarios españoles han visto incrementada su riqueza en un 29%” (Público). Lo dice Intermón Oxfam, que también “pide que se pongan en marcha más políticas públicas e impulsar medidas fiscales para redistribuir estos beneficios extremos”. Porque todos podemos entender la crisis y hasta lo de apretarnos el cinturón, pero solo si todos lo hacemos. Si no es así el empobrecimiento, grave en sí mismo, se convierte en una tomadura de pelo intolerable.

El PP solo descarta la responsabilidad

Pablo Casado ha decidido ir a por todas pero con solo una jugada: convocar elecciones que le sean favorables (según El Independiente planea las andaluzas en junio), ganarlas y forzar las que le interesan, las generales. Por supuesto, todo pasa por contar con Abascal y por omitir las crisis sanitaria y económica. Pero si la jugada no le sale y Casado no es presidente del gobierno, tendrá que retirarse: estará quemadísimo y lo que es peor para la democracia española (sobre todo, mientras Vox no se desinfle), su partido también estará muy desgastado. La jugada de los del PP es, sobre todo, irresponsable, para la sociedad y para sí mismos.

Qué mal estamos

La jugada del PP se ve a kilómetros y su irresponsabilidad con la situación actual huele desde Madrid hasta Euskadi. Pero que nadie se confunda: está apoyada en sociología y en demoscopia. Es decir: funciona y una parte de la ciudadanía está decantándose por el PP en las encuestas. Si eso resulta sorprendente más lo hace lo que sucede en EE.UU., donde hay gente, mucha, que todavía cree que Biden llegó a la Casa Blanca haciendo trampa y que ve en Donald Trump no solo un presidente legítimo, sino la mejor opción. Soy capaz de comprender muchos fenómenos de esta loca actualidad, pero el del trumpismo me sobrepasa.

Solo hay una manera de tomárselo

Creo que Miquel Roig acierta con su sarcasmo, mostrando un satírico respeto (“respect”) al Prime Minister británico después de conocer que “Boris Johnson y su personal celebraron cada semana de la pandemia los ‘viernes del vino’” (Cadena SER en Twitter). Realmente, solo hay una manera de entender lo que estamos leyendo sobre las parties en Downing Street: a la inglesa, esto es, con ese humor inglés que conjuga el drama de la manifiesta injusticia con el placer del chiste. Pero también con el desprecio por el común de los mortales, incluidos sus conciudadanos, sin que importe lo que pase en el mundo tan propio de la “British upper class”.