El domingo por la noche, Arkaitz Rodríguez intentó generar expectativas ante la declaración que él y Arnaldo Otegi leyeron, finalmente, ayer: “Hace 10 años la izquierda independentista abrió una ventana a la esperanza de este país. Nuestra voluntad es abrirla aún más”. El líder de Sortu reclamaba para los suyos el triunfo de la paz sin mencionar a ETA. Pero reconocía implícitamente que tardan 10 años en dar un paso y, lo más importante, que se tiraron 40 años manteniendo esa ventana cerrada. Los porqués y los cómos no importaban a Rodríguez: el suyo, en realidad, era un mensaje triunfalista de consumo interno.
La realidad
Solo sé tomarme de una manera los mensajes de la izquierda abertzale, sobre todo cuando vienen precedidos de un triunfalismo difícilmente justificable: con escepticismo. No voy a abrazar sus anuncios pretendidamente pomposos, ni voy a aplaudir sus avances insuficientes y con retrasos de una década, en el mejor de los casos. El texto que leyó y colgó en sus redes Arnaldo Otegi recoge lo que viene diciendo estos años. Pero sigue omitiendo lo de siempre: ETA parece el volcán de La Palma que, simplemente, se puso a escupir lava. La frase: “Debíamos haber logrado llegar antes a Aiete” resume cómo trata a víctimas y victimarios.
El futuro
Iñaki García Arrizabalaga lo tuitea con sarcasmo, pero ha puesto por escrito el deseo de quienes anunciaban y leían ayer con engolada ceremonia que quieren aliviar el daño causado y hace un par de semanas justificaban los “ongi etorris”: “Solo la izquierda independentista puede cambiar la vida de la gente”. Esa es la aspiración política de Rodríguez y Otegi, pero lo cierto es que, por desgracia, fueron miembros de la izquierda abertzale armados quienes cambiaron la vida de García Arrizabalaga y muchos otros. “Además de cobijar y amparar el asesinato, prepotentes y egocéntricos”, termina el tuit esta víctima del terrorismo.
Si tú lo dices…
Cambio de tema, como toda la ciudadanía vasca, y me fijo en este curioso tuit de un aficionado de la Real (pero podía haber sido escrito desde San Mamés, Medizorrotza o El Sadar): “Estadio de Anoeta. 20:16. Estoy solo con mi hijo en mi asiento. No tenemos a nadie a 5 metros a la redonda. Pues tiene que venir uno de seguridad todo cabreado a decirme que me ponga la mascarilla. Parecemos gilipollas”. Pues no seré yo quien se lo niegue: a mí también me parecen lo que este aficionado sugiere quienes se quejan de las medidas y, en concreto, de la mascarilla, hasta el punto de tuitear que obligan a un empleado a actuar.
Normalicemos asumir las consecuencias
¿Se tomó la actual junta directiva del Athletic excesivamente mal que un tuitero, buscando más seguidores y más notoriedad, enviara a unos mariachis a Ibaigane? Puede. Pero de lo que estoy seguro es de que el tuitero en cuestión tendría que pensar que su actuación podía tener alguna consecuencia más allá de los retuits del momento. Ahora se encuentra con que no puede renovar su carné de abonado. El motivo no es una venganza, el motivo es que mandó a esos mariachis. Lo siento, no puedo colaborar a construir una sociedad en la que las decisiones no tienen consecuencias y las instituciones están para machacarlas.