Facebook solo es el espejo

Por supuesto, Facebook no puede eludir la responsabilidad que tiene como empresa dueña de la red social que lleva su nombre, Instagram y WhatsApp, y no puede mentir sobre sus acciones para erradicar grupos en los que se difunde contenido tóxico, como dice Carlos del Castillo, o peligroso, directamente. Y eso, sin entrar a hablar de WhatsApp. Pero la responsabilidad última es nuestra: esas personas habrían encontrado el modo en el que agruparse y contaminarse con mentiras si Facebook no existiese. En plata: el problema somos nosotros y nosotras, y eso es lo que debemos afrontar.

El camino

No sigo los pasos de Lontzo Sáinz porque mi modelo de negocio pasa por estar conectado constantemente a Twitter, pero si pudiera, si solo fuera un usuario curioso, lo haría: empezaría por desinstalar la aplicación en mi móvil para limitar el consumo y no conectarme de un modo compulsivo. Lo cierto es que pensé en hacerlo con la app de Facebook hace unos años, cuando era la red social dominante, pero la responsabilidad de pagar las facturas me lo impidió. Ahora solo la abro si es estrictamente necesario y me aferro a esa evolución natural, a repetir algo que, simplemente y contra pronóstico, sucedió.

Ante la duda actúo

De un modo recurrente, casi cíclico, asistimos al debate sobre el calentamiento global y la contaminación que han resumido muy bien en Magnet: por un lado están quienes cifran en un 4% la capacidad de acción de las personas del primer mundo (las que reciclamos) mientras un centenar de empresas son responsables del 70% de las emisiones, y por otro estamos quienes creemos que esas empresas producen para nosotras y nosotros, y que el cambio de rutinas influye en nuestra huella. Ante la duda no me resigno, pero sí me indigno ante el gasto energético innecesario de los paseos espaciales turísticos, por ejemplo.

¿Por qué una empresa con deudas vale tanto?

Yo sé que no soy muy listo, pero no entiendo que Hui Ka Yan se haya hecho multimillonario con una empresa que se soportaba solo con deudas. Es cierto que Evergrande, el gigante inmobiliario chino, se ha visto atrapado por un abrupto cambio legislativo de la dictadura de su país, pero no es menos cierto que su modelo de negocio se basaba en crecer sin que importe el balance y que esta anomalía (¿o no lo es?) ha enriquecido de una manera extraordinaria a su promotor. ¿Cómo hemos generado esta burbuja económica que no para de darnos ejemplos? Y lo más importante: ¿qué pasará cuando estalle?

¿Y por qué mi trabajo no puede ser cobrado?

“Este año vuelvo a dar 2º de bachillerato y me gusta trabajar con artículos de opinión actuales, pero me encuentro que casi todos requieren suscripción de pago al periódico digital. ¿Cómo lo habéis solventado, compañeros de lengua?”. A mí se me ocurre una respuesta para Noemí, la autora de este tuit: pagando. ¿O cómo nos pasaban los artículos de opinión a las niñas y niños de la era preinternet, si no era fotocopiando periódicos comprados? ¿Por qué algunas personas dan por hecho que si un contenido periodístico está on-line tiene que haber una opción de consumirlo gratis? ¿Por qué su trabajo sí debe ser remunerado y el mío, no?

Los nuevos mediocres son los de antes

Creo que Esteban Hernández da demasiadas vueltas en su extensa reflexión en El Confidencial sobre lo que es la mediocridad y lo que es la brillantez para llegar al punto de partida. Me hago mayor y no estoy para perder el tiempo con disquisiciones salpicadas con nombres rimbombantes de obras y sus autores. Tampoco lo perderé para escribir esto: los nuevos mediocres de los que habla son los mismos que antes de la pandemia. El problema de España y de Euskadi es exactamente el mismo: no se ha premiado lo suficiente al bueno ni se ha apartado lo suficiente al malo. La tabla rasa nos ha empeorado.

Teletrabajo y teleclases

Vi por primera vez el vídeo hace un par de meses, pero compruebo en Bebes Y Más que sigue moviéndose: se trata de un timelapse de una madre que se graba intentando trabajar desde casa durante el confinamiento con sus tres hijos. 27 interrupciones en 11 minutos han contabilizado los autores del blog. Y no es una exageración: todos los que han intentado teletrabajar con niños pequeños, que además han ido incorporando tareas de la ikastola, saben que ha sido un infierno que ha terminado en jornadas interminables por falta de rendimiento y concentración porque también había que cocinar, ordenar y limpiar.

No necesitamos flexibilidad

Estoy bastante mentalizado en que después del verano volveremos a confinarnos: pequeños y mayores volveremos al teletrabajo y las clases on-line hasta que haya una vacuna y mientras las mascarillas y la distancia social sean solo palabras y no hechos. Y veo que no soy el único: en Pymes y Autónomos explican que muchas empresas están preparándose para una mayor flexibilidad laboral. ¡Pues menuda castaña! Lo que necesitamos es que, aunque no nos movamos, clientes, proveedores y jefes respeten los horarios, que nadie llame a las 14:30 ni a las 20:30 aunque sepa que estaremos en casa. Esta flexibilidad es una mierda.

Y no solo para política

La pieza de Carlos del Castillo en El Diario es interesante porque pone ejemplos y cifras sobre lo que todos sabemos o barruntamos, pero creo que son muchas las marcas dispuestas a pagar por cuentas con miles de seguidores para lanzarse a vender. No solo quien tiene objetivos políticos tiene interés en estas cuentas, como él apunta. En cualquier caso, ahí está el modelo de negocio. Una opción que no entiendo porque el mejor público es el interesado en ti, no en chistes robados. Y la mejor inversión es la que hagas en contenido, no en una cuenta a la que vas a cambiar el nombre y la foto de perfil.

Un fuerte abrazo

En la Casa Real española tienen un problema: cada vez que sale en televisión Felipe VI todos tenemos una oportunidad para acordarnos de que la jefatura de Estado en España basada en la carrera de un espermatozoide es absolutamente anacrónica. Si quieren seguir viviendo de la corona lo mejor que pueden hacer es esconder al hijo de un Juan Carlos I, que ya no tiene ningún crédito. En la cuenta en Twitter de Els Quatre Gats lanzaban un afectuoso mensaje el fin de semana: “Un fuerte abrazo a los ‘yo no soy monárquico, soy juancarlista’, que últimamente se os ve muy callados”. Al final, eran todos cortesanos.