El ministro de Sumar

Hay que sacudirse: en Sumar, en general, y Ernest Urtasun, en particular, tienen poquita idea de política. A cómo están disolviendo la izquierda española me remito. Su entrada en el debate sobre el Guggenheim Urdaibai, que ha hecho muy feliz a la gente de Bildu, es una muestra más de intencionalidad y torpeza política. Urtasun, que en la cabecera de sus redes sociales como ministro tiene la imagen de campaña de Sumar, decidió colocar un argumento electoral con el que no va a conseguir nada más que embarrar un proyecto que empieza por la recuperación medioambiental de una comarca. Pero difama, que algo queda. Sobre todo, a Bildu.

¿Quién será Alberto?

Confieso que solté una carcajada al ver en el Teleberri cómo el PSOE daba la vuelta al “Caso Koldo” por un rato y varios de sus portavoces habituales lanzaban puyas sobre la presencia de un tal “Alberto” en la trama. Me hizo gracia, lo reconozco, acordándome de aquel “M. Rajoy” que aparecía en los papeles de Bárcenas sin que nadie supiera de quién se podía tratar. Un enigma. Pero en el PSOE, aunque jugaron bien la carta, siguen teniendo la partida perdida: un caso como este, con millones de por medio, comisionistas, marisquerías, un ministro (como poco) y mascarillas, en lo peor de la pandemia, es una bomba de relojería.

Insoportable

He empezado la columna con cosas mundanas, comparadas, sobre todo, con esta otra: “Aumentan a más de cien los muertos en un ataque de Israel contra una entrega de comida en Gaza” (Menéame). Es una tragedia, sin duda, pero también es un asesinato en el caso de que se confirme que es un ataque israelí. No tiene otro calificativo y debería de ser juzgado con esa categoría. No es justificable, pero es que tampoco es soportable: son seres humanos acorralados que están siendo barridos del mapa ante nuestros ojos y con impunidad. No hay acontecimiento pasado ni contrato presente que explique lo que está haciendo Israel.

Una civilización a la deriva

Ningún país como EE.UU. ejemplifica la decadencia de Occidente: las potencias que han liderado el mundo están cediendo terreno por culpa de estrategias equivocadas basadas, sencillamente, en una arrogancia incomprensible. China, India o las dictaduras petrolíferas de Oriente Medio nos han adelantado porque hemos financiado su hipervelocidad. Otra cosa es que la deriva de EE.UU. sea absoluta, y que la apreciemos casi en cada noticia: “Casi 3 de cada 10 estadounidenses, y dos tercios de los votantes republicanos, siguen creyendo erróneamente que a Donald Trump le robaron las elecciones” (The Conversation).

Sí existen, pero no nos gustan

El texto en Photolari que encabeza este titular es muy interesante: “¿Las fotografías reales no existen? Eso dicen en Samsung”. En el texto explican los argumentos de la empresa que utiliza software para mejorar las fotos, eligiendo la mejor cara de una ráfaga, o adaptando fotos de archivo para completar y mejorar las fotos de la Luna. Yo lo tengo claro: sí existen las fotos reales, pero no nos gustan. Y se pueden sacar en una cámara analógica pero también en una digital con un retoque básico. Un tipo de foto que a mí sí me gusta. Pero también sé que soy, cada vez más, un bicho raro que reivindica esas fotos reales.