Una persona que hizo el bien

No conocía a Brent Renaud y no tengo ni idea de cómo era en la distancia corta, pero sí sé que un periodista que se ha jugado la vida para contarnos lo que estaba pasando en zonas de conflicto (hoy, Ucrania; ayer, Irak y Afganistán) ha hecho el bien. El mundo sigue necesitando a esas heroínas y a esos héroes que van armados con cámaras, micrófonos y cargadores para las baterías, que se arriesgan para que nosotros no podamos pasar de largo ante el horror. Renaud, su compañero herido por fuego ruso, y todas y todos los reporteros en zonas calientes tienen que ser reconocidos y prestigiados, para empezar, por sus empresas.

Explicadnos esto

Hay un imbécil en Bilbao (en realidad, hay muchos, los que nos tocan proporcionalmente) que tiene una bandera rusa en su balcón. Es nueva, comprada para la ocasión, para exhibirla y señalar que en esa casa vive alguien que seguro que es capaz de justificar la muerte de la mujer embarazada y rescatada, y su bebé, que fotografió Evgeniy Maloletka, de AP, durante el bombardeo a la maternidad de Mariúpol, y que ha dado la vuelta al mundo. Puede que quien quiera encuentre una justificación, que tenga sentido es otra cosa. Lo que no tiene explicación ni perdón es tanto dolor innecesario ni los apoyos que reciben los victimarios.

No lo entiendo

Una persona puede ser muchas cosas, incluso un poco imbécil o un poco cabrón, entra dentro de la normalidad. Lo que no tiene perdón es ser un hijo de puta capaz de difundir la propaganda rusa que pretende justificar la invasión y el asedio que estamos viendo, y la amenaza nuclear sobre nuestras cabezas. Fernando Arancón denuncia el hilo de Javier Couso que resume “todos los bulos y excusas que Rusia ha ido creando estos días, juntos en este hilo como si fuesen hechos contrastados. Esta sucesión de tuits la firmaría el ministerio de Exteriores ruso. Qué espanto. Luego son quienes pontifican con el ‘pensamiento crítico’”.

A este, tampoco

A quien se entiende muy bien es a Miguel Garrido. El residente de la Confederación de Empresarios de Madrid y vicepresidente de la CEOE tuiteaba esto entre homenaje gastronómico y homenaje gastronómico: “España sigue sin bajar impuestos a los combustibles. El gobierno se enriquece mientras los ciudadanos se arruinan”. Lo hace solo unos días después de que la propia CEOE se rasgase las vestiduras ante la posibilidad de que se limiten los beneficios de las eléctricas. Pero, ¿a quién representan estos? ¿Por qué se empeñan en parecer vividores ricachones liberales en lo económico e indecentes en lo moral?

Más madera

Si Instagram cumple su palabra estos días la red social dejará de estar disponible en Rusia, lo que impedirá que se difunda su propaganda, pero también las fotos de las hijas y los hijos de los famosos oligarcas, viviendo en la opulencia, y las de las influencers. Algunas de ellas lloraban tras el anuncio de la empresa y ante la posibilidad de volverse invisibles. Si durante la pandemia lo banal e innecesario podía suponer una vía de escape, a las puertas de una guerra mundial me resulta insoportable. Y si cancelarlo además puede ser una medida de presión, vía hijas de oligarcas que lloran, me parece incluso una buena idea. Es la guerra.

La diplomacia sigue, la lucha vive

Puestos a decir chorradas como que hay que apostar únicamente por la “diplomacia de precisión” para terminar con la invasión de Putin sobre Ucrania, yo me anoto un juego de palabras simplón porque la diplomacia sigue (y la lucha, por desgracia y porque la ejerce Rusia, vive): Fernando Alarcón mencionaba al primer ministro israelí, el presidente francés y el dictador turco, que han intentado convencer al ruso para que deje de masacrar a la población ucraniana. Pero, por lanzar la precampaña para las Generales, Ione Belarra e Irene Montero omiten esto en sus mítines, que es lo que se cascaron con la excusa del “no a la guerra”.

Putin, el diplomático

Ante lo que vimos en Ucrania el pasado fin de semana solo puedo sumarme al calificativo que usó mi compañera Laura Buján en Twitter: “Terror”. Lo usaba para mostrar la portada de DEIA en la que se veía el cadáver de una persona junto a su maleta, que habría preparado con angustia y penas inmensas, dejando todo atrás. ¿Qué diplomacia podemos usar contra esta carnicería? ¿Cuánto tiempo podemos perder en llamadas de teléfono mientras el ejército ruso dispara contra población civil que huye? ¿De verdad es sostenible el buenismo, un buenismo expuesto en clave “local”, con un ojo puesto en las elecciones generales?

El peor argumentario del mundo

Podemos en España y Bildu en Euskadi van a tener muy difícil sostener su apuesta pacifista. Lo que oímos en Euskadi suena a sátira de quienes justificaron el asesinato selectivo. Lo que vemos en España nos lleva a una precampaña lanzada sobre el sufrimiento ajeno. A las evidencias se suman argumentarios pobrísimos, como el de Anita Botwin, influencer en la izquierda española: tuitear que el caso de la República Española es diferente porque podía haber ganado es una chorrada difícil de superar, pero lo logra: “Creo que son los ucranianos quienes deberían haber elegido en su conjunto si querían o no ser ayudados y cómo”.

Más cerca

La que vemos en Ucrania con pavor no es la única tragedia que nos rodea (pero sí la más importante por sus consecuencias): este fin de semana hemos asistido también al maltrato a personas en las fronteras españolas con Marruecos. Policías y Guardias Civiles se han empleado con saña ante inmigrantes ilegales indefensos y desarmados. Hemos visto con impotencia y cabreo cómo les esperaban, cómo les lanzaban contra el suelo y cómo les golpeaban. El ser humano a veces es desesperanzador: no aprendemos nada de lo que nos hace sufrir mucho. Ojalá los agresores aprendan con juicios y sentencias.

Trampas permitidas

Ya sé que resulta absolutamente extemporáneo hablar de fútbol con lo que estamos viviendo, pero si no comento esta noticia en 2Playbook no me quedo tranquilo: “El Barça negocia con La Liga y CVC para anotarse un ingreso de 270 millones y salvar 2021-2022. El club baraja distintas opciones jurídicas para que la inyección del fondo no compute como deuda”. Si se lo permiten (y lo harán) podremos seguir hablando de una Liga y una Copa adulteradas. Igual que podemos hacerlo ahora: la remontada del FC Barcelona solo tiene que ver con lo que ha podido fichar como si no tuviera la deuda que arrastra.

Ni mentiras ni hostias

Empiezo fuerte y lo hago porque sé que Ramón Salaverría no tiene que recurrir a palabras gruesas para que le demos la razón: “El demócrata respeta siempre la opinión discrepante, pero no admite la mentira. Por eso las redes sociales no me parecen democráticas: propician el vapuleo de los discrepantes mientras ensalzan a los mentirosos”. El profesor lo escribe así de bien y yo que soy de Ezkerraldea intento zanjar el tema con contundencia. Es cuestión de estilos, pero es innegable que el tuit Salaverría no puede ser más cierto ni más concreto: describe lo que sucede. El problema es que sucede a diario.

No quieren entender

Fernando Arancón también ha empezado el año reflexionando sobre la utilidad del debate en Internet: “Nunca he sido partidario de usar la opción de Twitter de no permitir respuestas, pero de verdad que es desesperante esa relación inversamente proporcional entre comprensión lectora y ganas de comentar con cualquier estupidez”. No obstante, yo también iría más allá en este caso: no se trata de falta de comprensión lectora, el asunto es aún más grave, pues se trata de no querer entender nada. Los más tontos de su pueblo, esos son los que responden mayoritariamente en Twitter y arropados por el anonimato.

¿Existe el debate público?

El director del Círculo de Bellas Artes de Madrid denunciaba en Twitter que no había aparecido la reserva para 30 comensales que tenían en Año Nuevo y que, además, la persona que la cerró no respondía al teléfono. Cómo serían las respuestas para que cerrase su hilo así: “Estoy perplejo por la falta de empatía de algunos comentarios, pero supongo que es un reflejo de la calidad de nuestro debate público”. Me temo que no hay debate público y que han intentado engañarnos quienes nos vendían como tal los replies en Twitter. En eso es en lo que debemos afanarnos: en desempoderar a quienes los interesados empoderaron.

Así

Uno siente cierto orgullo por que Xabier Lapitz haya demostrado con hechos más que con palabras (como las de Julia Otero a Cristina Pardo) cómo hay que reaccionar ante los bulos desde los medios de comunicación: parándolos. En su caso, lo ha hecho con el del patrimonio de Irene Montero: “No es verdad, es un bulo, y aquí no se habla de bulos”. Y el recadito para quienes sí lo hacen tampoco está de más: “De periodistas tienen lo que yo de bombero torero”. Si queremos un debate público de verdad, y este solo es posible en los medios, los periodistas tenemos la obligación de implicarnos y remangarnos.

Y llega el metaverso

Tenemos claro que populistas y descerebrados han empobrecido hasta hacer inútiles las conversaciones que pueden darse en Internet y, sin embargo, alguien ha decidido darles una nueva oportunidad con el metaverso, esa especie de mundo paralelo virtual (como Second Life pero actualizado) en el que algunos ya compran hasta parcelas. ¿De verdad nadie ve que van a colonizarlo rápidamente los más tramposos para esperar, desde dentro, a los más incautos? Muchos de quienes sí ven esa maldad no tendrán reparos en montar su business, y ahí es donde el riesgo se multiplica. ¿No tenemos remedio?