WANAKA (Nueva Zelanda): Los lagos de la isla Sur

Dejaba hace dos semanas el relato del viaje por Australia y Nueva Zelanda, cuando nos dirigíamos a la localidad neozelandesa de Wanaka, en la que pasamos por fin dos noches seguidas, alojándonos en el Wanaka Hotel *** (138 € las dos noches), magníficamente situado, que cuenta con un excelente restaurante, en el que unos cenamos salmón y otros cordero. Estamos a un paso del lago que lleva el nombre de la ciudad, que tiene como telón de fondo las cumbres nevadas de los Alpes, entre las que destaca el Mount Aspiring (3027 m), la segunda mayor montaña del país. Antes de llegar al hotel nos detuvimos para tomar unas fotos de la colorista y única atracción del mundo de este tema, el Puzzling Word.

16 de octubre. Día 24 de viaje. Iniciamos una nueva jornada con un potente desayuno tipo británico y haciendo unas compras para comer de bocata. Hoy nos toca mucho coche (426 km), que por cierto ha respondiendo fenomenal, pues aunque tuvimos buenas carreteras, también tuvimos que circular por pistas, así que creemos que fue un buen acierto alquilar el Toyota Highlander. Esperamos seguir con buena suerte con el tiempo, pues hoy estaremos todo el tiempo en medio de la nada y con extraordinarios paisajes de montaña. A los pocos kilómetros de salir de Wanaka nos dan el alto, pues de frente aparece un transporte especial con una casa prefabricada, que pronto se orilla y podemos continuar.

Cuando llevamos recorridos 80 km hacemos la primera parada. Estamos en el Lindis Pass, situado a 971 metros de altitud, que divide los valles de los ríos Lindis y Ahuriri. El lugar no nos dice gran cosa, pues es un paisaje bastante árido, con laderas de hierba de color amarillo-marrón. Un cartel nos indica que a 200 metros, caminando por una empinada cuesta, tenemos un mirador, así que allí vamos, pudiendo contemplar desde arriba la nevada cumbre de Longslip Mountain (1494 m).

80 km más tarde volvemos a efectuar otra parada, para fotografiar el lago Pukaki, aparcando el coche en una pista que bordea una gran pradera verde, situada a orillas del lago. Justo al lado tenemos un gran rebaño de vacas, el primero que vemos, así que pasamos un buen rato tomando unas fotos, ya que se acercan a la valla que nos separa, especialmente las chalas, que chupan el dedo de mi mujer cuando les acerca la mano.

Comentaba que nuestro siguiente destino fue el Lke Pukaki, al que cortejaremos ampliamente, pues nos ofrece un espectáculo impresionante, con una amplia panorámica de cumbres nevadas que se reflejan en sus aguas de color azul turquesa. ¡Qué suerte estamos teniendo con el tiempo en una isla muy lluviosa! Bordeamos el lago por tres de sus lados, circulando finalmente muchos kilómetros por una pista de tierra en busca de la foto del Mont Cook (Aoraki), reflejado en el lago, cosa que no conseguimos pues queda muy lejos y aunque lo contemplamos aparece muy difuminado. Pese a todo hemos disfrutado de unas vistas espectaculares. Ha sido uno de los puntos fuertes del viaje.

En busca de la foto del Mont Cook (3754 m), el techo de Nueva Zelanda, nos hemos perdido en el entramado de pistas, así que tenemos que tirar de Google Maps para buscar la ruta a nuestro siguiente destino, el lago Tekapo, pero antes de llegar a él nos dirigimos a la montaña sobre la que se encuentra el observatorio astronómico Mount John, la estación que Estados Unidos construyó para tener una visión del cielo nocturno sin contaminación lumínica, lo más al sur posible del planeta. Desde arriba tenemos una visión casi aérea del lago y de las montañas que lo rodean. Además cuenta con un bar, así que fue un placer tomar un vino neozelandés en un marco tan especial.

Finalmente llegamos al último destino de la jornada, el Lake Tekapo. Pese a que me ha gustado más el lago Pukaki, este también es espectacular. Se ha echado la hora de comer, así que aprovechamos para dar cuenta del bocata en una mesa de picnic, con unas vistas impresionantes, que me recordaban a algunos lugares de Islandia. Enseguida se nos acercan patos y gaviotas para ver «lo que cae», terminando alborotándoles, al tirarles patatas fritas. Tenemos por delante 199 km para regresar al hotel, efectuando una sola parada en Omarama, el único pueblo de la ruta, situado a mitad de camino, para tomar un café en un bar de estilo americano. No olvidaremos fácilmente este día tan radiante que ha salido y en el que tanto hemos disfrutado.

17 de octubre. Día 25 de viaje. Antes de desayunar y de abandonar la ciudad, me dirijo al cercano lago Wanaka, el lago más grande de Nueva Zelanda, que se estima que tiene unos 300 metros de profundidad. En maorí su nombre significa «El lugar de Anaka», un jefe tribal local. Observo que los patos deben dormir mucho, pues les vi durmiendo al atardecer en Christchurch y esta mañana aquí. Junto al lago hay un pequeño parque con varias esculturas y unas placas que, año a año, recuerdan diferentes acontecimientos históricos, como la ascensión al Everest del neozelandés Edmund Hillary.

Ya solo nos quedan por delante dos noches en Nueva Zelanda. El viaje continúa.

Por el Pirineo de Lleida: Val d’Aran y Aigüestortes

En septiembre, en concreto del 11 al 16, he vuelto a realizar una escapada, en esta ocasión al Pirineo de Lleida, tendiendo como campo base la capital de la Val d’Aran, Vielha e Mijaran, que dista 410 km de Leioa, resultando el viaje muy cómodo por territorio francés, pues casi 350 km se realizan sucesivamente por las autopistas AP-8, A63 y A64, hasta la salida 17, cerca de Montrejeau. Los últimos 60 km se realizan en buena parte siguiendo el curso del río Garona, por la N125, que se convierte en N230 al entrar en Catalunya. Nuevamente el objetivo era realizar rutas sencillas por la montaña. Para garantizar el buen tiempo adelantamos tres días la fecha de salida, pese a que no me gusta coincidir con el fin de semana. El tiempo ha resultado muy soleado, salvo el amago de tormenta del último día, con temperaturas máximas de 23 a 25 grados, así que nos libramos de unos cuantos días de bochorno. Sin embargo la perfección no existe, pues el 11 de septiembre fue la Diada y mucha gente hizo puente, por lo que viernes y sábado de paz en la montaña nada, ya que el senderismo está de moda desde el fin del confinamiento. Eso sí, hemos disfrutado de extraordinarios paisajes de montaña, teniendo como telón de fondo la zona de Aneto-Maladeta.

Por la seguridad que trasmiten, nuevamente he elegido un Parador, en este caso el de Vielha, para alojarnos en esta escapada, aunque no he utilizado ni la piscina ni el spa, tan solo el restaurante para los desayunos y cenas, aunque una noche no lo pude usar, pues aquí no reservan mesa “porque no hace falta”, pese a que el sábado estaba a tope. En esta ocasión me ha salido económico, pues en septiembre bajan los precios y, gracias a los puntos obtenidos en julio y agosto, he tenido tres noches gratis en habitación doble superior con desayuno. Lo mejor ha resultado la amplia terraza de la habitación, en la que tomábamos el vino vespertino sin mascarilla, disfrutando de una magnífica vista.

Tras instalarnos en la habitación, el 11 de septiembre aprovechamos lo que quedaba de tarde para realizar la ruta más corta de las que tenía previstas. En el pueblo de Es Bordes se coge una estrecha carretera que lleva al aparcamiento de los Uelhs det Joèu, de donde se accede a los rápidos que forma el arroyo Joel, punto de partida de un recorrido circular de tan solo una hora de duración (2,5 km y 90 metros de desnivel), que lleva al Plan dera Artiga y al refugio Artiga de Lin, punto  de partida para subir al monte Aneto, para luego descender al punto de partida. El viernes a las 18:30 h, el aparcamiento estaba lleno de coches. También pude comprobar lo estrechas que son las carreteras de montaña, con dificultad para cruzarte con otros vehículos y a expensas de que te dejen pasar las vacas o los caballos que deambulan a su aire.

Sábado, 12 de septiembre. El día más terrible por la cantidad de gente y la dureza del recorrido. Para empezar tardamos casi una hora en cubrir los 8 km que separan Salardú del balneario Banhs de Tredós, debido a la estrechez de la carretera y a las vacas. Me río de los atascos de la autovía a Castro Urdiales. Luego, búscate la vida para aparcar. Más tarde dos colas, primero para sacar el ticket del taxi (8 € ida y vuelta) y luego para coger el taxi (8 personas en cada furgoneta), que te acerca algo más de 4 km al punto de partida del sendero que sube al circo de Colomèrs. Parecía la subida al Pagasarri por la gente que había. El camino resulta duro por la cantidad de piedras que hay en el sendero y la pendiente de algunos tramos, que se suaviza cuando pasas junto al Estanh dera Lòssa. Luego hay que subir hasta la presa que cierra el Estanh Major de Colomèrs. La vista sobre el circo de Colomèrs compensa el esfuerzo. Hacía tiempo que no sentía la alta montaña. Aunque lo vemos al fondo, todavía nos queda un último esfuerzo de 600 metros para llegar a nuestra meta, el refugio de Colomèrs (2135 m). Bocadillo de tortilla a medias y vaso de vino a modo de hamaiketako, e iniciamos el regreso. Hemos empleado hora y media en subir y una hora en el descenso. Comemos nuestro bocadillo a la sombra de un panel informativo, junto al aparcamiento.

Tomamos el café en Salardú y, como la tarde sigue magnífica, nos desplazamos tan solo un par de kilómetros a un pueblo del que jamás había oído hablar hasta que me lo recomendó un amigo. Se trata de Bagergue, pequeña localidad de poco más de cien habitantes, perteneciente al municipio de Naut Arán, Está considerado el pueblo más bonito de la Val d’Aran y cuenta con cuatro estrellas como villa florida. Da gusto caminar por sus empedradas calles, adornadas con motivos florales y contemplar las también floridas casas. Su edificio más importante es la iglesia parroquial de Sant Félix. Destaca también el Museo Eth Corrau, que conserva más de dos mil objetos artesanales.

Domingo, 13 de septiembre. Qué gozada de día! Hoy hemos disfrutado más porque la gente que estaba de “puente” ya se ha marchado. Dejamos la Val d’Aran cruzando el túnel de Vielha. Circulamos por un momento por la provincia de Huesca y pasamos a la comarca ilerdense de l’Alta Ribagorça, donde se encuentra nuestro destino, la pequeña población de Boí (52 km de viaje). Un taxi (8 plazas a 10,50 € por persona ida y vuelta) nos acerca al corazón del Parc Nacional d’Aigüestortes y Estany de Sant Maurici y más en concreto al Planell d’Aigüestortes, punto de partida para subir al Estany Llong (1999 m), al que se accede caminando por una cómoda pista. Poco antes de llegar al lago nos detenemos en el refugio que toma su nombre. Hamaiketako y completamos los diez minutos de marcha que nos quedan. Hemos tardado hora y media en cubrir los 4,2 km y 180 metros de desnivel. Disfrutamos del paisaje de alta montaña sin gente y, en vez de continuar hasta el cercano Estany Redó, optamos por descender al punto de partida, deteniéndonos en el camino para contemplar el disfrute de las vacas con la sal que les ha echado el ganadero. Luego seguimos bajando media hora larga más hasta la cascada de Sant Esperit, la más espectacular del parque nacional, donde nos recoge el taxi para regresar a Boí. Aquí está todo muy bien organizado.

Aunque ya las estuve visitando detenidamente hace catorce años, hemos querido aprovechar que la tarde sigue muy soleada para echar un vistazo a seis de las ocho iglesias románicas existentes en la Vall de Boí, que forman parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. Las dos primeras son las que más me gustan. La de Sant Joan de Boí la tenemos junto al aparcamiento en el que hemos dejado el coche. En el cercano Taüll tenemos dos, la impresionante Sant Climent, junto a la que comemos el bocata y, en el centro del pueblo, Santa María, cerca de la cual tomamos el café. Sucesivamente nos desplazamos luego a Santa Eulàlia d’Erill la Vall, Sant Feliu de Barruera y la Nativitat de Durro. Hemos tenido un día completo.

Lunes, 14 de septiembre. De nuevo abandonamos la Val d’Aran para dirigirnos a Pallars Sobirà, para lo que tenemos que superar el puerto de la Bonaigua (2072 m) y, tras un pronunciado descenso, dirigirnos a Espot, distante unos 50 km de Vielha. Nuevamente cogemos un taxi (10,50 € y 9,10 los mayores de 65 años) que nos acerque 9 km al Estany de Sant Maurici (1912 m), un lugar lleno de encanto situado en el corazón del parque nacional. Bajo la atenta mirada de los Encantats vamos bordeando cómodamente el lago antes de iniciar la subida a la imponente cascada de Ratera (30’). Luego nos queda otro tanto, por una pronunciada subida con escalones tallados en la roca, para llegar a nuestro destino de hoy, el Estany Ratera, un coqueto lago rodeado de montañas, situado a 2136 metros de altitud. En el descenso al punto de partida tardamos solo 37 minutos. Hoy nos hemos encontrado con poquísima gente.

Martes, 15 de septiembre. El de hoy es un día de propina, pues ya hemos realizado las rutas planificadas y la previsión no es buena a partir del mediodía, con amenaza de tormentas. Hemos buscado una ruta sencilla y nada frecuentada, de una hora de duración, que parte del aparcamiento de Orri, en el Pla de Beret (1852 m). Un cómodo pero a veces empinado sendero conduce al Estany Baix Baciver (2125 m). Cuando según Google Maps estábamos a punto de alcanzarlo, un desprendimiento de enormes rocas hacen que nos demos la vuelta, pues no queremos jugarnos una pierna. Previamente, desde el mirador de Beret hemos tenido una impresionante vista del macizo Aneto-Maladeta. De nuevo en el coche nos entretenemos con los caballos al llegar a la estación de esquí de Baqueira Beret, descendiendo 6,2 km por un pista transitable para vehículos, hasta el Santuario de Montgarri, situado a orillas del río Noguera Pallaressa, junto al que se encuentra el Refugio Amics de Montgarri, donde me obsequio con un bocadillo de longaniza de los de no olvidar y un vino rosado fresquito. Al final la tormenta se ha retrasado.

Miércoles, 16 de septiembre. Como durante el fin de semana y por las tardes estaba muy concurrido, pues la vida se concentra en torno a la carretera general, hemos dejado para el último día, después de desayunar, el recorrer el casco antiguo de Vielha e Mijaran, denominación oficial en aranés de Viella. Cuenta con interesantes edificios, el Museo de la Val d’Aran, varios bares y restaurantes, enormes aparcamientos y un edificio que resalta sobre los demás, la iglesia de Sant Miquéu, de estilo gótico aranés, que cuenta con un retablo del siglo XV y la imagen del Cristo de Mijaran.

Y de aquí a casa. Tenemos por delante 410 km para regresar a Leioa. La “escapada” ha concluido.

NUEVA ZELANDA: Los glaciares de la isla Sur

Continúo el relato del viaje por Australia y Nueva Zelanda, realizado del 23 de septiembre al 24 de octubre de 2018, que dejaba el pasado 12 de mayo en Rotorua, en la isla Norte de Nueva Zelanda. El día 21 de viaje tomábamos el vuelo de Air New Zealand Link, Rotorua-Christchurch, «saltando» en menos de dos horas a la isla Sur a bordo de un pequeño ATR 72. En esta isla pasamos 6 noches, siendo la primera en el Hotel Ibis Christchurch ***, situado en la céntrica Hereford Street. Desde el aire empezábamos a percibir lo que nos esperaba, pues pasamos de las suaves y verdes colinas de la isla Norte, a las cumbres nevadas de las montañas de la isla Sur. Esto promete.

De Christchurch ya escribí el 18 de marzo de 2019 (https://blogs.deia.eus/de-leioa-al-mundo/2019/03/18/christchurch-nz-homenaje-a-un-pueblo/), así que no me voy a extender, recordando eso si el terrible terremoto del 22 de febrero de 2011, que causó 181 muertos y destruyó buena parte de la ciudad, siendo todavía palpable en las ruinas de la Catedral, aunque en poco menos de un año construyeron una nueva, resistente a los terremotos, según un proyecto del arquitecto japonés Shigeru Ban. Christchurch es una ciudad con mucho ambiente (cenamos en una especie de pub), que se puede recorrer en un tranvía moderno pero de aspecto antiguo, que tiene 17 paradas y conecta la plaza de la Catedral, el Centro de Arte, los Jardines Botánicos y Victoria Square. El billete vale para todo el día y se puede subir y bajar las veces que se quiera. Nosotros la recorrimos a pie y ante todo me quedo con el Jardín Botánico, el mejor de los que vimos durante el viaje.

Día 22 de viaje. Tocó madrugar pues a las 07:45 h tuvimos que estar en la estación de tren, media hora antes de la salida de uno del los atractivos turísticos de esta isla, el Tren TranzAlpine, que enlaza Christchurch y Greymouth, en un viaje de costa a costa de casi 5 horas de duración y 220 km de recorrido, atravesando 19 túneles y 5 viaductos y pasando por el Arthur’s Pass (737 m), donde el tren se detiene un rato. Después de haber hecho el viaje no lo recomiendo, pues el precio es de más de 130 € por persona (más de 520 € los cuatro), cuando el coche para tres días nos costó bastante menos de la mitad. Además la carretera discurre casi paralela a la vía y puedes parar cuando y donde quieras, disfrutando de la vista de hermosos paisajes y grupos de ganado.

Greymouth Railway Station, fin del trayecto del tren. Aprovechamos para comer y en la misma estación nos acercamos al mostrador de Thrifty para coger el Toyota Highlander, un enorme vehículo de 7 plazas que hemos alquilado para tres días, por el que pagamos 230 €. Es el quinto coche que alquilamos en este viaje y por primera vez tenemos que firmar que estamos capacitados para conducir por la izquierda y llevar un vehículo tan grande. Un vecino nos dice que estamos teniendo mucha suerte con el tiempo, pues aquí llueve casi todos los días. Por delante tenemos 173 km hasta Franz Josef, una población rodeada de montañas nevadas que parece sacada del Oeste norteamericano. Nos alojamos en el Rainforest Retreat ****, 112 € la habitación doble estándar, pero los responsables del hotel, chilenos, se «enrollan» con nosotros y nos dan sendas suites al mismo precio. Qué pena nos da que aquí sólo pasamos una noche.

15 de octubre, día 23 de viaje. Hoy tenemos una jornada muy intensa, con casi 300 km de viaje hasta Wanaka y muchas cosas que hacer. Comenzamos en el Franz Josef Glacier, Ka Roimata o Hinehukatere en maorí, un glaciar de 12 km de largo ubicado en Parque Nacional Westland, en la costa oeste de la Isla Sur de Nueva Zelanda El área que rodea el glaciar es parte de Te Wahipounamu, catalogado como Patrimonio de la Humanidad. Después de haber retrocedido varios kilómetros entre los años 1940 y 1980, el glaciar entró en una fase de avance en 1984, avanzando en ocasiones a un ritmo espectacular. Lo siguió haciendo hasta 2008, pero desde entonces ha entrado en una fase de rápido retroceso. Un cómodo camino nos permite acercarnos al glaciar, en tan solo media hora de marcha por el Franz Josef Glacier Walk, disfrutando de la vista de varias cascadas.

Y de un glaciar a otro, pues ahora le toca el turno al Fox Glacier, como el anterior ubicado en los arbolados Alpes del Sur, que desciende a los largo de 13 km desde los 2600 metros de altitud, hasta los 300, lo que nos permite acercarnos a él caminando tan solo 2 km por un camino paralelo a la morrena, teniendo que cruzar algunos pequeños cursos de agua, a la vez que disfrutamos contemplando hermosas cascadas. Por el camino vamos viendo paneles de hasta dónde llegaba el glaciar en años pasados, antes de su retroceso. Junto al aparcamiento vemos una pequeña laguna con hermosos reflejos. Seguimos de suerte, pues el tiempo sigue espectacular.

Todavía no han concluido los paseos. Muy cerca del Fox Glacier tenemos el Lake Matheson, que se formó hace unos 14.000 años cuando el cercano glaciar se retiró. Se ha echado la hora de comer, así que aprovechamos para picar algo en el Matheson Cafe, situado en el aparcamiento del que parte el sendero que da la vuelta al lago, así que tras la comida caminaremos durante hora y media, comenzando cruzando el río Clearwater por un puente colgante. El sendero discurre por el interior de un antiguo bosque nativo, una preciosidad, pero no podemos tomar la típica imagen del monte Cook reflejado en el agua, pues las montañas las ocultan las nubes.

La tarde avanza y todavía nos quedan 266 km, casi todos los de la jornada, para llegar a nuestro hotel en Wanaka, que realizamos por la carretera Estatal 6, inaugurada a finales de 1965. Cuando llevamos recorridos un centenar de kilómetros, nos detenemos en un punto costero que llama nuestra atención, pues tiene una placa que recuerda la construcción de la carretera. Es Knigths Point, que lleva el nombre del perro Knight de Norman McGeorge. La carretera deja la costa y se dirige hacia el interior, contemplando desde el coche montañas nevadas y alguna cascada. No nos detenemos hasta llegar a The Neck, un lugar lleno de encanto en el que casi se juntan los lagos Hawea y Wanaka. Dicen que es una de las carreteras más hermosas de Nueva Zelanda. Al fin llegamos a Wanaka con el tiempo justo para cenar. Menos mal que aquí pasaremos dos noches. El viaje continúa.

Del mundo a Leioa, mi pueblo

En esta entrada, la nº 114, por una vez he alterado el nombre de este blog, dándole la vuelta. He estado ya en 109 países diferentes, en bastantes de ellos varias veces, destacando entre los lejanos la India, con 6, pero este año toca quedarse cerca, así que los proyectos que tenía se han ido al garete. He estado en lugares maravillosos donde casi siempre he sido muy bien tratado y lo he pasado fenomenal, pero todavía no he encontrado ningún lugar del mundo mejor para vivir que Euskal Herria y, más en concreto, que mi pueblo adoptivo (llevo casi 27 años), Leioa. Aquí tengo de todo a un paso, mar, montaña, comercios, lugares de ocio y se come mejor que en ninguna parte. Además, la temperatura suele ser muy agradable. Cuando tras el confinamiento pudimos salir a la calle, empecé a valorar más mi pueblo, pues aunque vivimos unas 32.000 personas en 8,36 km², a 1 km de casa puedo estar en un medio rural que me hace olvidar la gran urbe. Es por ello que he decidido hacer un alto en mis relatos viajeros para daros a conocer lo que más me gusta de Leioa, sin ánimo de ser una guía turística ni de sentar ningún dogma. Insisto, es lo que más me gusta.

Si algo me gusta de Leioa es la cantidad de parques, bidegorris, zonas peatonales y aceras anchas que hay por todo el pueblo y la tranquilidad que se respira en cuanto te alejas unos pasos del centro. Es algo que valoré mucho más tras el confinamiento, pues mi casa no tiene balcón. El pueblo está adornado con muchas flores, incluso en las rotondas, y puedes ver árboles frutales. También disponemos de dos zonas sombreadas con mesas, junto a las ermitas de San Bartolomé y Ondiz, variedad de comercios, hipermercados y hasta un centro comercial. Estamos conectados a través de Metro y Bizkaibus, incluso con una línea en la que puedes regresar desde la plaza de Moyúa de Bilbao en menos de 10 minutos. El autobús urbano también ha mejorado mucho.

Amante de la naturaleza, disfruto sobremanera con esa gran mancha verde que forman sucesivamente los parques de Pinosolo, accediendo por el skate-park, Magnolios y Artatza, que cuentan con una gran variedad de plantas y árboles de gran porte. Un lujo para un pueblo de nuestro tamaño. Hasta el confinamiento, mi recorrido matutino de unos 5 km lo realizaba por el entorno de Ereaga-Puerto Viejo (Getxo). Desde entonces solo he ido tres veces, pues ahora, por seguridad y tranquilidad, el recorrido lo efectúo por Leioa, donde puedo disfrutar de amplias zonas sombreadas y del piar de los pájaros. Y todos los días veo el mar y la ría.

Hay otros parques en el municipio, pero quiero destacar, por su tranquilidad, uno de ellos, el de Zarragabarrena, limítrofe con Getxo, al que casi se une el de Joaquín Achúcarro. Mucho más céntrico y pequeño, es el de Aldapa, un oasis en una zona muy poblada. Concluyo con otro hermoso parque, el de Mendibile, donde se encuentra Mendibile Jauregia, monumental caserío de finales del siglo XVII, que alberga el Consejo Regulador de la Denominación de Origen de Bizkaiko Txakolina. Cuenta también con mi restaurante favorito, Txoko Mendibile, con una excelente relación calidad-precio. No es necesario salir de Leioa para comer muy bien.

En Leioa no tenemos un casco antiguo como en otras poblaciones, pero contamos con un edificio singular, el Palacio Artaza, diseñado en 1914 por Manuel María Smith para el industrial Víctor Chavarri. Fue una gozada verlo por dentro a finales del pasado año en las visitas teatralizadas. Otros edificios de interés son la iglesia de San Juan Bautista, el Ayuntamiento, construido en 1891 y la Torre de Ondiz, casona rural del siglo XVI. Contamos con tres ermitas, Andra Mari de Ondiz (siglo XVI), San Bartolomé, de la misma época, y Santimaami, que realmente se encuentra en el municipio de Erandio.

Os presento una muestra de las esculturas que podemos encontrar en diferentes rincones del municipio. Iremos descubriendo obras de afamados artistas como Jorge Oteiza, Néstor Basterretxea (“Leioako indarra”), Rob Krier, Vicente Larrea y Remigio Mendiburu. Particularmente hay tres que me gustan más, “El soplador de vidrio”, de Lourdes Umerez, “Esférica”, de Jesús Lizaso, que representa a un un harrijasotzaile y “Hostoa”, de Juanjo Novella, que simula una hoja de parra en acero al carbono y que luce sobre todo los días soleados en Mendibile.

Comentaba al principio que tenemos la ventaja de que, en cuanto te alejas un poco del centro, te encuentras en un medio rural, en el que puedes ver caseríos, vacas, ovejas y caballos, principalmente en los barrios de Peruri y Santsoena. También son fácilmente visibles los viñedos de txakoli. En este medio rural, en el límite con Erandio, tenemos la Universidad del País Vasco (UPV/EHU), rodeada de otro pulmón verde, en el que se encuentran el Arboretum y el Bosque de la Vida. El municipio cuenta también con gran cantidad de centros de enseñanza: institutos, escuelas, ikastolas y colegios privados.

Aunque no puedo presumir del polideportivo, que se ha quedado bastante obsoleto, si que lo hago del equipo femenino de waterpolo, que nos representará en la división de honor, mientras que el equipo de fútbol está en 2ªB. Como lo mío es el caminar, quiero destacar dos actividades, la primera algo más dura, la Marcha de las tres ermitas, con un recorrido de 15 km. Más veterana (XV ediciones) y sencilla es la Marcha a paso de peatón, que tiene como objetivo conocer el municipio y denunciar las deficiencias que se observen.

Contamos con una moderna Kultur Etxea, con biblioteca y variadas actividades: cine, teatro, talleres y sala de exposiciones, en la que particularmente me gustó la dedicada a los Samurais. En mayo se celebra la actividad cultural más importante del municipio, la Umore Azoka o Feria de artistas callejeros, que para este año había recibido 540 propuestas diferentes. Tenía que haber sido la XXI edición. Lástima que, como todo lo que voy a comentar a continuación ha tenido que ser suspendido debido a la pandemia. No todo va a ser cultura, pues junio es el mes de las fiestas patronales de San Juan, a las que hay que añadir las de cada barrio.

También nos hemos perdido la actividad que más me gusta, la Lamiako Maskarada, que se celebra a finales de mayo desde 1978. En la Maskarada se integran los personajes más representativos de la mitología vasca, destacando, como no, las lamias. Se celebra siempre en viernes por ser el día en que las sorginak se reunían en los Akelarres. Es una gozada disfrutar contemplando la variedad de personajes que toman parte en ella, rodeados de un nutrido grupo de espectadores que participan en las cadenetas.

Otra de las actividades que no me pierdo es la feria Agrícola y Ganadera, que el pasado mes de diciembre alcanzó la XXXII edición, en la que puedes encontrar de todo, siendo en mi opinión lo más colorista los puestos de frutas y hortalizas. Muy concurrida es siempre la exposición de ganado bovino, que concluye con el pesaje. Por supuesto hay puestos de todo tipo, deporte rural y animación a base de txistularis y los gigantes de Lamiako. No puede faltar el talo con chorizo y el txakolí.

Tras haber vivido hasta entonces en Santutxu, cuando en 1993 me instalé en Leioa se me cayó el alma al suelo. Mi calle la estaban haciendo y los fines de semana me parecía un pueblo fantasma, pero con los años me he ido enamorando de mi pueblo. ¡Leioa me gusta!

SEGOVIA: La ciudad del Acueducto

Llevo tiempo que evito viajar en agosto, pues suele haber mucha gente, los precios son mucho más caros y hace calor. Sin embargo desde hace unos años hago una excepción, realizar una escapada para visitar la exposición de «Las Edades del Hombre», coincidiendo con el final de la Aste Nagusia bilbaina, huyendo de esta forma de las multitudes. Es lo que hicimos del 24 al 27 de agosto de 2017, cuando se celebró en Cuéllar. Establecimos nuestro campamento base en Segovia, una ciudad que me encanta y en la que he estado varias veces, que desde 1985 forma parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO y dista 363 km de Leioa. El lugar elegido para pernoctar, con gran acierto, fue el Hotel Eurostars Plaza Acueducto **** (Av Padre Claret, 2, 4, 40001 Segovia. Tel: 921 41 34 03), situado a un paso del Acueducto, que se puede contemplar majestuoso desde la terraza del hotel. Siguiendo el consejo de la recepcionista, dos noches cenamos en la Trattoria Pizzería da Mario (Teodosio el Grande, 6. Tel 921 42 25 81), situada a los pies del Acueducto.

Para esta ocasión dimos prioridad a recorrer lugares que no conocíamos, así que al día siguiente a nuestra llegada (en el viaje de ida nos detuvimos en Pedraza), con la fresca matutina nos dedicamos a recorrer la Senda de los Molinos hasta Arco de la Fuencisla (unos 5 km ida y vuelta), zona muy sombreada que bordea el río Eresma, en el que vimos varios grupos de patos y una garza real. Desde la ruta se tiene unas magníficas vistas del Alcázar y de la Catedral. Antes de acercarnos al río pasamos junto al Monasterio de Santa Cruz la Real (siglos XV-XVI).

A punto de concluir la ida de nuestra ruta a pie, nos detuvimos en el convento de San Juan de la Cruz, perteneciente a la Orden de los Carmelitas Descalzos y convertido en centro de espiritualidad. Al final de nuestro recorrido se encuentra el Santuario de Ntra Sra de la Fuencisla, patrona de Segovia, construido entre los años 1598 y 1613 por Francisco de Mora. El altar mayor cuenta con un retablo de Pedro de la Torre, destacando también una notable reja barroca que cierra el presbiterio. A un paso vemos el Arco de la Fuencisla, monumento barroco del siglo XVIII. Iniciamos el regreso y nos detenemos ante la iglesia de San Marcos, románica del siglo XII.

Desde la Pradera de San Marcos disfrutamos de una espectacular vista del Alcázar, antes de iniciar el ascenso a nuestro siguiente destino, la iglesia de la Vera Cruz, fundada por los Caballeros de la Orden del Santo Sepulcro en 1208, aunque la tradición popular la atribuye a los Templarios. En diferentes ocasiones le había echado el ojo desde el Alcázar, en la lejanía, pero nunca me había acercado a ella, cosa que merece realmente la pena por sus imágenes, las pinturas del siglo XIII, el retablo de la Resurrección (1516) y el pequeño templete de dos plantas situado en el centro de la iglesia.

Regresamos caminando por la Senda de los Molinos y nos acercamos a nuestro punto de partida, la principal atracción de la ciudad, el Acueducto romano, que se construyó a comienzos del siglo II para llevar hasta Segovia las aguas del manantial de la Fuenfría, distante 17 km. Desde su llegada a la ciudad cuenta con 79 arcos sencillos y 44 arcadas dobles, las que se pueden contemplar cuando se cruza la plaza del Azoguejo, desde donde siempre lo había visto. En esta ocasión he disfrutado contemplando esta joya romana a diferentes horas y desde diferentes lugares, caminando hasta donde desaparecen los arcos.

Siguiendo la línea del Acueducto, por la tarde pudimos descubrir una zona de Segovia que no conocía, visitando en primer lugar la iglesia de los santos Justo y Pastor, románica del siglo XII, en la que destacan sus pinturas presididas por el Pantócrator. Pasamos luego ante la iglesia de El Salvador para llegar enseguida a uno de los edificios religiosos más relevantes de Segovia, el monasterio de San Antonio el Real, convertido en museo que bien merece una detenida visita. La portada de la iglesia es de estilo gótico isabelino, destacando en ella los escudos del rey Enrique IV, quien lo mandó construir. En la capilla mayor predomina el estilo mudéjar. También me gustaron los trípticos flamencos de la escuela de Utrecht, los artesonados que cubren la sala capitular y el receptorio.

Al día siguiente nos desplazamos a Cuéllar, regresando al mediodía para recorrer el casco antiguo de Segovia, siguiendo la ruta que siempre hago en esta ciudad, desde la plaza del Azoguejo hasta el Alcázar. En esta primera parte caminamos cuesta arriba por las calles Cervantes y Juan Bravo, llenas de tiendas de recuerdos y pequeños bares, deteniéndonos en primer lugar ante la Casa de los Picos (siglo XV), famosa por la decoración de su fachada con 617 picos de granito. Pasamos ante el palacio de Cascales, de la misma época, para enseguida llegar a uno de los rincones que más me gustan de la ciudad castellana, donde se encuentran el Torreón de Lozoya (siglos XV-XVI), la estatua de Juan Bravo y la iglesia de San Martín (1117), en la que destacan la galería porticada y la torre del campanario, de estilo románico-mudéjar.

Seguimos nuestra ruta hasta la Plaza Mayor, presidida por el edificio del Ayuntamiento. A ella también se asoma el Teatro Juan Bravo y, un poco esquinada, la Santa Iglesia Catedral de Nuestra Señora de la Asunción y de San Frutos, construida entre los siglos XVI y XVIII en estilo gótico con algunos rasgos renacentistas y conocida como la Dama de las Catedrales, por sus dimensiones y su elegancia. En esta ocasión no accedemos a su interior, desviándonos un poco de la ruta para contemplar tres edificios que no conocía, la Torre de Arias Dávila (siglo XV), la iglesia de la Santísima Trinidad (siglo XIII) y la de San Esteban, templo románico de el siglo XII, que destaca por su torre de 56 metros, la más alta de este estilo en la península ibérica.

Nuestro recorrido de ida concluye en el Alcázar, uno de los castillos-palacio de finales de la Edad Media más curioso por su forma de proa de barco. Iniciamos el regreso por una zona que tampoco conocía, pasando junto al original monumento a Agapito Marazuela, maestro del folclore castellano, y por la Puerta de San Andrés, del siglo XII, que cuenta con dos torres, una cuadrada y otra poligonal. Concluimos nuestro monumental recorrido en la parte baja de la ciudad, acercándonos a dos iglesias que a la hora que llegamos estaban ya cerradas, San Clemente, que conserva el pórtico románico del los siglos XII-XIII, y San Millán, que destaca por su torre mudéjar del siglo XI. Ha hecho mucho calor y ha terminado la jornada con una tormenta que nos obliga a recluirnos. Concluye aquí la visita a esta monumental ciudad.

Empachado de tanta cultura he dejado para el final el comentar el lugar en el que degustamos la gastronomía segoviana. Aunque el Mesón de Cándido es el que tiene la fama, en el hotel nos recomendaron otro lugar que teníamos también a un paso, menos frecuentado y más barato. Se trata del Restaurante Maribel (Avda. Padre Claret, 16. Tel 921 441 141), en el que asan los lechazos y cochinillos a la vista, en un horno de leña usando sarmiento y encina. Optamos por el menú segoviano (en la actualidad 32 €, IVA incluido), consistente en sendos cuencos con judiones del Real Sitio y sopa castellana como la de la abuela, para luego seguir con el cochinillo asado con ensalada, concluyendo con un riquísimo postre casero a elegir de la carta. Todo ello acompañado con pan de hogaza, frasca de vino y agua mineral. Nos gustó tanto que volvimos otro día a cenar, pero unas exquisiteces más ligeras.