Semana Santa en Los Arribes del Duero (1): ZAMORA y TORO

Tengo muchísimas ganas de poder volver a viajar con libertad y seguridad, pero estoy completamente de acuerdo con los cierres perimetrales en Semana Santa, pues la salud es lo primero. Además, la verdad es que no me afecta mucho, porque hace un montón de años que dejé de viajar en Semana Santa, ya que estaba todo lleno de gente, los precios eran mucho más caros y tuve que soportar interminables caravanas para regresar a casa. A todo ello hubo una excepción. El 21 de marzo de 2013, cuando estaba a punto de salir hacia el aeropuerto de Bergen tras estar diez días navegando por los fiordos noruegos, recibí una llamada de la amiga Mariluz para ver si nos animábamos a ir con ellos a pasar los días de Semana Santa en los Arribes del Duero y allí nos fuimos.

28 de marzo de 2013. Tras cuatro horas de viaje (389 km), paramos a comer en Zamora, ciudad en la que ya había estado en otras ocasiones. Aprovechamos también para recorrer su casco antiguo, deteniéndonos en primer lugar ante su edificio más significativo, la Catedral, que data del siglo XII y en la que llama especialmente la atención su cúpula. Al lado vemos una curiosa escultura perteneciente a la Ruta Espacios Lobo, auspiciada por el Ayuntamiento, un paseo por Zamora con el escultor Baltasar Lobo.

A poco más de un centenar de metros tenemos el castillo, de los siglos X al XVII, que cuenta con cimientos prerrománicos y estructura románica. La siguiente cita la tenemos en la iglesia de San Isidoro, de estilo románico, que fue construida en el siglo XII dentro del primer recinto amurallado. De allí nos desplazamos hasta el Palacio Episcopal, edificio muy remodelado en el siglo XVII. Casi al lado tenemos la Puerta del Obispo, que formaba parte de las murallas de los siglos XI al XIII.

Sin cruzar la puerta, bordeamos la Catedral y caminamos durante 1 km hasta la iglesia de San Pedro y San Ildefonso, el templo de mayor tamaño e importancia de la ciudad tras la Catedral y declarada Monumento Nacional en 1974. Su portada occidental es obra de Joaquín Benito Churriguera, guardando en su interior los restos de san Atilano, patrón de la ciudad, y de san Ildefonso de Toledo. La siguiente cita la tenemos en otra iglesia románica, la de Santa María Magdalena, construida en los siglos XII y XIII y declarada Monumento Nacional en 1910. Aprovechamos para acercarnos al río Duero y contemplar el Puente Nuevo o de Piedra, de 250 metros de longitud, que cuenta con 16 ojos y fue construido entre los siglos XII y XIII, aunque tuvo que ser reconstruido casi entero tras la riada de 1556.

Continuamos el paseo monumental desplazándonos hasta el palacio del Cordón, del siglo XVI, actual sede del Museo de Zamora. No tenemos más que girar 90º a la izquierda para llegar a la iglesia románica de Santa Lucía, utilizada como almacén visitable del citado museo. En su fachada llama la atención el reloj solar, construido en 2003 por Juan Luis Moraza. Nos dirigimos ahora a otra iglesia románica, la de San Cipriano, que data de los siglos XI-XII y utilizada como sala de conciertos. De momento, la última visita es a la estatua de Viriato, ubicada en la plaza que lleva su nombre, obra del zamorano Eduardo Barrón González.

Es Jueves Santo y aunque en esta ocasión no hemos venido a ver las procesiones de Semana Santa, nos topamos con algunas mientras buscamos un restaurante para comer ahora que está todo el mundo en la calle. De todas formas aprovecho para tomar algunas fotos al paso de la procesión ante el Museo de Semana Santa y la iglesia de San Juan de la Puerta Nueva. También fotografío lleno de niños el monumento al Merlú, nombre que reciben las parejas de congregantes de la Cofradía de Jesús Nazareno, cuya misión consiste en reunir a los demás hermanos para comenzar el desfile procesional.

Tras la comida seguimos callejeando, pasando ante la Diputación de Zamora, que ocupa el edificio del antiguo Hospital de la Encarnación, construido en 1629. Enseguida llegamos a la iglesia de Santa María la Nueva, templo románico del siglo XII, tras el que encontramos la escultura de Barandales, de Ricardo Flecha. Pasamos frente a la casa-palacio de los Condes de Alba de Liste, del siglo XV, actualmente Parador Nacional de Turismo, de donde nos dirigimos a la Plaza Mayor, a la que se asoman el Ayuntamiento Viejo, de finales del siglo XV, actual sede de la Policía Municipal y la nueva Casa Consistorial. Buena parte de la plaza está ocupada por la iglesia de San Juan Bautista, más conocida como San Juan de Puerta Nueva, que data de mediados del siglo XII.

Un último vistazo a San Juan de la Puerta Nueva antes de iniciar el regreso al coche, contemplando de camino otros notables monumentos como la iglesia de San Vicente Mártir, de finales del siglo XII, que cuenta con «la más noble torre románica de Zamora», en palabras del poeta leonés Antonio Gamoneda. Casi al lado tenemos el Teatro Principal. Todavía nos quedan otras dos iglesias románicas, la de Santiago del Burgo, que data de los siglos XII-XIII y la de San Andrés, reedificada entre 1550 y 1570. Por delante tenemos ahora 56 km para llegar a Miranda do Douro (Portugal), nuestro campamento base en estas jornadas festivas, de lo que os hablaré la próxima semana.

Doy un salto en el tiempo hasta el 1 de abril, fecha de regreso a casa tras pasar 4 noches en Miranda do Douro. Como hicimos en Zamora a la ida, aprovechamos para dar una vuelta por la localidad de Toro, antes de cubrir los 354 km que nos separan de Leioa. Ha llovido mucho en Semana Santa, así que no resulta extraño que la primera imagen que tengamos sea el puente de 22 arcos del siglo XV, sobre un río Duero desbordado. Aparcamos cerca del Alcázar del siglo X, para de allí dirigirnos al principal monumento de la ciudad, la Colegiata de Santa María la Mayor, del siglo XII, en la que destaca el Pórtico de la Majestad.

Declarado conjunto histórico en 1963, Toro cuenta con un interesante casco antiguo, desde el que con frecuencia vemos la Torre del Reloj, comenzada a construir en 1719 sobre la antigua Puerta del Mercado del siglo XV. Comenzamos nuestro paseo monumental en la porticada Plaza Mayor, a la que luego regresaremos para comer, presidida por el Ayuntamiento y la iglesia románica del Santo Sepulcro. Y de templo a templo, pues sucesivamente iremos contemplando la iglesia románico-mudéjar de San Salvador de los Caballeros (siglo XIII), el monasterio de Santa Sofía (siglo XIV) y las iglesias de la Santísima Trinidad, románica del siglo XII, y de San Lorenzo el Real, construida en estilo románico-mudéjar a finales del siglo XII.

Concluimos este paseo monumental por Toro contemplando otros notables edificios, comenzando en el Arco del Postigo, del siglo X, para luego detenernos sucesivamente ante cuatro palacios, empezando por el de las Leyes de Toro, construido en el siglo XV para sede de las Cortes de Toro. De él sólo se conserva la magnífica portada, pues fue destruido tras un incendio en 1.923. De él nos dirigimos al de los Marqueses de los Alcañices, con su grandiosa fachada de tres plantas, al de los Condes de Requena, de estilo gótico de finales del siglo XV, en el que destaca el patio central o claustro. Es la sede administrativa del Ayuntamiento y del Consejo Regulador de la Denominación de Origen Toro. Finalmente nos acercamos al de los Condes de Fuentesaúco, el edificio más renacentista de la ciudad. No podemos abandonar Toro sin ver el Verraco celtibérico, escultura de piedra del verraco de toro tallada ene el siglo V aC, que dio nombre a la localidad.

La “escapada” continúa.

NÁPOLES (Italia), Patrimonio de la Humanidad

Cuando realizamos un crucero tenemos por costumbre quedarnos unos días en el punto de llegada, para completar dos semanas de viaje. Es lo que hicimos el 25 de marzo de 2017 al concluir el crucero por el Mediterráneo en Civitavecchia. Cogimos un tren hasta el aeropuerto romano de Fiumicino, donde alquilamos un coche para desplazarnos hasta San Marino, un país de postal para, al día siguiente, cruzar los Apeninos y, tras 507 km de viaje llegar a Nápoles, en un viaje de mar a mar, pues pasamos del mar Adriático al Tirreno. Nuestro objetivo no era esta ciudad, en la que ya había estado en dos ocasiones, visitando también en la última las ruinas de Pompeya y Herculano, sino la cercana Costa Amalfitana. Para ello pasamos 3 noches en Nápoles, en el Magri’s Hotel ****, situado fuera del centro para así no tener que circular por él con el coche, pero que cuenta con un amplio aparcamiento cerrado y está a 600 metros de la estación de metro de Gianturco, a una parada de la estación central.

Tras viajar a la Costa Amalfitana, el 28 de marzo lo dedicamos a una visita un tanto superficial del centro histórico de Nápoles, que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1995, por  tratarse de una de las ciudades más antiguas de Europa.

Aunque no había estado en Nápoles desde el año 2000 y por regla general en 17 años las ciudades han mejorado mucho, esta ciudad sigue siendo el caos. En el hotel estuve dos días reclamando que no funcionaba el aire acondicionado, pues en la habitación hacía muchísimo calor. Se sorprendían y me decían que avisaban al técnico. Finalmente otra persona me dijo que hasta el mes de abril no lo ponen. En la estación de Metro de Gianturco no había taquillas y las máquinas expendedoras de billetes estaban destrozadas, por lo que optamos por coger un taxi hasta la confluencia de las calles Via Foria y Via Duomo. A 450 metros realizamos la primera visita, a la catedral, el Duomo di Napoli, cuyos orígenes se remontan al año 1299, pero que ha sido numerosas veces remodelada con posterioridad. Es famosa la capilla del tesoro que guarda la estatua de San Gennaro y las cápsulas que contienen la sangre del santo, que cada 19 de septiembre, aniversario de su muerte, se licúa.

En Piazza San Gaetano, 68, a tan solo 300 metros tenemos el principal motivo de este viaje a Nápoles, pues aquí se encuentra la entrada a “Napoli Sotterranea”, de la que nos han hablado muy bien. Se trata de una visita guiada por el subsuelo de la ciudad, en inglés o italiano, de casi dos horas de duración. Los túneles fueron creados por los griegos como depósitos subterráneos de agua. Los romanos los ampliaron para extraer roca que utilizaron en la construcción de la ciudad. Durante los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial sirvieron como refugios para más de 200.000 personas. Para acceder a su interior tenemos que bajar más de 100 escalones para llegar a 40 metros de profundidad, para recorrer una sucesión de estrechos túneles y extensas salas subterráneas. En nuestro caminar iremos descubriendo almacenes, bombas y hasta un carro de combate. Hay que tener en cuenta que durante el recorrido se pasa por un angosto túnel de apenas 70 cm de anchura, con la única iluminación de una pequeña vela. La última novedad es la inclusión de la visita al Teatro Greco-Romano, también subterráneo, al que se accede por una vivienda, en el que vemos una exposición.

La siguiente cita la tenemos casi enfrente del acceso a “Napoli Sotterranea”, en una zona turística muy vigilada por la policía, por temor a atentados o robos. Se trata de la Basilica di San Lorenzo Maggiore, una de las más antiguas de la ciudad, aunque ha sido muy modificada a lo largo de la historia, conservando de finales del siglo XIII la zona del ábside, en estilo gótico francés. El altar mayor es uno de los mejores ejemplos renacentistas de Nápoles. Merece también la pena contemplar el sepulcro de Giambattista della Porta y un monumental nacimiento, algo muy tradicional en esta ciudad.

Callejeamos durante algo más de 1 km en busca del Corso Umberto I, una especie de Gran Vía que cuenta con señoriales edificios. Caminamos por ella hasta la piazza Giovanni Bovio, presidida por el edificio de la Camera di Commercio, que cuenta en el centro con la estatua ecuestre de Vittorio Emanuelle II. 500 metros más adelante tenemos la piazza del Municipio, que toma su nombre por la presencia del Palazzo San Giacomo, sede del Ayuntamiento de la ciudad. Está adornada por la Fontana del Nettuno (Neptuno), cuya construcción se remonta al año 1601, durante el virreinato español del conde de Olivares. Todavía nos queda otra plaza por ver, la de Trieste e Trento, a la que se asoman notables edificios, de la talla de la Galería Humberto I, el Teatro de San Carlos, el Palacio Real, la iglesia de San Fernando y el Palacio del Cardenal Zapata. En medio de la plaza se ubica la Fuente de la Alcachofa. Sin embargo se ha echado la hora de comer y hoy toca, como no, una buena pizza napolitanta.

Tras la comida y antes de dirigirnos a la piazza de Trieste e Trento, nos acercamos a otro lugar muy vigilado por la policía, el Castel Nuovo (Castillo Nuevo), conocido popularmente como Maschio Angioino (Torreón angevino), que data de la época de Carlos de Anjou quien, tras su ascenso al trono de los reinos de Nápoles y Sicilia, en 1266 trasladó la capital desde Palermo a Nápoles. Destaca el elegante arco del triunfo blanco, construido en 1470 para conmemorar la entrada de Alfonso V de Aragón en Nápoles en 1443. En el primer nivel llama la atención una cuadriga triunfal. Desde la entrada vemos el Palacio Real, nuestro siguiente destino.

Nos dirigimos ahora a uno de los lugares más emblemáticos y hermosos de la ciudad, la piazza del Plebiscito, presidida por el Palacio Real (Palazzo Reale), que desde 1919 alberga la Biblioteca Nacional. Su construcción se inició en 1603 por el virrey de Nápoles, el conde de Lemos. Enfrente, al otro lado de la inmensa plaza tenemos la Basílica de San Francisco de Paula, probablemente la más conocida de Nápoles, que recuerda el Panteón de Agripa. Los otros dos lados de la plaza están ocupados por sendos palacios, el de la Prefectura y el Salerno. Dos estatuas ecuestres contribuyen a su embellecimiento, dedicadas a Carlo III y Ferdinando I.

Abandonamos la piazza del Plebiscito y nos dirigimos a la zona costera, deteniéndonos en primer lugar ante la estatua de Augusto, para luego contemplar la monumental Fontana della Immacolatella, también llamada Fuente del Gigante. Está ubicada en la Vía Partenope, en la costanera de Nápoles, a unos 700 metros de la citada plaza. Estamos en una zona de amarre de embarcaciones deportivas, en la que tenemos como telón de fondo el volcán Vesubio, famoso por su erupción del 24 agosto del año 79, en la que fueron sepultadas las ciudades de Pompeya y parte de Herculano.

Todavía tenemos que caminar algo más de 1 km hasta nuestra última visita, el Castel dell’Ovo (Castillo del Huevo), así llamado porque, según la leyenda, Virgilio habría escondido en el interior del castillo un huevo que soportaría la estructura del edificio. El castillo era parte de la villa del romano Lucio Licinio Luculo. El castillo fue arrasado en el siglo X por los napolitanos y reconstruido sucesivamente por aragoneses, normandos y españoles. Desde lo alto se tiene una magnífica vista de la bahía de Nápoles y del Vesubio. El recorrido ha llegado a su final, así que caminamos un poco por la Via Pertenope, en ese momento peatonal y vigilada por los Carabinieri, en busca de una terraza en la que tomar café optando, como no, por la del Antonio&Antonio. Nos hemos pegado una buena paliza de andar y hace una tarde preciosa, así que, contemplando el castillo y el Vesubio, ponemos el punto final a nuestra visita napolitana.

Estamos a tan sólo 5,5 km del hotel, pero regresamos en taxi. Menos mal que, tal como nos aconsejaron, acordamos el precio antes de salir, pues tardamos una hora en llegar. Nápoles es un caos y aunque tiene la colección completa de policías y militares en la calle, para regular el tráfico no hay nadie, en una ciudad en la que es raro encontrar un semáforo que funcione. Al pasar por dos iglesias coincidimos con sendos funerales, siendo los empleados de la funeraria los que organizaban el tráfico para poder abrirse paso. Al día siguiente tuvimos 240 km de autopista para llegar al romano aeropuerto de Fiumicino, de donde a las 14:45 h partía el vuelo de Vueling a Bilbao.

Un domingo en Atenas (Grecia)

El pasado año por estas fechas, en concreto del 10 al 20 de marzo, pensaba haber viajado a Grecia. Tal día como hoy teníamos previsto visitar el templo de Apolo. Había pagado los vuelos y el coche de alquiler y reservado los hoteles pero, tal como se estaban poniendo las cosas, el día 9 al mediodía decidí cancelar todo y, como casi tenía hasta la maleta hecha, salir al día siguiente hacia Portugal, pero en coche, para pasar las mismas fechas. Por cierto, en julio Lufthansa me devolvió hasta el último céntimo pagado. En ese momento, en el país vecino sólo había un brote de coronavirus perfectamente controlado. Solo pude disfrutar cuatro días del viaje, pues el 14 de marzo emprendimos el regreso a casa para confinarnos. Mi primer viaje a Grecia lo realicé en agosto de 1976, efectuándolo en coche desde Bilbao, estrenando el Ford Fiesta. Íbamos la cuadrilla del monte, pues entre los objetivos estaba subir al Triglav, el monte más alto de los Alpes Julianos y de la antigua Yugoslavia (ahora de Eslovenia) y al Mitikas, techo del monte Olympo y de Grecia.

Habíamos planificado el viaje para el mes de marzo debido a la agradable temperatura de la que disfrutamos tres años antes, incluso pasando calor en Atenas, ya que mi segundo viaje a Grecia tuvo que esperar hasta marzo de 2017 cuando, en el curso de un crucero por el Mediterráneo, visitamos las islas de Rodas y Creta, Atenas y Katakolon, población situada cerca de la antigua Olympia, de donde llegamos al puerto de El Pireo poco después de amanecer. Era el 19 de marzo, pasadas las 7 de la mañana.

Una vez amarrado el barco en el puerto de El Pireo y desayunados, descendemos del MSC Magnifica dispuestos a “comernos” Atenas, ciudad a la que se puede llegar en Metro. Como íbamos a andar muy apurados de tiempo para esta visita, mi segunda a la ciudad, optamos por contratar los servicios de Katakolon Express, agencia de la que teníamos muy buenas referencias y que oferta servicios paralelos a los de los cruceros, pero cobrando la tercera parte, en este caso 30 €. De camino a Atenas hicimos una breve parada para fotografiar el pequeño puerto de Kastella.

Visitamos Atenas en un día complicado, pues muchas calles se van cortando o abriendo según pasa la prueba de Maratón que hoy se celebra, así que hay que trastocar el orden de las visitas. En primer lugar nos dirigimos, como no, a la Acrópolis, que forma parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO desde 1987. Como es nuestra costumbre le preguntamos al guía a qué hora tenemos que volver, pues realizaremos la visita por nuestra cuenta, comenzando por el Templo de Atenea Niké, de estilo jónico, levantado en el siglo V aC. Casi al lado tenemos el Odeón de Herodes Ático, del siglo II, reservado a espectáculos teatrales. Una vez en lo alto contemplamos otros notables lugares, como el Hefestión o el Teatro de Dionisos, que tenia capacidad para 16.000 espectadores.

La Acrópolis constituye el conjunto arqueológico más importante de Atenas y de Grecia en general. “Akrópoli” significa ciudad en lo alto, haciendo honor a su nombre pues estamos a 156 metros sobre el nivel del mar. En esta parte alta lo primero que encontramos son los Propileos, que hacían la función de pórtico. Posteriormente vemos el Altar de Atenea, pero antes nos detenemos con tranquilidad en el Erecteion, construido entre los años 421 y 395 aC. Se trata de un elegante templo, que cuenta con la famosa tribuna de las Cariátides, que mira al Partenón, nuestra última visita, el templo más bello del arte dórico que se conserva. Construido entre los años 477 y 432 aC, tiene ocho columnas dóricas de mármol en cada fachada principal y otras 16 en los laterales. En el friso figuraban las 92 metopas que describían la guerra de Troya. Parte de él lo hemos visto en el British Museum de Londres. Hemos andado listos y visitado la Acrópolis sin casi gente antes de que llegaran los grupos de los cruceros. Incluso he podido tomar fotos sin nadie y nos ha sobrado tiempo para tomar un vino en la terraza del lujoso Dionysos Zonar’s, contemplando la Acrópolis. Es la ventaja de no ir con el grupo.

Nos ha sentado bien el tomar el vino en la terraza del bar. Hemos podido ir a baño y hacer una pausa antes de continuar la visita a la ciudad. A las 11:00 h teníamos que haber estado en la plaza Syntagma para ver el espectacular cambio de la guardia, pero el Maratón nos lo ha impedido. A donde si podemos llegar es al Estadio Panathinaikó, también conocido como el Kallimármaro («mármol hermoso»), construido a partir de los restos de un antiguo estadio griego, para acoger la primera edición de los Juegos Olímpicos Modernos, en 1896. Tiene capacidad para 45.000 espectadores.

Desde el interior del autobús fotografío el Záppeion, edificio situado en el Jardín Nacional de Atenas, que se usó en los Juegos Olímpicos de Atenas 1896 para las competiciones de esgrima. En la actualidad se utiliza para diferentes eventos y ceremonias, como la firma de la adhesión de Grecia a la Unión Europea en mayo de 1979. De nuevo salimos del autobús, caminando junto a la escultura del siglo XIX de Henri-Michel Chapu y Alexandre Falguière, que representa a Grecia en forma de una figura femenina que corona a Lord Byron. También contemplamos el Arco de Adriano, construido en mármol del Monte Pentélico.

El Arco de Adriano nos da acceso al Templo de Zeus Olímpico, que ya fotografié desde la Acrópolis en una visión casi aérea. También conocido como el Olimpeion, se trata de un templo construido entre los siglos VI y II aC en honor al dios Zeus Olímpico. Era una construcción de 96 metros de largo y 40 metros de ancho, que constaba de 104 columnas corintias de 15 metros de altura, de las que hoy sólo se conservan 15, situadas sobre una gran explanada de hierba.

Se ha echado la hora de comer, así que nos dejan una hora libre a la entrada del popular barrio de Plaka, zona muy turística de estrechas calles, situada a los pies de la Acrópolis, llena de restaurantes y de comercios de ventas de recuerdos. Me habría gustado degustar el tradicional mousakka, pero optamos por sepia a la plancha con ensalada y patatas fritas. Así disponemos de algo de tiempo para curiosear y tomar algunas fotos. Antes de regresar al autobús nos detenemos ante el monumento a Melina Mercouri, actriz y activista contra la dictadura, que fue nombrada Ministra de Cultura en 1981.

Como ya ha concluido el Maratón, antes de regresar al barco nos dirigimos a la plaza Syntagma para ver la versión reducida del cambio de la guardia, el que se celebra cada hora ante la Tumba del Soldado Desconocido, situada junto al Parlamento Griego. Como por la tarde casi no hay gente, pude estar en primerísima fila, pudiendo obtener este reportaje fotográfico en el que se ve todo el proceso. En él participan los evzones, el equivalente a la guardia real, que lucen una camisola blanca, una falda plisada, un chaleco bordado, un gorro de color rojo con una coleta en uno de los lados y un vistoso calzado con una gran borla en la punta.

De nuevo a bordo del MSC Magnifica, un último vistazo a El Pireo, a los ferrys que van a las islas y a la iglesia ortodoxa de San Nicolás, construida a finales del siglo XIX, que tenemos al lado. A las 18:30 el barco zarpa con rumbo a Limassol (Chipre), nuestro siguiente destino. El sol se pone a las 18:36 así que, como de costumbre, subo a la cubierta exterior para contemplar la puesta de sol. Navegando, he visto ya unos cuantos amaneceres y atardeceres, en el Báltico, los fiordos noruegos, el Mediterráneo, en el Golfo Pérsico y, no digamos nada, en el Caribe, pero el espectáculo vivido en Atenas, con sus tonos rojizos, no será fácil de olvidar.

MUTRIKU (Gipuzkoa), atalaya de la costa vasca

Continúo mi recorrido por municipios limítrofes de Bizkaia, en este caso con Berriatua y Ondarroa. Se trata de Mutriku, municipio situado a orillas del Cantábrico en la parte noroccidental de Gipuzkoa, en la comarca de Debabarrena. Cuenta con una población de 5.314 habitantes y una extensión de 27,69 km², entre la desembocadura de los ríos Deba y Artibai, donde se encuentra la mayor de sus playas, Saturraran, en la que concluiré el recorrido por este municipio, que comencé en el barrio de Astigarribia, antes de visitar el casco urbano, situado en un punto equidistante de la desembocadura de los dos ríos,

Situado a poco más de 5 km del centro de Mutriku, el barrio de Astigarribia supuso nuestra entrada en el municipio. Estamos en una zona eminentemente rural en la que vemos pastar a numerosas ovejas, situada en la ruta norteña del Camino de Santiago. Destaca en este lugar la iglesia de San Andrés que, aunque ha sido modificada, es una de las más antiguas de Gipuzkoa, pues aparece citada en un documento datado en 1081, en el que Don Lope Iñiguez, Conde de Vizcaya, la donaba al monasterio de San Millán de la Cogolla.

Camino de Mutriku nos detenemos en un lugar que una amiga, conocedora de la zona, me dijo que no dejáramos de visitar. Se trata de Kalbaixo, excelente mirador tanto sobre los caseríos del interior, como sobre la zona costera, con la Punta de Olas como telón de fondo. En el punto más alto se encuentra la ermita de Santo Kristo del Calvario, cuyas luces servían de referencia a los pescadores para orientarse. El primitivo templo fue construido a principios del siglo XVIII, pero fue ampliado en el siglo pasado. Adosado a la ermita está el restaurante Kalbaixo Jatetxea.

Finalmente llegamos al casco histórico de Mutriku, población fundada en 1209, que cuenta con el típico trazado de las villas medievales construidas en ladera. Aparcamos el coche y nos disponemos a recorrerlo a pie, deteniéndonos en primer lugar ante su edificio más grandioso, la neoclásica iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, declarada Monumento Nacional de Euskadi, que guarda en su interior un Cristo atribuido a El Greco y un lienzo de Cristo crucificado realizado por Francisco de Zurbarán. Frente a ella se encuentra el monumento a Txurruka.

Estamos en el rincón más coqueto del casco antiguo, la Txurruka plaza, en cuyo centro se alza el monumento a Cosme Damián Churruca y Elorza, científico, marino, militar y alcalde de Mutriku, nacido aquí el 27 de septiembre de 1761 y muerto en la batalla de Trafalgar el 21 de octubre de 1805. Cuenta la plaza con dos notables edificios, la Casa Consistorial, que data de 1731, y el barroco Galdona Jauregia, monumental palacio de finales del siglo XVII, que cuenta con un escudo de armas esquinero. A su lado existe un pequeño edificio de la misma época, actual sede de la oficina de turismo. En su entrada está la fuente de Arraturriaga.

Salimos de la plaza por Erdiko kalea, para continuar por Mutrikuko Kondea dejando a nuestra izquierda el Batzoki y a la derecha un vistoso edificio. Enseguida llegamos al primer palacio, uno de los mejor conservados de la costa gipuzkoana, Arrietakua Jauregia, construido a finales del siglo XVII y declarado Bien de Interés Cultural en el año 1965. Cuenta con curiosos escudos y tuvo importantes moradores, entre los que destacan el brigadier Cosme Damián de Churruca y el almirante Antonio de Gaztañeta. Vemos varias casas blasonadas pero en cuanto iniciamos el descenso hacia el puerto, a mano derecha tenemos una plaza que da a Erdiko kalea, a la que se asoma otro notable palacio, Zabiel Jauregia, del siglo XVI, que cuenta con un impresionante alero y escudo. Es la actual Kultur Etxea.

Enseguida llegamos a Beheko plaza, donde se encuentra el edificio del antiguo ambulatorio. Bajo ella está la plaza del mercado. Contemplamos algunos hermosos murales, como el de la ballena, pero nos dirigimos al último palacio que nos queda por ver, Montalibet Jauregia, mandado construir por el barón de Oña en el siglo XVIII, encargándoselo al arquitecto Francisco Ibero. Destaca el balcón corrido que ocupa la fachada principal y el escudo de armas en esquina. Concluimos este recorrido monumental pasando bajo la casa-torre medieval más alta de Gipuzkoa, antiguamente utilizada como torre de vigilancia del puerto. Se trata de Berriatua Dorrea, edificio de estilos gótico y renacentista considerado el más antiguo de la localidad, ya que subsistió al incendio que arrasó Mutriku en 1543.

Finalmente llegamos a un lugar lleno de encanto. Estamos en uno de los puertos más antiguos de Gipuzkoa, que hace un rato habíamos contemplado en toda su magnitud desde el Mirador de Atxukale, cerca del que luego comeremos. El puerto de Mutriku nos trae a la memoria los tiempos en los que sus arrantzales se dedicaban a la pesca de la ballena. Hoy todavía podemos contemplar pequeñas txalupas y las antiguas casas de los pescadores que, cada primer sábado de abril celebran el Berdel Eguna, cuando la pandemia lo permite.

Continuamos en el puerto, en el que la antigua lonja de pescadores (Lonja Zaharra), es unos de los edificios más emblemáticos. Data del siglo XVIII y en la actualidad es la casa social de la marina. Seguimos contemplando las casas de los pescadores y hermosas pinturas murales, acercándonos también a la pensión y restaurante Kofradi Zaharra, Es la última visita que realizamos en el pueblo.

Abandonamos el casco urbano de Mutriku, pero no el municipio, en el que todavía nos quedan dos visitas. La primera se encuentra en el interior, en el barrio de Olatz, zona rural por la que discurre la ruta jacobea, que cuenta con una coqueta iglesia dedicada a San Isidro, que ya aparecía citada en 1781. Cuando el sol comienza a ocultarse concluimos nuestro recorrido en la muga con Bizkaia, en la playa más extensa del municipio, Saturraran, donde nos entretenemos viendo a un grupo de patos y contemplando la emblemática roca que tiene su propia leyenda, que cuenta la historia de Satur y Aran, dos jóvenes enamorados.

INFO: Oficina de Turismo de Mutriku. Txurruka Plaza, 1. Tel. 943 60 33 78. https://www.mutriku.eus/es/turismo

LAUDIO/LLODIO (Araba), en el valle de Ayala

Como ya comenté, tras recorrer los 112 municipios de Bizkaia, empecé a visitar los limítrofes con esta provincia, por lo que el 5 de marzo de 2019 me desplacé a 31 km de Leioa, al alavés valle de Ayala, donde se encuentra el municipio de Laudio/Llodio, que tiene una superficie de 37,7 km², una población de 18.169 habitantes y una altitud que oscila entre los 120 metros de la vega de Areta y los 722 del monte Pagolar. Aunque el centro urbano se encuentra a orillas del río Nervión, a 126 metros de altitud, está rodeado de montañas tan conocidas como el Kamaraka (797 m) y Goikogane (702 m). Estamos en el segundo municipio más poblado de Araba tras su capital, Vitoria-Gasteiz. Es también el principal núcleo de servicios de la zona.

Nada más abandonar la autopista AP-68 en la Salida 3 (Laudio/Orozko), me detuve para realizar las primeras visitas, pues a un paso, cerca del barrio de Areta, tenemos el puente de Anuntzibai, mandado construir por el marqués de Falzes y obra del arquitecto Martín de Larrea, quien lo realizó en el año 1741 para unir la casa-torre, la ferrería y el molino del marqués, situados en la margen derecha del río Altube, con la ermita de San Miguel, ubicada en la margen izquierda. Tiene una longitud de 28 metros y destaca su arco de sillería rematado por un calvario. Junto a la ermita de San Miguel de Anuntzibai se encuentra el Restaurante Palacio de Anuncibai, que ocupa una antigua casa solariega.

Paso de largo el casco urbano de Laudio y me dirijo directamente a una zona rural situada a unos 500 metros de altitud, en la que fotografío un buen rebaño de vacas. Allí se encuentra el santuario de Santa María del Yermo, del siglo XV, construido en estilo gótico vasco. Para mí este lugar siempre será Santa Lucía, santa titular de la ermita anexa al santuario. En mis años mozos era habitual que realizáramos hasta aquí una ruta mañanera caminando desde Bilbao, pasando por el monte Pagasarri. Hamaiketako y 5 km de descenso hasta Laudio, para coger el tren de regreso a Bilbao. A un paso, en la carretera que desciende a Laudio, me detengo ante el humilladero de Santa Apolonia y San Antonio.

Nada más llegar al centro urbano de Llodio, me dirijo a ese remanso de paz que es el parque de Lamuza, que cuenta con una extensión de 8,5 hectáreas y una gran variedad de árboles, incluso exóticos, en alguno de los cuales se empieza a percibir la cercana primavera. Camino por los antiguos jardines de la finca del Marqués de Urquijo. Los edificios del palacio y demás dependencias acogen en la actualidad la Casa de Cultura. En el parque se encuentran también un estanque, un frontón y el edificio del Casino.

A un paso del parque de Lamuza se encuentra el centro neurálgico de la población, la porticada Herriko Plaza, presidida por el moderno edificio del Ayuntamiento, inaugurado el 3 de marzo de 2001. Cerrando la plaza se encuentra el edificio más notable de Laudio, la iglesia de San Pedro de Lamuza, construida en el siglo XVI sobre un antiguo templo del siglo XI, aunque fue reconstruida con posterioridad, concluyendo las obras en el siglo XVIII. Destaca su torre campanario y las imágenes que guarda en su interior.

En el paseo por el centro urbano hubo tres esculturas urbanas que llamaron mi atención. Comienzo de izquierda a derecha con la que se encuentra en la Herriko Plaza, “Reposo en el mercado”, de Enrike A Zubia Elordui. En la confluencia de Araba kalea con Zumalakarregi, encuentro la segunda escultura, obra del mismo autor, dedicada a la “Amatxu”. La tercera se encuentra a la entrada al parque de Lamuza desde Zumalakarregi kalea. Se trata de “Homenaje a Ruperto Urquijo Maruri”, poeta local (27/03/1875-10/01/1970), que compuso “En el Monte Gorbea”.

Fotografiado lo que más me interesaba, camino ahora sin rumbo descubriendo otros dos edificios que llaman mi atención, comenzando por el antiguo Museo Vasco de Gastronomía, situado cerca río Nervión, en Zubiko Etxea, junto a una amplia zona ajardinada. El otro se encuentra muy cerca. Se trata de la coqueta estación de RENFE. Concluyo este recorrido urbano contemplando algunas llamativas pinturas murales.