Escapada asturiana

Noviembre suele ser un mes tradicionalmente muy lluvioso en Euskal Herria y si no que nos lo digan este año. Por contra, en octubre se suele alargar el verano, el veroño, disfrutando de unos días preciosos y de unas tardes relativamente largas hasta que cambian la hora. Aprovechando una ventana de cuatro días de un tiempo excelente, la última semana de octubre nos embarcamos en esta escapada que tuvo como meta Ribadesella, localidad distante poco más de 200 km de Leioa, la que se llega en un par de horas. Salimos tarde, así que 20 km antes de llegar a nuestro destino, nos detuvimos a comer el bocadillo en un marco extraordinario, la playa de San Antolín, perteneciente al concejo asturiano de Llanes, pudiendo contemplar el trajín de tractores con los que extraían de la mar las algas, bajo la atenta mirada de una gaviota.

Escogimos el Hotel Ribadesella Playa, situado a orillas de la playa de Santa Marina, para pasar las tres noches de esta escapada. La relación calidad-precio fue muy buena, aunque con la pega de que en esa parte de Ribadesella todos los restaurantes están cerrados a finales de octubre. En el centro de la población también cierran varios, pero una de las noches nos dimos un homenaje en la Sidrería La Guía, degustando el mejor pulpo a la brasa que jamás he comido, medio cachopo y un fortísimo queso de Garmonéu. Las tardes las aprovechamos para ir descubriendo el pueblo, tras dar un paseo de algo más de un kilómetro desde el hotel.

Al igual de lo que me sucede con Galicia, disfruto cada vez que viajo a Asturias, por sus paisajes costeros y de montaña y por lo bien que se come, así que una vez instalados en el hotel deshicimos 16 km para regresar al concejo de Llanes y recorrer dos tramos costeros, primero caminando sobre los acantilados hasta la punta de Huelga y luego para conocer un sitio único, la pequeña playa de Gulpiyuri, la única playa interior que conozco, pues no tiene salida directa al mar y se desagua por efecto de la bajamar.

Comenzamos el segundo día volviendo otra vez en dirección Cantabria 11 km, hasta la frontera entre los concejos de Ribadesella y Llanes. Dejamos el coche cerca de la coqueta playa de Guadamía y fuimos caminando hasta el lugar en el que se encuentran los Bufones de Pría, especie de chimeneas por las que sale el agua de mar. No pudimos hacer coincidir nuestra estancia con una pleamar viva, cuando se muestran en todo su esplendor. Con el coche nos desplazamos luego al otro lado de la ría, en el concejo de Ribadesella, para caminar sobre los acantilados de Guadamía, contemplando el romper de las olas sobre la zona de Llanes, donde se encuentran los bufones.

Iniciamos el regreso a Ribadesella y, poco antes de llegar a esta localidad, tomamos un desvío para acercarnos a una pequeña área recreativa, en la que comienza el sendero que se dirige a los acantilados del Infierno. Una vez en la línea costera, seguimos caminando por el borde del mar para poder contemplar los islotes de Palo Verde y Palo Pequeño y un arco que se suspende sobre el agua. Aquí damos por concluidas las visitas costeras de esta escapada. Por cierto, todos los lugares nos han encantado, máxime con el tiempo tan bueno del que estamos disfrutando.

Regresamos a Ribadesella y damos un paseo por la orilla de la ría del Sella, que en ese momento se encuentra en bajamar. Al mediodía tenemos concertada la entrada a la cueva de Tito Bustillo, que cuenta con pinturas prehistóricas y forma parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. Solo está abierta desde el 1 de marzo al 31 de octubre, cerrando lunes y martes (los miércoles es gratis). Después de la comida visitamos el cercano Centro de Arte Rupestre, muy interesante y el único lugar en el que se puede tomar fotos. Con la misma entrada se accede a la cuevona de Ardines, que se encuentra a un paso (cierra en enero). Más información de estos lugares en www.centrotitobustillo.com.

Nunca había estado en Tito Bustillo ni tampoco en el curioso lugar al que desde allí nos dirigimos, que lleva por nombre la Cuevona de Cuevas del Agua. Está a 5 km escasos de Ribadesella y en realidad es el túnel que da acceso por carretera a la aldea de Cuevas del Agua. En los 300 metros de galería, con varias curvas, puedes contemplar varias estalactitas y estalagmitas perfectamente iluminadas. Eso si, hay que caminar con precaución porque por esta cueva pasan coches.

Hemos dejado el tercer día para pasarlo íntegramente en los lagos de Covadonga, que forman parte del Parque Nacional de los Picos de Europa. Antes de llegar a ellos nos detenemos en el santuario de Covadonga para hacer una visita a “La Santina” y contemplar la escultura de Don Pelayo y la gruta. Como el acceso por carretera es libre a partir de mediados de octubre, pudimos subir con el coche hasta los 1070 metros de altitud a los que se encuentra el lago Enol, de 750 metros de largo y unos 400 de ancho.

Previamente habíamos subido algo más, hasta los 1108 metros a los que se encuentra el lago Ercina, para mí el más hermoso de los dos. Como el día estaba espectacular y no había casi gente, dimos un agradable paseo bordeando el lago, disfrutando de las montañas que lo rodean, para luego subir al mirador de Entrelagos, desde donde se tiene una imagen casi área de ambos lagos. En el lago Ercina hay un pequeño bar, en el que a modo de hamaiketako nos obsequiamos con un bocadillo de chorizo de los de no olvidar. Se estaba tan a gusto… Cuando marchamos pudimos observar que tanto el aparcamiento como la carretera que une los lagos, estaban repletos de coches y eso que era un jueves de la última semana de octubre.

Bajamos a comer a Cangas de Onis, población que me gusta y que está llena de hoteles y restaurantes, al igual que sucede con la carretera que sube a Covadonga. Por supuesto nos acercamos a su lugar más emblemático, el mal llamado puente romano, con su cruz de la Victoria colgante, pues su construcción se efectuó durante el reinado de Alfonso XI. También visitamos un pintoresco bar de nombre “La Sifonería”, que parece un museo, que nos trae gratos recuerdos de un viaje anterior. Aquí concluyó prácticamente esta escapada, pues al día siguiente nos limitamos a caminar por el paseo marítimo de la playa de Santa Marina, para luego regresar a casa con un buen sabor de boca. Asturias es un lugar lleno de encantos.

Una de cascadas: Goiuri, el Nervión, El Peñón y Tobera

Martes, 19 de noviembre. Por fin sale el sol. Atrás dejamos los 18 días de noviembre pasados por agua, así que hay que salir, pues llevo casi un mes anclado en casa. Hace un mes estaba en Santiago de Chile, teniendo que caminar tapándome la nariz y los ojos para evitar los gases lacrimógenos lanzados por los carabineros. Hoy toca disfrutar de la naturaleza y del aire puro. Hemos querido aprovechar tanto el día que nos hemos metido entre pecho y espalda 282 km de coche. Habría sido más racional hacerlo en dos veces, como hemos hecho en otras ocasiones, un día las cascadas de Goiuri y el salto del Nervión y otro las de Pedrosa de Tobalina y Tobera. Hemos tenido que ir deprisa, pues el día es corto, pero ha merecido la pena. El tiempo ha estado fantástico, pero frío, entre los 5 y los 7 grados de temperatura.

Dejamos atrás las nieblas y la autopista en Altube, continuando en dirección Izarra-Orduña para llegar al aparcamiento del mirador de la cascada de Goiuri-Gujuli. Casi siempre hemos estado solos en este lugar, pero este martes creo que ha salido todo el mundo, como los caracoles, pues enseguida nos aparecen 52 personas que viajan en autobús, así que de paz y tranquilidad nada. Solo hay que caminar 500 metros para llegar al mirador de la cascada, pero tenemos que guardar cola para fotografiar la caída de agua de 100 metros del arroyo Oiardo. Regresamos al coche antes de que lo haga el grupo para realizar el breve paseo por el bosque y disfrutar de los colores del otoño y de las vistas sobre el macizo de Gorbeia, con las cumbres nevadas.

Por el puerto de La Barrerilla descendemos hasta el fondo del valle y más en concreto a Urduña-Orduña, la única ciudad de Bizkaia. Es un buen lugar para el hamaiketako, pues hasta Berberana no hay ningún bar. Me gusta esta población, por los monumentales edificios con que cuenta, que se articula en torno a la Foru plaza, donde se encuentra la antigua Aduana, hoy convertida en hotel-balneario, la iglesia de la Sagrada Familia, los soportales y la Confitería Larrea. También merece la pena acercarnos al conjunto fortificado y la iglesia de Ntra Sra de la Asunción, viendo por el camino varios palacios.

Fuera del casco urbano de Urduña-Orduña se encuentra el edificio más emblemático de la ciudad, el Santuario de la Antigua, en cuyo interior se venera la imagen de la Virgen, escultura gótica del siglo XIV, tallada en madera de tilo y policromada. Desde el santuario se puede divisar el gran monumento de la Virgen existente en la cima del monte Txarlazo. En invierno, desde la carretera es fácil poder contemplar el “bollo”, fenómeno por el que la sierra Sálvada atrapa las nieblas procedentes del valle de Losa.

Subimos el puerto de Orduña y ya en tierras burgalesas enseguida tenemos la entrada al monte Santiago, con un aparcamiento delante. Es el mejor punto de acceso al salto del río Nervión. Si dejamos el coche a la entrada habrá que caminar casi 10 km (ida y vuelta), si lo dejamos en el siguiente aparcamiento, unos 7 km y si continuamos hasta el último aparcamiento, unos 4 km (también día y vuelta). El martes la pista parecía la Gran Vía, plagada primero de coches y luego de peatones. Nos detenemos primero en la antigua lobera y enseguida llegamos al mayor salto de agua de la Península Ibérica, con 222 metros de caída. Un espectáculo, aunque pensábamos que iba a tener más agua con lo mucho que ha llovido, pero en el monte Santiago no hay ni rastro de nieve. Las cumbres nevadas las tenemos enfrente, en el macizo de Gorbeia. El otoño está ya muy avanzado en la zona.

Paramos en Berberana a tomar algo y circulamos por el valle de Losa, para luego atravesar el desfiladero del río Jerea y llegar a Pedrosa de Tobalina. Aquí se encuentra nuestro siguiente objetivo, la cascada El Peñón, en la que el río Jerea se precipita 12 metros, con una anchura de 40. Primero vamos al mirador sobre la cascada y luego bajamos al cauce del río. Un lugar precioso. Nos hemos encontrado con tanta gente a lo largo del día que se nos ha hecho tarde. Pensábamos ir a Frías a comer pero nos quedamos aquí, en el bar-asador Cobra, cuyo menú del día nos resultó caro para lo que ofrecía.

Nuestro destino final está cerca, la ciudad de Frías, deteniéndonos antes de entrar en su monumental puente, de origen romano aunque su aspecto actual es medieval, del siglo XIV. Tiene 9 arcos y 143 metros de longitud, con una torre defensiva en la parte central. Se nota que ha llovido mucho en los últimos días, pues el río Ebro baja con mucha agua, algo que percibiremos todavía mejor cuando regresemos por el desfiladero, en la zona de Sobrón. Contemplamos el castillo y continuamos.

Nuestro siguiente destino está a unos 4 km, en un precioso emplazamiento formado por el puente medieval, la ermita románica de Santa María de la Hoz, del siglo XIII y el Humilladero del Cristo de los Remedios, del siglo XVII, todo ello situado junto a una gran roca. Estamos en Tobera. Aquí, el río Molinar, que ha recogido el agua de los montes Obarenes, se precipita unos 45 metros dando lugar a cinco saltos de agua. Para contemplarlos hay un camino empedrado de unos mil metros de recorrido y más de 110 escaleras, que desciende hasta el pueblo. Merece realmente la pena recorrerlo.

El retraso que hemos acumulado a lo largo de la jornada he hecho que nos quedemos sin las riquísimas morcillas de Frías que hemos comprado en otra ocasión, pues la única carnicería que hay cierra a las 14 horas y los lunes, martes y miércoles no abre por la tarde. Cuando regresamos de Tobera tenemos una magnífica vista del centro histórico de “uno de los pueblos más bonitos de España”, con el castillo que domina la población en primer plano, las casas colgadas a continuación y la iglesia de San Vicente en el otro extremo. Merece la pena una visita pausada a esta localidad, pero hoy nos tenemos que conformar con tomar un café. Son las 5 de la tarde, enseguida anochece y tenemos hora y media de viaje para regresar a casa. Ha resultado un día extraordinario, que hemos aprovechado a tope.

Santiago del Chile y alrededores: El final del viaje.

Todavía nos quedan cuatro noches por delante, pero cuando tomamos el vuelo de Isla de Pascua a Santiago de Chile, parece que el viaje a concluido, máxime después de los lugares de los que hemos disfrutado en la argentina región de Cuyo y en Rapa Nui. Al día siguiente a nuestra llegada pedimos un Uber (más barato que el metro) y nos trasladamos al mercado central, declarado monumento histórico en 1984. Hoy se ha convertido principalmente en un centro con bares y restaurantes, aunque cuenta también con varios puestos de pescado y uno de frutas y verduras. El mercado principal está en otro lugar. Casi enfrente tenemos la vieja estación de Mapucho, a la que llegó el tren de Mendoza entre 1912 y 1987. Desde 1994 es un centro cultural, en cuyo vestíbulo hay una interesante exposición de imágenes de un concurso fotográfico. En el interior hay una feria de deportes de montaña, que no nos da tiempo a visitar.

Por un animado paseo peatonal nos dirigimos al lugar más interesante de la capital, la plaza de Armas, a la que se asoman notables edificios, como el de Correos, la Catedral metropolitana, finalizada en 1775, y la contigua Iglesia del Sagrario. También podemos contemplar a un mimo, puestos de venta de cuadros, la estatua de Pedro de Valdivia y el monumento a la libertad americana, dedicado a Simón Bolívar. Todas las fotos de esta ciudad están sacadas con el móvil, pues varias personas me han recomendado que, por seguridad, no lleve la cámara de fotos. Luego me he arrepentido, pues en ningún lugar he tenido sensación de inseguridad aunque, eso sí, en la plaza de Armas la presencia policial era elevada.

Hemos tenido que comer pronto, en el popular y excelente parrilla El Novillero, pues a las tres de la tarde teníamos concertada la visita al Palacio de la Moneda, sede de la presidencia de la República de Chile y de varios ministerios. Durante el golpe de Estado de 1973, el edificio que era defendido por Allende y algunos de sus partidarios, fue bombardeado por cañones del ejército de Chile y cohetes lanzados desde dos aviones. Aquí falleció Salvador Allende el 11 de septiembre de ese año. Como estaba el presidente trabajando, aunque pudimos estar a unas escaleras de su despacho, no pudimos visitar algunas dependencias. Quién nos iba a decir que el 17 de octubre íbamos a ser los últimos turistas en poder acceder al palacio, pues al día siguiente comenzaron los graves incidentes en la capital, que luego se extendieron a otros muchos lugares del país.

Tras la visita seguimos recorriendo la ciudad en busca de una cafetería que no estuviera en zona peatonal y tuviera wifi, para poder pedir un Uber. Cuando conseguimos contactar, no nos quisieron llevar porque había mucho tráfico, así que cogimos un taxi en la calle para dirigirnos al funicular que sube al cerro San Cristóbal, sobre el que se alza el santuario de la Inmaculada Concepción, que se eleva casi 300 metros sobre la ciudad. Las vistas no resultan hermosas, destacando el rascacielos Torre Costanera. Mucho más interesante nos pareció la calle Pío Nono, situada junto a la base del funicular en el barrio Bellavista, una zona de ambiente llena de pequeños bares y pinturas murales, en la que nos detuvimos a tomar un buen vino chileno. Lástima que en los días posteriores no pudimos llegar a este lugar, dado que teníamos que cruzar las plazas Italia y Baquedano, el epicentro de las protestas que comenzaron al día siguiente.

18 de octubre. Para este día habíamos contratado con Tour Chile una excursión al Cajón de Maipú y la laguna del Yeso, que la siguen vendiendo pese a saber que lleva cerrada desde principios de junio, debido al mortal accidente que costó la vida a dos niñas brasileñas. Como es una zona de constantes desprendimientos, no tienen previsto volver a abrir el sendero. Tres días antes nos ofrecen otra excursión al mismo precio, pese a que cuesta más del doble. Hasta las 10 de la noche de la víspera no nos informan de que pasarán a recogernos a las 06:30 h, así que toca madrugar. La primera visita la realizamos al mirador interpretativo de la batalla de Chacabuco, que tuvo lugar en este lugar el 12 de febrero de 1817 y fue crucial para la independencia de Chile. Fue construido en 2017, con motivo del bicentenario, aunque desde 1971 existía el gran monumento de 20 metros de altura.

Nos volvemos a detener en la ruta para contemplar de nuevo, pero muy de lejos, el Aconcagua, para luego seguir por la carretera de las 29 curvas en zigzag hasta los 3200 metros de altitud en los que se sitúa el Paso de los Libertadores, frontera con Argentina. Los paisajes de montaña son extraordinarios. Poco antes de llegar nos desviamos a la estación de esquí de Portillo, ubicada a unos 2800 metros de altitud y una de las más famosas de Chile, a cuyos pies se encuentra la preciosa laguna del Inca, rodeada de montañas nevadas. Tuvimos la suerte de poder contemplar este espectáculo antes de que se levantara el viento y desaparecieran los reflejos en el agua. El viaje ha merecido la pena. Al regresar a Santiago, por la radio del minibús nos enteramos de que habían comenzado los disturbios en la capital y que tendríamos complicado llegar a la puerta del Hotel.

19 de octubre. Por Internet hemos contratado un tour a Valparaíso, una ciudad de la que nos habían hablado de la inseguridad. En buena hora lo hicimos, pues el conflicto se estaba extendiendo por todo el país. Además de esta forma viajamos mucho más cómodos y seguros, pudiendo acceder a la casa de Pablo Neruda y caminar por los cerros como el Concepción, al que accede el funicular más antiguo de la ciudad, que data de 1883. También subimos al cerro Artillería, donde se encuentra el Museo Marítimo. Sacamos muchísimas fotos a las escaleras y a las casas con su fachada pintada. Bajamos en un arcaico funicular y contemplamos otra joya de Valparaíso, los viejos trolebuses.

Debido a su riqueza arquitectónica desarrollada principalmente a finales del siglo XIX, en 2003 el centro histórico de Valparaíso fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Si de algo disfrutamos fue contemplando y fotografiando el llamado Museo a cielo abierto, formado por infinidad de pinturas murales esparcidas por las calles que descienden del cerro. Tuvimos suerte de abandonar esta ciudad a mediodía, pues aquí los incidentes comenzaron a primeras horas de la tarde, llegando a destruir la estación principal del metro.

La siguiente visita fue a la conocida como “Ciudad Jardín”, Viña del Mar, principal y elitista centro estival de Chile, pero nos recordó a Benidorm. No pudimos acercarnos al centro histórico de la ciudad, pues en la plaza Italia ya estaba preparado el ejército para intervenir en caso de incidentes, así que nos conformamos con ver su emblema, el Reloj de las Flores y los exteriores del Museo Fonck, en el que hay un moai auténtico traído de Rapa Nui y la escultura La Defensa, de Auguste Rodin. Comimos junto a la playa de Reñaca, la más popular de la ciudad pese a estar prohibido el baño por las corrientes. En esta temporada estaba casi desierta, pues todavía hace frío. Salimos de Viña del Mar entre caceroladas de los manifestantes, pero peor fue la llegada a Santiago. Para llegar al hotel tuvimos que cruzar la zona de la plaza de Italia, con gran picor en ojos y nariz debido a los gases lacrimógenos.

Cuando salimos hacia Valparaíso el día 19 de octubre, pudimos ver los destrozos del día anterior, marquesinas de autobús destrozadas, semáforos, mobiliario urbano y autobuses quemados y restos de barricadas por todas partes. También destrozaron muchas estaciones de metro, incendiaron varios vagones y saquearon e incendiaron comercios. El transporte público fue completamente suspendido y también las clases escolares y universitarias, así como las competiciones deportivas. Todo comenzó el día anterior con unas protestas pacíficas, siendo el tema desencadenante la subida del precio del metro de 800 a 830 pesos. Aunque el gobierno enseguida rectificó los ánimos se calentaron al sacar a los militares (los milicos) a la calle, al mando del general Iturriaga, e instaurar el estado de excepción con toque de queda de 22:00 a 07:00 h, algo que no sucedía desde la época de Pinochet.

Pude que conversar con una pareja que salía de la barricada incendiada que teníamos a unos pasos del hotel, cuando faltaban menos de 10 minutos para el toque de queda. Me dijeron que lo del metro solo fue la gota que colmó el vaso, pues el gran problema es la gran desigualdad existente en el país, con el salario mínimo en 375 € cuando la vida es muy cara. Las pensiones, la electricidad, el agua, la sanidad y la educación están privatizadas. “Esto no va a parar hasta que el presidente Piñera dimita”, concluyeron. El 20 de octubre el toque de queda comenzaba a las 7 de la tarde, hora de salida de nuestro avión de regreso, así que a las 11 de la mañana nos trasladamos al aeropuerto, en el que 5.000 personas pasaron la noche, por cancelación y retraso de sus vuelos o por no poder salir del aeropuerto por el toque de queda. El de Madrid-Frankfurt y el de París, creo que fueron los únicos que salieron en hora. Así concluyó este viaje de 21 días.

RAPA NUI (Isla de Pascua): La guinda del viaje

Concluido nuestro periplo por Argentina, regresamos por vía aérea de Mendoza a Santiago para el día siguiente tomar el vuelo, de 5 horas de duración, a Pascua (Rapa Nui), pequeña isla de tan solo 163,61 km², poblada por 7.750 habitantes y distante 3.800 km de la costa chilena. Dicen que es el lugar habitado más lejano de otro lugar habitado del planeta. Pese a ello LATAM enlaza dos veces al día su aeropuerto con el de Santiago. Hay dos horas menos que en el continente. Pronto nos dimos cuenta de lo caro que es todo, pues en el mismo aeropuerto tuvimos que pagar en efectivo 80 dólares USA para poder visitar el parque nacional, que ocupa casi toda la isla. Nos instalamos en Hanga Roa, única población de la isla, en el sencillo pero acogedor Hotel Tea Nui, al precio de 155 € cada una de las tres noches. En él trabé amistad con una simpática niña de 4 años, cuyo nombre se pronuncia Jau. Parece que habíamos llegado a una isla caribeña, por sus construcciones, palmeras y forma de vida. La primera tarde la dedicamos a ubicarnos y caminar por la costa para presenciar la puesta de sol. Dejamos para el último día acercarnos al puerto pesquero y al mercado artesanal.

Al día siguiente, por la única carretera existente nos trasladamos al norte de la isla, hasta su playa más hermosa, Anakena, de blanca y fina arena coralina, mar muy tranquilo de color turquesa y rodeada de cocoteros traídos de Tahití hace varias décadas. Aquí contemplamos el primer moai que se volvió a levantar en la isla tras haber sido derruidos por sus habitantes. Muy cerca está una imponente plataforma con siete moais, Nau Nau, uno de los conjuntos mejor conservados de la isla, pues cuatro de ellos llevan el copete rojo sobre su cabeza. Esto se anima.

Hemos alquilado un Suzuki para dos días, por lo que podemos movernos con total libertad por las carreteras de la isla, deteniéndonos en lugares como el centro ceremonial de Te Pito Kura (“ombligo de luz”), cuyo único moai, de nombre Paro, permanece en la misma posición en la que quedó cuando fue derribado hace casi dos siglos. Más adelante nos detenemos en Papa Vaka, que cuenta con gran número de petroglifos, que se extienden por grandes losas basálticas, pudiendo observar diferentes criaturas marinas. La siguiente parada es en el Pu o Hir, una piedra de aproximadamente 1,25 metros de altura, cuyo nombre significa “trompeta de Hiro”, antiguo dios de la lluvia. Es un aerófono de piedra, instrumento musical ancestral de la cultura rapanuí, que tiene un orificio principal por el que se sopla, produciendo un sonido parecido a una trompeta.

Pronto llegamos a uno de los dos lugares más impresionantes de la isla, el imponente Ahu Tongariki, con el océano Pacífico a su espalda. Tongariki es la estructura ceremonial más grande construida en isla de Pascua y el monumento megalítico más importante de toda Polinesia. Cuenta con 15 moais, la plataforma con mayor número de imágenes de toda la isla. Los moais nunca miran al mar, sino a la aldea que se situaba frente a ellos, para protegerla. Los moais de Pascua se construyeron entre los años 700 y 1600 y tienen una altura media de 4,5 metros, aunque algunos, como el de Paro, llegaron a superar los 10 metros y pesar 85 toneladas.

Tras la comida, iniciamos la visita a la que más tiempo dedicamos y por la que más caminamos, el volcán Rano Raraku, el otro de los dos lugares más interesantes de la isla. En primer lugar subimos hasta el cráter, ocupado por una laguna casi sin agua, para luego dirigirnos a la cantera en la que fueron tallados el millar de los moais catalogados, las estatuas gigantes que han dado fama mundial a la isla de Pascua, que forma parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. Pudimos ver algunas estatuas inacabadas y otras en la ladera de la cantera, de diferentes formas y tamaños. Rano Raraku fue el único lugar que conservó estatuas erguidas, después de que todas las demás fueran derribadas de sus plataformas, durante los conflictos entre clanes que tuvieron lugar hace casi 300 años. También contemplamos el moai Piro Piro, con su enorme cabeza de 4 metros y el curioso Tukuturi, que presenta una extraña postura, como en cuclillas o de rodillas. Concluye la segunda jornada en la isla, con la sensación de que hemos visto lo más espectacular.

Iniciamos el tercer día en Rapa Nui, la isla de Pascua, circulando por unas carreteras todavía peores que las del día anterior, con el peligro que representan los continuos baches y los numerosos caballos en libertad que obstaculizan el paso. No se puede correr, pero hay que ir con precaución porque en la isla no existe el seguro de vehículos. Por un acceso penoso llegamos a nuestra primera cita, Vinapu, un centro ceremonial en el que los moais derribados pasan a un segundo plano, pues lo que destaca es la forma que tenían de realizar las plataformas que sustentaban a los moais, trabajando las piedras como lo hacían los incas, algo inexistente en Polinesia, lo que avala algunas teorías que relacionan a los primitivos habitantes de la isla con las comunidades andinas.

La siguiente cita la tenemos en un lugar completamente diferente, en el que las olas rompen con fuerza en la costa. Se trata de Ana Kai Tangata, una de las cuevas más interesantes y accesibles, que destaca por ser uno de los mejores lugares para contemplar el arte rupestre en la isla. En la bóveda interior de la cueva podemos contemplar una docena de aves pintadas en rojo y delineadas en blanco, acompañadas de otras figuras que podrían representar barcos. Representan el gaviotín apizarrado o manatura, ave sagrada que constituía el principal icono del culto del Tangata Manu u hombre-pájaro.

A continuación nos dirigimos a Rano Kau, el volcán más grande y uno de los escenarios naturales más impresionantes de la isla. El cráter tiene una altura de 324 metros y es casi circular. Antes de subir a su cima estuvimos en la ladera opuesta, en la aldea ceremonial de Orongo, uno de los sitios arqueológicos más interesantes, por las construcciones existentes que datan del año 1400. La aldea de Orongo era habitada de manera estacional por los jefes y notables de las antiguas tribus, que esperaban recoger el primer huevo sagrado del pájaro manutara en los meses de la primavera, para lo que tenían que ir nadando hasta el cercano islote, el Motu Nui.

En las afueras de Hanga Roa, la capital de la isla, rodeado de un espectacular paisaje costero, tenemos el complejo ceremonial de Tahai, uno de los más antiguos de Rapa Nui, pues sus orígenes se remontan al año 700. Cuenta con tres plataformas o altares. De izquierda a derecha van apareciendo una con cinco moais, luego un moai solitario y, finalmente, el que lleva un pukao o sombrero, que es el Ahu Ko Te Riku, el único moai que posee ojos de toda la isla. Los ojos eran tallados con coral blanco y pupilas de obsidiana, labor que se realizaba en el último momento. A partir de entonces se consideraba que la estatua cobraba vida y podía proyectar el poder espiritual para proteger a su tribu, motivo por el que todos los moais miran hacia el interior de la isla, que es dónde estaban los poblados, y no hacia el océano. Concluida la visita nos acercamos al pintoresco cementerio, que se encuentra a unos pasos.

Tras comer en Hanga Roa, dejamos para la tarde los dos últimos lugares que pensábamos visitar, siendo el primero Ahu a Kivi, la plataforma más elaborada de la isla y una de las más recientes, pues data de los siglos XV-XVI. El conjunto cuenta con 7 moais que presentan una cuidada uniformidad y tienen casi la altura y el peso promedio de las figuras encontradas por la isla, 4,5 metros y 5 toneladas. Hay que pensar que hubo que traerlos desde la cantera de Rano Raraku. Son los únicos que miran hacia el océano, pues la aldea se situaba a sus pies. Concluimos la jornada en la cantera del volcán Puna Pau, donde se extrajeron y tallaron los pukao o tocados cilíndricos de color rojo, que coronaban algunas de las estatuas de Rapa Nui. La visita a la isla ha concluido y ha merecido realmente la pena, pues hemos podido contemplar algo único. Al día siguiente, 16 de octubre, tenemos el vuelo de regreso al continente. Santiago de Chile nos espera. El viaje continúa.

REGIÓN DE CUYO (Argentina): Parques Nacionales y bodegas.

El pasado 1 de octubre iniciamos nuestro tercer viaje por Argentina y Chile. A lo largo de 21 días, recorrimos la región argentina de Cuyo, formada por las provincias de Mendoza, San Luis, San Juan y La Rioja, para luego desplazarnos a Rapa Nui, la isla de Pascua, concluyendo el viaje en Santiago de Chile y alrededores. 30 horas necesitamos para desplazarnos por vía aérea desde Bilbao a Mendoza, con una larga escala de 10 horas en la capital chilena, que las pasamos en un hotel cercano al aeropuerto, antes de cruzar la cordillera andina. Con ropa ligera tuvimos que soportar los 5 grados de temperatura de Santiago, hasta que llegó el minibús que nos trasladó al hotel. El día 3 aprovechamos para visitar la ciudad de San Luis, capital de la provincia del mismo nombre, cuyo interés se limita a la plaza Pringles, presidida por la estatua ecuestre del militar que participó en la guerra de la independencia. A la plaza se asoma el principal edificio de la ciudad, la Catedral. Otros edificios que llamaron nuestra atención son el Casino New York y las Terrazas de Portezuelo, el primer edificio ecológico del país.

Hemos decidido realizar el viaje por carretera, de unos 2.300 km, contratando los servicios de un coche con conductor, cosa que no ha resultado fácil, pero que al final conseguimos a través del hotel Amérian de Mendoza, con la agencia local Rutas del Malbec. Ha sido una decisión acertada, pues hay unos cuantos kilómetros de pistas (ripio), muchos controles de policía y ausencia de cobertura de telefonía móvil y de surtidores (hasta 600 km sin tener ninguno en la ruta). Además hemos pinchado la rueda una vez (menos mal que llevábamos dos de repuesto). Nuestro conductor, José, también vigilaba nuestras pertenencias cuando viajábamos con el equipaje. Nuestro primer contacto con la naturaleza fue en el Parque Nacional de las Quijadas, en la provincia de San Luis, en el que destacan sus acantilados rojizos y unos simpáticos pájaros amarillos que se nos acercaron nada más llegar, en busca de comida.

Concluimos la jornada del día 4 en la ciudad de San Juan, capital de la provincia del mismo nombre, una anodina población en la que nos limitamos a visitar la plaza de Mayo, situada junto a nuestro hotel y la moderna Catedral que a ella se asoma, en sustitución de la derruida por el terrible terremoto de 1944. Al día siguiente, dedicado a desplazarnos a El Chiflón, nos detuvimos en la pequeña población de Vallecito para visitar el santuario de la Difunta Correa, figura mítica pagana de la tradición argentina, que cuenta con minúsculos templos por todo el país. Cuenta la leyenda que en el año 1841, siguiendo a su marido movilizado para la guerra, falleció de sed y cansancio pero su bebé salvó la vida al poder seguir amamantándolo pese a haber fallecido. Hay muchos puestos de venta de recuerdos y sencillos restaurantes, en los que no puede faltar la tradicional parrilla.

Las siguientes tres noches las pasamos en El Chifón Posta Pueblo, un coqueto hotel ubicado en medio de la nada, en la provincia de La Rioja cerca del límite con la de San Juan. El wifi vía satélite funciona bastante bien y es la única forma de estar conectados con el mundo, pues no hay cobertura de telefonía móvil. El 6 de octubre lo dedicamos a recorrer el Parque Nacional Talampaya, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, haciendo la primera incursión, en un minibús del parque, por el Cañón Arco Iris, por el que al final pudimos caminar a lo largo de una hora.

Tras comer en el acceso principal al parque, a bordo de un camión acondicionado como autobús, por la tarde recorrimos unos 40 km por el Cañón de Talampaya, con su arte rupestre, curiosas formaciones rocosas y verticales paredones que nos recordaron a Petra (Jordania). Fueron unas tres horas de un constante sube y baja al vehículo y poco tiempo para caminar. Al igual que sucedió por la mañana, pudimos que ver algún que otro guanaco, emparentados con las llamas. Hasta ahora ha sido lo mejor del viaje.

El día 7 por la mañana recorrimos el Parque Provincial El Chiflón, situado junto a nuestro hotel, con nuevos cañones y formaciones rocosas. Por la tarde pasamos a la provincia de San Juan para recorrer el Parque Provincial Ischigualasto, que también forma parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. Dicen que es el único lugar del mundo en el que se puede ver al descubierto todo el período triásico. Conocido como el Valle de la Luna, el parque se visita con el coche privado, en una caravana de vehículos encabezada por un guía. Volvemos a contemplar acantilados y curiosas formaciones rocosas en forma de hongo. Aquí hay más suerte, pues pudimos ver más guanacos y de mucho más cerca. Por la tarde, un simpático zorrito se acercó a la terraza de nuestra habitación en busca de comida. Para la cena encargamos chivito (cabrito) a la parrilla y chorizo criollo en el único bar cercano.

El 8 de octubre fue el día más largo de viaje, algo más de 400 km para desplazarnos desde la provincia de La Rioja, hasta los confines de la de San Juan, en concreto la ciudad de Barreal. Poco antes de llegar, junto al pequeño pueblo de Hilario, nos detuvimos para contemplar la formación rocosa llamada El Alcázar. Nos alojamos en la Posada Paso de los Patos, situada junto a una gran laguna que casi no tiene agua, pese a que todavía no llevamos tres semanas de primavera austral. El invierno ha sido muy seco. Lo mismo sucede con la cordillera andina, pues a excepción de los glaciares casi no hay nieve, pese a que tenemos como telón de fondo el cerro Mercedario, que según algunas fuentes es la cuarta montaña más alta de América, con 6770 metros. Mejor lo observamos al día siguiente desde los miradores del Parque Nacional de El Leoncito, que cuenta también con una pequeña cascada y dos observatorios astronómicos. Aunque muy lejos, desde uno de ellos pudimos ver un grupo formado por una decena de ñandúes.

Tras recorrer el parque comimos carne a la parrilla en Uspallata y emprendimos la Ruta Sanmartiniana, que discurre paralela a la carretera que pasa a Chile. Tras instalarnos en un hotel de la estación invernal de Los Penitentes, nos acercamos al Parque Provincial Aconcagua. Desde casi 3000 metros, sin gota de nieve pero con mucho frío, pudimos contemplar la montaña más alta de América, el cerro Aconcagua, de 6960,80 metros. El cerro Tolosa, de 5297 metros, lo tuvimos siempre a la vista. La última visita fue a otro lugar emblemático, el Puente del Inca.

El 10 de octubre efectuamos el regreso al punto de partida, Mendoza, pero sin entrar en la ciudad nos dirigimos a la localidad de Maipú. Estamos en tierra de viñedos y hay que visitar una bodega. A las 13 horas teníamos cita en la Bodega Casa Vigil (El Enemigo), que es la que está más de moda y parece dedicada exclusivamente a la gastronomía, pues todos sus comedores están abarrotados de gente. La visita se reduce a un pequeño espacio convertido en una especie de museo. Al día siguiente visitamos los viñedos y realizamos una cata de vinos en la moderna Bodega Budeguer, para luego ir a visitar la sala de aromas y posteriormente el restaurante de la Bodega Belasco de Baquedano, ambas ubicadas en Lujan de Cuyo, en la que comimos y bebimos mejor y mucho más barato. Por cierto, esta bodega fue inaugurada el 21 de octubre de 2008, por Miguel Sanz, entonces presidente del Gobierno de Navarra.

Todavía no he comentado que los apellidos vascos son muy comunes en la zona de Mendoza, estando presentes en numerosas calles y bodegas. Como el vuelo para Santiago de Chile no sale hasta pasadas las 8 de la tarde, aprovechamos la mañana del 12 de octubre (aquí han trasladado la festividad al lunes), para “patear” Mendoza que, como todas las ciudades no tiene un gran interés, siendo el principal atractivo sus parques y plazas, de nombre, Chile, España, Italia e Independencia. En la peatonal Sarmiento nos detuvimos un buen rato observando la actuación de una escuela de baile. Previamente, el día anterior, cuando el River jugaba aquí la final de Copa, estuvimos en el Cerro de la Gloria y en el gran parque San Martín. El viaje continúa.

EREAGA (Getxo), esta mañana: El espectáculo de las olas

A veces nos desplazamos a la otra punta del planeta para contemplar la mar: olas, puestas de sol, amaneceres… Sin embargo, esta mañana de domingo, 3 de noviembre, el espectáculo lo hemos tenido a poco más de 3 km de casa, en la getxotarra playa de Ereaga, a la que acudo casi todos los días. Hoy, sin embargo, la mar se mostraba violenta, con las olas accediendo incluso al paseo costero, muy frecuentado por cierto, dado la soleada mañana de la que hemos disfrutado.

Poco más adelante, en el Puerto Viejo, el espectáculo ha continuado con las olas saltando sobre el espigón.

Para que el espectáculo fuera completo, de nuevo en la playa de Ereaga hemos disfrutado de la actividad de un amante del kitesurf, mientras se preparaba y posteriormente surfeaba las olas, dando grandes saltos sobre el agua. Una mañana muy entretenida.