Parque de la Naturaleza de Cabárceno (Cantabria)

Para no salir empachados de tanto “british”, hago un alto en el camino en el relato del viaje por Inglaterra y Gales, para desplazarnos a un lugar que tengo a una hora de coche de casa, en la vecina Cantabria. Se trata del Parque de la Naturaleza de Cabárceno, que acoge a más de un centenar de especies animales de los cinco continentes que viven en régimen de semilibertad, distribuidos en recintos de grandes superficies. Se trata de un paraje kárstico, con una extensión de 750 hectáreas, de una antigua explotación minera a cielo abierto. Hasta el 6 de noviembre el precio de la entrada es de 32€, aunque es mejor consultar horarios y precios en la web https://parquedecabarceno.com/inicio, de donde he obtenido la información de este relato.

El parque cuenta con más de 20 km de carreteras por las que acercarse a los diferentes espacios que ocupan los animales. Debe de haber autobuses que los recorren, pero cuando estuvimos, el 3 de octubre, no los había. Como hacía once años que no visitaba el parque, la novedad fue las dos líneas de telecabinas que lo surcan, con salida de los parking de elefantes y rinocerontes. Lo malo que ahora no paran en su recorrido que, sumando los dos, ronda los 50 minutos. A través del cristal tomé las fotos que aparecen a continuación, aunque se obtienen mejor desde tierra. Eso si, pude fotografiar dos leonas que luego no hubo forma de ver y una buena imagen de la manada de cobos de leche, pues en la zona de elefantes la telecabina va muy baja. Un detalle importante, en la telecabina es obligatorio el uso de la mascarilla, por ser un transporte público.

El recinto de los elefantes consta de 20 hectáreas y está situado junto al pueblo que da su nombre al parque, Cabárceno, así que es el primero que visitamos nada más descender del telecabina. Es también uno de los mejores lugares para contemplar a los animales, pues en él no hay karst. En este recinto los elefantes conviven pacíficamente  con los búfalos de agua y los cobos de leche. De estos últimos, desde el aire vimos un gran grupo, pero ahora sólo tenemos a la vista un ejemplar.

Cogemos el coche y nos volvemos a detener en otro recinto muy extenso y llano. Se trata de una gran pradera de la que sobresalen las cabezas de las jirafas, que conviven con el ave más grande del mundo, el avestruz. Varios de estos ejemplares se acercan a la valla como si los visitantes les dieran comida. Hay una especie más en este recinto, que vive mucho más independiente, el eland, que es el antílope de mayor tamaño del mundo, pudiendo los machos alcanzar los 900 kg de peso, aunque lo que llama mi atención es ver a una hembra amamantando a sus dos crías bastante “creciditas”.

De camino al segundo telecabina nos detenemos en los recintos de otros dos grandes herbívoros, siendo el primero el hipopótamo, a los que vemos por casualidad cuando salen del lago Sexta, que ocupa 2 de las 4,5 hectáreas de las que disponen. En el lago disfrutamos también de la presencia, en perfecta formación, de once patos y una pata. La siguiente cita es ante otro gigantesco animal, contando con la presencia de varios rinocerontes, que enseguida se tumban en el suelo.

Tras el segundo viaje en la telecabina, volvemos al coche, pasamos por la zona de los rinocerontes y nos adentramos en el espacio de la fauna ibérica, la que cuenta con más libertad en el parque, motivo por el que el 3 de octubre estaba prohibido salir del coche, pues los cérvidos estaban en celo. Es la época de la berrea. No obstante, debido a su proximidad, desde la ventanilla del coche podemos fotografiar ciervos, gamos y muflones, algunos con buena cornamenta.

A continuación nos dirigimos a las zonas en las que, por seguridad, se encuentran los animales más difíciles de ver de cerca, máxime al mediodía cuando se encuentran en zonas sombreadas o se recluyen en los recintos cerrados. Tenemos suerte con los guepardos y algo menos con el tigre, uno en libertad y otro enjaulado. A los leones da pena verlos, pues los contemplamos entre rejas. Menos mal que desde la telecabina vimos dos leonas al aire libre.

La siguiente cita la tenemos ante uno de los animales que más me gustan, los gorilas, que son los primates más grandes que existen en el planeta. En Cabárceno los hay desde el año 2007. En nuestra anterior visita, hace once años, los pudimos ver en semilibertad, pero en esta ocasión las fotos que veis a continuación están tomadas a través de un cristal. Eso si, estaban muy cerca, pero daba pena verlos recluidos, aunque ignoro si era por decisión propia, pues tienen libertad de escoger donde se sitúan.

Eran ya más de las 14:30 h cuando decidimos hacer un alto en el camino para comer, así que, como lo permiten, abandonamos por unos metros el parque para sentarnos en la terraza del restaurante Los Renos, donde comimos probablemente mejor y más barato que en el interior. Luego continuamos recorriendo diferentes zonas del parque. Muchos animales estaban “de lunes”, pues se encontraban ocultos, quizás descansando, caso de los lobos, así que nos conformamos con ver algunos que estaban haciendo una guardia solitaria, caso de la cebra, el oryx del Cabo, el bisonte europeo, dos cobos de agua y sendos grupos de camellos y watusis, el más numeroso, que es un ganado de grandes cuernos originario de África oriental.

Para verlos con tranquilidad, dejamos para el final la visita el animal que disfruta del mayor espacio del parque, cerca de 33 hectáreas. Se trata del oso pardo, del que existe un numeroso grupo que deambulan por una zona escarpada y otra más llana que cuenta con una pequeña charca. En ocasiones se pegan mucho a la parte inferior del foso en el que se encuentran, haciendo que su visión sea muy vertical. Comparten aparcamiento con la otra parte el espacio dedicado a jirafas, avestruces y eland.

Cabárceno no es un zoo, así que cuando vayas puede que veas otros animales y dejes de ver algunos de los que hemos visto, pero así es este parque de la naturaleza que además es un poco laberíntico. Eso sí, ten presente que en una jornada es imposible disfrutar de todo.

Escapada británica (3): Cornualles (y 2)

Continúo el relato del viaje realizado del 7 al 17 de septiembre pasado por Inglaterra y Gales, que dejaba la pasada semana en Truro. El 10 de septiembre era el día de mejor previsión meteorológica, así que lo dedicamos a recorrer el sur de Cornualles, pues es la zona que más nos atraía. Iniciamos la jornada deteniéndonos en St Ives, uno de los principales puertos de Cornualles y uno de los que más me ha gustado, remontándose su construcción a los años 1767 a 1770. En nuestra visita contemplamos las casas que se asoman al puerto y sus dos iglesias, entre las que destaca la dedicada a su patrona, Santa La.

Como hemos visto St Ives con bajamar nos desplazamos de inmediato a uno de los lugares cuya visita resulta obligada en Cornualles, St Michael’s Mount, que nos recuerda a su hermana normanda Mont Saint-Michel. Se trata de una isla mareal situada a 366 metros de la población de Marazion, a la que está unida durante la marea baja por una calzada de granito. El interior de la isla en nada se parece a la localidad francesa pues, aunque está coronada por un castillo y una capilla que data del siglo XII, sólo cuenta con un pequeño puerto y las viviendas de su 30 habitantes, que se toman fiesta el sábado no permitiendo el acceso a su interior, así que nos quedamos con las ganas.

Comemos en Marazion y continuamos el viaje hasta nuestro siguiente destino, The Minack Theatre, unas gradas construidas sobre el acantilado. El trayecto es penoso por una estrechísima carretera en la que cruzarse con otro vehículo resulta imposible. Cuando llegamos no nos dejan ni aparcar, pues no tenemos entrada para un espectáculo vespertino, así que, frustrados, nos dirigimos a Mousehole, otro de los pueblos que más me ha gustado, de que Dylan Thomas dijo que es “el pueblo más bonito de Inglaterra”. Llamó nuestra atención una especie de pequeña trainera.

Dejamos de visitar pueblos por hoy y nos dirigimos al Land’s End, un pequeño parque de atracciones situado en el “Finisterre” inglés, su punto más occidental, situado en la península de Penwith. Frente a la costa se encuentran los islotes de Longships. Aprovechamos para estirar las piernas caminando brevemente sobre el borde de sus hermosos acantilados, mientras contemplamos los islotes. Sobre uno de ellos hay un grupo de cormoranes.

Estamos a una hora del hotel, casi el tiempo que falta para que empiece a anochecer, así que decidimos concluir la jornada en Pendeen Lighthouse, un faro ubicado a un par de kilómetros de Penden, en el oeste de Cornualles. La torre, de 17 metros de altura, los edificios y el muro que los rodea fueron construidos por Arthur Carkeek de Redruth. Cuenta con un edificio anexo en el que se ubicaban las cuatro viviendas de los cuidadores del faro, hasta que se automatizó en el año 1995.

El 11 de septiembre iniciamos la jornada en el penúltimo de los pueblos costeros que visitamos en Cornualles, Mevagissey, que ha sido el escenario de una película que recientemente he visto en televisión. Particularmente es uno de los que más me ha gustado, deteniéndonos sobre todo en su curiosa zona portuaria, que cuenta con numerosos pesqueros y dos puertos, uno interior, de origen medieval y otro exterior, que protege al anterior, datando sus muelles del siglo XVIII.

A partir de aquí comenzó a llover con intensidad, así que eliminamos otras visitas que teníamos previstas y nos dirigimos directamente a un lugar que se convirtió en uno de los puntos fuertes de este viaje. Se trata del parque The Eden Project, un gigantesco invernadero construido sobre el cráter que dejó una antigua mina de arcilla. A resguardo de la lluvia, pudimos cerrar los paraguas y disfrutar de la vegetación de diferentes lugares del planeta, todo ello hermosamente ambientado. La única pega es el precio de la entrada, £32.50, por lo que entre las dos parejas dejamos 150,80 €, a lo que hay que añadir la comida que allí realizamos. Tal como estaba el día, fue la mejor opción para esta jornada.

Concluimos nuestro recorrido en un lugar que teníamos marcado en rojo, Polperro, Porthpyra en córnico, un encantador pueblo de poco más de 1.500 habitantes, considerado uno de los más hermosos de Cornualles. Menos mal que dejó de llover, pues tuvimos que dejar el coche a la entrada del pueblo, teniendo que caminar un rato entre hermosas casas antes de llegar a su coqueto puerto. Como la tarde avanzaba ya no había turistas. Nuestra visita concluyó tomando unas cervezas y unas sidras en uno de los pubs más antiguos de Cornualles, The Blue Peter Inn, cuyos orígenes se remontan al siglo XVI y ocupa una vivienda entera. Fue un magnífico final a nuestro viaje por Cornualles, convirtiendo esta jornada en la más atractiva de las cinco que allí pasamos.

Todavía tuvimos casi una hora de viaje para regresar a Newquay, nuestro campamento base durante las cinco primeras noches. Aún nos quedaban por delante otras tres en Cardiff (Gales) y dos en Londres, pero de ello os hablaré más adelante. El viaje continúa.

Escapada británica (2): Cornualles (1)

Continúo el relato del viaje realizado del 7 al 17 de septiembre pasado por Inglaterra y Gales. La primera noche en Gran Bretaña la realizamos en Cornualles, que era el principal objetivo de este viaje, pues aquí pasamos 4 días completos. Cornualles es también conocido por su versión inglesa, Cornwall, o como se llama en córnico, Kernow. Esta lengua está emparentada con el galés y el bretón, todas ellas celtas. Sus costas están bañadas por el mar Celta, al norte y oeste y por el canal de la Mancha al sur. En el extremo sudoeste de este condado inglés se encuentra el Penn a Wlas, Land’s End, en inglés, emparentado con el Fisterra gallego y el Finistère francés. Con nuestro flamante coche, tomando como punto de partida la población de Newquay, recorrimos unas cuantas millas por este territorio.

El Hotel The Glendeveor ***, de Newquay, fue nuestro campamento base durante cinco noches para recorrer Cornualles. Newquay es una turística población de más de 20.000 habitantes, capital del surf, que cuenta con una amplia oferta de hoteles  y restaurantes. Aquí tuvimos por primera vez algo que luego sería habitual, el típico desayuno inglés a base de alubias, huevos revueltos, salchichas y bacón. Enfrente del hotel se encuentra la iglesia The Parish Church of St Michael the Archangel, aunque lo que más nos agradó de esta población, que casi no visitamos por falta de tiempo, fue su fachada costera, con los acantilados que separan un grupo de buenas playas y The Island, un afloramiento rocoso habitado, unido a tierra firme por un puente.

Las previsiones anunciaban lluvia para todos los días, por lo que fuimos modificando nuestro programa para adaptarlo a la climatología, dedicando el día 8 a recorrer el norte del territorio, comenzando en el pequeño pueblo de Boscastle, que cuenta con un coqueto puerto que aprovecha una ensenada natural protegida por dos muros de piedra, construidos en 1584 por Sir Richard Grenville. Este pueblo se dio a conocer el 16 de agosto de 2004, fecha en la que sufrió un dramática inundación que no causó ninguna víctima humana. En Boscastle entramos por primera vez en un pub y que existía un buen aparcamiento, con parquímetro, como luego sucedería en todos.

La siguiente cita la tuvimos en un pequeño pueblo de nombre Tintagel, lugar emblemático de Cornualles, pues según la leyenda aquí nació en el siglo VI el rey Arturo. Esto hace que las ruinas de un castillo del siglo XIII, al que se accede por un moderno puente, congreguen a multitud de visitantes dispuestos a pagar £16.00 (casi 19€), por ver cuatro piedras. Si no quieres aflojar la pasta, puedes coger el coche y dirigirte al Camelot Castle, desde el que se tiene una preciosa vista del conjunto, cosa que hicimos, obsequiándonos por mucho menos dinero con una botella de vino rosado fresquito para los cuatro.

Continuamos la jornada dirigiéndonos a Port Isaac, un pequeño pueblo de poco más de 700 habitantes. Aprovechando que no llovía, en un banco del aparcamiento aprovechamos para comer el bocadillo. De repente un chaparrón que enseguida paró, pero que sería lo habitual durante todo el día. Por un camino emprendido descendimos hasta el pequeño puerto, que está rodeado de coquetas casas y varios restaurantes. En uno de nos tomamos un café y, antes de volver al coche, los más ricos pasteles del viaje.

Seguimos recorriendo la costa, siendo nuestro siguiente destino la localidad de Padstow, que cuenta con una población de algo más de dos mil habitantes y está ubicada en el único estuario fluvial de la costa norte de Cornualles. Es conocida por sus ricos fish and chips, de los que no disfrutamos pues ya habíamos comido. Como en los pueblos anteriores nos dedicamos a contemplar las casas de su fachada costera, siendo lo más interesante su amplio puerto, que, por la tarde, cuenta con una luz especial.

A partir de Port Isaac y especialmente en Padstow el tiempo mejoró considerablemente, disfrutando de momentos de sol, por lo que concluimos la jornada en el lugar en el que pensábamos haberla iniciado, Carnewas at Bedruthan, unos espectaculares acantilados sobre los que caminamos brevemente por un sendero acondicionado, ya que la tarde avanzaba inexorablemente y no quería arriesgar a tener que conducir de noche. Eso sí, el aparcamiento también es de pago.

9 de septiembre. Pensábamos ir al sur, pero como las previsiones no son muy buenas, optamos por el sudeste de Cornualles, siendo nuestra primera cita en Falmouth, una población de unos 22.000 habitantes, que cuenta con una calle repleta de comercios. Situada en la desembocadura del río Fal, para nosotros su principal atracción, como en todas las poblaciones costeras, es su puerto, que presume de formar junto con Carrick Roads, el puerto natural más grande de Europa occidental y el tercero del mundo. La bandera inglesa se encuentra a media asta por la reina Isabel II, fallecida el día anterior.

Al final el día ha quedado precioso, así que nos animamos a visitar el Trelissick Garden, situado en Feock y propiedad del National Trust, cuyo acceso resulta bastante caro, £13,00 por persona, a los que hay que añadir £5,00 del parking. Se trata de un enorme jardín con abundantes y flores y plantas, bastantes de ellas exóticas. En la parte superior de la ladera, asomándose al estuario del río Fal, se encuentra la mansión neoclásica de la propiedad, que data de 1755. Merece la pena la visita de este encantador lugar que cuenta con dos bares y un área de pic nic, donde por segunda y última vez comimos de bocadillo.

Aunque el día sigue frecuentemente soleado, por si llovía, en el plan de hoy teníamos recorrer la capital de Cornualles, Truro, dejando el coche aparcado muy cerca de su centro urbano, que se articula en torno al Hall for Cornwall, construido en 1846, como complejo municipal que albergaba el ayuntamiento y distintas dependencias, siendo ahora el lugar de artes en vivo más grande de Cornwall. A su entrada se encuentra la escultura de bronce de un baterista de Tim Shaw. Sin embargo, lo que más nos sorprendió fue su monumental Catedral, que data de finales del siglo XIX. En su interior había un libro de firmas de condolencia por la reina Isabel II, fallecida el día anterior.

Llevamos dos jornadas completas y nos está gustando Cornualles, donde todavía pasamos los dos próximos días. El viaje continúa.

Escapada británica (1): Stonehenge y Bath

Del 7 al 17 de septiembre hemos realizado la sexta escapada del año, con destino a Inglaterra y Gales. Como el día 8 falleció la reina Isabel II, casi toda nuestra estancia ha coincidido con el luto oficial, que no ha afectado en nada a nuestro proyecto de viaje. Vueling enlaza tres veces al día el aeropuerto de Bilbao con el londinense de Gatwick, con un buen precio y una excelente puntualidad, estando el avión en el aire tan sólo hora y media. En el aeropuerto cambiamos el coche que teníamos reservado por un Mercedes de cambio automático que me facilitara un poco la conducción. En él viajamos con otra pareja de amigos.

Me daba un poco de pereza este viaje, por tener que llevar pasaporte, cambiar libras y conducir por la izquierda, cosa que hice durante un montón de millas que, traducidas a kilómetros, se convirtieron en 2.000. Una cosa buena que tienen Inglaterra y Gales es que las autopistas son gratuitas. Eso sí, en cuanto abandonas las rutas principales, las carreteras son penosas. Por contra hay muchos aparcamientos, pero hay que pagar en casi todos. Nuestro coche era de gasoil, cuyo precio era unos 20 céntimos de libra más caro que la gasolina, oscilando entre 1,82 y 1,87 libras el litro (más de 2,10 €). Nuestro plan consistía en pasar 5 noches en Newquay (Cornualles), 3 en Cardiff (Gales) y 2 en Londres y así lo hicimos.

Con el cambio de hora, a las 8 de la mañana ya estábamos en el aeropuerto londinense de Gatwick y una hora después, tras desayunar, nos poníamos en marcha. Hasta Newquay teníamos 267 millas y unas 4 horas y media de viaje, así que, cuando llevábamos un tercio de viaje, teníamos prevista una parada en esa maravilla que es Stonehenge, que no visitaba desde el año 2009. Se trata de un monumento megalítico tipo crómlech, construido entre el 3100 aC y el 2000 aC, situado cerca de Salisbury, que desde 1986 forma parte del Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Stonehenge está ahora muy cambiado, ya que han construido un enorme centro de visitantes en el que luego malcomimos. En contra de lo que había leído, no tuvimos que reservar la entrada con antelación, bastando con pasar por taquilla y abonar las 17 libras que cuesta la entrada (unos 20 €), que incluye el autobús que te traslada hasta el monumento megalítico situado a 1,5 km, rodeado por un foso y praderas en las que pastan ovejas y vacas. Junto a la entrada hay unas réplicas de unas chozas, que evocan cómo vivían hace 4.500 años en esta zona de Inglaterra.

Nos quedaban por delante tres horas para llegar a Newquay, donde pasamos 5 noches para recorrer Cornualles. De allí nos trasladamos a Cardiff, la capital de Gales, donde pasamos otras 3 noches. Volveré más adelante a hablar de estos lugares, pero abro un paréntesis y me traslado al 15 de septiembre cuando, camino de Londres, hicimos un alto en el camino, al igual que en Stonehenge, para dedicar unas dos horas y media a “picotear” a Bath, ciudad situada a 21km al SE de Bristol y a una hora de viaje desde Cardiff. Desde 1987 forma parte del Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, siendo uno de sus principales monumentos la Abadía, que tan sólo nos dio tiempo a ver por fuera, contemplando también la Fuente de Rebeca, situada junto a ella.

El objetivo principalmente de nuestra parada en Bath consistía en visitar la joya de la ciudad, las termas romanas, situadas junto a la Abadía. Se encuentran bajo el nivel de la calle, accediendo a ellas por un elegante edificio. Como en casi todos los lugares, la visita no resulta nada barata, pues la entrada cuesta 23 libras (más de 25 €), precio que asciende a £25,50 los fines de semana. Los descuentos para mayores de 65 años suelen ser tan sólo testimoniales (en este caso una libra). El precio incluye una audioguía en castellano. El recinto cuenta también con un pequeño pero interesante museo.

Como Bath no era más que un complemento del viaje, nos dispusimos de mucho tiempo para visitar esta encantadora ciudad, a la que pensamos volver en tren desde Londres, pues se puede llegar en menos de hora y media, la mitad que en coche. Cuenta la ciudad con monumentales edificios georgianos, como el que alberga las termas y los ocupados por museos. Nos llamó la atención contemplar mujeres vestidas con trajes de época en varios lugares, supongo que a sueldo de las autoridades turísticas.

Bath ocupa un precioso emplazamiento en un meandro del río Avon y cuenta con numerosos parques como los Parade Gardens, donde concluimos la visita a la ciudad gracias a las indicaciones de Karmele, pues en caso contrario nos habríamos perdido contemplar el monumental puente Pulteney, diseñado por Robert Adam y finalizado en 1773, que es uno de los cinco puentes habitados existentes en el mundo. En el canalizado río pudimos ver un cisne. La sorpresa la tuvimos al llegar a casa, cuando mi mujer se dio cuenta de que la imagen del cuadro que realizó en punto de cruz hace muchos años, cosa que ignoraba, corresponde a este puente.

Llegamos justo a las 5 de la tarde al aeropuerto de Gatwick, hora en la que teníamos que devolver el coche, pues para Londres no lo necesitábamos. Teníamos por delante 46,5 horas hasta tomar el vuelo de regreso a Bilbao, en una ciudad que se preparaba para el funeral de la reina Isabel II, pero eso es otra historia. La próxima semana espero hablar de Cornualles, el principal objetivo de este viaje.