Había realizado ya cinco viajes por la India, pero tenía una asignatura pendiente. Se trataba de visitar el Templo Dorado de los shiks, en Amritsar, en cuyo aeropuerto estuve accidentalmente años antes. Tras haber recorrido la India en verano, el quinto viaje lo efectué por el Rajastán un mes de noviembre. Entonces descubrí que ese es el mes ideal para viajar a este país, pues la temperatura resulta muy agradable y los cielos están limpios. Una imprevista intervención quirúrgica hizo que tuviera que aplazar mi sexto viaje del mes de noviembre al de febrero y que viajara solo con mi mujer y un conductor sij, realizando desde Delhi más de 1.000 km en coche por el norte de la India y regresando a la capital en tren.
Una vez en la carretera volví a recordar que ella en sí es un espectáculo, ya que puedes ver infinidad de medios de transporte, como el dromedario, el rickshaw y los trenes. Nuestro primer destino era el estado de Himachal Pradesh, pero el 18 de febrero hicimos una escala técnica para pernoctar en Chandigarh, una ciudad de la India que sirve de capital a dos estados, Punyab y Haryana, aunque no pertenece a ninguno de ellos. Como llegamos bien avanzada la tarde solo nos dio tiempo a visitar el Garden Rock Fantasy, un curioso jardín de esculturas hechas con productos reciclados. En él coincidimos con una fiesta.
El 19 de febrero tuvimos que recorrer 115 km para llegar a nuestro primer destino en Himachal Pradesh, su capital, Shimla, población situada a 2130 metros de altitud, construida en la ladera de una montaña que tiene como telón de fondo las nevadas cumbres del Himalaya. Antes de llegar nos detuvimos en el colorista templo Jakhoo. Shimla fue la capital de verano de la India durante la dominación británica, conservando un cierto aire colonial en su vía principal, la Mall, situada en la parte alta, antiguamente vedada a los ciudadanos indios. En ella está prohibido arrojar basura, escupir e incluso fumar, bajo multa. También nos acercamos a los puestos de comida y vimos cómo elaboraban los tradicionales gorros. El día fue de lo más luminoso y por primera vez pisamos la nieve en la India, pero no todo fue perfecto, pues en ningún alojamiento hemos pasado tanto frío como en el victoriano Hotel Woodville Palace.
20 de febrero. De Shimla a Manali (245 km), nuestro siguiente destino, el viaje no tuvo desperdicio, sobre todo a partir de Mandi, donde entramos en el valle de Kulu, conocido como “el valle de los dioses” y abierto por el río Beas. Viajamos en un moderno Tata, sin tiempo para aburrirnos, ya que las ventanillas del coche parecen una pantalla de televisión en la que estás viendo en directo un documental en el que aparecen hermosos paisajes, la vida en la calle, los puentes colgantes, los monos… Lo malo es que viajamos en vilo por la forma de conducir que tienen los indios, jugándonos la vida en cada adelantamiento.
21 de febrero. Manali se ha convertido en la principal población turística del valle de Kulu. Su nombre original era Kulantapith, que significa “el final del mundo habitable”, ya que aquí concluye el valle y comienzan las montañas que conducen al elevado valle de Ladakh. Cuenta con algunos modernos monasterios budistas tibetanos y un antiguo templo, Hadimba, construido en 1553, que tiene su entrada de madera exquisitamente tallada. También vimos a los yak por la calle, fuimos al mercado y contemplamos las montañas cubiertas de nieve, mucho más después de la nevada que nos cayó.
Como Manali tiene poco que ver, aprovechamos la estancia para visitar dos aldeas cercanas, comenzando por la más próxima, Vashisht, distante tan solo 3 km, que si por algo es conocida y por lo que la gente se acerca a ella, es para darse un baño en sus manantiales termales de agua sulfurosa, también utilizados por las mujeres para hacer la colada y limpiar la vajilla. La segunda, distante 6 km, es la mayor aldea del valle de Kulu. Se trata de Jagatshukh, que cuenta con dos antiguos templos, aunque nos quedamos con la imagen de los niños que nos acompañaron en nuestro recorrido por el pueblo.
22 de febrero. Tras la intensa nevada nocturna, el día siguiente amaneció radiante, así que el paisaje era todavía más espectacular visto desde la atalaya de nuestro hotel Snowcrest Manor. Temíamos no poder bajar la empinada cuesta con el coche, pues todos los campos estaban cubiertos de nieve, pero la carretera estaba limpia. Menos mal, pues no creo que aquí sepan lo que son las cadenas. Por delante teníamos 235 kilómetros de viaje, atravesando numerosos verdes valles antes de llegar a Dharamshala, que fueron una auténtico espectáculo tanto por los paisajes como por la vida de los pueblos por los que pasamos.
23 de febrero. Dharamshala es conocido en todo el mundo por ser el exilio escogido por el Dalai Lama cuando tuvo que abandonar el Tíbet. Por ello la ciudad está llena de refugiados tibetanos y de monjes budistas. Es una población situada entre los 1250 metros de altitud de su parte baja, eminentemente india, y los 1800 metros de la parte alta, budista, rodeada de cumbres nevadas y conocida como McLeod Ganj. En su calle principal existe un pequeño templo budista, con un rodillo de oraciones, y un importante monasterio, en el que presenciamos una vistosa ceremonia. Previamente, como no, acudimos al mercado. Por fin cumplía una asignatura que tenía pendiente, llegar a este lugar que tanto me ha gustado.
Nuestro apresurado viaje continuó y por la tarde nos dispusimos a cubrir los 203 km que nos separaban de Amritsar, la mítica ciudad del estado del Punyab y principal objetivo del viaje. Durante el recorrido seguimos disfrutando del paisaje de montañas nevadas y de la actividad que hay en los pueblos. La carretera sigue siendo un espectáculo, aunque resalto dos detalles, la tranquilidad de una garceta y la de la obra en una carretera, en la que la persona que maneja una pala tiene un ayudante para tirar de ella con una cuerda. Tras instalarnos en el hotel, ya de noche, acudimos a ver el Templo Dorado de los sij. Tenía tantas ganas…
24 de febrero. Deambular en coche por la ciudad antigua de Amritsar es una auténtica locura, así que resulta más práctico utilizar el transporte público popular, el rickshaw (bicicleta), para las distancias cortas y el moto-rickshaw, para las más largas. Toda la parte vieja y principalmente las calles que rodean el templo es un gran bazar, en el que existen comercios en los que se venden las cosas más inverosímiles y numerosos puestos de hortalizas y frutas, con sus productos perfectamente colocados. Aunque hay varios bares e incluso alguna moderna pizzería, la mayoría de la población sigue prefiriendo los puestos callejeros de comidas, como el que ilustra la foto. Nada más ver la cámara, el propietario hace salir a los demás empleados, se atusan el pelo y posan.
Concluyo este relato en el Templo Dorado, aunque su nombre es Templo de Dios o, más bien, su acepción punjabí “Harimandir Sahib”. La construcción se concluyó en 1601, siendo desde entonces considerado por los sikhs como el templo más sagrado, al que acudir en peregrinación al menos una vez en la vida. El poderío de los sikhs se manifiesta según llegas al templo, primero porque no hay que pagar entrada y segundo porque tienen un enorme servicio de guardarropa, también gratuito y perfectamente organizado, en el que puedes dejar la mochila y obligatoriamente los zapatos, ya que al recinto del templo hay que entrar descalzo, atravesar unas pequeñas piscinas de mármol que te cubren de agua hasta el tobillo para lavar los pies y cubrir la cabeza con un pañuelo de algodón. Incluso puedes comer gratis. El Harmandir es el lugar en el que se custodia el original del libro sagrado de los sikhs, bajo la gran cúpula cubierta por 100 kg de láminas de oro. Me ha encantado el Templo Dorado, que por si mismo ha justificado el viaje.