Hoy juega Euskadi

De Aitor Esteban a Joseba Agirretxea, de Xabier Arzalluz a Andoni Ortuzar, de Ardanza a Pradales, la oficialidad de la selección de Euskadi es un anhelo que a partir de hoy va a resultar, al menos parcialmente, satisfecho. Algunas y algunos no estarán muy contentos: Mertxe Aizpurua defendió no votar a favor del cambio legislativo que ha hecho realidad lo que hoy celebramos y, al alimón, jugadoras y jugadores han recibido todo tipo de presiones para no abandonar la selección española que, ¡oh, cuánta generosidad!, “acepta jugar contra Euskadi en la Liga de Naciones, pero no la considera oficial” (Infobae). Pues hoy, por fin, juega Euskadi.

¿A qué juega España?

España ha trabajado para convencer a varias vascas y vascos de que sigan jugando bajo su bandera. Cada una y cada uno toma la decisión que quiere, por supuesto. Más curiosidad me despiertan los métodos que habrá usado España para persuadir. Esta España tan progre y plural que pone el dinero en lo que importa. O no: “La inversión pública ha pasado de representar el 3,5% del PIB en los años noventa a apenas el 1,8% en 2023. Este descenso no ha sido casual ni inevitable, sino resultado de decisiones políticas que han priorizado otros gastos, como el creciente coste de las pensiones” (El Blog Salmón). ¿A esto juega España?

Puedo ver el futuro

Nunca he acertado una porra electoral, lo reconozco: soy muy malo haciendo predicciones. Pero me temo que no me equivoco cuando afirmo que cada día que pasa nos queda un poco más para jubilarnos, que a mis 44 años ya sé que los 65, o los 67, según mi último cálculo, no voy a retirarme. Pocas dudas tengo con titulares como este: “La Seguridad Social pone la miel en los labios a los trabajadores: ya puedes consultar cuánto cobrarías de más por retrasar tu jubilación” (Pymes y Autónomos), que podemos sumar al enorme gasto que ya suponen las pensiones, como hemos comentado en el párrafo anterior.

No hay privatización buena

Que no haya privatización buena no significa que no haya servicios públicos mejorables (y hablo de la gestión pero también del funcionariado, que echar la culpa a la primera librando al segundo es de un infantil que tira para atrás). Incluso en algo tan extraordinario como el espacio, la privatización trae estas cosas: “El noveno lanzamiento del Starship termina de nuevo en un fracaso, y ya van tres seguidos”. El mantenimiento de los servicios públicos, sin embargo, esta otra: “El equipo de la Voyager 1 logra recuperar unos propulsores que llevaban veinte años fuera de servicio” (ambos titulares, en Microsiervos). Qué maravilla.

Pero no aprendemos

Está pasando casi desapercibido, pero una de las mayores proezas de nuestra era, la Estación Espacial Internacional (que el pasado jueves pudimos ver pasar sobre Euskadi), va a ser privatizada de manera inminente. Por eso SpaceX se ha posicionado tan bien. Y por eso Jeff Bezos aprieta el acelerador. Por eso y porque EE.UU., sobre todo, va a subastar el espacio: “Blue Origin tiene ahora una oportunidad de oro para adelantar a SpaceX en los viajes a la Luna. Y la está aprovechando” (Xataka). ¿Con qué objetivo? Porque la unión de los estados para avanzar la entendemos, pero la carrera privada, ¿a quién beneficia?

Nos quejábamos de Rajoy…

Nunca llegué a entender que Mariano Rajoy tirara del decreto ley con tanta alegría en la legislatura en la que disfrutó de su mayoría absoluta. ¿Era esa imagen del subterfugio mejor que la del rodillo? ¿No podían usar un poco la democracia y alcanzar acuerdos mínimos para ampliar el apoyo a sus leyes? Con este antecedente, no sorprende nada que el primer gobierno de coalición de España, el más progresista y mazo mogollón de molón, haya superado a casi todos sus predecesores y Pedro Sánchez haya firmado más de 120 decretos ley. Solo le queda superar a Aznar (127 en ocho años) y González (130, en 14).

Un país de funcionarios

No tengo nada en contra del funcionariado. Pero sí en contra de las desigualdades. Y no quiero que nadie empeore sus condiciones laborales, lo que quiero es que todas y todos mejoremos las nuestras sin que importe tanto el tipo de trabajador que seas. “La masa salarial del sector público crece tres veces más que la del privado” es un titular (en Vozpópuli) bastante significativo. Al respecto, “la reforma laboral ha mejorado la contratación indefinida pero no las retribuciones”, más allá del SMI (que sé lo importante que es). Con todo, no creo que una Euskadi o una España de dos velocidades convenga a nadie.

La realidad es esta

Hace solo unas jornadas traíamos a esta columna las conclusiones de las y los trabajadores que habían participado en el mayor experimento para aplicar la jornada de cuatro días. La opinión generalizada era de éxito personal. Ahora falta comprobar que la productividad de las empresas no ha empeorado y ver si las dos partes deciden continuar con este formato de 4+3. En España, “si no mejora la productividad, la semana de cuatro días es inviable” (Pymes y Autónomos). “España está varios puntos por debajo de la media europea en cuanto a productividad”. Como bien recuerdan, además, “esto las que están legalmente registradas”.

Pero falta gente

Esto no podemos dejar de repetírnoslo: falta gente y va a faltar cada vez más. En Magnet lo explican muy bien: “La escasez de trabajadores no sólo es una cuestión de talento, sino también demográfica. Y va a ir a peor”. No estamos hablando de Euskadi o España, si no de todos los países occidentales: parece que ahora faltan trabajadores con la cualificación necesaria, pero lo que va a faltar porque no nacen suficientes personas son, simplemente, trabajadoras y trabajadores. Así que todos esos discursos xenófobos son propios de personas poco inteligentes pero por partida doble: por lo humano y por lo práctico.

Un mundo para millonarios

Este mundo, con esta economía virtual que beneficia al más espabilado, está preparado, cada vez más, para quien más tiene. En vacaciones como las actuales, en las que no nos privamos de casi nada, podemos pensar que somos nosotros los afortunados, los que pueden. Pero es solo una ilusión: el planeta se rinde ante quienes pueden pagarlo todo. “El precio de viajar unos minutos al espacio con Blue Origin es de 1,25 millones de dólares”, leo en Microsiervos y pienso que no solo es una cuestión de dinero: lo que contaminarán los clientes de Blue Origin en cada viaje tampoco podemos permitírnoslo los demás.