Andreu Buenafuente y su equipo de guionistas y producción están a otro nivel muy superior a cualquiera que dirija, escriba o presente. Su reciente monólogo, al estilo Hamlet, sobre si hay que hablar o no de Vox (y la extrema derecha en general) es digno de guardarlo para siempre. El genial presentador y actor viene a concluir algo muy sencillo: no hay debate sobre la necesidad de votar ni sobre que ridiculizar las ocurrencias de Vox es eso, ridiculizar, y también es necesario hacerlo. Así que ni el postureo del “yo no les menciono”, ni legitimarles hablando de ellos con normalidad: contra los ultras hay que actuar.
Así que, al lío
No necesitábamos que lo dijera Buenafuente porque es obvio, pero es innegable que su respaldo ayuda a acortar algunos debates estériles e ir al grano: “El problema no son los antecedentes. El problema es que son nazis. Y ya no lo pueden ocultar”, tuiteaba Jorge Matías sobre cómo vamos conociendo la incorporación de ultraderechistas a las filas de Vox y el posterior rebote de Ortega Smith. De Vox y sus ramificaciones (como la que hemos visto en Bilbao) no hay que hablar como de un partido más, sino señalar constantemente lo que son y el peligro que nos vuelven a traer.
¿Qué quiero decir?
El auge de la extrema derecha no puede traer nada positivo. Absolutamente nada. Y si pese a las evidencias históricas alguien necesita comprobarlo en persona, se lo preguntamos en unos meses a cualquier andaluz. Pero sí tendremos que aprovechar su presencia para tomar notas y decisiones. Pepe Colubi, por ejemplo, tuiteaba esto hace unos pocos días: “Ayer puse La Sexta en tres momentos distintos del día y en los tres difundían ampliamente las declaraciones homófobas y negacionistas del Holocausto del candidato regional de un pequeño partido ultraderechista. Eso no es información, eso es promoción”.
Ni centro-derecha, ni pamplinas
Con la extrema derecha reaparece otro término, el de colaboracionista. Lo son los medios que blanquean esta opción y lo son los políticos que hablan de “centro-derecha” e incluyen a Vox. Lo es, por supuesto, Pablo Casado, el único de los líderes de la derecha española ultra que se atreve a hablar claramente de la relación entre los tres partidos. Casado presenta a su PP como bisagra, como pegamento para que los rancios y los que añoran el franquismo se sientan representados por un espacio político que, si no aglutina, se conforma con liderar. Ojalá el PP se estrelle con esta estrategia y a Casado le devoren los suyos.
“Derechita cobarde”
A José María Aznar podemos echarle en cara muchas cosas pero no que se esconda: él es de derechas. Y si tiene que escoger, no escoge precisamente el centro-derecha porque eso era un invento de Rajoy. Es más: si tiene que partirse la cara con Abascal para defender la posición conservadora hasta lo casposo de su formación, se la partirá. Aznar, por supuesto, se siente cómodo con el discurso de Casado, que para algo es su delfín (hay quien asegura que hasta su marioneta), y le ayuda a ubicarse con el músculo que al expresidente nunca le ha faltado porque él va de frente, va de cara, va de cara al sol.