Sí, ha sido una masacre, pero de Israel

El conflicto árabe-israelí no comienza con la acción armada e injustificable de Hamás el pasado fin de semana. Como periodistas, como personas con memoria, no podemos permitir relecturas del pasado o el presente. Es indiscutible que si ha habido una masacre a lo largo de los años es la del estado israelí sobre una ciudadanía confinada y empobrecida. A las más de 11.000 muertes palestinas desde 1988 se suman a unas condiciones infrahumanas generadas, sostenidas, conocidas y permitidas. En el lado israelí, en el mismo período, se cuentan 1.700 muertes. No es lo mismo. Pero tampoco puede ser una excusa para legitimar la violencia.

Artistas del equilibrio

Un periodista con memoria, perspectiva y conocimiento de los conflictos, Xavier Colás, tuiteaba como sin nada esta reflexión: “Vamos a tener dos guerras a la vez y a cierta gente haciendo contorsiones: en una lamentando que no se rindan o negocien de una vez porque la guerra es muy mala, y en la otra justificando cualquier cosa como legítima defensa porque la guerra es la única salida”. Se refiere, evidentemente, a la invasión rusa sobre Ucrania y el ataque de Hamás en Israel y la respuesta violenta sobre Palestina, y lo que tendremos que leer. Supongo que el petróleo y la coherencia se van a cotizar muy caros.

Lo que lo cambia todo

Ni siquiera el conflicto entre Palestina e Israel, con un inicio claro y unas características definidas (la ocupación, el desplazamiento por la fuerza, la permisibilidad de la comunidad internacional), es sencillo. Su duración y sus ramificaciones impiden simplificarlo, y quien lo intenta para favorecer a una de las partes miente, así de claro. De hecho, este ataque de Hamás puede suponer una cosa (una respuesta a la violencia estructural de Israel) u otra (una utilización de la causa palestina para agitar el tablero mundial) dependiendo de la implicación de Irán en la planificación y ejecución de unos asesinatos injustificables.

Descubriendo a De Prada

Hace solo unos días, algunas y algunos descubrieron a Juan Soto Ivars por su ataque de honestidad en Antena 3. Y estos días, muchas y muchos descubren a Juan Manuel de Prada. El escritor publica regularmente columnas en el Abc, dirigió un programa cultural en Intereconomía y participa en COPE u Onda Cero, entre otras. No creo que haga falta decir mucho más para averiguar de qué pie cojea. ¿Y qué? Es un columnista que escribe bien, por eso suelo leerle y por lo mismo no me ha extrañado su texto sobre Palestina (con el que ha llegado a la portada de Menáme), en la que resume el triste modo de vida que impone Israel.

Y España, ¿qué?

Pues España, como la mayoría de países, da pasos y declaraciones como si pisara huevos. No son excepcionales el silencio medido o las condenas a lo evidente que estamos viendo. Cuando se trata de Israel, todas y todos se tientan la ropa antes de ponerse delante del micrófono o tuitear. Podemos seguir tirando de expresiones hechas y asegurar que nadie va a rasgarse las vestiduras. Pero también podemos escribir que Sánchez la lio parda: “Reconoceremos al Estado palestino cuando sea presidente del Gobierno”, tuiteó en 2015. Y ahora, ¿qué? ¿Es este un buen momento para hacerlo o esperará a otro mejor?

El Brexit de Johnson

Solo necesito que la previsión del tiempo para el domingo no sea buena para lanzarme a hacer recomendaciones de lectura sosegada que, sí, también es posible en Internet. Por ejemplo, en El Confidencial han publicado un reportaje bastante interesante sobre cómo está la situación ahora mismo del Brexit, después del último órdago de Boris Johnson (ese que desliza Otegi que es un modelo a seguir). Pues bien, el Prime Minister ha decidido poner en riesgo todo su capital político y el del Reino Unido en su conjunto: ¿quién va a querer negociar tratados internacionales con gobiernos y estados que deciden incumplirlos?

Vamos con la actualidad

El caos en la Comunidad de Madrid no lo discute ya nadie. Algunos como Teodoro García Ejea o, como señala Pepo Jiménez, Ignacio Aguado, intentan desviar la atención o repartir las culpas, pero es evidente que las instituciones, empezando por la Comunidad de Madrid, que es la que tiene el mando, igual que en el resto de las autonomías, han puesto en riesgo a la población con decisiones desacertadas, falta de previsión y de inversiones. Hoy, la situación parece descontrolada y da la sensación de que Madrid (el modelo de PP, Ciudadanos y Vox) es un foco de contagios al que nadie desea aproximarse.

Esto es importante

Pablo Iglesias nunca me ha generado confianza. Sí lo hace a millones de españoles que deciden votar las candidaturas tan personalistas de Podemos, tanto en las cámaras de representación como en los órganos internos del partido. Y me parece bien, claro. Porque esto no va de quién me guste o no, esto va, sobre todo, de quién delinque (y hay políticos españoles que lo hacen) y de quién no. Y si la Audiencia Nacional ha decidido devolver a Iglesias la condición de perjudicado en el conocido como “caso Dina” (en contra de la opinión del juez instructor) tenemos que contarlo para marcar esa diferencia.

Y esto, también

Empezábamos la semana confirmando que la familia real española no gasta ni un euro en residencias o despachos: se lo pagamos todo nosotros. Después supimos que Juan Carlos I, mientras ere jefe de Estado, mandó comprar, a cargo del presupuesto de la institución, una contadora de billetes y tres cajas fuertes para el dinero saudí que presuntamente le regalaron y no declaró. Y el domingo podemos repasar en El Orden Mundial la enorme flota de vehículos de la Casa Real: coches, camiones, furgonetas y hasta un autobús que no son pagados con la asignación (no da la suma) y van a cargo de diferentes ministerios.

Yo sí tengo segundo equipo

Ya he encargado mi camiseta de la Società Sportiva Sabrina Salerno. Sí, la de aquella Nochevieja del 87. Se trata de un equipo amateur de fútbol en Sevilla, de treintañeros y algún cuarentón, como yo, que pelean por mantenerse en forma pese a los años, los hijos y lo ricos que están el pincho de tortilla y la cerveza; que añoran aquellos años de niñez de tele sencilla, de familias que se apretujaban y de aburrimiento infantil que no se apaciguaba con un móvil; y que buscamos símbolos (y Sabrina lo es) que nos unan y nos definan: porque no somos como nuestros padres pero tampoco como nuestros hijos.