No podía ser de otra manera en estos tiempos cuando el presidente del gobierno de un estado es llamado a declarar como testigo por un escándalo (con todas las letras) de corrupción en el partido que igualmente preside. Su comparecencia, comentada en Twitter hasta el hastío se resume en un esperado “yo no sé nada” y en una foto que tendría que suponer una vergüenza para el partido, el estado y el propio Rajoy. Y el único responsable de esa mala imagen es el testigo.
La cárcel daña
Hace muchos años los hermanos menesianos nos llevaron de excursión a Nanclares de Oca, donde el seminario estaba muy cerca de la prisión. Allí un sacerdote nos contó que la cárcel, a la que acudía con regularidad, era un sitio terrible y trágico en el que siempre hacía frío. Supongo que esta lección la recibimos muchos en la niñez, así que la petición de Ignacio González de libertad condicional porque la cárcel le está afectando es solo otro ejemplo de la impunidad con la que han vivido los más alejados de la realidad.
Siempre estuvo mal
Estoy de acuerdo con Julio Lleonart cuando tuitea que el acoso a políticos estuvo mal antes, cuando lo aplaudía y hasta fomentaba Podemos, y lo está ahora que Pablo Iglesias y otros dirigentes han sido víctimas de estos ataques personales en la calle. El que fuera diputado por UPyD apela a la coherencia, un rasgo que se disuelve en esta época de Twitter, mensajes rápidos y modas efímeras que se nos amontonan. Pero Lleonart tiene razón: siempre estuvo mal.
¡Qué pereza!
Por si no lo saben, Taburete es el grupo en el que cantan el hijo de Luis Bárcenas y el nieto de Gerardo Díaz Ferrán, y está de moda entre la juventud española conservadora. Y Los Chikos del Maíz serían sus antagonistas: una formación que abandera (sobre todo su lider, “el Nega”) la revolución de “la gente” (en el sentido de Podemos, sí). Pues bien, ambos se han enzarzado… ¡en un debate en Twitter! Bien acompañados por sus defensores ideologizados. ¡Qué pereza, por favor!
Twitter aburre
Mal verano preveo en Twitter cuando es evidente que lo que llevamos de estación la red social ha perdido muchos, muchos enteros. De aquel bar en el que más o menos nos conocíamos todos y en el que el ingenio era el único mérito necesario para amasar seguidores, hemos pasado a un Twitter de personas con una capacidad asombrosa para indignarse por todo con sus correspondientes legiones de aplaudidores… y de odiadores. Esto empieza a aburrir y eso no es bueno.