Tres horas de vuelo separan los aeropuertos de Melbourne y Ayers Rock (como de Bilbao a Lanzarote). Parece que hemos llegado a otro mundo. Hace calor y estamos en un lugar en el que todo es propiedad de la multinacional francesa Accor Hotels. De hecho, en el aeropuerto no te dan la bienvenida a Ayers Rock, sino a Accor Hotels Resort. Aquí todos los precios son desproporcionados, por lo que solo pasaremos 24 h (una noche). Los vuelos de entrada y salida (Melbourne-Ayers Rock-Cairns), nos han costado 600 € por persona, un hotel de gama media, el Desert Gardens Novotel, 330,50 € la habitación doble, el alquiler del coche, 133,55 €. A ello hay que añadir las comidas, las consumiciones, la entrada al parque nacional, la gasolina y el agua, todo a precios desorbitados. Es el “impuesto revolucionario” que hay que pagar por venir a este lugar.
Hasta las 3 de la tarde no nos dejan entrar en la habitación, así que aprovechamos para comer y coger el coche de alquiler. No podemos perder ni un segundo para ver cuanto antes uno de los principales objetivos del viaje, la enorme y mística roca roja de Uluru, un gran monolito de 348 metros de altura, que se encuentra en mitad del desierto. Tiene 3,6 km de largo y 8 km de profundidad, siendo lo más llamativo su color rojo intenso, que va cambiando de tono dependiendo de la luz del sol. Objetivo cumplido.
Entramos en el parque nacional de Uluru- Kata Tjuta, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. No disponemos de tiempo para dar la vuelta a pie al gran monolito y además hace calor. Menudo contraste con el frío que hemos pasado en el sur de Australia. Pese a todo dedicamos algo más de una hora a caminar por los senderos Lungkata y Mala Walk, recorriendo la parte soleada de la roca, ya que es mucho mejor para tomar fotografías y descubrir las curiosas formas que toma.
En nuestro recorrido a pie bordeando el monolito de Uluru, nos fuimos deteniendo en Kulpi Watiku, Kulpi Minymaku y Tjilpi Pampa Kulpi, cuevas que fueron vivienda de muchas generaciones de anangus, los antiguos pobladores de la zona, como lo prueban las pinturas que se conservan en algunas de las paredes. Os recuerdo que por seguridad y por respeto a la cultura aborigen y el significado espiritual que tiene, no es aconsejable escalar la roca.
Cuando empieza a caer el sol nos trasladamos hasta el Wiewpoint para ver el atardecer y los tonos que va tomando la roca de Uluru según va variando la luz. Es el lugar desde donde todo el mundo saca la foto típica, lo que significa que cuantos hemos viajado a la zona nos encontramos allí. Los más afortunados están sentados en sillas e incluso en improvisadas terrazas en las que les sirven vino blanco y cerveza, bien frío todo, que han pagado previamente a precio de oro. Nosotros nos conformamos con haber pillado una sombra para presenciar el espectáculo. El vino lo tomaremos cuando regresemos al hotel, pagándolo a un precio bastante caro, como todo.
Comienza un nuevo y día y toca madrugar. Antes de amanecer ya hemos abandonado el hotel. De camino al parque nacional venos un enorme globo aerostático y, en el primer mirador, a una pareja de aves, que creo que se llaman paloma bronce cresteada, con el macho exhibiéndose ante la hembra.
Pasamos de largo la gran mole de Uluru y nos detenemos en el Kata Tjuta Dune Viewing, mirador desde el que se contempla en todo su esplendor el macizo de Kata Tjuta, también conocido como monte Olga. El conjunto se compone de 36 cimas de diferentes tipos de roca, como granito y basalto, conglomerados en arenisca. Sobrepasa en algo más de 200 metros la altura de Uluru.
No disponemos casi de tiempo para caminar por Kata Tjuta, así que solo lo hacemos por la zona de Kurkara. Tenemos casi 50 km para regresar al hotel, desayunar y dejar la habitación antes de las 10. Devolvemos el coche y luego a esperar para ir al aeropuerto. Estamos cogiendo aviones para los tramos largos, pues las distancias en Australia son enormes (por ejemplo, el vuelo Sydney-Perth tarda media hora más que el Bilbao-Estambul). Nuestro vuelo a Cairns sale a las 15:15 h. Serán dos horas y media de vuelo y un nuevo lugar para descubrir.
Lo que más me ha sorprendido de esta parte del viaje que habéis hecho, son los colores de la tierra y ese brillo cegador cuando le da el sol. Parece un sitio recóndito y salvaje por la lejanía, aunque por tus explicaciones veo que tiene su público y muy bien acomodado.