Veo muy lejano todavía el día en que podamos viajar con libertad y seguridad por el mundo. De no haber sufrido la pandemia, en estas fechas estaría a punto de salir a uno de estos tres destinos: Madagascar, Kenya o Armenia. Sin embargo aquí sigo y sin poder hacer planes futuros. En junio he viajado por numerosos países, así que a lo largo de este mes iré rememorando uno de ellos, Islandia, un país que me encantó sobre todo por su generosa naturaleza. Era el segundo viaje que realizaba a ese país, aunque el primero fue más breve. Al que ahora me refiero lo realicé del 6 al 21 de junio de 2014. Volamos dos parejas con Lufthansa a Reykiavik, vía Düsseldorf, alquilando allí un coche para dar la vuelta a la isla. En el fondo del maletero llevábamos nuestro secreto, una serie de “vicios” que allí sería difícil de encontrar y una botella de vino de Rioja para cada día, que tomábamos cuando llegábamos a nuestro destino, antes de cenar. Ocho de ellas las compramos en el Duty Free del Düsseldorf International Airport. El precio en Islandia es muy caro.
Dos horas de vuelo desde Bilbao y a las 15:00 aterrizamos en Dusseldorf, ciudad en la que había pernoctado dos noches pero que no conocía. Como hasta las 21:35 no salia nuestro vuelo a Reykiavik y el día estaba espectacular, decidimos coger el tren y trasladarnos al centro de la ciudad. Hay servicios constantes y el viaje tan solo dura de 5 a 7 minutos. Como no disponemos de mucho tiempo, nos limitamos a recorrer el entorno cercano a la estación central, el Altstadt, el barrio más famoso de la ciudad, que literalmente significa «ciudad vieja», así como la Basílica de San Lamberto (St. Lambertuskirche), del siglo XIV y estilo gótico. Nos ha gustado lo que hemos visto, pero tenemos por delante casi tres horas y media de vuelo hasta el Reykjavik Keflavik International Airport donde, debido al cambio de hora, aterrizamos a las 11 de la noche, bueno del día, pues durante el mes de junio casi no hay noche. La última imagen está tomada casi una hora después. Nada más llegar nos trasladaremos al hotel, situado a tan solo 6,8 km del aeropuerto, el Bed and Breakfast Keflavík Airport ***.
7 de junio. Hoy tenemos uno de los días más largos de viaje, 406 km por la costa occidental de la isla. El paisaje es espectacular y eso que acabamos de empezar la ruta. Pronto nos detenemos ante numerosos montones de piedras apiladas. El punto fuerte de hoy consiste en recorrer el Parque Nacional de Thingvellir (Þingvellir), donde se congregó por primera vez, en el año 930, la asamblea que representaba a todos los habitantes de Islandia, que siguió reuniéndose al aire libre hasta 1798. En 2004 fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Un sendero nos lleva por la gran falla Almannagjá, que divide los continentes europeo y americano. Caminamos también hasta la cascada Öxarárfoss y visitamos la iglesia de Þingvallakirkja, situada junto a la granja de Þingvallabær, residencia oficial de verano del primer ministro.
Por la tarde continuamos el viaje por los valles internos de Borgarfjörđur, teniendo que circular ahora por una pista de tierra que discurre por una meseta, a unos 700 metros de altitud, rodeada de pequeños glaciares y montañas. Por primera vez tenemos ocasión de pisar la nieve. El lugar es extraordinario y completamente solitario, pero nos preocupa qué hacer si tenemos un incidente, pues casi no hay tráfico al estar avanzada la tarde. Poco a poco vamos descendiendo, contemplando alguna pequeña cascada antes de llegar a la población costera en el que se encuentra el Hotel Olafsvik ***, en el que pasaremos las dos próximas noches.
8 de junio. Hoy disponemos de todo el día para recorrer y explorar los paisajes de la península de Snæfellsnes, unos 100 km, regresando a pernoctar a Ólafsvík. Qué bien no tener que cambiar de hotel. Vemos una colonia de eider común y gaviotas anidando. Al intentar caminar por una carretera, por primera vez somos atacados por un grupo de charrán ártico. Buena lección pues nos sucederá más veces, ya que anidan en el suelo en los prados cercanos. Es bueno caminar con gorrro, para que no te den picotazos en la cabeza y, mejor, paraguas, para protegerte de sus excrementos con los que te bombardean. Vemos también una pequeña granja tradicional.
Continuamos recorriendo la península de Snæfellsnes por la costa de Kardsvik, caminando hasta el faro del cabo de Öndverðarnes, desde el que podemos admirar coladas de lava. Más adelante vemos un pequeño rebaño de ovejas y una solitaria foca. Continuamos por la ruta de los faros dirigiéndonos al de Skalasnagaviti, desde donde contemplamos el nevado volcán Snæfellsjökull y una hermosa formación rocosa en el acantilado. Seguimos por la zona de cráteres Hólahólar, deteniéndonos en uno de forma semicircular, Saxhóll. Todavía tenemos un faro por delante, el de Malarriff.
Como los días son muy largos, seguimos recorriendo la península de Snæfellsnes, conocida como la “Islandia en miniatura”, teniendo la primera cita en Lóndrangar, un par de agujas de roca escarpadas a orillas del mar. De allí nos dirigimos a Hellnar, un antiguo pueblo pesquero que cuenta con un centro de interpretación y una coqueta iglesia, desde la que se tiene espectaculares vistas. De aquí nos dirigimos a la playa de Arnarstapi, que cuenta con una curiosa escultura. Muy cerca tenemos uno de los lugares más vistosos de la jornada, el Arco de Gatklettur. Antes de regresar al Hotel Olafsvik nos detenemos a fotografiar una cascada.
9 de junio. Hoy toca nuevo día de desplazamiento, más de 400 km por el noroeste de la isla, para ir desde Olafsvik hasta Varmahlid (Skagafjördur), donde pasaremos las dos próximas noches. La primera parada la efectuamos en Grundarfjordur, continuando hacia Stykkishólmsbær, para visitar su moderna iglesia (1990), obra del arquitecto finlandés Jon Haraldsson. De allí nos dirigimos a Hvammstangi, villa pesquera en la que pudimos ver secaderos de pescado y algunas colonias de eider común. Dos jóvenes corderos llaman nuestra atención antes de detenernos en Hvítserkur para fotografiar una solitaria foca y una curiosa formación rocosa. Continuamos la ruta pasando junto a un buen grupo de los tradicionales caballos islandeses y nos detenemos en Blonduos, para visitar otra modernísima iglesia. Concluimos la jornada en el Hotel Varmahlíd ***, donde para cenar me obsequio con un solomillo.
10 de junio. Volvemos 8 km hacia atrás para visitar la granja Glaumbær o Museo Etnográfico de Skagafjörður, pues no nos dio tiempo ayer. Está dedicado a las viejas granjas de turba y muestra la forma de vida rural de los granjeros de los siglos XVIII y XIX. Como en Islandia no había madera, para el armazón y el revestimiento de la casa se utilizaban piezas de césped seco. Las pequeñas casas están unidas por un corredor central interior, que evita salir al exterior cuando la nieve alcanza mucha altura. Al lado hay una pequeña iglesia.
Regresamos a Varmahlíd y continuamos la ruta hacia el norte. Tenemos por delante 240 km entre ida y vuelta. Nuestro primer destino es el fiordo Skagafjordur, un lugar lleno de encanto y una de las estampas tradicionales de Islandia: mar, campos floridos montañas nevadas, caballos, colonias de eider común y otras aves, pequeñas casas… En el centro de este paraíso está el pueblo pesquero de Hofsos. Además nos ha salido un día extraordinario. En las dos veces que he estado en Islandia ha hecho mucho mejor tiempo en el norte que en el sur.
Ha salido un día tan bueno que hay que aprovecharlo, así que continuamos nuestra ruta hasta Siglufjörður, pequeña localidad pesquera situada en el fiordo del mismo nombre. Es un lugar de postal con grupos de gaviotas y de patas con sus patitos. Es el punto más al norte que alcanzaremos en el viaje. De regreso a Varmahlíd nos desviamos un poco de la ruta para visitar la Catedral de Hólar, la iglesia de piedra más antigua de Islandia. Al lado se encuentra la torre de 27 metros de altura, construida en 1950. Cerca de Hólar se encuentra Nyibaer, una granja de madera y techos de turba construida en 1860. El viaje continúa.