Junio es un mes que me gusta mucho para viajar, porque los días son muy largos y la temperatura suele ser bastante agradable, así que, salvo en 2020, los últimos años mi cumpleaños lo he celebrado en destinos lejanos. Este año lo he pasado en Cuenca pero hace cuatro lo pasé en Uzbekistán y, más en concreto, en la población de Xiva, Jiva o Khiva, según se tome la nomenclatura uzbeka, castellana o rusa. Como el Talgo de alta velocidad sólo llega a Samarcanda y Bujara, nos desplazamos a esa remota ciudad en avión desde Taskhkent. Este es el breve relato del día y medio pasado allí.
Hoy ha tocado madrugón, pues a las 07:50 sale el vuelo a Urgench (unas 2 h). Además las extremadas medidas de seguridad antiterroristas obligan a estar con tiempo en el aeropuerto. A la llegada, un taxi gestionado por el hotel nos recoge en el aeropuerto y nos traslada a nuestro siguiente destino, Xiva, distante 39 km. Nos alojamos en el Hotel Asia Khiva ****, muy bien situado frente a la puerta Tash Darvaza, que nos da acceso a la ciudad interior amurallada. No es barato, 120 € la noche con desayuno, pero está muy buen situado. Este año estaba mucho más barato.
Para las 11:30 h ya estamos en danza. La puerta Tash Darvaza nos da acceso a Ichan Qala, la ciudad interior amurallada, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1990. Estamos en un lugar lleno de encanto, que podemos recorrer a pie y parece sacado de tiempos pasados. Atravesamos la zona en la que vive la población local, viendo a niños jugando a la sombra, mientras jóvenes y adultos se desplazan en bicicleta. Enseguida se echa la hora de comer y lo hacemos en el Café Kheivak. Como casi siempre un plato de carne y, como acompañamiento, el riquísimo tomate y el pepino no pueden faltar. De hecho, en este país hemos bajado la guardia y comemos ensalada, pues con el calor entra muy bien. En junio hace ya mucho calor, pero es seco.
Xiva se encuentra cerca de la frontera con Turkmenistán, entre los desiertos de Kara-Kum y Kizil-Kum. Forma junto con Samarcanda y Bujará el “triángulo de oro” de Asia Central, siendo un oasis en la Ruta de la Seda. La mayoría de los monumentos que se conservan no son antiguos, de la primera mitad del siglo XIX, pero disfrutamos callejeando entre altos minaretes, mezquitas, madrazas en desuso y palacios, como el de Tash Hovli, uno de los edificios más suntuosos de la ciudad, levantado entre los años 1832-1841. Su nombre significa “Casa de piedra” y dicen que en su construcción trabajaron un millar de esclavos, con objeto de convertirla en la más lujosa, destacando sus paredes de azulejos y cerámica procedente de China, las columnas labradas en mármol y los techos con artesonados de madera. Es uno de los edificios más hermosos que se pueden visitar.
Xiva es un auténtico museo al aire libre. Si te gusta tomar fotos aquí disfrutarás de lo lindo, pues no hay rincón que tenga desperdicio. Repartidas por el recinto amurallado hay numerosas madrazas, antiguas escuelas coránicas, entre las que destaca la de Allakuli Khan, construida a mediados del siglo XIX. Pasamos por puestos de venta de artesanía, destacando las marionetas y accedemos a la Mezquita Juma, en la que destaca su impresionante patio con 212 columnas de madera delicadamente talladas cada una de una forma diferente.
Seguimos disfrutando de esta fascinante ciudad, de sus palacios y madrazas, llamándonos especialmente la atención el minarete Islam Khodja, que termina en forma casi puntiaguda y 57 metros de altura. Decorado con ladrillo cocido, es el más elegante de la ciudad. Junto al minarete se encuentra la antigua madraza del mismo nombre, que cuenta con 42 celdas y una gran sala abovedada. La fachada, a juego con el minarete, está decorada con esmaltado.
El sol empieza a caer y estamos algo cansados, pues el calor agota, así que con tranquilidad nos dirigimos a Kunya Ark, una fortaleza que es como una ciudad dentro de la ciudad. Cuenta con dobles murallas de adobe de 10 metros de altura que daban cobijo a la antigua residencia de los Khanes. Desde la parte superior tenemos la mejor vista de Xiva, pudiendo contemplar todos sus minaretes. Enfrente está la Madraza de Mohamed Rakhmin Khan, pero nos dirigimos al otro extremo del recinto amurallado, pues vamos a celebrar mi cumpleaños en un lugar bastante fino, el Restaurante Khorezm Art, situado frente al Conjunto de Allakuli Khan. Para no variar cenaremos carne, aunque antes nos tomaremos una botella de vino. Os recuerdo que estamos en pleno Ramadán, en un país en el que el 88% de la población es de religión musulmana suní, pero no parecen muy practicantes, fruto de la época soviética. Cuando salimos nos damos cuenta de que en Xiva no hay alumbrado público. La seguridad es total, pero tenemos que caminar por un laberinto de callejuelas bajo la luz de la luna y la que proporciona algún edificio iluminado. Pronto una niña acude en nuestra ayuda y nos guía hasta la puerta, frente a la que se encuentra nuestro hotel. Nos va a alumbrando con la luz de la pantalla de su móvil. La gente en Uzbekistán es encantadora.
Iniciamos una nueva jornada madrugando de nuevo, pues tenemos que concluir la visita a la encantadora población de Xiva, importante oasis en la Ruta de la Seda. Hay que aprovechar la mañana, pues a las cuatro de la tarde tenemos el vuelo de regreso a Taskhkent. Seguimos deambulando por el interior del recinto amurallado y accedemos al Mausoleo de Pahlavan Mahmud, fundador de una rama del sufismo, que vivió entre los siglos XIII y XIV. De allí nos dirigimos a la calle principal para fotografiar el omnipresente Kalta Minor o minarete corto, que se quedó inacabado pese a haberse proyectado para ser el más alto del mundo (80 metros), superando en dos al Qutub Minar de Delhi. Hoy es el emblema de la ciudad.
Al llegar a otra de las puertas de la muralla, la Ata Darvaza, vemos a la izquierda un enorme mural de la Ruta de la Seda, ante el que nos sacamos una foto las dos parejas que realizamos el viaje por libre. Al lado se encuentra el monumento a Muhammad Ibn Muso Al Xorazmiy, el gran matemático que introdujo el álgebra y la noción de algoritmo, nacido en Xiva en el año 783. Junto al Kalta Minor un grupo se prepara para un espectáculo de danza pero, como se demora, nos dirigimos a una terraza cercana a tomar una cerveza mientras nos deleita un grupo de música tradicional.
Salimos del recinto amurallado por la puerta Pakhalavan Darvaza, que nos conduce a Dishon Qala, la ciudad moderna o exterior, un lugar mucho más auténtico, pues es donde vive y compra la población local, pues en el centro histórico solo hay comercios de hostelería, artesanía y recuerdos, así que pasamos un buen rato recorriendo el mercado, deteniéndonos en los puestos de frutas, verduras y hortalizas (¡qué buenos son los tomates!) y fotografiando a una jovencita que prepara un helado y a los orgullosos carniceros.
Pese a ser un lugar impresionante, en Xiva casi no hay turismo extranjero, pero si muchos turistas nacionales, así que las últimas fotos están dedicadas al pueblo uzbeko. Curiosamente no vimos a casi ninguna mujer vestida de negro ni con la cara tapada, algo habitual en otros países musulmanes. Esta es la moda femenina de Uzbekistán. También fotografié a un grupo de niños y a un par de familias, primero con su móvil y luego con mi cámara. Eso sí, la última foto he querido dedicarla a la simpática niña que la noche anterior nos guió hasta las proximidades de nuestro hotel, iluminando nuestro camino con su teléfono móvil. Es mi agradecimiento al pueblo de Xiva que tan bien nos acogió.
Una apresurada comida en el Hotel Asia Khiva a base del tradicional plov, no muy bueno por cierto, y de nuevo a la furgoneta que nos traslada al aeropuerto de Urgench. Dos horas de vuelo en un avión de hélice de Uzbekistán Airways (estaba previsto un Airbus 320) y estaremos en la capital del país, Tashkent. El viaje continúa. Próximo destino: Kazajistán.
Cómo te comento en casi todos tus bogs,o bien he estado hace tiempo,y me recuerdas el viaje con muchísima más precisión que yo lo he visto,o bien como en este caso,estoy deseando conocerlo y el año pasado vuelta a la pandemia, lo tuvimos que anular.A parte de los edificios tan espectaculares,me ha llamado la atención de el colorido de las vestimentas y atuendos. También me encantan los mercados, siempre que puedo,en mis viajes,me suelo perder por alguno. Un abrazo.