Continúo el relato del viaje realizado el pasado mes de septiembre por Portugal, que dejaba la pasada semana llegando a Lisboa, una ciudad que me encanta pero que no visitaba desde el año 1998, coincidiendo con la celebración de la Expo.
El 16 de septiembre llegamos de nuevo a la capital portuguesa igual que hicimos el 13 de marzo de 2020, cuado decidimos interrumpir el viaje debido al Covid. Hemos vuelto al mismo hotel, el Marqués de Pombal ****, situado a un paso de la plaza del mismo nombre, porque nos encantó y por lo amables que fueron cancelando sin gastos las tres noches que nos faltaban. Además cuenta con aparcamiento, una boca de metro en la puerta y está muy céntrico, en plena avenida Liberdade, en la que se ubican todos los comercios del lujo en el agradable y sombreado tramo que va hasta la plaza Restauradores. En el paseo hay numerosas esculturas, entre ellas la dedicada a Simón Bolívar. El hotel tiene un buen restaurante, en el que cenamos dos de las cuatro noches, manteniendo agradables charlas con un camarero, Marcio Costa, buen conocedor de la política del del Athletic.
Restauradores, presidida por un obelisco que conmemora la liberación del país del dominio español en 1640. En un costado hay un monumento dedicado a los colocadores de adoquines en el suelo, algo muy portugués. Pasamos junto a la estación de tren de Rossío, con un grupo escultórico dedicado al fado a su entrada y llegamos a la hermosa plaza de Rossío, que cuenta con dos monumentales fuentes y una gran columna con la estatua de D Pedro IV. A la plaza se asoma el Teatro Nacional de Doña María II. Al lado tenemos otra plaza, la de Figueira, con la estatua ecuestre de D Joao I.
Para desplazarnos por la ciudad hemos comprado (0,50 €) la recargable Tarjeta 7 Colinas (Viva Viagem), que por 6,40 € permite circular 24 h en todos los transportes públicos de Lisboa. El viaje en metro cuesta 1,50 € y nuestro siguiente medio de transporte el elevador de Santa Justa, 5,30 € (un atraco). Por cierto, vemos que todos los que suben pagan ese precio, menos nosotros que llevamos la tarjeta. Desde el Barrio Alto tenemos una vista casi aérea de la plaza del Rossío. Bajamos caminando hasta la plaza Restauradores, junto a la que se encuentra la iglesia de Sao Domingos, en la que se aprecian los destrozos del incendio de 1959. A llegado la hora de hacer un alto en el camino en la rúa Augusta, para que nos “sopapeen” en la Casa portuguesa del pastel de bacalhau, donde pagamos 25 € por dos croquetas de bacalao (a 5 €) y dos vinos blancos de Oporto (a 7,50 €). Eso sí, las copas son de regalo. Vemos también el popular tranvía 28, que cogeremos al día siguiente.
Si hemos tenido trío de plazas, para antes de comer tenemos trío de iglesias, comenzando por la de Santa María Madalena, muy modificada en 1833. Como Lisboa tiene la colección completa de iglesias, casi al lado tenemos la de Santo Antonio, construida en 1767 en el sitio donde nació el santo en 1195. Sin solución de continuidad llegamos a la Sé, la Catedral de Lisboa, en la que lo más importante es el claustro, que no pudimos visitar por estar en obras.
Aunque esto lo realizamos el día siguiente subiendo en el tranvía 28, cerca de la Sé tenemos el Mirador Santa Lucía, desde donde contemplamos los cruceros amarrados en el puerto. De aquí subimos a la zona del castillo, que cuenta con un ambiente que me recuerda al de Montmartre, en París. Un día caminando desde la Sé y otro en autobús desde el castillo, los dos días que estuvimos en Lisboa bajamos a comer a sendas terrazas de la plaza del Comercio, la más emblemática de la capital. Es un lugar que me encanta por su tranquilidad y monumentalidad, al estar adornada por el Arco del Triunfo y la estatua del rey José I. Además se asoma al río Tajo.
Dejamos la tarde de la primera jornada en Lisboa para dedicarla al barrio de Belem. Comimos en la plaza del Comercio entre otras cosas porque desde aquí sale el tranvía 15 y el autobús que nos acerca a ese barrio. Nuestro primer objetivo era el Monasterio de los Jerónimos, pero como hay que sacar la entrada en el ala en la que se encuentra el Museo Nacional de Arqueología, en el que destacan las antigüedades egipcia y romana, aprovechamos para visitarlo también. La entrada conjunta cuesta 12 €, 6 los mayores de 65 años y gratis para los desempleados de la UE.
Construido a partir del año 1502, el Monasterio de los Jerónimos es el monumento más importante de Lisboa. Fue diseñado en estilo manuelino por el arquitecto Juan de Castillo, por encargo del rey Manuel I, para conmemorar el regreso de la India de Vasco de Gama. Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, en su interior podemos contemplar las tumbas de varios monarcas portugueses pero, si por algo destaca este edificio, es por el claustro, decorado con motivos manuelinos. Junto al convento de Cristo de Tomar, ha sido el edificio más hermoso que hemos visto en este viaje.
Seguimos en Belem pero ahora toca caminar pues, aunque vemos enfrente nuestro siguiente objetivo, desde los Jerónimos tenemos que atravesar un parque y buscar la forma de cruzar una especie de autovía y las vías del tren. Unos 600 metros después llegamos al emblemático Monumento a los Descubrimientos, construido en 1960 a orillas del río Tajo para conmemorar los 500 años de la muerte de Enrique el Navegante. Desde él tenemos una preciosa vista del puente 25 de abril. Tenemos que seguir caminando algo más de 1 km para llegar al destino final, la Torre de Belem, preciosa fortaleza del siglo XVI que forma parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, En el agradable paseo pasamos por el faro de Belem, el embarcadero del Bom Sucesso y la réplica del avión con el que se realizó el primer vuelo trasatlántico portugués. Por hoy ya vale. Autobús y metro para regresar al hotel. Hoy cenamos en un restaurante tradicional que tenemos cerca, O Cacho Dourado.
Con la sensación de que ya hemos visto lo más atractivo de Lisboa, iniciamos la segunda jornada con mucha más tranquilidad, recorriendo el Barrio Alto y el popular Chiado, a donde subimos en el funicular Gloria, aquí llamado ascensor. A esta zona también volveremos el día de partida, antes de abandonar el hotel. Comenzamos nuestra ruta en el Mirador San Pedro de Alcántara, desde donde vamos descendiendo, disfrutando de uno de los lugares más auténticos de Lisboa, contemplando curiosas esculturas urbanas, la antigua Livraria Bertrand y un bar decorado con bufandas de equipos de fútbol, entre ellas la del Athletic. Concluimos en la plaza Luis de Camoes, donde cogemos el tranvía 28 para hacer una larga ruta que finalmente nos llevará al Mirador Santa Lucía, del que ya os he hablado.
Hemos dejado la tarde libre para desplazarnos al Parque de las Naciones, la zona en la que se celebró la Expo de 1998, a la que acudimos. Pese a los 23 años que han pasado, esta zona sigue teniendo mucha vida, que se centra en torno a la estación de Oriente, obra de Calatrava e inaugurada como parte del citado evento. La gran atracción de la zona, como también lo fue de la Expo, se centra en el Oceanario, el mayor acuario de interior de Europa, construido por el arquitecto Peter Chermayef. La entrada cuesta 19 € (13 los mayores de 65 años). Regresamos en metro al hotel, donde luego cenamos, pues al ser sábado, muchos restaurantes están cerrados. Se ve que estamos en una zona comercial y de oficinas.
Antes de abandonar el hotel, volveremos a recorrer Lisboa, pero al día siguiente lo dedicamos a dos interesantes lugares cercanos, Mafra y Sintra, declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, pero de ello os hablaré en una próxima entrega. El viaje continúa.
Hace tiempo qué estuvimos en Portugal, Lisboa si la recuerdo bien y algunos otros lugares,pero tengo unas ganas tremendas de volver.Seguro que con esta información lo disfrutaré y veré muchísimo mejor. Un abrazo.