Continúo el relato del viaje realizado el pasado mes de septiembre por Portugal, que dejaba hace tres semanas en Lisboa, ciudad en la que pernoctamos cuatro noches, dedicando la última jornada a recorrer los alrededores.
19 de septiembre. La primera cita la tenemos a tan sólo 40 km de Lisboa, en un lugar del que nunca había oído hablar, pero que decidimos visitar ya que en 2019 fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Se trata de la Real Obra de Mafra, sitio proyectado por el rey Juan V en 1711 que, entre otras, cosas alberga el palacio real, la capilla regia y un convento franciscano. Como era domingo pensamos que iba a estar abarrotado, pero en la fresca mañana prácticamente estuvimos solos recorriendo un edificio enorme. La entrada cuesta 6 €, con un 50 % de descuento para los mayores de 65 años.
25 km después tenemos la siguiente cita en la hermosa población de Sintra, rodeada de montañas. Buena parte de la sierra de Sintra y su centro histórico fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO con el nombre de “Paisaje cultural de Sintra”, incluyendo los siguientes lugares: Castelo dos Mouros, Palácio da Pena, Palácio Nacional, Quinta da Regaleira, Palácio de Seteais, Palácio de Monserrate, Convento dos Capuchos, Palacio de Queluz, Monumento ao Bombeiro y Cabo da Roca. De todos ellos optamos por el Palacio Nacional, que está rodeado de restaurantes, aprovechando para comer en uno de ellos tras la visita.
Construido en estilo árabe, el Palacio Nacional de Sintra fue remodelado en el siglo XV en estilo manuelino, por lo que está decorado con hermosos mosaicos. Particularmente me gustaron la Sala dos Cisnes, decorada con frescos de más de 25 cisnes, y la Sala dos Brasoes, que luce los blasones de numerosas familias nobles del siglo XVI. Desde el castillo contemplamos, en lo alto de la montaña, el Castelo dos Mouros. La entrada cuesta 10 € (8,50 los mayores de 65 años). No había mucha gente en el palacio, pero si en los restaurantes, aunque conseguimos una mesa en una terraza sin dificultad.
Empachados de tanta cultura, después de comer nos dirigimos a la costa. Tras recorrer 18 km descubrimos donde pasan los lisboetas los domingos. Es el cabo da Roca, el punto más occidental de Portugal y de la Europa continental. El día está muy luminoso pero desagradable por el fuerte viento, así que nos quedamos sin recorrer sus impresionantes acantilados, cosa que si haremos 15 km más tarde en la Boca do Inferno, otro lugar muy frecuentado situado en las afueras de Cascais, ciudad que era un completo atasco, en la que nos fue imposible aparcar, limitándonos a tomar desde el coche una foto del precioso palacio que alberga el Museo Condes de Castro Guimaraes.
20 de septiembre Nos resistimos a abandonar Lisboa, así que antes de dejar el Hotel Marqués de Pombal, recorremos por última vez la avenida Liberdade. Para hoy tenemos 327 km de viaje, casi todos por autovía, hasta nuestro siguiente destino, el Algarve y, más en concreto Sagres, una freguesia del concelho de Vila do Bispo. Aquí nos alojamos cuatro noches en el Hotel Memmo Baleeira ****, situado sobre el puerto de pesca del que toma el nombre. Lo mejor del hotel es que desde la habitación contemplamos una impresionante salida de la luna y preciosos amaneceres. Comienza la parte natural del viaje.
Estudiando diferentes rutas para efectuar en el Algarve, descubrí que a 69 km de Sagres tenemos los “Sete Vales Suspensos”, elegida como la mejor ruta de senderismo de Europa por European Best Destination, por votación popular. Se trata de un tramo de costa con impresionantes acantilados que, a lo largo de 6 km, une la playa de Vale Canteanes con la de Marinha, pasando por el faro de Alfanzina, el cabo Carvoeito y las preciosas playas de Carvalho, accesible por un túnel, y Benagil. En esta última pedimos un taxi para recuperar el coche y comer. Continuaremos por la tarde, pues el día ha salido espectacular.
Por la tarde nos acercamos de nuevo a los Sete Vales Suspensos en la playa que nos faltaba, la de Marinha. Por el tema de aforo, los accesos en vehículo están cerrados, teniendo que caminar más de 1 km desde donde podemos aparcar el coche, pese a ser martes (21 de septiembre). Sobrepasamos el final de la mencionada ruta, caminando bordeando la playa de Pau y llegando hasta la parte superior de dos playas a las que sólo se puede acceder por mar, Malhada do Baraço y Barranquinho. El sitio es una preciosidad. Concluimos la jornada desplazándonos al Miradouro de Nossa Senhora de Carvoeiro, para realizar un breve recorrido sobre el acantilado, caminando por una pasarela de madera.
22 de septiembre. Buscando otros impresionantes acantilados nos dirigimos a Praia da Rocha, pero resulta que allí no están. Pese a ello y como la playa es hermosa la recorremos hasta el final caminando por una pasarela de madera, parando a tomar algo en un chiringuito. El siguiente objetivo si que lo tenía previsto, pues es el icono del municipio de Lagos. Se trata de la Ponta de la Piedade, en la que, partiendo del faro, han acondicionado un sendero que recorre la parte superior del acantilado. También descendemos hasta la orilla del mar y de las formaciones rocosas, teniendo que bajar, y luego subir, 196 escaleras. Nos ha gustado este lugar, en el que aprovechamos para comer en un restaurante situado frente al faro.
Esta segunda parte del viaje, que hemos pasado en el Algarve, la hemos dedicado recorrer espacios naturales costeros, visitado sólo una ciudad, Lagos, que cuenta con un montón de animadas terrazas situadas en la plaza Luis de Camoes, de donde nos dirigimos a la Gil Eanes, a la que se asoma el Ayuntamiento, sede de la oficina de turismo. La plaza está adornada por una enorme y moderna escultura dedicada al rey Sebastiao, quien dio a Lagos el título de ciudad en 1573. Pasamos junto al Mercado de Esclavos y la iglesia de Santa María, para luego visitar una de las iglesias más hermosas del país, la de Santo Antonio, que cuenta con una espectacular decoración interior que no dejan fotografiar.
Seguimos en Lagos. Si antes habíamos visto la escultura del Infante D Enrique, en la fachada costera nos llama la atención la de San Gonzalo de Lagos, patrón de la ciudad. A sus pies se encuentra la coqueta playa de Batata, rodeada de formaciones rocosas, a la que se accede bordeando el Forte da Ponta da Bandeira, del siglo XVII. Seguimos paseando por el paseo marítimo y enseguida llegamos al castelo dos Governadores, también del siglo XVII, que tiene frente a él una estatua dedicada al navegante Gil Eannes.
Por hoy ya vale, así que tomamos un café en una terraza y emprendemos el regreso (33 km) al hotel en Sagres, donde pasamos las dos últimas noches en el Algarve. El viaje continúa, pero su final lo dejo para una próxima entrega.