Finalizo el relato del viaje realizado el pasado mes de septiembre por Portugal, que dejaba la pasada semana en el Algarve, tras haberlo recorrido durante dos jornadas completas.
23 de septiembre. Hemos dejado para la última jornada en el Algarve lo que teníamos cerca, así que nos movimos por el entorno de Sagres, donde nos alojamos las cuatro noches. Breve parada en el costero Forte de Beliche y nos dirigimos a nuestro principal objetivo, el emblemático Cabo de San Vicente, que cuenta con una antigua fortaleza y un importante faro. Aquí dejamos el coche y empezamos a caminar sobre el acantilado costero por el Trilho (sendero) dos Pescadores. Es un lugar lleno de encanto, destacando la roca y playa de las Gaviotas, abundantes en esta zona y nuestro punto final, la praia do Telheiro.
Es la única vez en todas las vacaciones en la que, después de comer, podemos descansar un rato en el hotel, aunque a media tarde salimos a tomar un café y caminar por la zona de la Ponta da Atalaya, hasta la parte superior del puerto de Baleeira, que tenemos enfrente del hotel y es el dominio de las gaviotas. Como telón de fondo tenemos los hermosos islotes de Martinhal. Al día siguiente, antes de abandonar el hotel, caminamos un rato por Sagres hasta la escultura del Infante D Henrique. Nos acercamos también a la Fortaleza y contemplamos por última vez el faro del cabo de San Vicente.
24 de septiembre. Dejamos el Algarve. Por delante tenemos 276 km hasta nuestro siguiente destino, Évora. A mitad de camino paramos en una coqueta población, Castro Verde, con idea de tomar algo pero, aunque hay muy poca gente, nos dicen que las mesas son sólo para comer, así que decidimos hacer eso pero en la localidad de Beja. Tras la comida seguimos el viaje, deteniéndonos a fotografiar el castillo de Portel. Finalmente llegamos a Évora, donde nos alojamos en el Hotel Dom Fernando. Desde la habitación contemplamos la piscina y el centro histórico, en el que destaca la Catedral.
Tarde en Évora y decisión a tomar, recorrer el centro histórico, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1986 o ir al Recinto Megalítico dos Almendres, distante 18,5 km. Estuvimos aquí en 2002 y guardo un grato recuerdo de las “piedras”, así que optamos por esa opción y así contemplar el menhir de casi cuatro metros de altura y el crómlech formado por 95 menhires de diferentes tamaños. La siguiente cita fue al Anta Grande do Zambujeiro, un gigantesco dolmen. Me ha dado pena al volver a visitar estas joyas, ver lo abandonado que se encuentra todo, con unos accesos penosos. De hecho, para llegar al dolmen tuvimos que caminar 1 km por una pista, por la que no me atreví a pasar con el coche. Finalizamos la jornada en otro lugar nada cuidado, el Alto de Sao Bento, que cuenta con tres molinos en desuso, que molían cereales. He visto que Évora está muy decadente. ¡Qué lástima!
25 de septiembre.- Con la decisión tomada ayer nos queda poco tiempo para visitar Évora, pues hay que abandonar el hotel antes de las 12 h, así que realizamos una visita panorámica comenzando nuestra ruta en el Monumento a los Caídos, que tenemos al lado. Sólo realizamos una visita interior, optando por la iglesia de San Francisco y la morbosa y anexa Capela dos Ossos (Capilla de los Huesos), realizada en el siglo XVI por un monje franciscano. La entrada cuesta 5 € (3,50 los mayores de 65 años).
Nuestro peregrinar por Évora se dirige ahora a la plaza que más me ha gustado, la Praça do Giraldo, presidida por la iglesia de Santo Antão (San Antonio Abad), construida en el siglo XVI. La coqueta Pousada dos Loios nos da acceso a los restos del templo romano de Diana, que data del siglo I aC. Tras él hay una estatua dedicada al Dr Barahona. Pasamos junto al Palacio Cadaval y nos acercamos a la portada de la Catedral (Sé de Nossa Señora da Assunçao), edificio gótico del siglo XIV, a cuyo interior decidimos no entrar, pues no tendríamos tiempo de ver las murallas.
Salimos del centro histórico de Évora por la Porta Velha de Lagoa, contemplando a nuestra derecha el Acueducto, inaugurado en 1537. Tenemos que caminar durante 1,5 km para llegar al hotel, por un agradable camino que bordea lo que más me ha gustado de la zona declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Se trata de la muralla, también conocida como cerca romana, pues su parte más antigua data del siglo III y tiene 2 km de perímetro. La muralla ha sufrido numerosas modificaciones a lo largo de la historia, según fueron pasando por la ciudad diferentes pueblos, como romanos, visigodos o árabes.
Para hoy tenemos 390 km de viaje, pero a los 84 nos detenemos en una ciudad muy cercana a la frontera, que renunciamos a recorrer pues vamos un poco tarde. Se trata de Elvas, cuyas fortificaciones (fotos tomadas de Internet) forman parte del Patrimonio de la Humanidad desde 2012. De hecho prácticamente nos limitamos a conocer el monumental acueducto de Amoreira (siglo XVII) y la coqueta plaza de la República, presidida por la iglesia de Nuestra de la Asunción. Tomamos un vino en una terraza, compramos unas toallas en una calle cercana y de nuevo al coche que hemos dejado en un aparcamiento subterráneo en la plaza. Cuando voy a pagar veo que la máquina me cobra 0 €. Me dirijo al encargado por si ha habido un error y me dice que la primera hora es gratis. Ha sido “una visita express”.
Tras comer bastante tarde por el cambio de hora en las afueras de Badajoz y recorrer 306 km, llegamos a Salamanca, tal como hicimos el 14 de marzo de 2020. En aquella ocasión no nos dieron de cenar, pues los restaurantes ya estaban cerrados por la declaración del estado de alarma. Ahora nos hemos alojado en el Parador, que cuenta con una impresionante vista de la Catedral, que el 26 de septiembre apareció casi oculta por la niebla. Como hicimos en Coimbra, Lisboa y Sagres, antes de abandonar el Parador decidimos dar un paseo por la ciudad, sin realizar visitas interiores, deteniéndonos en primer lugar ante la Catedral, con la curiosidad de buscar en su fachada la figura del astronauta y del dragón comiendo un helado.
Salamanca forma parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO desde 1988. Aunque no era el objetivo visitar esta ciudad en tan poco tiempo, hora y media como en las anteriores poblaciones, me fijé como meta llegar a un lugar que siempre me ha gustado, la Plaza Mayor, en un recorrido de algo más de 4 km de ida y vuelta. Por el camino fui fotografiando cuanto se me ponía a tiro: el palacio de Anaya, la Clerecía, la Casa de las Conchas e interesantes esculturas, como la dedicada al Lazarillo de Tormes. Sin embargo, en esta apresurada marcha nos costó encontrar la Universidad, encima en contraluz, y la escultura de Fray Luis de León.
Nos quedan 417 km hasta Leioa para concluir esta escapada portuguesa, con parada para comer en tierras burgalesas. Me ha vuelto a encantar Portugal, un país que merece la pena visitar pese a lo cara que está la gasolina y los constantes peajes que hay que pagar en autovías y autopistas.