Como comentaba en la entrega anterior, después de estar tres noches en Torla-Ordesa, continuamos el viaje para pasar las siete siguientes en la Costa Brava, con objeto de recorrer el sur de la provincia de Girona. El alojamiento fue en Lloret de Mar, en el Don Juan Resort **** que, pese a su pomposo nombre, resultó un hotel muy sencillo al menos la zona en la que nos alojaron, repleta de franceses y adolescentes. La habitación era muy básica, sin nevera, unas toallas sencillas y, en nuestro caso, la pequeña terraza no tenía vistas. Vamos, que se le habían caído 2 estrellas. Y no nos podemos quejar, pues bastantes habitaciones tenían tres camas, pese a encontrarse alojado sólo dos personas. Lo mejor de todo fue el buffet del restaurante, aunque un día tuvimos que soportar una interminable cola para acceder a él, pues compartíamos cena unas 800 personas a la vez, de las 2.000 que creo que tiene de capacidad el hotel. Además tuvimos que pagar 100 euros por el aparcamiento. En resumen, tuvimos una entrada triunfal, añorando al momento lo bien que estuvimos en el Silken Ordesa.
Por si fuera poco, las previsiones climatológicas no eran nada buenas, pues anunciaban lluvia casi todos los días, cosa que afortunadamente no sucedió. Por ello, dado que el día estaba espectacular, tras instalarnos en el hotel nos echamos a la calle, caminando por el carrer de la Riera, convertido en una especie de mercadillo, pues está lleno de comercios con objetos parecidos a lo que se vende en el top manta. Nuestro descenso tenía como objetivo llegar al paseo marítimo, siendo recibidos por la escultura L’Esguard, de Rosa Serra.
Caminando a orillas del Mediterráneo llegamos a la plaça de la Vila, a la que se asoma el Ayuntamiento. Más adelante encontramos dos grupos escultóricos, uno dedicado a la sardana y otro que representa una especie de carabela. Nuestro paseo llega hasta un lugar lleno de encanto, la cala Sa Caleta, en la que vemos unas pequeñas embarcaciones de pesca. Sobre ella se alza el castillo d’en Plaja, al que no subimos, asomándonos al otro lado del túnel excavado en la roca, por el que discurre el camino de ronda, regresando a las proximidades de la cala a tomar una copa de vino rosado en una terraza. Por cierto, los 23 € que cuesta la entrada la castillo, me parece desorbitado.
Uno de los días en los que salió lloviendo, volvimos por la tarde a recorrer Lloret de Mar que, la verdad, no tiene mucho que ver, así que callejeamos por su pequeño casco antiguo, que cuenta con un comercio de mayor calidad al que tenemos junto a la zona hotelera. Destaca en él la iglesia de Sant Romá, de estilo gótico catalán de transición al renacimiento. También nos acercamos a Can Font, casa modernista convertida en museo, que estaba cerrada, así que regresamos a nuestra zona para sentarnos en la terraza del Bar El Capitá, al que acudíamos todas las tardes a tomar un vino antes de ir a cenar.
Como amenazaba lluvia, previamente pasamos un buen rato en el Museu del Mar, situado en Passeig de Camprodon i Arrieta, 2, accediendo a él por la oficina de turismo. La entrada cuesta 4 €, la mitad para los jubilados. Merece la pena visitar la que fue la casa Can Garriga, en la segunda mitad del siglo XIX. La exposición se divide en cinco ámbitos: Hijos del mar, Mediterráneo, Las puertas del océano, Lloret después de los veleros y Más allá de la playa, en una muestra que va desde la navegación de cabotaje que se realizaba por el Mediterráneo, hasta la de altura a través del Atlántico.
Pensábamos realizar varias rutas caminando por los caminos de ronda de la Costa Brava así que, como el día amaneció bueno, optamos por el primero, el que va desde Lloret de Mar hasta Blanes, un recorrido de 6,4 km que, con las variantes que hicimos, desde el hotel se convirtió en más de 11. La parte más interesante fue la primera, que sube hasta el mirador en el que se encuentra la escultura de la Dona Marinera, para luego bajar a la coqueta Cala Banys, para volver a subir hasta el castel de Sant Joan.
El camino pierde bastante interés en el descenso hasta platja de Fenals, que bordeamos, para luego subir hasta las proximidades de los Jardins de Santa Clotilde, a los que no entramos, contemplando desde lo alto la platja de Sa Boadella. Caminamos de nuevo en subida por una zona boscosa, pero pronto el interés decae, pues abandonamos la costa para caminar por una carretera interior hasta la ermita Santa Catalina, dándonos la bienvenida la estatua dedicada a A l’obrera de Santa Cristina, en la danza de Almorratxe.
Por carretera llegamos caminando a nuestra siguiente cita, el Jardí Botanic Pinya de Rosa, declarado paraje natural de interés nacional. Tiene una extensión de unas 50 hectáreas y fue realizado por Fernando Riviere de Caralt. Cuenta con cerca de 7000 especies de diferentes géneros, destacando las colecciones de aloes, agaves, yuccas y opuntias, muchas de ellas consideradas las mejores del mundo. Abre de 10:00 a 18:00 h, siendo el precio de la entrada de 5€.
Seguimos caminando por la carretera hasta llegar a nuestro siguiente destino, el castel de Sant Joan de Blanes, desde donde contemplamos la torre de Santa Bárbara y una magnífica vista de la costa, teniendo a nuestros pies el puerto de Blanes y la formación rocosa de Sa Palomera. El camino de ronda continúa por una escalera que baja en picado hasta el centro, pero descendemos por la acera de la carretera, mucho más suave. En Blanes contemplamos tres esculturas dedicadas a la Sardana a Carl Faust y al Portal de la Costa Brava. Comida en un restaurante junto a la playa y regreso en taxi a Lloret.
Al día siguiente amaneció lloviendo, así que desistimos de realizar a pie el camino de ronda que va de Tossa de Mar a Cala Giverola, pero dejó de llover y fuimos a la zona, contemplando en primer lugar una magnífica vista panorámica del castillo de Tossa de Mar y, luego, de los miradores de Cala Bona y Cala Pola. Llegamos finalmente a Cala Giverola, donde tomamos un café e intentamos realizar parte del camino, pero vimos que no estaba muy bien acondicionado, con caídas verticales sobre el acantilado. No queremos pensar cómo tienen que estar de concurridas estas calas en verano.
Acostumbrados a los caminos de ronda que recorrimos el año pasado en Menorca, los de la Costa Brava nos ha decepcionado, unas veces por estar poco acondicionados y otras por estar muy urbanizados, además de tener tramos por carretera separados de la costa, al ser los terrenos costeros de propiedad privada. Todavía nos queda mucho por recorrer. La escapada continúa, pero de ello espero hablar dentro de dos semanas, pues hago un alto en el camino para celebrar las fiestas de San Juan.