La Ruta de la Seda (1): Uzbekistán

Desde la de Sevilla, he estado en la mayoría de las EXPO’s y en junio de 2017 le tocaba el turno a la de Astaná, en Kazajistán, así que con esta disculpa realizamos un viaje a ese país, aunque el que realmente nos interesaba era Uzbekistán y, sobre todo, un lugar tan conocido en la Ruta de la Seda como Samarcanda. La pega es que viajamos en junio, mes en el que hace bastante calor y que nuestro viaje coincidía con el Ramadán, en un país en el que el 88% de su población profesa la religión musulmana sunita.

Tashkent, la capital de Uzbekistán, supuso la puerta de entrada en un mundo desconocido para nosotros. Para aclimatarnos, tras dormir un poco pues habíamos tenido viaje nocturno, el día de llegada lo dedicamos a recorrer el centro de la ciudad, dejando para más adelante la parte monumental. Pronto descubrimos que es una ciudad moderna y que cuenta con un buen servicio de metro. Para acceder a él tuvimos que pasar por el detector de metales, ejemplo de la seguridad que se percibe en todo el país. Vimos el edificio del Circo y enseguida nos dimos cuenta de que hambre no íbamos a pasar, pues en muchos lugares y a todas horas preparan diferentes brochetas y una especie de empanadillas. También hay vino y cerveza.

Como he comentado con anterioridad, el principal objetivo del viaje era conocer Samarcanda, por lo que le segundo día de viaje ya estábamos instalados en esta ciudad (el viaje en tren dura solo 2 horas), aprovechando la tarde para conocer dos extraordinarios lugares. Primero nos dirigimos al Mausoleo Amir Temur, magnífico ejemplo de arquitectura islámica, donde está enterrado el conquistador Tamerlán. Luego nos dirigimos a uno de los lugares más espectaculares de Asia Central, la plaza de Registán, a la que se asoman las madrazas Ulugh Beg (siglo XV), Sherdar (siglo XVII) y Tilla-Kari (siglo XVII). Quedamos tan extasiados que volvimos a ambos lugares después de cenar, para contemplarlos en su versión nocturna. Por el temor a viajar a países musulmanes, había poco turismo en Samarkanda, predominando el español.

Al día siguiente continuamos recorriendo la monumental Samarcanda, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Todos los días hacemos lo mismo, contratar un taxi por horas a través del hotel para movernos por las ciudades. Es muy barato. De este segundo día me quedo con tres imágenes, la Mezquita Bibi Xonim, frente a la que se encuentra el Bazar de Siyob, un gran mercado (¡qué buenos son los tomates!), y el Observatorio Mirzo Ulugbek, del siglo XV, que cuenta con el sextante de piedra más grande del mundo. En el mercado le pedimos al conductor que nos cambie dinero. La moneda local es el som y en el mercado negro se obtiene un cambio mucho más favorable.

Por primera vez, en Samarcanda tuvimos ocasión de degustar una comida típica en un restaurante tradicional y abarrotado de gente a mediodía. La ensalada de tomate y pepino acompaña siempre a cualquier comida, en la que el plato fuerte fue el plov, a base de arroz, pimientos, garbanzos y carne de cordero. Tampoco faltó el riquísimo pan de Samarcanda, calentito, recién sacado de un horno de barro, todo acompañado por una botella de vino local. Pero, no estamos en Ramadán? La herencia soviética pesa mucho y no solo en el idioma.

Los sábados y domingos tiene lugar en Urgut, distante 39 km de Samarcanda por una carretera llena de baches, un impresionante mercado, del que dicen que es el mejor lugar de Uzbekistán para hacer compras. Situado a los pies de las montañas de Zeravshan, este gran bazar parece un centro comercial, pues en él puedes encontrar de todo: alimentación, ropa, electrodomésticos, juguetes, tapices, telas y un largo etcétera, eso si, todo ordenado por secciones.

Nuestro siguiente destino es Shakhrisabz, distante 85 kilómetros de Samarcanda, a donde regresaremos a dormir, así que continuamos viaje en dirección a la frontera con Afganistán. Poco a poco vamos ganando altitud, hasta pasar por un puerto situado a 1788 metros, donde un cartel nos indica que abandonamos Samarcanda. En el descenso, nuestro conductor nos propone parar a comer en un lugar de lo más pintoresco y tradicional. Hoy toca cordero, preparado de dos formas, guisado y al horno. Parece que comemos sentados en una cama, con una mesa en el centro.

A primera hora de la tarde, con un calor terrible, llegamos a nuestro destino Shakhrisabz, pequeña ciudad que alberga un conjunto de palacios, mezquitas, madrazas y tumbas, por los que la UNESCO la ha incluido en la selecta lista del Patrimonio de la Humanidad. Todo lo que hay que ver se alinea en torno a una gran avenida peatonal y ajardinada, completamente nueva, pues los árboles son tan jóvenes que no nos protegen del sol. Me quedo con lo situado en los dos extremos de este paseo, los restos del palacio Ak Saray, construido por Tamerlán en el siglo XIV, y el complejo Dorut Tiloval, en el que destaca la mezquita Kok Gumbaz, del siglo XV. Nos ha costado encontrar un bar abierto para comprar agua. El calor es tan intenso que igual debíamos haber cogido el pequeño autobús eléctrico que recorre todos los sitios de interés.

INFO: Para entrar en Uzbekistán se necesita visado. Aunque estamos en la Ruta de la Seda, el viaje Tashkent – Samarcanda (2 h) – Bukhara (1,5 h) – Tashkent, no lo efectuamos en camello sino en un tren español de alta velocidad, el Talgo-Afrosiyab. Dado que resultaba imposible por Internet, los billetes los conseguimos a través de la agencia Advantour de Tashkent (www.advantour.com). Las estaciones de tren, como los aeropuertos, son muy modernas, teniendo que pasar tres controles antes de acceder al tren, por temor a los atentados yihadistas.

Un comentario en «La Ruta de la Seda (1): Uzbekistán»

  1. Siempre da un poco de miedo visitar estos países pensando en la inseguridad, sin embargo, veo que hay un control ferreo. Muy interesante. Lo que más me sorprende el vino… y más en el Ramadán. Da gusto viajar contigo, se aprende muchísimo.

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