La portada de El Confidencial hasta lo de Chaves y Griñán resultaba demoledora para el PP de Madrid: “Granados empezó a llevarse dinero a Suiza a los 16 días de llegar a la alcaldía de Valdemoro”, “En connivencia con los empresarios David Marjaliza y Ramiro Cid, Granados modificó el plan urbanístico para generar a sus amigos constructores unas plusvalías de 709 millones”, “Granados ‘robó’ incluso al PP: se llevó el 30% de las donaciones que cogió a constructores”, “Granados y su mujer gastaron 100.000 € públicos en cestas de Navidad para amigos”. Y por si empiezan a pensar en que igual Granados es un verso suelto: “Aguirre también contrató a Púnica para mejorar su reputación personal en internet”.
Igual Rajoy huye de esto
Me apasiona la comunicación política, los discursos, las novedades, lo que dicen y lo que quieren decir los candidatos en sus mensajes y los partidos en sus spots, carteles y, por supuesto, Facebook o Twitter. Pero lo que ha hecho Rajoy no lo entiendo: el vídeo en Twitter en el que aparece “caminando rápido” por Badajoz mientras los pacenses abren sus comercios o entran a trabajar, por mucho que lleve un montaje y una música emotiva, creo que no aportan nada a quien tiene una credibilidad muy debilitada.
La liberta roja, ¿tendrá copyright?
Pues si lo tiene, quien tuvo la idea de dar una libreta roja a Juan Mari Aburto cuando era candidato a alcalde de Bilbao debería pedir derechos de autor a Albert Rivera. El de Ciudadanos pasea una moleskine naranja que muestra a periodistas y con la que se deja sacar fotos. “En sus páginas conviven egos y sillones con héroes de España y Venezuela así como Churchill y Suárez”, según leemos en El Español, y no aceras por ampliar con peticiones de la ciudadanía para su calle.
El problema es el precio, no la compra
Después de que medios próximos a Podemos y otros que no lo son tanto cargaran las tintas contra Xavier Trías (el enemigo nacionalista es un enemigo común) porque este pagó el alquiler del banco ocupado en el barrio de Gracia cuyo desalojo está generando disturbios, Ada Colau se plantea adquirirlo. De momento, dice que el precio es excesivo, pero su determinación ha sido clara: comprar la paz. Ojo, no me parece mal pero sí me parece incoherente, también por parte de los “okupas” que antes y ahora acceden a ser buen cliente de la banca.
Llega la “neuropolítica”
Si soy crítico con el neuromarketing, lo soy más con la “neuropolítica”. Dudo mucho, de verdad, que seamos capaces de parametrizar los estímulos hasta el punto de que, si logramos reproducirlos, con que nos den “gustirrinín” en cierta parte del cerebro, compraremos una marca de patatas fritas determinada y votaremos a un partido concreto. Esa especie de conductismo ha servido a muchos para aliviar su complejo por la supuesta falta de ciencia en los estudios sociales.