Hace menos de dos semanas me encontré en Leioa con mi vecino Eliseo, quien me dijo que al día siguiente marchaba “al pueblo” y que iba a ser el pregonero de la “Boda de El Empecinado”, en Castrillo de Duero. ¿Por qué no os animáis y venís? No tenía ni idea de dónde se ubica ese pueblo, así que me explicó que está a 11 km de Peñafiel, una población vallisoletana en la que he estado en varias ocasiones. Les hice la propuesta a unos amigos madrileños y también se animaron. Menos mal que el Hotel Ribera del Duero, en Peñafiel, tenía habitaciones libres. Está bien de precio, tiene un buen aire acondicionado y desayuno a 4 €. Lástima que el bar y el restaurante los tengan cerrados. Así comenzó esta imprevista e intensa escapada, que realizamos del 2 al 4 de agosto cortejando al río Duero, por tierras de viñedos y campos de girasol.
Al mediodía ya habíamos cubierto los 271 km que separan Peñafiel de Leioa. Comimos en el restaurante Molino de Palacios (nos pareció caro), un molino harinero restaurado situado a orillas del río Duratón, punto de descanso de varios patos. A media tarde, bajo un sol de justicia y 34 grados de temperatura, fuimos visitando las cuatro iglesias de la localidad: Santa María, del siglo XVI, sede del Museo Sacro, el convento de Santa Clara, del siglo XVII, convertido en Hotel de 4 estrellas, San Miguel, templo herreriano del siglo XVI, que conserva un buen conjunto de retablos barrocos procedentes de otras iglesias y, finalmente, el convento de San Pablo, edificio gótico-mudéjar del siglo XIV, que alberga la capilla funeraria plateresca de los Manuel, del siglo XVI, que merece la pena visitar.
Finalmente llegamos al lugar que más me gusta de Peñafiel, la Plaza del Coso, de origen medieval y una de las plazas mayores más antiguas de España (1433). Está rodeada por 48 edificios y adquiere especial relevancia en las fiestas de San Roque (del 14 al 18 de agosto) y en la Bajada del Ángel, el Domingo de Resurrección. Desde la plaza se tiene una buena vista del castillo. Subimos luego a la Torre del Reloj, el edificio más antiguo de la población, pues es lo único que queda de la iglesia de San Esteban, del siglo XI. Antes de ir a tomar algo a la zona de la plaza de España, vimos a los vecinos cortar la carretera N-122, exigiendo la construcción de la Autovía del Duero (A11). Para la noche Eliseo nos había preparado una sorpresa: cena en la bodega San Juan, de su amigo Carlos, a base de morcillas y chuletillas de lechazo, hechas a la parrilla con sarmiento, todo ello regado con buen vino recién sacado de la barrica. Una delicia. Nos impresionó el interior de la bodega, que llega casi hasta debajo del castillo. Menos mal que no cenamos dentro, pues hacía un frío que pelaba. Nos sorprendió el ambiente que había en la calle, pues estábamos 10 personas en la mesa y desde ella veíamos otras 7 mesas, con gente cenando frente a las bodegas. Entre pitos y flautas no nos acostamos hasta las dos y media de la madrugada.
Aunque ya lo hemos visitado en ocasiones anteriores, el sábado por la mañana subimos hasta el castillo, considerado uno de los más bellos del Estado. La fortaleza está enclavada en un alto, desde donde se domina Peñafiel y las cuencas de los ríos Duero y Duratón. Mis amigos de Rivas Vaciamadrid son aficionados al buen vino, por lo que aprovecharon para comprar en el Museo Provincial del Vino, una caja de Quelías rosé, de Bodegas Sinforiano, que ha obtenido el premio al mejor vino rosado.
La siguiente cita la tenemos a un paso de Peñafiel, en el pequeño pueblo de Curiel de Duero, que se ve de lejos, pues sobre un cerro rocoso se alza la mole de su castillo, convertido en Hotel de 4 estrellas. Antes de subir a él nos detuvimos en este coqueto pueblo, que tiene un notable núcleo histórico, en el que destacan los restos del Palacio de los Zúñiga, construido en 1410, y la iglesia gótico-mudéjar de Santa María, del siglo XV, que conserva una valiosa portada románica.
Nos desplazamos ahora a uno de los pueblos que más me gustan de la provincia de Burgos, Peñaranda de Duero, aunque como nos hemos entretenido mucho por el camino, tenemos que conformarnos con recorrerlo sin poder acceder a ninguno de sus monumentos. Antes de llegar se divisa imponente la Torre del Homenaje del castillo, construido sobre un cerro en el siglo X, aunque reformado en el XV. Me encanta su Plaza Mayor, con vistas al castillo, a la que se asoma el Palacio de los Condes de Miranda o de Avellaneda, construido en el siglo XVI, que cuenta con un elegante patio señorial con galería doble. Frente a él se alza majestuosa la iglesia de Santa Ana, comenzada en 1540, con su elegante portada barroca. Entre ambos edificios contemplamos una picota o rollo jurisdiccional, de líneas góticas. Mientras comemos en los soportales de la plaza tenemos entretenimiento, pues une enjambre de abejas se ha adueñado el acceso a la iglesia y un apicultor tiene que emplearse a fondo para trasladarlas a una colmena.
A media tarde del sábado llegamos por fin al objetivo principal de esta escapada, Castrillo de Duero, pequeño pueblo de 152 habitantes, aunque no llegan a 70 los residentes durante todo el año, del que sobresale la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, que conserva la cabecera románica del siglo XII. Acompañados de Eliseo visitamos la vivienda de uno de los vecinos, que parece un museo y el portalón de acceso a la de su familia, que será escenario de la escena de la fragua por la tarde. Castrillo de Duero es el pueblo natal de Juan Martín Díez, “El Empecinado” (1775-1825), así que también visitamos el Centro de Interpretación a él dedicado y la escultura situada frente al Ayuntamiento.
Como cada primer sábado de agosto, el día 3 a las 19:30 h dio comienzo la recreación de la “Boda de El Empecinado”, en la que participa buena parte del pueblo y de los veraneantes, aunque los “novios” son actores profesionales. Este año, mi vecino Eliseo fue el pregonero, así que fui acompañando al cortejo por todo el pueblo, bajo un sol de justicia. En diferentes lugares se recrean nueve escenas que llevan por título “Vecinas en la plaza”, “Pregón y juego de niños” “Fraguando amistades”, “Hablares de taberna”, “Hilando fino, fino”, “Sale el novio”, “Ronda a la novia”, “El casamiento” y “Festejo”. En este último se reparten viandas y limonada a los asistentes a la “boda”. La verdad es que ha merecido la pena, pese al calor que hemos pasado durante dos horas. Estamos cansados pero no llegamos al hotel de Peñafiel hasta las 00:30 h.
Hemos dejado para el domingo la visita a una población en la que hemos estado varias veces, pues queda a mitad de camino entre Bilbao y Madrid. Además, llevamos varios años acudiendo a las exposiciones de “Las Edades del Hombre”, organizadas por las diócesis de Castilla y León. Este año celebran el XXIV aniversario en Lerma, ocupando tres recintos religiosos, la ermita de la Piedad, el Monasterio de la Ascensión y la Colegiata de San Pedro. Lleva por título “Angeli”, pues en esta edición está dedicada a los ángeles, Además de poder comer cordero, en Lerma tenemos que visitar también la Puerta de la Cárcel y la Plaza Mayor, presidida por el Palacio Ducal, actual Parador de Turismo.
En Lerma tuvimos una agradable sorpresa, pues no contábamos con ella. Durante todo el fin de semana ha tenido lugar la Fiesta Barroca, una especie de mercado medieval con muchos actos paralelos, que se celebra cada dos años. El domingo a partir de las 12 del mediodía tuvo lugar el acto final, el combate de Tercios del siglo XVII, que se concentran frente al Palacio Ducal, para luego descender hasta el descampado, donde tiene lugar la gran batalla. Bajo infiltrado entre los piqueros de uno de los Tercios y me sorprende que el capitán les habla en castellano e inglés. Me comentan que hay muchos extranjeros que participan en la recreación del mayor combate nunca celebrado en el estado, pues hay más de 450 participantes de varios países. Bajo un sol de justicia presencio la batalla, en el que primero disparan los mosqueteros, luego viene el enfrentamiento de los piqueros y finalmente la pelea cuerpo a cuerpo con espadas. El descampado se va llenando de víctimas, hasta que por fin conquistan la bandera del rival. He tenido suerte, mi bando ha ganado, pero todavía tengo que subir la interminable escalera que conduce a la Plaza Mayor, beber dos claras seguidas, comida y regreso a casa. Ha resultado una escapada muy intensa y muy cansada debido al calor. Menos mal que al llegar a Leioa el termómetro marcaba 23 grados.
Magnífica epriencia,no? Te he acopañado por todo tu recorrido. Hasa he saboreado esse «cordero» com mucha enjundia….. Quien sabe um dia me doy uma vuelta por Castilla en mis paseos desde Brasil a Bilbo. Agur
Verdaderamente contada con maestría y realidad absoluta.Bonito finde.GRACIAS por compartir.Un abrazo