Estamos en el ecuador del viaje patagónico (décimo día), en El Calafate, pequeña población de unos 21.000 habitantes, bastante artificial, que cuenta con aeropuerto internacional. Su atracción es el Parque Nacional de los Glaciares, incluido por la UNESCO en el Patrimonio de la Humanidad. Aquí nos hemos quedado cortos de tiempo, pues sólo nos queda un día completo, que aprovechamos para visitar su máxima atracción, el glaciar Perito Moreno, teniendo la suerte de contar con un día radiante, algo que no debe de ser muy habitual. Lo bordeamos a pie y lo contemplamos desde un barco. Es todo un espectáculo. Al día siguiente empleamos casi 6 horas en un viaje en autobús por pistas polvorientas, para llegar a la población chilena de Puerto Natales. Pronto nos damos cuenta que en Chile todo resulta bastante más caro que en Argentina, pues en poco tiempo hemos tenido que ir tras veces al cajero a sacar dinero. El tiempo ha cambiado notablemente, pues llueve y hace frío. Es lo que tiene la primavera.
Situado a unos 150 km de la localidad chilena de Puerto Natales, el Parque Nacional de las Torres del Paine es uno de los más espectaculares y fascinantes lugares de Patagonia. Como viajábamos juntos cuatro personas, alquilamos una furgoneta con conductor para nuestro recorrido por el Parque, para así tener mayor libertad y aprovechar mejor el tiempo. Visitamos también el Monumento Natural Cueva del Milodón. Entramos en el Parque por el lago Sarmiento, para pronto ver el primer ejemplar de fauna autóctona, el ñandú. Poco después, con la primera visión de las montañas nevadas, contemplamos varios grupos de guanacos, un camélido emparentado con las llamas. La cosa va bien. El día ha despejado y, con un cielo azul intenso, tomamos el primer contacto con las Torres del Paine, en concreto con los Cuernos. Subimos caminando hasta el espectacular Salto Grande, que permite que el lago Nordenskjold desagüe en el río Pehoé.
Seguimos con suerte pues el día resulta extraordinario y sin nada de viento, quedando prendados de este hermoso lugar, de sus montañas, glaciares, icebergs, lagos y cascadas. Nos han dicho que en todo el año solo salen un par de días como el de hoy, así que lo aprovechamos a tope, descendiendo hacia el lago Pehoé, que cuenta con una carísima hostería, desde donde se tiene una espectacular vista de los Cuernos del Paine. Completamos el recorrido observando los témpanos de hielo del lago Grey, pequeños iceberg que se van desprendiendo del glaciar. La visión que tenemos con los témpanos de hielo en primer plano, el lago, el glaciar y las montañas como telón de fondo, es de las de no olvidar. Sin darnos cuenta se nos ha hecho tarde y optamos por ir a comer junto a las oficinas del Parque, unos huevos con patatas fritas que pagamos a precio de oro. Teníamos que haber llevado comida. Por delante tenemos 130 km para regresar a Puerto Natales.
Seguimos avanzando con prisa, pues la jornada siguiente resulta bastante apretada. Primero, tres horas de autobús hasta el aeropuerto de Punta Arenas, ciudad situada a orillas del estrecho de Magallanes. Luego, algo menos de dos horas de avión hasta Puerto Montt, observando desde el aire el radical cambio de paisaje, ya que al sobrevolar las islas de Chiloé todo se vuelve verde y boscoso, como también lo es el trayecto que nos separa de Puerto Varas, la “Ciudad de las Flores”, turística localidad situada a orillas del lago Llanquihue, en la que nos alojamos.
Una agencia de turismo ha creado un producto conocido como “Cruce de Lagos” que, previo pago de 295 dólares USA en la actualidad, permite enlazar Puerto Varas (Chile) con San Carlos de Bariloche (Argentina), en un viaje de unas 12 horas en las que se alternan cuatro tramos en autobús con tres en barco, navegando por los lagos Todos los Santos, Frías y Nahoel Huapi, rodeados de montañas nevadas de las que se desprenden varias cascadas. Al mediodía se para a comer en la encantadora Peulla. Lástima que este día el tiempo no acompañó, no pudiendo disfrutar de la vista de las montañas nevadas, cruzando los Andes a 976 metros de altitud. De todas formas pudimos disfrutar del paisaje cercano, como los pescadores, las cascadas o las gaviotas que se acercaban al barco en busca de comida.
Hemos regresado a Argentina. Al día siguiente, en Bariloche, nos despedimos de Patagonia. Capital de deportes de invierno, parece una población suiza con fábricas de chocolate incluidas, en la que justo disponemos de tiempo para subir en telesilla hasta el Cerro Campanario, desde donde podemos contemplar el último tramo realizado en barco el día anterior. Al mediodía tenemos que regresar a Buenos Aires, ya que han anulado el vuelo directo a Iguazú y por la capital no enlaza ninguno en el día. Cosas de Aeorolíneas Argentinas.
Pasamos 47 horas en Iguazú, donde ya habíamos estado años antes, pero al volar desde Madrid con Aerolíneas Argentinas, regalaban el vuelo de ida y vuelta. Declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, las cataratas del río Iguazú forman un semicírculo de 2.700 metros, desde el que se precipitan casi 300 cascadas que alcanzan hasta 80 metros de altura. Nos alojamos en Puerto Iguazú y siguiendo los consejos de los lugareños, por el tema de las fotos decidimos visitar primero el lado brasileño. Contratamos un taxi que nos llevó hasta la entrada al parque, donde cogimos el autobús ecológico hasta el Hotel das Cataratas, situado a 25 km de Foz do Iguaçú. Frente a él parte el Sendero de las Cataratas que, a lo largo de 1.200 metros, nos permite recorrer la margen derecha del río Iguazú, pudiendo contemplar las diferentes cascadas que se precipitan desde el lado argentino. El punto más espectacular es la pasarela que nos lleva al pie de la gran cascada de la Garganta del Diablo. Luego nos dirigimos a la parte superior del río, tan manso, que parece imposible que de repente se precipite en una gran caída de 80 metros.
Como nuestro conductor nos está esperando, tras recorrer el lado brasileño nos desplazamos hasta la entrada al parque en el lado argentino, situada a 17 km de Puerto Iguazú. Directamente nos dirigimos hasta la estación del Tren de la Selva, donde cogemos un tren ecológico que nos conduce hasta la estación de la Garganta del Diablo. Aquí nace el sendero del mismo nombre, una pasarela de 1.130 metros que atraviesa varios meandros del río y nos lleva al lugar más espectacular del parque, la Garganta del Diablo, donde se puede sentir con toda su fuerza lo que son las cataratas de Iguazú. Provistos de agua nos dirigimos luego al llamado Circuito Superior, un recorrido de algo más de un kilómetro que se acerca a 6 diferentes balcones desde los que contemplamos siete saltos y el circo que forman otros cinco. Finalmente nos dirigimos al Circuito Inferior. A los largo de unos 1.700 metros se accede a 8 miradores que nos permiten contemplar una panorámica diferente de las cascadas anteriores. Resulta fácil encontrar grupos de coatíes y algún lagarto. Tras haber estado en las cataratas del Niágara (USA-Canadá) y Victoria (Zambia-Zimbabwe), definitivamente me quedo con Iguazú. El viaje ha concluido, aunque todavía tendremos que pasar 24 horas en Buenos Aires antes de coger el vuelo de regreso a casa.
Debo de reconocer, no sólo la magnífica información con qué detallas los viajes,sino también la belleza de las fotografías.Las de hoy espectaculares. Un abrazo.