Dejaba la pasada semana el relato de este viaje en Port of Spain, la capital de Trinidad y Tobago, desde donde por la noche navegamos hasta Saint George’s, la capital del estado insular de Grenada, el segundo más pequeño del hemisferio occidental, pese a incluir la isla del mismo nombre y las Granadinas del Sur. Grenada se dio a conocer al mundo el 25 de octubre de 1983, cuando Estados Unidos y otros estados caribeños invadieron la isla y derrocaron el gobierno de Hudson Austin. Llegamos a las 9 de la mañana y teníamos nueve horas por delante para visitar la isla. La terminal de cruceros Melville Street está en pleno centro de la ciudad, así que nada más bajar del barco nos dirigimos a la zona del puerto pesquero, donde se encuentra el Fish Market, el mercado del pescado, en el que pudimos comprobar lo amable que es esta gente.
Saint George’s es una pequeña ciudad rodeada de colinas, así que, tras recorrer el centro, cruzamos a pie los 105 metros del Sendall Tunnel, construido en 1894, que da acceso a una zona muy agradable, el Carenage. Dimos un agradable paseo por esta bahía capitalina frecuentada por pescadores, yates y embarcaciones de recreo, bajo la atenta mirada del Christ of the Deep (Cristo de las profundidades).
Por la tarde participamos en una excursión a bordo de un autobús criollo, principal medio de transporte en la isla en los años cincuenta, en el que nos desplazamos al Fort George, construido en el siglo XVIII para proteger con sus cañones el acceso al puerto. La segunda cita fue en lo alto de Richmond Hill, donde se encuentra el Fort Frederick, terminado de construir en 1791. Tras un recorrido por las colinas concluimos la excursión en la preciosa playa Grand Anse, situada a tan solo 3 km del centro. Me ha gustado Grenada, isla que abandonamos coincidiendo con la puesta de sol.
2 de febrero. Tras 17 horas de navegación llegamos a Basseterre, la capital y principal ciudad del estado de St Kitts & Nevis (San Cristóbal y Nieves), el país más pequeño del continente americano, tanto en tamaño como en población. Pese a ello coincidimos tres cruceros. Tenemos 8 horas en esta escala, pero como hace dos años ya estuvimos recorriendo esta isla, nos la tomamos con calma, dedicándonos a pasear por el centro de la ciudad, conocido como The Circus, acercándonos a la zona del mercado, a la Torre del Reloj y a Independence Square, a la que se asoma la Catedral. Por la tarde volvimos a salir a Port Zante, la terminal de cruceros, para tomar una piña colada. Aquí se concentra el ambiente de la ciudad. Contemplamos la puesta de sol entre las nubes y a seguir navegando.
El 3 de febrero concluye el crucero en Fort-de-France, la capital de la francesa isla de Martinica, en la que pasamos cinco días. Prescindimos de la capital que ya “pateamos” dos años atrás y nos dirigimos al aeropuerto, donde tenemos reservado un Opel Corsa para recorrer la isla. Al igual que sucediera en Guadalupe, en febrero los precios son desorbitados en Martinica, pues la mayoría de los hoteles están al completo. Para nuestra estancia hemos elegido el Hotel La Bateliere, situado a solo 100 metros de la playa, que cuenta con una piscina al aire libre y habitaciones con vistas al mar. Se encuentra en Schoelcher, a 5 km de Fort-de-France. Los amaneceres y puestas de sol resultaron espectaculares.
4 de febrero. Comenzamos nuestro recorrido por Martinica por la “Route de la Trace”, una de las carreteras más hermosas de la isla, deteniéndonos en primer lugar en Balata, para visitar una iglesia que se parece bastante al Sacré-Coeur de Monmartre, pero en pequeño. El centro de Martinica está dominado por la Montagne Pelée y los Pitons du Carbet, montañas que superan los 1100 metros de altitud. Muy cerca tenemos el Salto del Gendarme, cascada a la que se accede por un corto sendero en medio de una vegetación exuberante. Como es domingo, mucha gente se acerca a este lugar con su comida ya que hay mesas de pic nic. Nosotros comemos en un restaurante cercano y por la tarde nos dirigimos a la Habitation Depaz, una destilería enclavada en un preciso entorno, cuyo interior no podemos visitar por estar ya cerrada.
Continuamos nuestro recorrido hasta un lugar cercano, el Centre de Decouverte des Sciences de la Terre (Centro de Descubrimiento de las Ciencias de la Tierra), impresionante edificio que alberga exposiciones dedicadas a los riesgos naturales, de las erupciones volcánicas a los ciclones, pasando por los seísmos y los tsunamis. Avanzada la tarde nos detenemos en Sint-Pierre, antigua capital de Martinica antes de ser destruida en 1902 por la erupción del Montagne Pelé. Entre sus edificios destacan la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción, la Bolsa y el mercado. De aquí regresamos a nuestro hotel en Schoelcher.
El 5 de febrero lo dedicamos a recorrer la costa sudoeste de la isla, comenzando en Trois-Ilets, donde visitamos un lugar lleno de encanto llamado La Maison de la Canne, que permite descubrir la evolución de la caña de azúcar en los tres últimos siglos. Antes de entrar en el centro de la población, nos detuvimos en una rotonda que cuenta con un vistoso parque de esculturas. Luego nos acercarnos a la iglesia de Notre-Dame-de-la-Bonne-Délivrance, al mercado y a la zona de la playa, donde aprovechamos para comer.
Por la tarde continuamos recorriendo la costa hasta uno de los lugares que más me atraían, para contemplar le Rocher du Diamant (La Roca del Diamante), un pequeño islote deshabitado del mar Caribe. Dimos un corto paseo por el sendero Promenade Aimé Cesare y llegamos al Memorial de l’Anse Caffard, grupo escultórico construido en 1998 con motivo del 150 aniversario de la abolición de la esclavitud, que recuerda que el 8 de abril de 1830, un barco cargado de esclavos, procedente del golfo de Guinea, naufragaba en esta costa. Fallecieron 46 personas. Nuestro siguiente destino es Grand Anse des Salines, una preciosa playa de arena blanca, aguas turquesas y rodeada de cocoteros. Pese a ser lunes, desde 2 km antes las cunetas estaban llenas de coches. Menos mal que nos dejaron aparcar 5 minutos en un chiringuito junto a la playa para tomar unas fotos. La isla está abarrotada de turistas. Al día siguiente nos dirigimos a Le François, donde vimos pequeños veleros en un paraje lleno de encanto, rodeado de islotes y la escultura “La yole ronde”, que recuerda las antiguas embarcaciones de los pescadores. También asistimos al carnaval infantil.
Buena parte de los días 6 y 7 de febrero, dado que el avión no salía hasta las 10 de la noche, los pasamos en un lugar que nos agradó bastante, Sainte-Marie y la reserva natural de la península de Caravelle, parte de la cual recorrimos a pie, caminando al borde de playas casi desiertas y llegando al Faro de la Caravelle, situado a 157 metros de altitud. Uno de los días comimos frente al tómbolo, palabra de origen italiano que designa una lengua de arena que conecta a través de las aguas una isla y la costa. En las bajamares vivas de noviembre a abril se puede ir caminando hasta el islote. Un tómbolo muy conocido es el de Mont Saint-Michel, en Normandía. También vimos pescar a los pelícanos y, en Sainte-Marie, visitamos la iglesia Notre-Dame-de-l’Assomption. El viaje ha llegado a su final. Me gustó más la isla de Guadalupe, pero Martinica no ha estado nada mal. Lo malo es lo lejos que están las dos.
Tras más de 8 horas de vuelo, el Boeing 777 de Air France toma tierra en el aeropuerto Paris.Orly. Hemos tenido suerte pues durante bastantes horas ha estado cerrado por la nieve. Lo malo es que tenemos que cambiar de aeropuerto, al Charles de Gaulle, pues en poco más de 5 horas sale el vuelo para Bilbao, pues vestimos de verano y la temperatura ha caído de 30 a 0 grados, sin tiempo para aclimatarnos. Hemos vuelto a la cruda realidad, al invierno. Las montañas del Duranguesado también están nevadas. En el aeropuerto de Loiu vemos el autobús del club de fútbol Las Palmas. Qué casualidad, pues Gran Canarias fue nuestro siguiente destino de invierno.
Después de este detallado viaje no me queda ninguna duda… Martinica y Guadalupe,imprescindibles. Bonito reportaje y preciosas fotos para enamorar.Un abrazo.