Con bastante retraso, inicio el relato del quinto viaje del año con destino a la italiana ciudad de Florencia (Firenze), realizado del 10 al 14 de junio. He visitado esta ciudad en tres ocasiones, pero no lo hacía desde el año 2015. El vuelo de Volotea nuevamente salió con retraso, así que llegó bastante más tarde de las 22:55, hora a la que tenía prevista su llegada, pero ni tan mal, pues conseguimos aterrizar en Florencia, no como el sábado anterior que voló a Pisa, teniendo luego una hora de viaje en autobús. También tuvimos la suerte de que, aunque el aeropuerto estaba a punto de cerrar, había un taxi de guardia que nos trasladó al Hotel Eurostars Florence Boutique ****, en el que nos alojamos las cuatro noches. Fue un buen acierto pues tenía un buen aire acondicionado, estaba a solo 550 metros de nuestro primer destino, la Basílica de Santa Croce y desde su terraza había una excelente vista del centro histórico, de donde sobresalía el Duomo.

Con muchísimo calor, el 11 de junio empezamos a patear la ciudad, siendo el primer destino la Basilica di Santa Croce, frente a la que se encuentra la estatua de Dante Alighieri. En este entorno cenamos las tres noches siguientes. Consagrada el 6 de enero de 1443, tiene 115 metros de longitud y 38 de anchura, lo que la convierte en la iglesia franciscana más grande del mundo. En sus capillas hay frescos de artistas como Giotto, Brunelleschi o Donatello, aunque si algo caracteriza a este templo son las casi 300 tumbas con que cuenta. Algunos de los personajes más conocidos aquí enterrados son Galileo Galiei, Maquiavelo, Lorenzo Ghiberti o Miguel Ángel.

La Basílica de Santa Croce cuenta con una amplia zona museística ubicada en torno al claustro Mayor, diseñado por Filippo Brunelleschi, que también alberga la Capilla Pazzi, otra obra maestra de Brunelleschi, que destaca por su arquitectura renacentista. Se construyó como recinto funerario de una de las grandes familias florentinas del renacimiento, los Pazzi, y como sala para los franciscanos. Una de las obras más interesantes es el Crucifijo de Cimabue. La entrada cuesta 10 €.

Concluida la visita a la Basílica, empezamos a recorrer el centro histórico pasando junto al Museo Nazionale del Bargello que cuenta con un monumental edificio y varias ubicaciones. Nuestro destino era la piazza del Duomo, abarrotada de gente que hacía una larga cola para acceder al interior de la Catedral, una de las más grandes del mundo, cuya entrada es gratuita. Como ya estuvimos en un viaje anterior, nos limitamos a contemplarla desde fuera. Lo mismo hicimos con el Battistero di San Giovanni, revestido de mármol, y el Campanile de Giotto, de 82 metros, pudiéndose acceder a lo alto tras subir 414 escaleras.

Los cuatro días que estuvimos en Florencia la temperatura máxima osciló entre los 37 y 38 grados, así que optamos por el plan B, que solemos hacer cuando llueve: visitar iglesias y museos. Como la teníamos cerca optamos por la Basílica de San Lorenzo, sacando una entrada conjunta para tres de sus cuatro lugares visitables, siendo el primero la Biblioteca Medicea Laurenziana, una de las joyas ocultas de Florencia, que cuenta con una espectacular sala de lectura, a la que se accede desde el primer piso de un claustro. A continuación tocó descender a la Cripta de los Médici, convertida en un museo.

Tuvimos que salir a la calle para acceder a San Lorenzo, la iglesia parroquial de los Médici, una familia de banqueros rica y poderosa, que gobernó Florencia durante casi tres siglos. Es una de las iglesias más antiguas de Florencia, aunque su fachada está sin terminar. En su interior destacan el tabernáculo de mármol, las capillas de los Ginori, Mayor y Martelli, en la que hay obras de Donatello, Filippo Lippi y Desiderio da Settignano y, por supuesto, la Sacristía Vieja de Brunelleschi.

La entrada conjunta para la iglesia, la biblioteca y la cripta no sirve para otra zona de la iglesia con acceso separado, que pertenece al Museo Cappelle Medicee, donde se encuentra la espectacular Capilla de los Príncipes (Capella dei Pricipi), una sala octogonal convertida en mausoleo de los Grandes Duques de Toscana y sus familias, obra del arquitecto Matteo Nigetti. Aquí también se encuentra la Sacristía Nueva, obra de Miguel Ángel (Sagrestia Nuova), construida en el siglo XVI como panteón de los Medici. Lo más curioso es que cada tumba tiene en su base un par de estatuas, masculina y femenina, reclinadas.

Empachados de tanta cultura, decidimos acercarnos al Mercato Centrale, que se encuentra a tan solo 170 m. La calle que le da acceso, la via dell’Ariento, está repleta de puestos de venta de prendas de piel: cinturones, bolsos…, algo muy habitual en Florencia. Conocido también como Mercado de San Lorenzo, data del siglo XIX, cuando Florencia fue la capital de Italia. Lo primero que encuentras nada más acceder a su interior son pequeños restaurantes y puestos de comida. Luego nos detuvimos en los de venta de quesos y en los más coloristas, de frutas, verduras y hortalizas. Abre de 9 a 23 h.

Tras comer en las proximidades del mercado y dado el insoportable calor que padecimos, nos dirigimos a la Basílica de Santa María Novella, distante tan solo 400 metros, que abre de 9 a 17:30 h, costando la entrada 7,50 €. Declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, la iglesia se levantó en diferentes fases, entre los siglos XIII y XV, destacando su imponente fachada renacentista de mármol. Se accede por una especie de pórticos decorados con frescos, que nos conducen a la gótica nave central. Detrás del altar está la capilla Tornabuoni, cuyos frescos son de Domenico Ghirlandaio. Otros frescos notables son los de Filippino Lippi en la capilla Strozzi.

Pasamos la tarde a gusto en esta basílica pues la temperatura resultaba muy agradable, aunque salimos también a los claustros, entre los que destaca el Verde por sus frescos, especialmente los realizados por Paolo Uccello, que representan escenas del Antiguo Testamento. El refectorio ha sido convertido en un museo, que alberga pinturas y objetos religiosos. Concluida la visita nos dirigimos a la Estación Firenze Santa Maria Novella, que tenemos enfrente, para comprar los billetes a Bolonia, a donde fuimos dos días después. El calor era insoportable, así que cogimos un autobús que nos llevó hasta cerca del hotel. ¡Qué gusto nos dio el aire acondicionado y el vaso de agua fría que tomamos en la recepción!

Todavía nos quedaban muchas cosas por ver en Florencia, aunque tuvimos que adaptarnos a las altas temperaturas. El viaje continúa.