Arnaldo Otegi está a un paso de, en cualquier entrevista, llamarnos gilipollas a los que seguimos pensando que los que se dedican a pintar sedes de distintos partidos y el domicilio de Idoia Mendia tienen todo que ver con Bildu, y de referirse a los de los sprays como “esos pintores de los que usted me hablar”. Porque, según Otegi, es una locura pensar que si Pernando Barrena da la bienvenida en Twitter a un preso de ETA, quienes llaman la atención sobre la huelga de hambre de otro tienen algo en común con el eurodiputado de Bildu. Como si no hubiéramos visto otras pintadas, otras capuchas y otras excusas.
Cuestión de estilos
Hacer política riéndose de la gente es un estilo. Es el estilo de Otegi, que nos trata como si no tuviéramos ni memoria ni conciencia. Y fue siempre el estilo de Girauta que, con su habitual cara de perro, en el fondo, se descojonaba de que pudiera estar haciendo política con sus fobias. Ahora, el ex de Ciudadanos ha caído en desgracia, está enfadado de verdad y se nota la diferencia: “Bueno, no sujetáis a los perros, ¿eh? De acuerdo. Vosotros lo habéis querido. He dejado mi tierra y he roto con muchos amigos por defender la libertad. Vosotros, traidores, me vais a comer la polla por tiempos”, tuiteaba esta semana.
Antifascista y demócrata
No veo cómo puede ser uno antifascista y no ser demócrata. De hecho, no entiendo que una persona sana no sea demócrata. Si alguien defiende una dictadura, la que sea, para mí, el problema mental de esa persona es evidente, y tiene que empezar un tratamiento. Pero si Daniel Innerarity dice esto yo seguiré dándole vueltas: “Ser antifascista como condición para ser demócrata es, dependiendo de cómo se mire, una obviedad o algo discutible. Sería como decir que basta con ser antimalo para ser bueno”. Lo que tengo claro es que no podemos permitir que se declare antifascista quien no lo es.
Ser monárquico tampoco tiene sentido
Ser monárquico hoy tampoco tiene sentido salvo que vivas de esa monarquía directamente. Entonces, tampoco defiendes la monarquía: defiendes tu sueldo. Es lícito, pero nos sale demasiado caro a los demás. Hoy no hay ni una prueba del beneficio para España de una jefatura de estado hereditaria. Al contrario: Pilar Eyre recordaba que se cumple un año de la renuncia de Juan Carlos I a su agenda institucional. Y lo hacía con estas palabras de la amante del emérito: “El rey Juan Carlos es como un niño… No distingue lo legal de lo ilegal”. Ese es el resultado de la inviolabilidad de la Corona y el velo que le pusieron entre todos.
Demócratas… De aquella manera
Esta semana hemos visto cómo Marlaska sufría su propia medicina, como Ortuzar recordó en Telebilbao: el juez Marlaska era un azote para el gobierno de turno y el ministro Marlaska recibe los latigazos de los que se ven en la obligación moral de corregir, desde sus puestos funcionariales, a los electos. Miquel Roig lo resumía en Twitter, como siempre, mejor que nadie: “Que no pasa nada por que un ministro dé varias versiones distintas de un mismo hecho ya lo demostró Ábalos con el ‘Delcygate’. Lo que estamos midiendo aquí es hasta dónde llega la vergüenza torera de cada uno”.