Ya es suficiente

Hace tiempo que no consigo explicarme por qué el mundo sigue permitiendo que existan los ultrarricos o personajes deleznables como Putin, Xi Jiping, Kim Jong-un, Trump o Bolsonaro. Directamente, podemos y debemos eliminarlos de la ecuación. Nada justifica que tengamos que cargar con estos lastres para la supervivencia de nuestra civilización. Nada. Y con cada ejemplo en Irán, Qatar o Brasil, el pasado domingo, lo tengo más claro. Es necesario que nos organicemos como la sociedad capaz y sensible que somos, y que empecemos a señalar, cuando menos, a guerracivilistas peligrosos y a los tontos útiles en los que se apoyan.

Irresponsable

Bolsonaro ha decidido hacer como que nada va con él. No va con él el relevo en la presidencia de Brasil ni van con él las movilizaciones de las y los pánfilos y quienes les dirigen. Bolsonaro se ha ido a EE.UU., donde le vemos comer en un Kentucky Fried Chicken, ajeno a todo. Pero su omisión es acción: no estar presente ha dado alas a quienes creen que Lula Da Silva es un presidente ilegítimo. El traspaso de poderes no solo es simbólico: supone reconocer que has perdido y que le toca a otro dirigir al país, aunque no te guste. Y Bolsonaro ha decidido que él no reconoce, no deja pasar y que está en la reserva, cebándose, si le reclaman.

Sí, sin tontos

Si votas a la fascistada o eres facha o eres un desinformado. No hay más. Y pasa con la extrema derecha española y mundial pero también con esos partidos que no reconocen ni condenan la existencia de un fascismo vasco que asesinaba a quien pensaba diferente. El puestito vale más que la decencia. Y engañar a las y los pánfilos siempre es más fácil que contar la verdad: En Ctxt explican “cómo la extrema derecha explota la conspiranoia que niega la crisis climática”. Pero no solo son negacionistas del cambio climático o de la democracia: “En los canales ultras de comunicación se desprecia el consenso científico”. Esos son sus mimbres.

Muy españoles y mucho españoles. O no

No tengo nada en contra del Real Madrid. Lo considero el enemigo íntimo del Athletic Club, mi equipo. Pero no deja de resultarme significativo que, por primera vez en 121 años de historia, Carlo Ancelotti sacase al acampo un once inicial sin españoles (de nacimiento) en el campo. Españoles de nacionalidad, como Valverde, sí que había. Pero lo significativo, para mí, es que haya tardado tanto, la verdad. En un fútbol tan globalizado este hecho ya se ha dado en muchos equipos ingleses, que han saltado al campo sin ingleses. También lo hizo el Inter en Italia sin italianos. Espero que nunca lo haga el Athetic sin vascos.

16 años de iPhone

Tal día como ayer en 2007, Steve Jobs revolucionaba nuestra vida: nacía el iPhone y con él el modelo de smartphone que el resto de marcas copiarían. Las BlackBerry de las que casi nadie se acuerda ya (sin embargo, yo sigo echando de menos la mía) ya existían, pero fueron desplazadas rápidamente por un dispositivo que, como me dijo uno de los primeros usuarios que yo conocí, simplemente, “mola”. Han pasado 16 años, varias generaciones de iPhone y el precio del aparato es hoy una locura injustificable, pero la visión de Jobs, que realmente lo diseñaba todo como un usuario perfeccionista, sí que ha quedado.

¿Qué puede salir mal?

Cuando el anterior equipo de Twitter baneó miles de cuentas no lo hizo arbitrariamente. Trump era y es un tipo peligroso, y lo son quienes acosan, insultan, suplantan identidades… Pues bien, todas ellas y todos ellos volverán a Twitter (salvo que hayan cometido delito o hayan difundido spam) porque Elon Musk, en su particular manera de entender la democracia, ha vuelto a hacer caso a la turba. A Musk no parece importarle bajar la calidad de Twitter: él quiere cantidad. El hombre que tan preocupado se mostraba por los “bots” y las cuentas falsas ahora readmite a orcos con la cabeza bien alta, como Sauron.

Todo está mal

Los fans de Elon Musk creen que está abriendo un debate al adelgazar la estructura de Twitter y lograr, al mismo tiempo, que siga funcionando. ¿A qué precio? Ya avisó el hijo del propietario de una mina de esmeraldas en Zambia (y no, esto no es casualidad) de que quienes se quedasen iban a hacer largas y extenuantes jornadas, como Esther Crawford, directiva de Twitter, que “compartió con orgullo esta foto durmiendo en su trabajo”. “La romantización de la explotación laboral es una tara más de este capitalismo de ricos caprichosos y aduladores aborregados”, tuitea Pepo Jiménez, y yo solo puedo estar de acuerdo.

Los medios, los bancos

Musk no distingue entre la turba que habita en Twitter y “el pueblo”, es un latiguero reconocido que abandera la libertad de expresión y despide a quien le cuestiona, y desde este punto de partida, acompañado de su fortuna indecente, quiere sustituir a los medios. Reconozco (desde este grupo, con todos sus defectos y virtudes) que a veces estoy tentado a rendirme y darle la razón: “El Banco Santander puede volver a hacerse fuerte en el consejo de administración de Prisa aprovechando la necesidad de financiación que tiene el grupo” (The Objective). Por supuesto, “a cambio pide una mayor participación en la gobernanza”.

A Vox le da todo igual. O casi

Vox ha conseguido, con su ataque vía Carla Toscano, que se prestó a ser la mujer más machista del Congreso ahora que Macarena Olona no está, conseguir lo contrario de lo que, aparentemente, pretendía: Irene Montero está reforzada después de las consecuencias negativas que su última ley iba acumulando. Pero eso a Vox también le da igual: ellos lo que quieren es presentarse como la oposición sin pelos en la lengua (también sin decencia), recuperar el foco, a cualquier precio, y socavar la confianza en las instituciones democráticas (de eso va la ultraderecha, justamente). Y lo han conseguido.

Los más tontos

El vídeo en el que “fanáticos de Bolsonaro claman auxilio extraterrestre con la luz de sus móviles por la victoria de Lula” (El Plural) es para verlo. Un grupo de simpatizantes del expresidente ultra de Brasil con las linternas encendidas sobre su cabeza apuntando al cielo y la otra mano tapándola y mostrándola, todo ello, en medio de una contaminación lumínica que solo es otra muestra de que la idiocia en aquella plaza estaba repartida con generosidad. Son las y los más tontos porque solo desde ese punto de partida uno puede entregarse a la extrema derecha y estar dispuesto a hacer el ridículo por ella.

«Siempre hay un nivel más»

En su hilo sobre la preocupante situación de Brasil, una vez más, provocada por la extrema derecha, el populismo y neoliberales como Vargas Llosa o Neymar, Jorge Galindo describe “la lógica circular de la conspiración: siempre hay un nivel más de duda al que acudir”. Si Bolsonaro (después de llenar Brasil de armas) no sabe que sus dudas refuerzan la espiral y la escalada de violencia, malo. Si lo sabe, directamente, tiene que ser juzgado por algo más que la opinión pública e incluso la historia. Un Trump de Aliexpress al que no se puede blanquear de ninguna manera. Y quien lo haga tiene que ser claramente señalado.

No hay diferencia

No hay diferencia alguna entre quienes defienden a Bolsonaro y quienes defienden a Putin. Son colaboradores del fascismo contemporáneo y parecen en Twitter lamebotas del uniforme de las SS. Ricardo Marquina, periodista en Rusia, explicaba con claridad meridiana lo que hace el del Kremlin, o lo que es lo mismo, lo que justifican quienes le defienden, precisamente: “Rusia suspende los acuerdos para exporta trigo desde Odesa por el ataque de hoy a la flota del Mar Negro, ataque considerado como ‘terrorista’ por Moscú. El crucero atacado lanzaba periódicamente misiles contra infraestructuras civiles ucranianas”.

La vergüenza

Para lo de Bolsonaro, lo de Putin, lo de Xi Jinping (que tiene defensores entre comunistas y neoliberales) o lo de Trump, me vale el tuit de Diego E. Barros: “Sabíamos que la primera víctima de una guerra siempre es la verdad. No sabíamos que para alguno también era la vergüenza”. Porque algunos en el frente matan; otras y otros, en el Kremlin y en Rusia Today, arman los argumentarios, y finalmente una horda de sinvergüenzas los difunden en Twitter, las tertulias en las que ya todo da igual o en grupos de WhatsApp y Telegram en las que los más russkies aplaudirán y otros verán al primo que siempre fue medio tonto haciendo de las suyas.

Pero, ¿qué pasa?

“Tres jóvenes asesinados en la noche de Halloween, uno tiroteado en Málaga y dos apuñalados en Sevilla y Tarragona. A estos crímenes se añade una larga lista de sucesos registrados, con dos apuñalados en zonas de ocio de Sevilla y Granada, otro en Seseña (Toledo) y la detención de 18 menores por agredir a varias personas en la Feria de Abril de la capital hispalense”. La noticia es de El Periódico de España y tiene que invitar a la reflexión y movernos a la acción: algo estamos haciendo muy mal si la violencia se trata casi como una nota de sucesos y una práctica inherente a la juventud, como ya hizo Anthony Burgess.

Un gran titular

Al contrario de lo que hemos descrito en el párrafo anterior, este titular de Mikel Segovia en El Independiente es una estupenda noticia: “Los vascos creen que la inmigración mejora su economía y empleo y no daña su identidad. Un informe del Observatorio vasco de Inmigración revela que la tolerancia ha mejorado y sólo el 6% de la población ve la llegada de inmigración como ‘un problema’”. El informe refleja una visión realista que no está condicionada por los innegables problemas que pueden generar algunos grupos aislados, como pretenden algunos incluso organizados en partidos políticos, populistas y de derechas.

¿Coherentes o cuñadetes?

Empezamos la semana de los cuñados: esos familiares que vienen a tu casa, incluso en tiempos de pandemia, a contarte lo que sucede como si fueran los que están bien informados. No son cuñados, necesariamente. Ni siquiera son familiares en muchos casos. Pueden ser de la cuadrilla (la familia que uno elige, o casi) o del trabajo, pero dicen cuñadeces. Dani Bordas pone en Twitter el ejemplo más claro que se me ocurre: “Meterse veinte en una casa en Nochebuena para criticar la gestión de la pandemia del Gobierno”. Eso es lo que va a suceder si, como el contagio, no lo evitamos. Hagámoslo.

También en el gobierno español

La batalla por ser el más cuñado en el gobierno español está difícil: tres secretarios generales de partidos, tres candidatos. Sánchez, Iglesias o Garzón son, cada uno en su estilo, un tipo de cuñado: el que siempre se sale con la suya y sonríe, el que te discute todo y el que cree que siempre tiene razón porque es más de izquierdas que nadie de los que se sienta a la mesa. Un consejo de ministros precioso, desde luego. Pero no todo son risas: Moncloa solo ha pasado su primer escollo, los PGE, y las tensiones internas saltan a la vista y a los nervios de sus protagonistas. Mal augurio para la alternativa al trifachito.

Cuando las cifras cuadraban en Madrid…

Más nos vale que el gobierno español logre sobrevivir, por malo que nos parezca (y nos lo parece) porque la alternativa la tenemos a simple vista en Andalucía o Madrid. Del sur sabemos poco cuando las cosas van mal, de la capital del reino lo sabemos todo porque Díaz Ayuso no tiene problemas en atraer los focos. Ahora conocemos que esta comunidad autónoma corrige sus cifras de contagios hasta con nueve meses de retraso y, por supuesto, siempre al alza. Así es más fácil que salgan las cuentas: en lo que llevamos de diciembre “cada día” (Eldiario.es) ha ido sumando hasta 1.761 contagios más a noviembre.

¿Quién quiere ser Bolsonaro?

Enfrentarse a los cuñados negacionistas tiene que ser muy fácil ya, con la vacunación a punto de empezar: se trata de elegir entre quién quieres ser, una persona que confía en la ciencia y es solidaria y por eso se vacuna, o un cavernícola como Bolsonaro que “dice que la vacuna de Pfizer podría convertir a los humanos en cocodrilos” (Vozpópuli). A estas alturas del año y la pandemia yo creo que podemos permitirnos decir eso de “chorradas, las justas” y parar los pies a Bolsonaro, a un familiar o a un conocido pesado que se ha dejado engañar o pretende engañar a los demás por su propia diversión.

Sábado y domingo cotizamos los demás

Lo peor es que, como recuerdan en Pymes y Autónomos, “no es solo algo de ‘la empresa española’ sino que lo vemos también aplicado en algunas administraciones que tienen que contratar personal temporal como educación o sanidad”. Se refieren a la práctica de contratar los lunes y despedir los viernes que la Seguridad Social quiere revertir. “Un problema endémico, que no ocurre en otros países de nuestro entorno. Y tiene que ver con la alta temporalidad que hay en el mercado laboral”. Y advierten: “Si no se arma bien la norma en lugar de contratar el lunes muchas lo acabarán por hacer otro día de la semana”.

Del machismo de la CUP tenemos la culpa los demás

Por mucho que algunos vendan que en el suyo, no, en ningún partido, igual que en ninguna organización, se libran de tener personas que hacen mal las cosas e incluso llegan a cometer delitos. El último ejemplo de esta desgracia transversal lo hemos visto en la CUP: Mireia Boya denuncia maltrato psicológico, comportamiento agresivo y roles de poder de un “compañero”. Boya ha hecho bien en denunciar y el maltratador debe ser investigado y condenado si corresponde. Pero echar la culpa al sistema, como hace la CUP, es echar balones fuera mal y cuando no toca, y dar pie a justificar esos comportamientos.

No, la obsesión no es “un error”

Me contradigo en la primera línea: obsesionarse con algo es un error, está claro. Pero no se puede justificar con “un error” casi de imprenta lo que es, evidentemente, una obsesión: Albert Rivera se va a convertir en Alberto Carlos Rivera en las papeletas de voto porque la obsesión por jugar la carta del antinacionalismo les ha acabado venciendo. No me refiero a ahora, porque aparecer con el nombre del DNI en las listas al Congreso es razonable. Me refiero a antes, a la construcción de ese “Albert” que con nombre catalán hacía frente al independentismo. Igual que aquel “Patxi”.

La extrema derecha es esto

La noticia del uso de electroshocks contra las personas homosexuales en Brasil es, claramente, amarilla. Por un lado, el gobierno de Bolsonaro ha modificado la ley para recuperar estas prácticas, y por el otro, un homófobo como el presidente brasileño quiere tipificar, según denuncian las asociaciones LGTBI del país, la homosexualidad. Ambas noticias son especialmente graves, retrógradas y propias de la extrema derecha. Su combinación, sin embargo y de momento, una elucubración. El mayor daño que podemos hacer a los ultras es ser preciso, porque difamarles les ayuda a justificarse.

Vendepeines digitales

Sé que no es muy popular mi opinión de que el Internet comercial (el de las redes sociales, los buscadores o las millones de tiendas on-line) no nos ha traído ningún beneficio. No discuto la aplicación de la tecnología en Salud, por ejemplo. Pero sí que hayamos creado un espacio en el que supuestos gurús del “dropshipping” estén engañando a veinteañeros con promesas de dinero rápido y fácil gracias a sus conocimientos de Internet: unos pocos “espabilados” venden cursos on-line para enseñar a comprar en Aliexpress y vender con sobrecoste, sin explicar que hay que darse de alta en autónomos o que la garantía la expide el vendedor.

¡Al carajo con la superliga!

Soy pesimista: creo que la superliga de fútbol acabará naciendo. Los grandes clubes acabarán por crear una empresa que organice una competición europea regular y su consiguiente explotación para forrarse más con las emisiones en todo el planeta. Al mismo tiempo, soy optimista: más allá de la superliga seguirá existiendo el fútbol de verdad, el de jugadores como Iago Aspas que, además de jugador del Celta, es del Celta “a muerte”, como suele decirse. Eso no se paga con dinero, eso no se va a encontrar en la superempresa con forma de liga. Eso es lo que nos hace amar el fútbol, y no un tiki-taka sin alma.