Una de cascadas: Goiuri, el Nervión, El Peñón y Tobera

Martes, 19 de noviembre. Por fin sale el sol. Atrás dejamos los 18 días de noviembre pasados por agua, así que hay que salir, pues llevo casi un mes anclado en casa. Hace un mes estaba en Santiago de Chile, teniendo que caminar tapándome la nariz y los ojos para evitar los gases lacrimógenos lanzados por los carabineros. Hoy toca disfrutar de la naturaleza y del aire puro. Hemos querido aprovechar tanto el día que nos hemos metido entre pecho y espalda 282 km de coche. Habría sido más racional hacerlo en dos veces, como hemos hecho en otras ocasiones, un día las cascadas de Goiuri y el salto del Nervión y otro las de Pedrosa de Tobalina y Tobera. Hemos tenido que ir deprisa, pues el día es corto, pero ha merecido la pena. El tiempo ha estado fantástico, pero frío, entre los 5 y los 7 grados de temperatura.

Dejamos atrás las nieblas y la autopista en Altube, continuando en dirección Izarra-Orduña para llegar al aparcamiento del mirador de la cascada de Goiuri-Gujuli. Casi siempre hemos estado solos en este lugar, pero este martes creo que ha salido todo el mundo, como los caracoles, pues enseguida nos aparecen 52 personas que viajan en autobús, así que de paz y tranquilidad nada. Solo hay que caminar 500 metros para llegar al mirador de la cascada, pero tenemos que guardar cola para fotografiar la caída de agua de 100 metros del arroyo Oiardo. Regresamos al coche antes de que lo haga el grupo para realizar el breve paseo por el bosque y disfrutar de los colores del otoño y de las vistas sobre el macizo de Gorbeia, con las cumbres nevadas.

Por el puerto de La Barrerilla descendemos hasta el fondo del valle y más en concreto a Urduña-Orduña, la única ciudad de Bizkaia. Es un buen lugar para el hamaiketako, pues hasta Berberana no hay ningún bar. Me gusta esta población, por los monumentales edificios con que cuenta, que se articula en torno a la Foru plaza, donde se encuentra la antigua Aduana, hoy convertida en hotel-balneario, la iglesia de la Sagrada Familia, los soportales y la Confitería Larrea. También merece la pena acercarnos al conjunto fortificado y la iglesia de Ntra Sra de la Asunción, viendo por el camino varios palacios.

Fuera del casco urbano de Urduña-Orduña se encuentra el edificio más emblemático de la ciudad, el Santuario de la Antigua, en cuyo interior se venera la imagen de la Virgen, escultura gótica del siglo XIV, tallada en madera de tilo y policromada. Desde el santuario se puede divisar el gran monumento de la Virgen existente en la cima del monte Txarlazo. En invierno, desde la carretera es fácil poder contemplar el “bollo”, fenómeno por el que la sierra Sálvada atrapa las nieblas procedentes del valle de Losa.

Subimos el puerto de Orduña y ya en tierras burgalesas enseguida tenemos la entrada al monte Santiago, con un aparcamiento delante. Es el mejor punto de acceso al salto del río Nervión. Si dejamos el coche a la entrada habrá que caminar casi 10 km (ida y vuelta), si lo dejamos en el siguiente aparcamiento, unos 7 km y si continuamos hasta el último aparcamiento, unos 4 km (también día y vuelta). El martes la pista parecía la Gran Vía, plagada primero de coches y luego de peatones. Nos detenemos primero en la antigua lobera y enseguida llegamos al mayor salto de agua de la Península Ibérica, con 222 metros de caída. Un espectáculo, aunque pensábamos que iba a tener más agua con lo mucho que ha llovido, pero en el monte Santiago no hay ni rastro de nieve. Las cumbres nevadas las tenemos enfrente, en el macizo de Gorbeia. El otoño está ya muy avanzado en la zona.

Paramos en Berberana a tomar algo y circulamos por el valle de Losa, para luego atravesar el desfiladero del río Jerea y llegar a Pedrosa de Tobalina. Aquí se encuentra nuestro siguiente objetivo, la cascada El Peñón, en la que el río Jerea se precipita 12 metros, con una anchura de 40. Primero vamos al mirador sobre la cascada y luego bajamos al cauce del río. Un lugar precioso. Nos hemos encontrado con tanta gente a lo largo del día que se nos ha hecho tarde. Pensábamos ir a Frías a comer pero nos quedamos aquí, en el bar-asador Cobra, cuyo menú del día nos resultó caro para lo que ofrecía.

Nuestro destino final está cerca, la ciudad de Frías, deteniéndonos antes de entrar en su monumental puente, de origen romano aunque su aspecto actual es medieval, del siglo XIV. Tiene 9 arcos y 143 metros de longitud, con una torre defensiva en la parte central. Se nota que ha llovido mucho en los últimos días, pues el río Ebro baja con mucha agua, algo que percibiremos todavía mejor cuando regresemos por el desfiladero, en la zona de Sobrón. Contemplamos el castillo y continuamos.

Nuestro siguiente destino está a unos 4 km, en un precioso emplazamiento formado por el puente medieval, la ermita románica de Santa María de la Hoz, del siglo XIII y el Humilladero del Cristo de los Remedios, del siglo XVII, todo ello situado junto a una gran roca. Estamos en Tobera. Aquí, el río Molinar, que ha recogido el agua de los montes Obarenes, se precipita unos 45 metros dando lugar a cinco saltos de agua. Para contemplarlos hay un camino empedrado de unos mil metros de recorrido y más de 110 escaleras, que desciende hasta el pueblo. Merece realmente la pena recorrerlo.

El retraso que hemos acumulado a lo largo de la jornada he hecho que nos quedemos sin las riquísimas morcillas de Frías que hemos comprado en otra ocasión, pues la única carnicería que hay cierra a las 14 horas y los lunes, martes y miércoles no abre por la tarde. Cuando regresamos de Tobera tenemos una magnífica vista del centro histórico de “uno de los pueblos más bonitos de España”, con el castillo que domina la población en primer plano, las casas colgadas a continuación y la iglesia de San Vicente en el otro extremo. Merece la pena una visita pausada a esta localidad, pero hoy nos tenemos que conformar con tomar un café. Son las 5 de la tarde, enseguida anochece y tenemos hora y media de viaje para regresar a casa. Ha resultado un día extraordinario, que hemos aprovechado a tope.

Santiago del Chile y alrededores: El final del viaje.

Todavía nos quedan cuatro noches por delante, pero cuando tomamos el vuelo de Isla de Pascua a Santiago de Chile, parece que el viaje a concluido, máxime después de los lugares de los que hemos disfrutado en la argentina región de Cuyo y en Rapa Nui. Al día siguiente a nuestra llegada pedimos un Uber (más barato que el metro) y nos trasladamos al mercado central, declarado monumento histórico en 1984. Hoy se ha convertido principalmente en un centro con bares y restaurantes, aunque cuenta también con varios puestos de pescado y uno de frutas y verduras. El mercado principal está en otro lugar. Casi enfrente tenemos la vieja estación de Mapucho, a la que llegó el tren de Mendoza entre 1912 y 1987. Desde 1994 es un centro cultural, en cuyo vestíbulo hay una interesante exposición de imágenes de un concurso fotográfico. En el interior hay una feria de deportes de montaña, que no nos da tiempo a visitar.

Por un animado paseo peatonal nos dirigimos al lugar más interesante de la capital, la plaza de Armas, a la que se asoman notables edificios, como el de Correos, la Catedral metropolitana, finalizada en 1775, y la contigua Iglesia del Sagrario. También podemos contemplar a un mimo, puestos de venta de cuadros, la estatua de Pedro de Valdivia y el monumento a la libertad americana, dedicado a Simón Bolívar. Todas las fotos de esta ciudad están sacadas con el móvil, pues varias personas me han recomendado que, por seguridad, no lleve la cámara de fotos. Luego me he arrepentido, pues en ningún lugar he tenido sensación de inseguridad aunque, eso sí, en la plaza de Armas la presencia policial era elevada.

Hemos tenido que comer pronto, en el popular y excelente parrilla El Novillero, pues a las tres de la tarde teníamos concertada la visita al Palacio de la Moneda, sede de la presidencia de la República de Chile y de varios ministerios. Durante el golpe de Estado de 1973, el edificio que era defendido por Allende y algunos de sus partidarios, fue bombardeado por cañones del ejército de Chile y cohetes lanzados desde dos aviones. Aquí falleció Salvador Allende el 11 de septiembre de ese año. Como estaba el presidente trabajando, aunque pudimos estar a unas escaleras de su despacho, no pudimos visitar algunas dependencias. Quién nos iba a decir que el 17 de octubre íbamos a ser los últimos turistas en poder acceder al palacio, pues al día siguiente comenzaron los graves incidentes en la capital, que luego se extendieron a otros muchos lugares del país.

Tras la visita seguimos recorriendo la ciudad en busca de una cafetería que no estuviera en zona peatonal y tuviera wifi, para poder pedir un Uber. Cuando conseguimos contactar, no nos quisieron llevar porque había mucho tráfico, así que cogimos un taxi en la calle para dirigirnos al funicular que sube al cerro San Cristóbal, sobre el que se alza el santuario de la Inmaculada Concepción, que se eleva casi 300 metros sobre la ciudad. Las vistas no resultan hermosas, destacando el rascacielos Torre Costanera. Mucho más interesante nos pareció la calle Pío Nono, situada junto a la base del funicular en el barrio Bellavista, una zona de ambiente llena de pequeños bares y pinturas murales, en la que nos detuvimos a tomar un buen vino chileno. Lástima que en los días posteriores no pudimos llegar a este lugar, dado que teníamos que cruzar las plazas Italia y Baquedano, el epicentro de las protestas que comenzaron al día siguiente.

18 de octubre. Para este día habíamos contratado con Tour Chile una excursión al Cajón de Maipú y la laguna del Yeso, que la siguen vendiendo pese a saber que lleva cerrada desde principios de junio, debido al mortal accidente que costó la vida a dos niñas brasileñas. Como es una zona de constantes desprendimientos, no tienen previsto volver a abrir el sendero. Tres días antes nos ofrecen otra excursión al mismo precio, pese a que cuesta más del doble. Hasta las 10 de la noche de la víspera no nos informan de que pasarán a recogernos a las 06:30 h, así que toca madrugar. La primera visita la realizamos al mirador interpretativo de la batalla de Chacabuco, que tuvo lugar en este lugar el 12 de febrero de 1817 y fue crucial para la independencia de Chile. Fue construido en 2017, con motivo del bicentenario, aunque desde 1971 existía el gran monumento de 20 metros de altura.

Nos volvemos a detener en la ruta para contemplar de nuevo, pero muy de lejos, el Aconcagua, para luego seguir por la carretera de las 29 curvas en zigzag hasta los 3200 metros de altitud en los que se sitúa el Paso de los Libertadores, frontera con Argentina. Los paisajes de montaña son extraordinarios. Poco antes de llegar nos desviamos a la estación de esquí de Portillo, ubicada a unos 2800 metros de altitud y una de las más famosas de Chile, a cuyos pies se encuentra la preciosa laguna del Inca, rodeada de montañas nevadas. Tuvimos la suerte de poder contemplar este espectáculo antes de que se levantara el viento y desaparecieran los reflejos en el agua. El viaje ha merecido la pena. Al regresar a Santiago, por la radio del minibús nos enteramos de que habían comenzado los disturbios en la capital y que tendríamos complicado llegar a la puerta del Hotel.

19 de octubre. Por Internet hemos contratado un tour a Valparaíso, una ciudad de la que nos habían hablado de la inseguridad. En buena hora lo hicimos, pues el conflicto se estaba extendiendo por todo el país. Además de esta forma viajamos mucho más cómodos y seguros, pudiendo acceder a la casa de Pablo Neruda y caminar por los cerros como el Concepción, al que accede el funicular más antiguo de la ciudad, que data de 1883. También subimos al cerro Artillería, donde se encuentra el Museo Marítimo. Sacamos muchísimas fotos a las escaleras y a las casas con su fachada pintada. Bajamos en un arcaico funicular y contemplamos otra joya de Valparaíso, los viejos trolebuses.

Debido a su riqueza arquitectónica desarrollada principalmente a finales del siglo XIX, en 2003 el centro histórico de Valparaíso fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Si de algo disfrutamos fue contemplando y fotografiando el llamado Museo a cielo abierto, formado por infinidad de pinturas murales esparcidas por las calles que descienden del cerro. Tuvimos suerte de abandonar esta ciudad a mediodía, pues aquí los incidentes comenzaron a primeras horas de la tarde, llegando a destruir la estación principal del metro.

La siguiente visita fue a la conocida como “Ciudad Jardín”, Viña del Mar, principal y elitista centro estival de Chile, pero nos recordó a Benidorm. No pudimos acercarnos al centro histórico de la ciudad, pues en la plaza Italia ya estaba preparado el ejército para intervenir en caso de incidentes, así que nos conformamos con ver su emblema, el Reloj de las Flores y los exteriores del Museo Fonck, en el que hay un moai auténtico traído de Rapa Nui y la escultura La Defensa, de Auguste Rodin. Comimos junto a la playa de Reñaca, la más popular de la ciudad pese a estar prohibido el baño por las corrientes. En esta temporada estaba casi desierta, pues todavía hace frío. Salimos de Viña del Mar entre caceroladas de los manifestantes, pero peor fue la llegada a Santiago. Para llegar al hotel tuvimos que cruzar la zona de la plaza de Italia, con gran picor en ojos y nariz debido a los gases lacrimógenos.

Cuando salimos hacia Valparaíso el día 19 de octubre, pudimos ver los destrozos del día anterior, marquesinas de autobús destrozadas, semáforos, mobiliario urbano y autobuses quemados y restos de barricadas por todas partes. También destrozaron muchas estaciones de metro, incendiaron varios vagones y saquearon e incendiaron comercios. El transporte público fue completamente suspendido y también las clases escolares y universitarias, así como las competiciones deportivas. Todo comenzó el día anterior con unas protestas pacíficas, siendo el tema desencadenante la subida del precio del metro de 800 a 830 pesos. Aunque el gobierno enseguida rectificó los ánimos se calentaron al sacar a los militares (los milicos) a la calle, al mando del general Iturriaga, e instaurar el estado de excepción con toque de queda de 22:00 a 07:00 h, algo que no sucedía desde la época de Pinochet.

Pude que conversar con una pareja que salía de la barricada incendiada que teníamos a unos pasos del hotel, cuando faltaban menos de 10 minutos para el toque de queda. Me dijeron que lo del metro solo fue la gota que colmó el vaso, pues el gran problema es la gran desigualdad existente en el país, con el salario mínimo en 375 € cuando la vida es muy cara. Las pensiones, la electricidad, el agua, la sanidad y la educación están privatizadas. “Esto no va a parar hasta que el presidente Piñera dimita”, concluyeron. El 20 de octubre el toque de queda comenzaba a las 7 de la tarde, hora de salida de nuestro avión de regreso, así que a las 11 de la mañana nos trasladamos al aeropuerto, en el que 5.000 personas pasaron la noche, por cancelación y retraso de sus vuelos o por no poder salir del aeropuerto por el toque de queda. El de Madrid-Frankfurt y el de París, creo que fueron los únicos que salieron en hora. Así concluyó este viaje de 21 días.

RAPA NUI (Isla de Pascua): La guinda del viaje

Concluido nuestro periplo por Argentina, regresamos por vía aérea de Mendoza a Santiago para el día siguiente tomar el vuelo, de 5 horas de duración, a Pascua (Rapa Nui), pequeña isla de tan solo 163,61 km², poblada por 7.750 habitantes y distante 3.800 km de la costa chilena. Dicen que es el lugar habitado más lejano de otro lugar habitado del planeta. Pese a ello LATAM enlaza dos veces al día su aeropuerto con el de Santiago. Hay dos horas menos que en el continente. Pronto nos dimos cuenta de lo caro que es todo, pues en el mismo aeropuerto tuvimos que pagar en efectivo 80 dólares USA para poder visitar el parque nacional, que ocupa casi toda la isla. Nos instalamos en Hanga Roa, única población de la isla, en el sencillo pero acogedor Hotel Tea Nui, al precio de 155 € cada una de las tres noches. En él trabé amistad con una simpática niña de 4 años, cuyo nombre se pronuncia Jau. Parece que habíamos llegado a una isla caribeña, por sus construcciones, palmeras y forma de vida. La primera tarde la dedicamos a ubicarnos y caminar por la costa para presenciar la puesta de sol. Dejamos para el último día acercarnos al puerto pesquero y al mercado artesanal.

Al día siguiente, por la única carretera existente nos trasladamos al norte de la isla, hasta su playa más hermosa, Anakena, de blanca y fina arena coralina, mar muy tranquilo de color turquesa y rodeada de cocoteros traídos de Tahití hace varias décadas. Aquí contemplamos el primer moai que se volvió a levantar en la isla tras haber sido derruidos por sus habitantes. Muy cerca está una imponente plataforma con siete moais, Nau Nau, uno de los conjuntos mejor conservados de la isla, pues cuatro de ellos llevan el copete rojo sobre su cabeza. Esto se anima.

Hemos alquilado un Suzuki para dos días, por lo que podemos movernos con total libertad por las carreteras de la isla, deteniéndonos en lugares como el centro ceremonial de Te Pito Kura (“ombligo de luz”), cuyo único moai, de nombre Paro, permanece en la misma posición en la que quedó cuando fue derribado hace casi dos siglos. Más adelante nos detenemos en Papa Vaka, que cuenta con gran número de petroglifos, que se extienden por grandes losas basálticas, pudiendo observar diferentes criaturas marinas. La siguiente parada es en el Pu o Hir, una piedra de aproximadamente 1,25 metros de altura, cuyo nombre significa “trompeta de Hiro”, antiguo dios de la lluvia. Es un aerófono de piedra, instrumento musical ancestral de la cultura rapanuí, que tiene un orificio principal por el que se sopla, produciendo un sonido parecido a una trompeta.

Pronto llegamos a uno de los dos lugares más impresionantes de la isla, el imponente Ahu Tongariki, con el océano Pacífico a su espalda. Tongariki es la estructura ceremonial más grande construida en isla de Pascua y el monumento megalítico más importante de toda Polinesia. Cuenta con 15 moais, la plataforma con mayor número de imágenes de toda la isla. Los moais nunca miran al mar, sino a la aldea que se situaba frente a ellos, para protegerla. Los moais de Pascua se construyeron entre los años 700 y 1600 y tienen una altura media de 4,5 metros, aunque algunos, como el de Paro, llegaron a superar los 10 metros y pesar 85 toneladas.

Tras la comida, iniciamos la visita a la que más tiempo dedicamos y por la que más caminamos, el volcán Rano Raraku, el otro de los dos lugares más interesantes de la isla. En primer lugar subimos hasta el cráter, ocupado por una laguna casi sin agua, para luego dirigirnos a la cantera en la que fueron tallados el millar de los moais catalogados, las estatuas gigantes que han dado fama mundial a la isla de Pascua, que forma parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. Pudimos ver algunas estatuas inacabadas y otras en la ladera de la cantera, de diferentes formas y tamaños. Rano Raraku fue el único lugar que conservó estatuas erguidas, después de que todas las demás fueran derribadas de sus plataformas, durante los conflictos entre clanes que tuvieron lugar hace casi 300 años. También contemplamos el moai Piro Piro, con su enorme cabeza de 4 metros y el curioso Tukuturi, que presenta una extraña postura, como en cuclillas o de rodillas. Concluye la segunda jornada en la isla, con la sensación de que hemos visto lo más espectacular.

Iniciamos el tercer día en Rapa Nui, la isla de Pascua, circulando por unas carreteras todavía peores que las del día anterior, con el peligro que representan los continuos baches y los numerosos caballos en libertad que obstaculizan el paso. No se puede correr, pero hay que ir con precaución porque en la isla no existe el seguro de vehículos. Por un acceso penoso llegamos a nuestra primera cita, Vinapu, un centro ceremonial en el que los moais derribados pasan a un segundo plano, pues lo que destaca es la forma que tenían de realizar las plataformas que sustentaban a los moais, trabajando las piedras como lo hacían los incas, algo inexistente en Polinesia, lo que avala algunas teorías que relacionan a los primitivos habitantes de la isla con las comunidades andinas.

La siguiente cita la tenemos en un lugar completamente diferente, en el que las olas rompen con fuerza en la costa. Se trata de Ana Kai Tangata, una de las cuevas más interesantes y accesibles, que destaca por ser uno de los mejores lugares para contemplar el arte rupestre en la isla. En la bóveda interior de la cueva podemos contemplar una docena de aves pintadas en rojo y delineadas en blanco, acompañadas de otras figuras que podrían representar barcos. Representan el gaviotín apizarrado o manatura, ave sagrada que constituía el principal icono del culto del Tangata Manu u hombre-pájaro.

A continuación nos dirigimos a Rano Kau, el volcán más grande y uno de los escenarios naturales más impresionantes de la isla. El cráter tiene una altura de 324 metros y es casi circular. Antes de subir a su cima estuvimos en la ladera opuesta, en la aldea ceremonial de Orongo, uno de los sitios arqueológicos más interesantes, por las construcciones existentes que datan del año 1400. La aldea de Orongo era habitada de manera estacional por los jefes y notables de las antiguas tribus, que esperaban recoger el primer huevo sagrado del pájaro manutara en los meses de la primavera, para lo que tenían que ir nadando hasta el cercano islote, el Motu Nui.

En las afueras de Hanga Roa, la capital de la isla, rodeado de un espectacular paisaje costero, tenemos el complejo ceremonial de Tahai, uno de los más antiguos de Rapa Nui, pues sus orígenes se remontan al año 700. Cuenta con tres plataformas o altares. De izquierda a derecha van apareciendo una con cinco moais, luego un moai solitario y, finalmente, el que lleva un pukao o sombrero, que es el Ahu Ko Te Riku, el único moai que posee ojos de toda la isla. Los ojos eran tallados con coral blanco y pupilas de obsidiana, labor que se realizaba en el último momento. A partir de entonces se consideraba que la estatua cobraba vida y podía proyectar el poder espiritual para proteger a su tribu, motivo por el que todos los moais miran hacia el interior de la isla, que es dónde estaban los poblados, y no hacia el océano. Concluida la visita nos acercamos al pintoresco cementerio, que se encuentra a unos pasos.

Tras comer en Hanga Roa, dejamos para la tarde los dos últimos lugares que pensábamos visitar, siendo el primero Ahu a Kivi, la plataforma más elaborada de la isla y una de las más recientes, pues data de los siglos XV-XVI. El conjunto cuenta con 7 moais que presentan una cuidada uniformidad y tienen casi la altura y el peso promedio de las figuras encontradas por la isla, 4,5 metros y 5 toneladas. Hay que pensar que hubo que traerlos desde la cantera de Rano Raraku. Son los únicos que miran hacia el océano, pues la aldea se situaba a sus pies. Concluimos la jornada en la cantera del volcán Puna Pau, donde se extrajeron y tallaron los pukao o tocados cilíndricos de color rojo, que coronaban algunas de las estatuas de Rapa Nui. La visita a la isla ha concluido y ha merecido realmente la pena, pues hemos podido contemplar algo único. Al día siguiente, 16 de octubre, tenemos el vuelo de regreso al continente. Santiago de Chile nos espera. El viaje continúa.

REGIÓN DE CUYO (Argentina): Parques Nacionales y bodegas.

El pasado 1 de octubre iniciamos nuestro tercer viaje por Argentina y Chile. A lo largo de 21 días, recorrimos la región argentina de Cuyo, formada por las provincias de Mendoza, San Luis, San Juan y La Rioja, para luego desplazarnos a Rapa Nui, la isla de Pascua, concluyendo el viaje en Santiago de Chile y alrededores. 30 horas necesitamos para desplazarnos por vía aérea desde Bilbao a Mendoza, con una larga escala de 10 horas en la capital chilena, que las pasamos en un hotel cercano al aeropuerto, antes de cruzar la cordillera andina. Con ropa ligera tuvimos que soportar los 5 grados de temperatura de Santiago, hasta que llegó el minibús que nos trasladó al hotel. El día 3 aprovechamos para visitar la ciudad de San Luis, capital de la provincia del mismo nombre, cuyo interés se limita a la plaza Pringles, presidida por la estatua ecuestre del militar que participó en la guerra de la independencia. A la plaza se asoma el principal edificio de la ciudad, la Catedral. Otros edificios que llamaron nuestra atención son el Casino New York y las Terrazas de Portezuelo, el primer edificio ecológico del país.

Hemos decidido realizar el viaje por carretera, de unos 2.300 km, contratando los servicios de un coche con conductor, cosa que no ha resultado fácil, pero que al final conseguimos a través del hotel Amérian de Mendoza, con la agencia local Rutas del Malbec. Ha sido una decisión acertada, pues hay unos cuantos kilómetros de pistas (ripio), muchos controles de policía y ausencia de cobertura de telefonía móvil y de surtidores (hasta 600 km sin tener ninguno en la ruta). Además hemos pinchado la rueda una vez (menos mal que llevábamos dos de repuesto). Nuestro conductor, José, también vigilaba nuestras pertenencias cuando viajábamos con el equipaje. Nuestro primer contacto con la naturaleza fue en el Parque Nacional de las Quijadas, en la provincia de San Luis, en el que destacan sus acantilados rojizos y unos simpáticos pájaros amarillos que se nos acercaron nada más llegar, en busca de comida.

Concluimos la jornada del día 4 en la ciudad de San Juan, capital de la provincia del mismo nombre, una anodina población en la que nos limitamos a visitar la plaza de Mayo, situada junto a nuestro hotel y la moderna Catedral que a ella se asoma, en sustitución de la derruida por el terrible terremoto de 1944. Al día siguiente, dedicado a desplazarnos a El Chiflón, nos detuvimos en la pequeña población de Vallecito para visitar el santuario de la Difunta Correa, figura mítica pagana de la tradición argentina, que cuenta con minúsculos templos por todo el país. Cuenta la leyenda que en el año 1841, siguiendo a su marido movilizado para la guerra, falleció de sed y cansancio pero su bebé salvó la vida al poder seguir amamantándolo pese a haber fallecido. Hay muchos puestos de venta de recuerdos y sencillos restaurantes, en los que no puede faltar la tradicional parrilla.

Las siguientes tres noches las pasamos en El Chifón Posta Pueblo, un coqueto hotel ubicado en medio de la nada, en la provincia de La Rioja cerca del límite con la de San Juan. El wifi vía satélite funciona bastante bien y es la única forma de estar conectados con el mundo, pues no hay cobertura de telefonía móvil. El 6 de octubre lo dedicamos a recorrer el Parque Nacional Talampaya, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, haciendo la primera incursión, en un minibús del parque, por el Cañón Arco Iris, por el que al final pudimos caminar a lo largo de una hora.

Tras comer en el acceso principal al parque, a bordo de un camión acondicionado como autobús, por la tarde recorrimos unos 40 km por el Cañón de Talampaya, con su arte rupestre, curiosas formaciones rocosas y verticales paredones que nos recordaron a Petra (Jordania). Fueron unas tres horas de un constante sube y baja al vehículo y poco tiempo para caminar. Al igual que sucedió por la mañana, pudimos que ver algún que otro guanaco, emparentados con las llamas. Hasta ahora ha sido lo mejor del viaje.

El día 7 por la mañana recorrimos el Parque Provincial El Chiflón, situado junto a nuestro hotel, con nuevos cañones y formaciones rocosas. Por la tarde pasamos a la provincia de San Juan para recorrer el Parque Provincial Ischigualasto, que también forma parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. Dicen que es el único lugar del mundo en el que se puede ver al descubierto todo el período triásico. Conocido como el Valle de la Luna, el parque se visita con el coche privado, en una caravana de vehículos encabezada por un guía. Volvemos a contemplar acantilados y curiosas formaciones rocosas en forma de hongo. Aquí hay más suerte, pues pudimos ver más guanacos y de mucho más cerca. Por la tarde, un simpático zorrito se acercó a la terraza de nuestra habitación en busca de comida. Para la cena encargamos chivito (cabrito) a la parrilla y chorizo criollo en el único bar cercano.

El 8 de octubre fue el día más largo de viaje, algo más de 400 km para desplazarnos desde la provincia de La Rioja, hasta los confines de la de San Juan, en concreto la ciudad de Barreal. Poco antes de llegar, junto al pequeño pueblo de Hilario, nos detuvimos para contemplar la formación rocosa llamada El Alcázar. Nos alojamos en la Posada Paso de los Patos, situada junto a una gran laguna que casi no tiene agua, pese a que todavía no llevamos tres semanas de primavera austral. El invierno ha sido muy seco. Lo mismo sucede con la cordillera andina, pues a excepción de los glaciares casi no hay nieve, pese a que tenemos como telón de fondo el cerro Mercedario, que según algunas fuentes es la cuarta montaña más alta de América, con 6770 metros. Mejor lo observamos al día siguiente desde los miradores del Parque Nacional de El Leoncito, que cuenta también con una pequeña cascada y dos observatorios astronómicos. Aunque muy lejos, desde uno de ellos pudimos ver un grupo formado por una decena de ñandúes.

Tras recorrer el parque comimos carne a la parrilla en Uspallata y emprendimos la Ruta Sanmartiniana, que discurre paralela a la carretera que pasa a Chile. Tras instalarnos en un hotel de la estación invernal de Los Penitentes, nos acercamos al Parque Provincial Aconcagua. Desde casi 3000 metros, sin gota de nieve pero con mucho frío, pudimos contemplar la montaña más alta de América, el cerro Aconcagua, de 6960,80 metros. El cerro Tolosa, de 5297 metros, lo tuvimos siempre a la vista. La última visita fue a otro lugar emblemático, el Puente del Inca.

El 10 de octubre efectuamos el regreso al punto de partida, Mendoza, pero sin entrar en la ciudad nos dirigimos a la localidad de Maipú. Estamos en tierra de viñedos y hay que visitar una bodega. A las 13 horas teníamos cita en la Bodega Casa Vigil (El Enemigo), que es la que está más de moda y parece dedicada exclusivamente a la gastronomía, pues todos sus comedores están abarrotados de gente. La visita se reduce a un pequeño espacio convertido en una especie de museo. Al día siguiente visitamos los viñedos y realizamos una cata de vinos en la moderna Bodega Budeguer, para luego ir a visitar la sala de aromas y posteriormente el restaurante de la Bodega Belasco de Baquedano, ambas ubicadas en Lujan de Cuyo, en la que comimos y bebimos mejor y mucho más barato. Por cierto, esta bodega fue inaugurada el 21 de octubre de 2008, por Miguel Sanz, entonces presidente del Gobierno de Navarra.

Todavía no he comentado que los apellidos vascos son muy comunes en la zona de Mendoza, estando presentes en numerosas calles y bodegas. Como el vuelo para Santiago de Chile no sale hasta pasadas las 8 de la tarde, aprovechamos la mañana del 12 de octubre (aquí han trasladado la festividad al lunes), para “patear” Mendoza que, como todas las ciudades no tiene un gran interés, siendo el principal atractivo sus parques y plazas, de nombre, Chile, España, Italia e Independencia. En la peatonal Sarmiento nos detuvimos un buen rato observando la actuación de una escuela de baile. Previamente, el día anterior, cuando el River jugaba aquí la final de Copa, estuvimos en el Cerro de la Gloria y en el gran parque San Martín. El viaje continúa.

EREAGA (Getxo), esta mañana: El espectáculo de las olas

A veces nos desplazamos a la otra punta del planeta para contemplar la mar: olas, puestas de sol, amaneceres… Sin embargo, esta mañana de domingo, 3 de noviembre, el espectáculo lo hemos tenido a poco más de 3 km de casa, en la getxotarra playa de Ereaga, a la que acudo casi todos los días. Hoy, sin embargo, la mar se mostraba violenta, con las olas accediendo incluso al paseo costero, muy frecuentado por cierto, dado la soleada mañana de la que hemos disfrutado.

Poco más adelante, en el Puerto Viejo, el espectáculo ha continuado con las olas saltando sobre el espigón.

Para que el espectáculo fuera completo, de nuevo en la playa de Ereaga hemos disfrutado de la actividad de un amante del kitesurf, mientras se preparaba y posteriormente surfeaba las olas, dando grandes saltos sobre el agua. Una mañana muy entretenida.

Viaje por Camboya (y 3): Angkor, la guinda del viaje

Dejaba la pasada semana el relato del viaje por Camboya en Kampong Thom, población situada a orillas del río Stung Sen, desde donde nos desplazamos hasta Sambor Prei Kuk, el conjunto de templos anteriores a Angkor más importante de Camboya. Entramos en la parte final del viaje, visitando en primer lugar los templos más antiguos del país, cosa que hacemos con la agradable compañía de un grupo de cinco niñas con las que conversamos a la vez que nos hacían de guías en perfecto castellano, algo que oímos por primera vez en este país, pese a estar en un remoto lugar poco visitado, así que no pudimos resistirnos a comprarles un montón de los fulares que vendían. En este lugar se encontraba Isanapura, la capital del reino Chenla a comienzos del siglo VII. Hoy conserva un notable conjunto de templos entre los que destacan cuatro: Yeay Peau, Tao (templo del León), Sambor y el del Árbol, así llamado por estar completamente atrapado por las raíces de un gran árbol. Este lugar dista tan sólo unos 30 km de la ciudad de Kampong Thom, distancia que tardamos en recorrer hora y cuarto debido al desastroso estado de la pista, en la que embarrancamos a nuestro regreso. Me recordó un poco, por lo escondidos que están los templos, a los de Tikal (Guatemala) y al de Ta Prom., que más tarde veremos en Angkor.

Tras visitar Sambor Prei Kuk tenemos por delante 167 km hasta llegar a nuestro destino final, Siem Reap. Los primeros kilómetros son por pista y la mayoría por una buena carretera, así que aprovechamos este último viaje para seguir disfrutando del ambiente que tienen las carreteras, contemplando en directo las carretas tiradas por búfalos, los medios de transporte, las sencillas viviendas, la canoa que transportan en un carro y la actividad de los pescadores. Una gozada.

Hemos elegido para pasar las seis últimas noches el Grand Hotel d’Angkor, en Siem Reap. Es un alojamiento de 5 estrellas con precio muy asequible, lejos de los exclusivos y carísimos hoteles existentes en esta ciudad, que concentra casi todo el turismo que recibe Camboya, en la que pasamos dos días completos, en plan relax: compras, piscina, masaje, comer y beber… Dos días y medio los dedicamos a Angkor y una mañana a navegar por el lago Tonlé Sap. Siem Reap es una desvencijada ciudad carente de interés, como todas, así que nos limitamos a visitar el Barrio Francés, que cuenta con alguna casa colonial y el Centro Artesanía Francés. También nos acercamos a un templo budista y a la zona del mercado.

A tan sólo 12 km de Siem Reap está la aldea de Phnom Krom, a la que llegamos siguiendo el curso del río Tonlé Sap, lleno de viviendas de pescadores en sus orillas. La citada aldea es el punto en el que embarcamos para recorrer el ahora enorme lago Tonlé Sap, ya que se encuentra desbordado por la crecida del Mekong. Nuestro objetivo es de lo más relajante, pues consiste en navegar por el lago, que más parece un mar, observando las viviendas flotantes de los pescadores, en su mayor parte inmigrantes vietnamitas, que se acercan con sus barcas a vendernos bebidas y fruta. También vimos una granja de cocodrilos. Al embarcar, una niña nos sacó fotos con una cámara digital que vimos impresas en sendos platos de cerámica una hora después. Los compramos, pues hay que apoyar las iniciativas de esta incipiente economía.

Siem Reap es la meta de todo viaje a Camboya, dado que en sus proximidades se encuentra esa joya de la arquitectura khmer que es Angkor, un gran complejo arqueológico esparcido por una superficie boscosa de unos 400 km2, en el que podemos admirar el esplendor alcanzado por las diferentes capitales del imperio Khmer, que reinó entre los siglos IX y XV. Angkor justificaría por sí mismo un viaje a Camboya. Fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1992. La primera visita que realizamos fue a uno de los tres lugares que obligatoriamente hay que visitar, Angkor Thom, ciudad real fortificada, construida entre 1181 y 1220 por el rey Jayavarman VII. La muralla, de 8 metros de altura, forma un cuadrado de 3 kilómetros de lado, a cuyo interior se accede por cuatro puertas principales. Las avenidas de acceso a las grandes puertas están flanqueadas con unas balaustradas, adornadas con grandes cabezas que representan a los dioses, a un lado, y a los demonios, al otro. Algunos turistas realizan la visita a lomos de elefantes.

Construido a finales del siglo XII, Bayon fue creado en honor de las divinidades budistas, hindúes y locales, aunque enseguida fue consagrado al culto de Shiva, para finalmente ser dedicado al budismo. Destacan en este templo las casi doscientas grandes caras que coronan las 37 torres (dicen que tuvo 54), muchas de ellas por sus cuatro lados. También son interesantes las paredes que rodean el templo, pues están cubiertas por relieves en los que se muestra la vida cotidiana del pueblo y del rey, por lo que son una importante fuente de documentación.

Angkor es un gran conjunto de templos de los que puedes salir empachado, máxime con el pegajoso calor que hace debido a la elevada humedad y con la permanente amenaza del monzón, pues a veces llueve con fuerza aunque solo sea un momento. Continuamos recorriendo los diferentes lugares situados en torno a la Plaza Real, como el Baphuon, el Palacio Real, la Terraza de los Elefantes, así llamada por los relieves de estos animales tallados en su base, y la Terraza del Rey Leproso, que cuenta con espectaculares bajorrelieves. Desde ambas terrazas el rey contemplaba las paradas militares y los actos festivos. También estuvimos en los templos de Phinean Akas y Preah Palilay.

Construido a comienzos del siglo XII durante el reinado de Suryavarman II, Angkor Wat es uno de los conjuntos arqueológicos más importantes del mundo, el mayor templo dedicado a las deidades hindúes fuera del territorio de la India y el único edificio khmer en el que no se ha interrumpido la actividad religiosa a lo largo de la historia. Además de la armonía de sus torres y sus espectaculares ventanas, destacan en él todos sus muros, pues se encuentran repletos de bajorrelieves tallados relativos a Vishnú. Un gran foso cuadrado, de 1 km de lado, rodea el complejo. Es otra de las visitas imprescindibles.

El templo de Preah Khan se construyó en 1191 para conmemorar la victoria sobre los Cham del rey Jayavarman VII. Preah Khan es un complejo monástico que ocupa una superficie de 700 por 800 metros, rodeada por un foso. Sus paredes están ricamente decoradas con bajorrelieves, que representan motivos budistas y épicas hindúes. Jayavarman VII fue también el responsable de la construcción del templo de Banteay Kdei, hacia el año 1185. Está rodeado por cuatro muros concéntricos, a los que se accede por cuatro puertas decoradas con Garudas. Cuenta con una torre central, que no llegó a terminarse y cuatro laterales, siendo su construcción de inspiración budista. Al salir del templo tenemos que acercarnos al Srah Srang, el baño real.

He dejado para el final Ta Prohm, el templo que nos resulta más espectacular, ya que está completamente invadido por las grandes raíces de los árboles que lo rodeaban. De esta forma, las gigantescas raíces de las higueras se entrelazan con las piedras, no siendo posible quitarlas sin destruir los templos. En ello radica su principal atractivo, que lo convierte en un lugar tan fascinante. Fue construido a finales del siglo XII durante el reinado de Jayavarman. Nuestro recorrido por Camboya ha concluido. Ahora queda lo peor, una larga vuelta: algo más de 2 horas de vuelo a Singapur, 8 horas en esta ciudad, más de 15 horas de vuelo a Barcelona, con poco más de una hora de escala en Milán, 7 horas en la Ciudad Condal y otra hora de vuelo a Bilbao. En definitiva, 44 horas sin ver una cama y, lo que es lo peor, la vuelta a la rutina diaria. Es el precio a pagar por conocer estos hermosos lugares.

Viaje por Camboya (2): De Ratanakiri a Kompung Cham

Seguimos en Banlung, la capital de Ratanakiri, donde dejaba el relato la pasada semana. Hoy nos toca un día diferente, pues uno de los atractivos de los alrededores son las cascadas, mucho más si visitamos este territorio con los últimos coletazos del monzón. La más espectacular es la de Cha Ong, situada a 10 km al oeste, con su espectacular caída de 18 metros. Para llegar a ella hay que dar un corto pero agradable paseo entre selva y plantaciones. Accedemos a ella desde una aldea Kreung, donde encontramos a un niño «disfrazado», para ganarse unas monedas. Situado a 5 km al este de Banlung, el lago de Yeak Lom es el “pulmón” de la capital de Ratanakiri, un lugar de esparcimiento para los habitantes de la ciudad y el lugar de celebración del final de la fiesta budista de octubre, con la que la casualidad hizo que coincidiéramos. El lago estaba repleto de personas que acudían a bañarse y a realizar una comida campestre, disfrutando especialmente los niños. Este lago, que es el cráter de un volcán apagado, tiene forma redonda, un diámetro de 800 metros y una profundidad de 47. Como estamos en el final del monzón, el acceso a él en coche resulta complicado, ya que la arcillosa pista está completamente embarrada.

Los tres siguientes días los pasamos cortejando al río Mekong, regresando primero a Stung Treng, ciudad que se encuentra a unos 60 km de Laos y que nos gustó. Por el camino vimos a una persona salir de la vegetación a lomos de un elefante. En Stung Treng también vimos una vieja bomba norteamericana convertida en monumento así como el dedicado a los delfines del Irrawady. Luego cruzamos en una barca el río Mekong para visitar la aldea de Thalaborvat, que cuenta con un antiquísimo templo en ruinas, un monasterio budista y un pequeño mercado. Aquí casi se me frustran las vacaciones pues, al salir de la barca corriendo para fotografiar al monje bendiciendo a los fieles, casi me parto una pierna. Gajes del oficio.

La siguiente cita la tuvimos en Kratie, ciudad situada a orillas del Mekong y punto de partida para desplazarnos a Kampi por una interesante carretera que sigue el curso del río, donde cogimos una embarcación en la que ir en busca de los delfines del Irrawady (llevan el nombre del río birmano), especie en peligro de extinción, pues quedan muy pocos ejemplares y que tuvimos la suerte de ver, o más bien de intuir, pues nos quedaron un poco lejos, máxime cuando casi no podíamos distinguir entre el río real y los campos inundados debido a las fuertes lluvias. A diferencia de los delfines marinos, tienen una cabeza redondeada. Aprovechamos para charlar como pudimos, para hacernos entender, con una simpática jovencita.

Desde Kratie nos desplazamos 36 km al norte hasta la aldea de Sambor. La carretera sigue siendo un espectáculo. Cerca de este pequeño pueblo se encuentra el precioso templo de las 108 Columnas, o Wat Sarsar Mouy Roy, construido en el sitio del antiguo palacio real de la época de Chenla. No hay nadie en este lugar, salvo unos niños que nos acompañaron en la visita el templo.

Regresamos a Kratie, con tiempo para contemplar la puesta de sol a orillas del río Mekong, pese a que el monzón sigue amenazante. Antes nos acercamos a los tenderetes que se montan junto al río a modo de sencillo mercado. También pasamos un rato en un pequeño monasterio, conversando con los monjes budistas.

De nuevo de viaje para dirigirnos a Kompung Cham. La carretera sigue siendo un espectáculo de color y vida. Ahora los protagonistas son los búfalos de agua tirando de carretas o pastando en los campos. Pasamos junto a un improvisado mercado y contemplamos por última vez a los pescadores del río Mekong, con sus cabañas, barcas y curiosas y enormes redes. El viaje por carretera está resultando lo más entretenido de nuestro recorrido por Camboya.

Concluimos este cortejo al río Mekong en Kompung Cham, contemplando el gran puente que lo cruza. Comienza la parte cultural del viaje, pues aquí visitamos el templo angkoriano de Wat Nokor, que data del siglo XI, ahora convertido al culto budista. El templo original fue construido durante los últimos años del reinado del rey Jayavarman VII y está compuesto por una torre central rodeada por cuatro cerramientos de muros de laterita. Dentro de uno de los edificios hay una serie muy elaborada de pinturas murales.

En las afueras de Kompung Cham visitamos también el curioso Phnom Srey (Colina Mujer), una especie de Jardín de Budas, donde vimos reproducciones de los existentes en diferentes lugares de Asia, subiendo finalmente a una colina en la que se encuentra el templo de Phnom Pros (Colina Hombre), contando también con un monasterio y dos pagodas. A este lugar acuden numerosos fieles.

Todavía no he comentado que viajamos en una furgoneta las dos parejas de amigos y el conductor que nos hace de guía e intérprete. 110 km separan Kompung Cham de Kampong Thom, que se hacen de los más entretenidos, pues la carretera sigue llena de vida. Es como si a través de la ventanilla estuviéramos viendo un documental, pero en directo: bicis, carretas, arrozales, campos inundados. Hoy dormiremos en el coqueto Stung Sen Garden Hotel, situado a un paso del río Stung Sen.

Salvo Phnom Penh, ninguna de las ciudades en las que hemos estado tiene el más mínimo interés, así que Kampong Thom no iba a ser la excepción, por lo que pasamos un buen rato en el mercado, lleno de vida y color, donde podemos contemplar la vida más auténtica del país, con las vendedoras que ofertan frutas, hortalizas y pescados. Los hombres son los conductores de las motodop, motocicletas convertidas en el taxi local más habitual. El viaje continúa.

Viaje por Camboya (1): De Phnom Penh a Ratanakiri

Para mucha gente Camboya se limita a esa joya de la arquitectura khmer que son los templos de Angkor. Sin embargo este país asiático es mucho más, destacando las etnias de montaña y paisajes de Ratanakiri, los monasterios budistas, los coloristas mercados y la vida en torno al Mekong y el Tonlé Sap, los dos principales ríos. Por ello he querido rememorar este viaje realizado en octubre de 2007. Phnom Penh es la capital de Camboya y, para nosotros, la puerta de entrada en el país, una entrada que resultó apoteósica, pues nada más comer nos dirigimos al mercado central, comenzando a llover nada más traspasar su puerta. Dos horas más tarde seguía lloviendo con fuerza y el agua inundaba las calles que lo rodean, así que tuvimos que comprar unas chancletas, guardar nuestro calzado en la mochila, arremangarnos el pantalón hasta la rodilla y parar a un tuc-tuc, taxi popular en forma de moto con remolque, que nos llevara hasta el hotel. He padecido el monzón en otras ocasiones pero nunca con tanta fuerza, mientras los habitantes de la capital ni se inmutaban, pese a inundarse los bajos de casas y comercios. Volando de Singapur a Phnom Penh me di cuenta de lo que nos esperaba, pues el sur de Vietnam estaba completamente inundado. Al día siguiente se recuperó la normalidad, como sin nada hubiera sucedido.

Al día siguiente, bajo un sol de justicia y una humedad terrible, recorrimos los lugares de interés de esta ciudad, comenzando por el Museo Nacional de Camboya. En su interior alberga la mayor colección del mundo del arte Khmer de los siglos IV a XIII, principalmente esculturas, entre las que destaca la imagen de Vishnú con 8 brazos (siglo VI o VII). También visitamos el complejo de edificios del Palacio Real, construido en 1866 por el rey Norodom. Si no hay ninguna actividad oficial se puede visitar el edificio más interesante, la Sala del Trono, inaugurada en 1919, sobre la que se alza una torre de 59 metros de altura. Completan el conjunto los edificios de las oficinas reales, la sala de banquetes, el Tesoro Real y la Casa de Hierro o Pabellón de Napoleón III, pues fue un regalo del gobernante francés al rey Norodom.

La siguiente cita fue en la Pagoda de Plata, que recibe este nombre por las 5.329 losetas de plata que cubren el suelo. Sin embargo, su nombre original es Wat Preah Keo o Pagoda del Buda Esmeralda, pues fue construida en 1892 para albergar la pequeña pero valiosa estatua del Buda Esmeralda, del siglo XVII. Guarda también un Buda de tamaño real, de 90 kg de oro macizo, que tiene incrustados 9.584 diamantes. Los Budas son una de las pocas cosas que respetaron los Jemeres Rojos. En el exterior del templo, hay varias estupas. También contemplamos el gran mural de la Coronación.

Una visita obligada, pero que no resulta agradable, es el Museo Tuol Sleng o del Genocidio de los Jemeres Rojos, que en tres años, en la década de los setenta, asesinaron a casi 3 de los 7 millones de habitantes con que contaba el país. Hasta 1975 era un prestigioso instituto, pero los Jemeres Rojos lo convirtieron en la Prisión de Seguridad 21, a la que eran conducidas de forma indiscriminada todas aquellas personas que, en opinión de los guerrilleros, eran contrarios al régimen. Entre 1975 y 1978 fueron detenidas en este lugar unas 17.000 personas que fueron brutalmente torturadas y posteriormente asesinadas. En los dos edificios con que cuenta, pudimos ver objetos de tortura y numerosas fotografías y pinturas hechas por un superviviente. Tras recorrer la zona, para enjugar las penas nos dirigimos a comer al restaurante Pacharán, que no es propiedad de un navarro sino de una multinacional inglesa, cuyo dueño es apodado Mr Pacharán. Degustamos unas ricas judías con jamón y compartimos dos minúsculos solomillos para los cuatro. Con el postre, una botella de rosado extremeño, cafés y un par de copas de patxaran, pagamos 98,50 USD nada que ver con los 12 USD que pagamos por unos ricos noodles el día anterior, sin vino ni copas, pero con cerveza. Este restaurante de cocina española es frecuentado por extranjeros y las clases acomodadas de la ciudad, por lo que los precios van en consonancia.

Dado que el restaurante se encuentra frente a la desembocadura del río Tonlé Sap en el Mekong, aprovechamos para contemplar los grandes ríos y ver la curiosidad que se produce durante el monzón, pues el Mekong baja con tanta fuerza que el agua se introduce en el cauce de su afluente, haciendo cambiar el curso del Tonlé Sap hasta las proximidades de Angkor, inundando una buena parte del país. Cerca hay un vistoso mercadillo. Antes de abandonar Phnom Penh nos acercamos hasta la pagoda más antigua y venerada de la ciudad, Wat Phnom, restaurada en numerosas ocasiones, desde que fuera construida en 1372 sobre una pequeña colina de veintiséis metros de altura, a la que se accede por una empinada escalera delimitada por unas balaustradas en forma de serpiente. En su interior existe una imagen de Buda rodeada de ofrendas, que es objeto de peregrinaciones. Por el lado opuesto hay un coqueto parque con un vistoso reloj.

La siguiente semana la pasamos en la Camboya auténtica, el hasta ahora poco conocido medio rural, que cuenta ya con una infraestructura más que decente, pues todos los hoteles en los que estuvimos disponían de aire acondicionado y restaurantes más que decentes, aunque la dieta se basa en la cocina china, a base de arroz frito con verduras o carne, noodles con el mismo acompañamiento y rollitos primavera. El viaje hacia Ratanakiri, zona fronteriza con Laos y Vietnam, fue de lo más entretenido, pudiendo contemplar los más variopintos medios de transporte que utilizan los camboyanos y cómo pescan en las zonas inundadas por el monzón.

Las tres primeras noches las pasamos en Banlung, la capital provincial de Ratanakiri, la provincia más nororiental de Camboya. Con una población de 17.000 habitantes, es más bien es un conjunto de barrios dispersos. El Hotel Chhen Lok nos resultó como una aparición, pues aunque la habitaciones son básicas, cuentan con aire acondicionado y televisión, pudiendo contemplar 70 cadenas de todo el mundo. La ciudad en sí no tiene ningún interés, así que acudimos al mercado Phsar Banlung, que siempre es un buen lugar para ver los productos tradicionales del país: carne, pescados, verduras y hortalizas. Las gentes de las minorías étnicas acuden a él a comprar y vender sus productos, así que la entrada al mercado está repleta de motocicletas aparcadas, ya que las motodop son el único medio público de transporte para la población que no dispone de vehículo propio.

El segundo día en Ratanakiri fue el más entretenido, pues por una embarrada pista nos dirigimos a Veun Sai, pueblo situado en la orilla del río Se San y muy lleno de vida, pues el embarcadero está siempre lleno de gente en espera de las barcas que les trasladen a la otra orilla del río, donde se encuentran los poblados laosiano y chino. Éste último es casi como un enclave de China en Camboya.

Después alquilamos una barca y nos dirigimos hasta la aldea de Ka Choun, en la que tomamos contacto por primera vez con un poblado de las minorías étnicas, en esta caso Tompuon, donde pasamos una agradable jornada con sus moradores, visitando sus casas y el cementerio, en el que los muertos son objeto de frecuentes ceremonias, mediante las que pretender facilitar su tránsito al mundo de los espíritus. El cementerio es por tanto un lugar de vida, pues cuentan con tumbas muy elaboradas y adornadas en sus esquinas con estatuas que representan a los padres del difunto.

En otro poblado, contemplamos las casas tradicionales Kreung, construidas con madera y bambú y elevadas del suelo mediante pilotes. Cuentan con una especie de terraza a la que se accede por una escalera de madera. Tras ella se encuentran las habitaciones privadas. A diferencia de los camboyanos que viven en las grandes planicies del país, muy conservadores en materia sexual, los miembros de la etnia de montaña Kreung cuentan con unas costumbres muy permisivas para el tránsito de la adolescencia a la edad adulta. Así, cuando una joven está en edad de tomar esposo, su padre le construye una pequeña casa frente a la vivienda familiar y, aunque sigue colaborando en las tareas diarias, tiene libertad para recibir en su casa a quien quiera por la tarde-noche. Lo mismo sucede con la población joven masculina, cuya relación prematrimonial la llevan a cabo en unas casas más altas que las de las mujeres (fotos inferiores). El viaje continúa.

BURDEOS: La ciudad del vino

Hace muchos años que no viajaba a Burdeos y tenía muchas ganas de volver, máxime desde que en el año 2007 Bordeaux fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, al ser la segunda ciudad francesa, tras París, con más monumentos catalogados. También tenía ganas de conocer La Cité du Vin, modernista edificio inaugurado en junio de 2016. Además, desde el año 2000 está hermanada con Bilbao. Pese a estar tan solo a 339 km de Leioa, nunca encontraba ocasión para realizar el viaje. Sin embargo, el pasado mes de septiembre confluyeron dos circunstancias para viajara esta atractiva ciudad, un vuelo muy barato a París y que a partir del día 15 los precios de los hoteles en la capital francesa subían de forma astronómica. Así que, cogimos el TGV y por 36 euros, en poco más de dos horas cubrimos los 587 km que separan ambas ciudades, viajando a más de 300 km/h. El regreso, en este caso al aeropuerto CDG, fue mucho más económico, 16 euros, pero el TGV era peor, realizaba cuatro paradas y tardaba hora y media más.

En Burdeos nos instalamos en un hotel Ibi, situado frente a la estación. Hay muchas formas de desplazarse por la ciudad, como el autobús turístico y una especie de isocarro, pero optamos por la más económica, el moderno tranvía, pues un billete para dos personas y una hora de duración cuesta 3 euros. Debido a un incendio que afectó a las vías, la línea C está suspendida en parte hasta noviembre, pero ha sido sustituida por un autobús, sin aire acondicionado pese a que estamos a 32 grados.

El autobús nos deja en la Explanade des Quinconces, aprovechando para acercarnos al monumento a los Girondinos, que se construyó finales del siglo XIX, con una gran columna central y dos fuentes de bronce. En lo alto de la columna hay una escultura de la libertad rompiendo las cadenas de la opresión. Como no ha pasado una hora, con el mismo billete cogemos el tranvía B hasta La Cité du Vin. Enfrente tenemos otra de las novedades de Bordeaux desde junio de 2018, que parece un OVNI. Se trata de “Le Vaisseau Spatial” (la nave espacial), polémica obra de la artista británica Suzanne Treister.

Sobre las 5 de la tarde accedemos al lugar por el que sobre todo hemos vuelto a Bordeaux, La Cité du Vin (la ciudad del vino), modernista edificio ideado por Anouk Legendre y Nicolas Desmazières, que evoca al alma del vino y cambia de color según la hora y el día, algo parecido a lo que sucede en Bilbao con el Guggenheim. Es un museo muy didáctico, de los de tocar y oler, con la proyección de varios vídeos. Cuenta con exposiciones temporales, siendo la actual sobre Argentina. Son dos amplias plantas de exposiciones, concluyendo la visita en lo alto de la torre, en la terraza del piso 8, mientras contemplas el río Garonne y el puente Jacques Chaban-Delmas, a la vez que degustas la copa de vino incluida en los 20 euros que cuesta la entrada (los parados 4 menos). Más información en www.laciteduvin.com.

Lunes, 16 de septiembre. Comenzamos la segunda jornada desplazándonos en el autobús C hasta la parada Saint-Michel, para acercarnos a la basílica del mismo nombre, construida en estilo gótico flamígero entre los siglos XIV y XVI. Este templo forma parte del Camino de Santiago, destacando en su interior un órgano del siglo XVIII. El campanario está separado de la iglesia y tiene 114 metros de altura. En la plaza situada junto al templo se celebra un animado mercadillo.

Caminamos ahora por la calle Víctor Hugo, en busca de la primera de las tres puertas que vamos a visitar a continuación. Se trata del Grosse Clocher (gran campana). Fue construida en el siglo XV como campanario del antiguo Ayuntamiento. Luce resplandeciente ya que fue restaurada hace tres años. Tenemos que volver atrás por la calle Víctor Hugo para ver la puerta más sosa de todas, la Porte de Bourgogne, que data de mediados del siglo XVIII. Dejamos atrás el puente de piedra y nos acercamos a la hermosa Porte Cailhau o Puerta del Palacio, construida a finales del siglo XV.

Caminamos ahora sucesivamente por el Quai Richelieu y el Quai de la Douala, paralelos al río Garona, junto a casas de imponentes fachadas, pero sin una sombra en la que guarecernos del sol que pega con fuerza. Tenemos 32 grados pese a estar a mediados de septiembre. Nuestro destino es la plaza más monumental de Bordeaux, la place de la Bourse, construida entre 1730 y 1755. El centro está adornado por la fuente de las Tres Gracias, que data de 1869.

Frente a la plaza y junto al punto de amarre de los cruceros se encuentra otra de las novedades para mí de esta ciudad, “le miroir d’eau” (el espejo del agua), que se ha convertido en el lugar más fotografiado de Burdeos, al reflejarse en él de forma perfecta la place de la Bourse. Construido en el año 2006, se trata del espejo de agua más grande del mundo (3.450 m²). Sobre una placa de granito existe una lámina de agua tan solo 2 cm, que cuenta con chorros de agua y efecto niebla, por lo que está muy concurrido los días de calor.

Nos acercamos ahora a la place de la Comedie, presidida por el Gran Teatro de Burdeos, considerado por muchos el más importante de toda Francia. Su construcción concluyó en 1780. Ha llegado la hora de buscar una terraza sombreada para tomar un vino en la animada rue Sainte Catherine, la más comercial de la ciudad, donde se encuentran las Galerías Lafayette y la Galerie Bordelaise.

Pasada la una de la tarde nos acercamos a la Catedral de Saint-André, pero no podemos ver su interior por estar cerrada. A un paso tenemos el enorme monumento a Jacques Chaban Delmas, el Ayuntamiento y el moderno Palacio de Justicia. Hoy comemos en una zona muy popular para los bordeleses, los Halles de Chartrand. Tranvía y autobús para regresar al hotel para recoger los equipajes, desde donde observamos que la estación de tren ha sido desalojada por la presencia de un equipaje abandonado sospechoso, así que salimos con retraso rumbo al aeropuerto Charles De Gaulle. Me ha gustado mucho Burdeos.

Viaje a Patagonia (y 2)

Estamos en el ecuador del viaje patagónico (décimo día), en El Calafate, pequeña población de unos 21.000 habitantes, bastante artificial, que cuenta con aeropuerto internacional. Su atracción es el Parque Nacional de los Glaciares, incluido por la UNESCO en el Patrimonio de la Humanidad. Aquí nos hemos quedado cortos de tiempo, pues sólo nos queda un día completo, que aprovechamos para visitar su máxima atracción, el glaciar Perito Moreno, teniendo la suerte de contar con un día radiante, algo que no debe de ser muy habitual. Lo bordeamos a pie y lo contemplamos desde un barco. Es todo un espectáculo. Al día siguiente empleamos casi 6 horas en un viaje en autobús por pistas polvorientas, para llegar a la población chilena de Puerto Natales. Pronto nos damos cuenta que en Chile todo resulta bastante más caro que en Argentina, pues en poco tiempo hemos tenido que ir tras veces al cajero a sacar dinero. El tiempo ha cambiado notablemente, pues llueve y hace frío. Es lo que tiene la primavera.

Situado a unos 150 km de la localidad chilena de Puerto Natales, el Parque Nacional de las Torres del Paine es uno de los más espectaculares y fascinantes lugares de Patagonia. Como viajábamos juntos cuatro personas, alquilamos una furgoneta con conductor para nuestro recorrido por el Parque, para así tener mayor libertad y aprovechar mejor el tiempo. Visitamos también el Monumento Natural Cueva del Milodón. Entramos en el Parque por el lago Sarmiento, para pronto ver el primer ejemplar de fauna autóctona, el ñandú. Poco después, con la primera visión de las montañas nevadas, contemplamos varios grupos de guanacos, un camélido emparentado con las llamas. La cosa va bien. El día ha despejado y, con un cielo azul intenso, tomamos el primer contacto con las Torres del Paine, en concreto con los Cuernos. Subimos caminando hasta el espectacular Salto Grande, que permite que el lago Nordenskjold desagüe en el río Pehoé.

Seguimos con suerte pues el día resulta extraordinario y sin nada de viento, quedando prendados de este hermoso lugar, de sus montañas, glaciares, icebergs, lagos y cascadas. Nos han dicho que en todo el año solo salen un par de días como el de hoy, así que lo aprovechamos a tope, descendiendo hacia el lago Pehoé, que cuenta con una carísima hostería, desde donde se tiene una espectacular vista de los Cuernos del Paine. Completamos el recorrido observando los témpanos de hielo del lago Grey, pequeños iceberg que se van desprendiendo del glaciar. La visión que tenemos con los témpanos de hielo en primer plano, el lago, el glaciar y las montañas como telón de fondo, es de las de no olvidar. Sin darnos cuenta se nos ha hecho tarde y optamos por ir a comer junto a las oficinas del Parque, unos huevos con patatas fritas que pagamos a precio de oro. Teníamos que haber llevado comida. Por delante tenemos 130 km para regresar a Puerto Natales.

Seguimos avanzando con prisa, pues la jornada siguiente resulta bastante apretada. Primero, tres horas de autobús hasta el aeropuerto de Punta Arenas, ciudad situada a orillas del estrecho de Magallanes. Luego, algo menos de dos horas de avión hasta Puerto Montt, observando desde el aire el radical cambio de paisaje, ya que al sobrevolar las islas de Chiloé todo se vuelve verde y boscoso, como también lo es el trayecto que nos separa de Puerto Varas, la “Ciudad de las Flores”, turística localidad situada a orillas del lago Llanquihue, en la que nos alojamos.

Una agencia de turismo ha creado un producto conocido como “Cruce de Lagos” que, previo pago de 295 dólares USA en la actualidad, permite enlazar Puerto Varas (Chile) con San Carlos de Bariloche (Argentina), en un viaje de unas 12 horas en las que se alternan cuatro tramos en autobús con tres en barco, navegando por los lagos Todos los Santos, Frías y Nahoel Huapi, rodeados de montañas nevadas de las que se desprenden varias cascadas. Al mediodía se para a comer en la encantadora Peulla. Lástima que este día el tiempo no acompañó, no pudiendo disfrutar de la vista de las montañas nevadas, cruzando los Andes a 976 metros de altitud. De todas formas pudimos disfrutar del paisaje cercano, como los pescadores, las cascadas o las gaviotas que se acercaban al barco en busca de comida.

Hemos regresado a Argentina. Al día siguiente, en Bariloche, nos despedimos de Patagonia. Capital de deportes de invierno, parece una población suiza con fábricas de chocolate incluidas, en la que justo disponemos de tiempo para subir en telesilla hasta el Cerro Campanario, desde donde podemos contemplar el último tramo realizado en barco el día anterior. Al mediodía tenemos que regresar a Buenos Aires, ya que han anulado el vuelo directo a Iguazú y por la capital no enlaza ninguno en el día. Cosas de Aeorolíneas Argentinas.

Pasamos 47 horas en Iguazú, donde ya habíamos estado años antes, pero al volar desde Madrid con Aerolíneas Argentinas, regalaban el vuelo de ida y vuelta. Declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, las cataratas del río Iguazú forman un semicírculo de 2.700 metros, desde el que se precipitan casi 300 cascadas que alcanzan hasta 80 metros de altura. Nos alojamos en Puerto Iguazú y siguiendo los consejos de los lugareños, por el tema de las fotos decidimos visitar primero el lado brasileño. Contratamos un taxi que nos llevó hasta la entrada al parque, donde cogimos el autobús ecológico hasta el Hotel das Cataratas, situado a 25 km de Foz do Iguaçú. Frente a él parte el Sendero de las Cataratas que, a lo largo de 1.200 metros, nos permite recorrer la margen derecha del río Iguazú, pudiendo contemplar las diferentes cascadas que se precipitan desde el lado argentino. El punto más espectacular es la pasarela que nos lleva al pie de la gran cascada de la Garganta del Diablo. Luego nos dirigimos a la parte superior del río, tan manso, que parece imposible que de repente se precipite en una gran caída de 80 metros.

Como nuestro conductor nos está esperando, tras recorrer el lado brasileño nos desplazamos hasta la entrada al parque en el lado argentino, situada a 17 km de Puerto Iguazú. Directamente nos dirigimos hasta la estación del Tren de la Selva, donde cogemos un tren ecológico que nos conduce hasta la estación de la Garganta del Diablo. Aquí nace el sendero del mismo nombre, una pasarela de 1.130 metros que atraviesa varios meandros del río y nos lleva al lugar más espectacular del parque, la Garganta del Diablo, donde se puede sentir con toda su fuerza lo que son las cataratas de Iguazú. Provistos de agua nos dirigimos luego al llamado Circuito Superior, un recorrido de algo más de un kilómetro que se acerca a 6 diferentes balcones desde los que contemplamos siete saltos y el circo que forman otros cinco. Finalmente nos dirigimos al Circuito Inferior. A los largo de unos 1.700 metros se accede a 8 miradores que nos permiten contemplar una panorámica diferente de las cascadas anteriores. Resulta fácil encontrar grupos de coatíes y algún lagarto. Tras haber estado en las cataratas del Niágara (USA-Canadá) y Victoria (Zambia-Zimbabwe), definitivamente me quedo con Iguazú. El viaje ha concluido, aunque todavía tendremos que pasar 24 horas en Buenos Aires antes de coger el vuelo de regreso a casa.