Escapada a la Costa Brava (y 3): Girona, la capital

Concluyo el relato de esta escapada realizada el pasado mes de mayo, que dejaba la pasada semana en la preciosa Cala Sa Tuna. Dejamos para el final del viaje, el 23 de mayo, la visita a la capital gerundense, Girona, una ciudad que me encantó cuando la visité hace un montón de años. Dejamos el coche en el parking situado bajo la plaça del Poeta Marquina, a la que se asoma la Farinera Teixidor. Nuestra ruta hacia el centro histórico nos llevó por Carrer Nou, que todavía conservaba restos de la fiesta Temps de Flors, que tuvo lugar del 13 al 21 de marzo, que engalanó la ciudad y que nos dio pena habernos perdido por ignorar su existencia.

Nuestros pasos se encaminan hacia la Oficina de Turismo, ubicada en Rambla de la Llibertat, antigua espina dorsal de la ciudad, a la que se asoman notables viviendas con soportales. En ella abundan también los establecimientos hosteleros. Por esta arteria accedemos al barrio antiguo. Frente a la Oficina de Turismo se encuentra la estatua dedicada a Carles Rahola. Antes de legar tenemos que cruzar el río Onyar, deteniéndome a tomar unas instantáneas de uno de los emblemas de la ciudad, las casas colgadas que a él se asoman.

De la Rambla de la Llibertat pasamos a una calle paralela, el Carrer de les Peixateries Velles (Pescaderías Viejas), mismo nombre que el puente metálico de color rojo que hemos visto en el collage anterior. Entramos así en la Judería, conocida como El Call, que tuvo sus momentos de esplendor en el siglo XV. Es una zona muy pintoresca que todavía conservaba adornos florales de la reciente fiesta Temps de Flors, que comenté con anterioridad.

Paralela al río, la calle de les Ballesteries nos acerca al primer lugar que visitamos, la Basílica de Sant Feliu, la antigua Catedral de Girona y el edificio religioso cuyo interior más nos ha gustado. De estilo gótico, destaca por su esbelto campanario de los siglos XIV a XVI. En su interior me agradó el retablo mayor, el Cristo yacente (siglo XIV) y el sepulcro gótico de San Narciso. Existe una entrada conjunta para Sant Feliu y la Catedral al precio de 7,50 euros.

Nuestra siguiente cita la tenemos muy cerca, pues tan sólo tenemos que ir a la parte posterior de Sant Feliu y bordear las antiguas murallas y la iglesia de Sant Lluc, del siglo XVIII. Se trata de los baños árabes, construcción románica del siglo XII, inspirada en los baños romanos. Lo más hermoso de este lugar es la estancia de entrada, dedicada a vestuario y sala de descanso y la cúpula. La entrada cuesta 3 euros, pero como estaban retirando los adornos de la fiesta Temps de Flors, el acceso fue gratuito.

Tenemos que andar tan sólo unos pasos cuesta abajo para llegar al hermoso rincón en el que se encuentra el monasterio románico de Sant Pere de Galligants, actual Museo de Arqueología de Catalunya, frente al que se levanta la coqueta capilla de Sant Nicolau. Tenemos ahora que deshacer un poco el camino para pasar bajo la Porta de Sobreportes, puerta de la muralla de origen romano que nos da acceso a la plaza de la Catedral, a la que se asoman interesantes edificios, como la Casa Pastors, palacio renacentista del siglo XVIII, el edificio gótico de la Pia Almoina y el Palau Episcopal, sede del Museu d’Art.

Nuestro paseo por el barrio antiguo llega a su principal objetivo, la Catedral de Santa María, cuya construcción se prolongo desde el siglo XI hasta el XVIII, por lo que cuenta con tres estilos arquitectónicos sucesivos: románico, gótico y barroco. El acceso principal hacia la fachada barroca se realiza por una escalinata de 90 escalones, construida a finales del siglo XVII, que se encontraba parcialmente cerrada para retirar los adornos florales. Su interior presume de contar con la segunda nave gótica más ancha del mundo, tras la basílica de San Pedro del Vaticano. Visitamos también el claustro románico, que cuenta con interesantes capiteles historiados.

Nuestro paseo monumental está tocando a su fin, pero todavía tenemos que volver a pasar por la Judería para acceder a los Jardins des Alemanys, así llamados por ser uno de los restos de un antiguo cuartel alemán. La Torre Gironella nos da acceso a la antigua muralla medieval por la que caminamos hasta su final pasando por otra torre, la de Sant Doménech. Desde lo alto tenemos una preciosa vista sobre la Catedral y la torre de la Basílica de Sant Feliu.

La muralla se acaba y tenemos que descender a la calle. El carrer de l’Albereda hace que cerremos el círculo, devolviéndonos Rambla de la Llibertat, en una de cuyas terrazas aprovechamos para comer, aunque nos cuesta encontrar una sombreada, ya que hace mucho calor. Desde el puente de Piedra echamos un último vistazo a las casas colgantes del río Onyar y, pasando por la plaça del Marqués de Camps volvemos al parking situado bajo la plaça del Poeta Marquina, en el que dejamos aparcado el coche.

Concluyo aquí el relato de la escapada de once días realizada por las provincias de Huesca y Girona, cuando hace ya tres semanas que regresamos de un nuevo viaje, del que espero hablar próximamente.

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